UNA VÍCTIMA IRREPROCHABLE...

Ésta es también la opinión del comisario Beugnot que, mientras tanto, ha hecho inventario del contenido del maletín. Éste ha proporcionado la prueba de que el motivo del crimen no ha sido el robo.

Encuentra inmediatamente una billetera que contenía mil doscientos francos en billetes de a cien francos, algunos billetes de a diez y moneda pequeña; un pasaporte a nombre de Kristina Eriksen, de nacionalidad noruega, nacida en Bergen, de veintisiete años de edad, licenciada en el Instituto de Ciencias de Gotteberg (Suecia); un certificado de trabajo del C.N.R.S. estableciendo que Kristina Eriksen, alojada en el Hotel Cassette, París, efectúa una estancia de tres meses en el Instituto Henri Poincaré; un billete de segunda clase, expedido en Macón, el domingo 6 de febrero, es decir la antevíspera. Finalmente, descubre una ficha de cartulina cuadriculada, formato cuarto de página, en la cual se halla escrito con tinta verde, en una escritura muy regular, lo siguiente:

Origen: Gilbert Cabanel, Hotel de los Dos Hemisferios, París. Lunes 7 de febrero, a las diecisiete cincuenta horas. A la atención de Miss Eriksen. Copia de mi nota sobre la teoría de la coextensividad generalizada. Tomada del folio 301 de la Edición Aramea de Mantua, extracto del manuscrito de 1281 del Rabino Eleazar, comentario del Pentateuco. El texto íntegro se halla en la Biblioteca Nacional de París, fondos hebraicos, estudios renanianos, dossier 28 B, portafolio 14, registro de clasificación 07.156. No puede ser consultado más que con autorización especial del conservador.

«Le fue dicho: sabréis que se trata del Anciano Misterioso. Este ha grabado un punto y sólo uno. Ha encerrado el Todo de la creación en una torre. En esta torre se hallan ocultas las verdades, UNA MAS GRANDE QUE LAS OTRAS. La torre está provista de un número ilimitado de puertas. Una de estas puertas no está hacia ningún lado, y se ignora si da sobre lo alto o sobre lo bajo. Es por esto por lo que se llama la Puerta del Anciano Misterioso. Una sola llave abre esta puerta. Ella sola es de tanto valor como toda la torre, puesto que ella es la que cierra y abre lo que ésta contiene. Tal es la rareza que se halla implicada en las palabras BRESHITH BARA ELOHIM. Breshith es la llave que lo contiene todo. Contiene y cierra las seis direcciones del Espacio, cuya suma forma la ausencia de dirección del Tiempo.»

Un primer interrogante se impone inmediatamente al comisario Beugnot. ¿Cómo una persona muerta en la noche del domingo al lunes puede hallarse en posesión de una tarjeta fechada con todas sus letras en la tarde del lunes?

Pero Beugnot deja provisionalmente esta observación a un lado.

¡...Y UN ASESINO QUE NO LO ES MENOS!

El comisario Beugnot toma nota del nombre y la dirección indicadas en la tarjeta manuscrita. Encarga a dos inspectores que se dirijan al hotel de los Dos Hemisferios y que se informen acerca del tal Gilbert Cabanel. Después se dirige a la morgue, ya que desea mantener una entrevista con el médico forense.

En el transcurso de ésta, poco después de las diecisiete horas, una llamada telefónica de los inspectores: han encontrado a Cabanel, vive a todas luces en el hotel.

Beugnot da sus instrucciones:

—Vigilen el hotel. Si vuelve Cabanel, no hagan nada. Si vuelve a salir, síganlo. Si intenta escapar, deténganlo. Si no sale de su habitación, espérenme. Estaré allí hacia las dieciocho horas.

Los dos inspectores montan guardia en el vestíbulo del hotel, después de darse a conocer ante el conserje.

A las seis menos cuarto, una señal de éste les indica que el hombre que acaba de entrar es aquel a quien buscan.

