El próximo Congreso Contra la Guerra[448]

13 de junio de 1932

Estimados camaradas:

Tengo ante mí el número del 4 de junio del periódico parisiense Le Monde, editado por Barbusse[449]. Este es en la actualidad el órgano principal de la convocatoria al «gran Congreso Contra la Guerra». En la tercera página hay un extracto de un llamado de Romain Rolland[450] y Henri Barbusse. Estas palabras aclaran suficientemente el carácter y el espíritu del llamado: «¡Llamamos a todos los pueblos y a todos los grupos, más allá de su filiación política, a todas las organizaciones laborales —culturales, sociales y sindicales—, a todas las fuerzas y organizaciones de masas! ¡Unámonos todos en el Congreso Internacional que declara la guerra a la guerra!».

Luego sigue un párrafo de una carta dirigida por Rolland a Barbusse: «Estoy plenamente convencido de que el congreso debe estar abierto a todos los partidos y personas independientes, sobre la base común de la lucha sincera y resuelta contra la guerra». Más adelante, Rolland se manifiesta de acuerdo con Barbusse en que el primer lugar en esta lucha lo debe ocupar la clase obrera. Luego aparece la primera lista de adhesiones al congreso. Son todos escritores franceses y alemanes radicales y semirradicales, pacifistas, miembros de la Liga por los Derechos del Hombre, etcétera.

Luego viene una máxima del tan conocido Emile Vandervelde[451]. «En todas partes la guerra provoca […] explosiones de descontento revolucionario por un lado y reacciones furiosas de nacionalismo fanático por el otro. Es absolutamente necesario que las internacionales unan estrechamente sus fuerzas para impedir la guerra».

Finalmente, después de estas palabras de Vandervelde tomadas del periódico socialista [belga] del 29 de mayo de 1932, leemos una cita del periódico central del Partido Comunista Francés, l’Humanité, del 31 de mayo de 1932: «Digamos, ‘¡presente!’ al llamado de Romain Rolland y Henri Barbusse a participar en el congreso internacional de Ginebra».

En el último número de La Vie Ouvrière, la publicación central de la Confederación General del Trabajo Unitaria [CGTU], aparece un artículo en el que se expresa un acuerdo total con la convocatoria de Rolland y Barbusse.

Ahora el panorama está perfectamente claro. Detrás de los organizadores del congreso están el Partido Comunista Francés y la organización sindical dirigida por él. Detrás del Partido Comunista está la Comintern.

Está en juego el peligro de una nueva guerra mundial. En la lucha contra este peligro es necesario utilizar también a camaradas de ruta que son, o por lo menos aparentan ser, los más honestos y decididos entre los pacifistas pequeñoburgueses. Pero éste es un problema de tercer o cuarto orden.

Se suponía que el llamamiento a la lucha contra la guerra lo plantearían directamente la Comintern y la Profintern[452] al proletariado internacional. El problema más importante es cómo ganar para nuestra posición a las masas de la Segunda Internacional y de la Internacional de Amsterdam[453].

Para ello puede ser muy útil la política del frente único. En su última reunión, el Comité Ejecutivo de la Segunda Internacional se pronunció contra Japón y «por la defensa de la URSS». Ya sabemos el valor que puede tener esta defensa en lo que concierne a los dirigentes. Pero el solo hecho de que se haya votado esta resolución indica la fuerza de la presión de las masas (la crisis y el peligro de la guerra). En estas circunstancias la Comintern tenía la obligación de aplicar a escala internacional la política del frente único, de proponer a la Segunda Internacional y a la de Amsterdam abiertamente, ante los ojos de todo el proletariado mundial, un programa preciso, cuidadosamente estudiado, de medidas prácticas concretas frente al peligro de guerra.

Pero la Comintern guarda silencio. La Profintern guarda silencio. Se les deja tomar la iniciativa a dos escritores pacifistas; uno de ellos —Romain Rolland— es indudablemente un gran escritor y una persona notable, pero no un político; el otro —Barbusse— es un pacifista y un místico, comunista o expulsado del Partido Comunista, pero en mi opinión un partidario de la unificación total de los partidos comunistas con la socialdemocracia. «Únanse a nosotros», dicen Rolland y Barbusse. Digamos «¡presente!», agrega l’Humanité. ¿Se puede imaginar algo más monstruoso, más capitulador y criminal que este seguidismo del comunismo oficial al pacifismo pequeñoburgués?

En Alemania se declara inadmisible aplicar la táctica del frente único con las organizaciones obreras de masas a fin de denunciar a sus líderes reformistas. Al mismo tiempo se hace un frente único a escala internacional, y su primera actividad es una persistente campana en favor de lo peor que hay en la galería de los traidores reformistas. Seguramente Vandervelde está «por la paz». Supone que es más provechoso y conveniente ser ministro de su rey en épocas de paz que en épocas de guerra. Y así, los insolentes clamores de este social-patriota, cuya firma, si no me equivoco, aparece al pie del Tratado de Versalles, se convierten en el programa del gran Congreso Contra la Guerra. Y l’Humanité apoya esta traidora y perniciosa mascarada.

En Alemania hay que impedir un pogromo contrarrevolucionario fascista que no sólo amenaza inmediata y directamente a la clase obrera sino también a sus organizaciones reformistas e incluso a sus dirigentes reformistas. Para los señores socialdemócratas se trata de sus salarios, de sus privilegios gubernamentales y hasta de sus pellejos. Es necesario haber llegado a un estado de idiotez burocrática total para negarse a utilizar correcta y profundamente, en interés de la revolución proletaria, las enormes y agudas contradicciones entre el fascismo y la socialdemocracia.

Pero el problema de la guerra es completamente distinto. La guerra no amenaza directamente a las organizaciones reformistas, sobre todo a sus lideres. Por el contrario, la experiencia demostró que los dirigentes reformistas hacen provechosas carreras gracias a la guerra. El patriotismo es precisamente el lazo más fuerte que une a la socialdemocracia con su burguesía nacional. Así como es posible, incluso inevitable, que de una forma u otra la socialdemocracia se vea obligada, dentro de ciertos límites, a defenderse contra el