Los inspectores no hacen el menor movimiento.

Tomando su llave, el hombre, que parece muy tranquilo, dice al conserje:

—Espero una visita a las seis. Una señorita. Dígale, por favor, que suba a mi habitación.

—Bien, señor —responde el empleado. Sabe que el reglamento del hotel prohíbe las visitas femeninas, pero no hace ninguna observación, ya que no quiere llamar la atención del hombre que se halla bajo vigilancia de la policía.

Éste entra en su habitación.

Menos de diez minutos más tarde, el comisario Beugnot entra a su vez en le vestíbulo. Un corto conciliábulo.

—Vamos allá —concluye el comisario.

Las seis menos cinco. Beugnot golpea la puerta de la habitación número 12.

—¿Es usted, Kristina? —pregunta del otro lado una voz jovial.

—¡No, la policía! ¡Abra!

—¡Entren! —dice simplemente la voz. Beugnot abre la puerta.

Ve una silueta de espaldas, sentada ante una pequeña mesa frente a la ventana. El hombre se halla escribiendo.

—¿El señor Gilbert Cabanel? —pregunta el policía.

La silueta se gira. El rostro es afable.

—Sí, soy yo. Perdónenme por haberles tomado por otra persona.

—Señor Cabanel —empieza Beugnot—, ¿conoce usted a una persona llamada Kristina Eriksen?

La respuesta es franca:

—¡Por supuesto! Acabo de conocerla esta tarde, en la Biblioteca Nacional. Acabo de dejarla hace poco menos de una hora. Es con ella con quien tengo cita dentro de algunos minutos. Debemos cenar juntos. —Sonriente, añade—: Tranquilícese, señor comisario. Tenemos que hablar simplemente de nuestros trabajos.

Beugnot queda helado:

—¿Dice usted que acaba de dejarla?

—¡Sí! Hemos permanecido una buena media hora charlando en un corredor lleno de corrientes de aire. Ella ha sentido frío. Yo le he propuesto que fuéramos a tomar una taza de té en un café de los alrededores. Ella ha aceptado. Allí he sabido que se dedicaba también a la investigación sobre el segundo estado de... —el hombre vacila-... digamos a la investigación sobre matemáticas teóricas. —Añade—: Una extraordinaria casualidad, por cierto.

—¿La conocía usted desde hace tiempo?

—Acabo de decírselo. Desde las cinco menos veinte. Acabo de llegar esta mañana a París, en el expreso de Montpellier, para una estancia de tres semanas en París. Hace dos horas, debía ir a buscar a la Nacional la carta que me autorice a penetrar en las salas reservadas al «fondo especial», pero he llegado con retraso: diez minutos después del cierre de los despachos. La he encontrado en los corredores. Me ha dado algunas informaciones que necesitaba. Hemos simpatizado.

Beugnot se siente presa del vértigo. La tranquilidad de su interlocutor —para él un asesino— lo deja estupefacto. ¿Se trata de un loco, de un actor genial, de un inconsciente?

—¿Dice usted que ha llegado...?

—Hoy lunes por la mañana, sí. Tomé el tren el domingo por la noche en Montpellier.

—Pero estamos a martes. Martes 8 de febrero, señor Cabanel.

Una increíble sorpresa se lee en el rostro de Cabanel.

—¿Quiere burlarse, señor comisario?

Beugnot no tiene en absoluto ningún deseo de reír. Su rostro, endurecido de pronto, lo prueba. Hace un gesto con la mano a los dos inspectores. Éstos comprenden al momento. Uno se coloca ante la puerta. El otro se aproxima a la ventana.

—Sus papeles, por favor —pide Beugnot.

Cabanel le tiende su pasaporte. Beugnot lee las primeras páginas: la foto y las indicaciones de identidad confrontan. Los sellos, el visado, todo está en regla. Nada por aquel lado.

Beugnot hojea el documento.

Sufre un sobresalto. Cogido con un clip a una de las páginas del pasaporte, hay un pequeño papel amarillo impreso en negro. Con el corazón latiéndole fuertemente, el comisario lee:

S.N.C.F. Montpellier. Alquiler. Ida simple a París. Sr. Cabanel. Tren 704. Vagón 9. Compartimento 7. Litera número 3. Domingo, 6 de febrero. 20 h. 32.

—¿Tomó usted el tren de anteayer por la noche?

—¡No! El de ayer por la noche.

—Anteayer domingo, este billete lo prueba.

—No, ayer domingo.

—Le repito que estamos a martes, señor Cabanel.

—Usted no me lo hará creer nunca. Estamos a lunes, señor comisario. O entonces estoy completamente loco, lo cual no me parece en absoluto verosímil.

Beugnot abandona aquel extremo. Apunta hacia otra dirección.

—¿Había gente en su compartimento?

—No, estaba solo. Creo incluso que no había nadie más en el vagón. —Añade—: En esta época del año no es demasiado sorprendente, sobre todo en domingo por la noche.

Beugnot está desorientado. No halla nada que decir. Permanece allá, como un idiota, con el pasaporte entre las manos.

Para ganar un poco de tiempo, lanza:

—Cuando hemos entrado, mis colegas y yo, ¿qué es lo que estaba haciendo?

Cabanel empieza a perder la paciencia, pero se domina y responde con calma:

—Estaba recopiando la nota que Kristina Eriksen me ha pedido que le comunique.

—¿Puedo verla?

—Por supuesto. Aquí está.

Y Cabanel le tiende una ficha de cartulina cuadriculada, formato cuarto de página, escrita con tinta verde.

Beugnot tiene una primera impresión. La escritura es rigurosamente idéntica a la de la ficha que ha encontrado en el maletín de la joven asesinada.

Después experimenta una segunda, mucho más violenta. Acaba de leer:

Origen: Gilbert Cabanel, Hotel de los Dos Hemisferios, París. Lunes 7 de febrero, a las diecisiete cincuenta horas. A la atención de Miss Eriksen. Copia de mi nota sobre la teoría de la coextensividad generalizada...

Beugnot hace un esfuerzo para leer la ficha hasta el fin. Termina a duras penas la última línea:

...las seis direcciones del Espacio, cuya suma forma la ausencia de dirección del Tiempo.

El texto con el que acaba de trabar conocimiento —sin comprender gran cosa de él, por cierto— es palabra a palabra el encontrado cerca del cadáver.

Dice simplemente:

—Voy a pedirle que nos acompañe, señor Cabanel.

El otro levanta la cabeza:

—¿Dónde, comisario?

—A mi despacho. Para un interrogatorio completo.

Un poco de rojo asciende hasta la frente de Cabanel.

—Pero bueno, señor comisario, yo soy un hombre respetable. Además, estoy esperando a la señorita Eriksen de un momento a otro.

Beugnot le corta bruscamente:

—La señorita Eriksen ya no vendrá nunca. Fue asesinada durante la noche de anteayer a ayer, en el compartimento 7 del vagón 9 del tren 704. Dicho de otro modo, en el compartimento en el cual viajó usted. Y hay muchas posibilidades de que usted sea el asesino.

Cabanel se echa a reír.

—Pero esto es imposible, señor comisario —exclama sin violencia—. El lunes por la mañana yo no conocía a Kristina.

—Todo esto nos lo explicará allá abajo. Síganos —ordena el comisario Beugnot, sacando su revólver.

Los cuatro hombres descienden la escalera. Cuando pasa ante el conserje, Cabanel le dice:

—Cuando llegue la señorita Eriksen, ruégela que espere.

No se puede tratar más que de un malentendido. Estaré de vuelta dentro de una hora como máximo.

—No le falta aplomo —gruñe tras él uno de los dos inspectores de Beugnot.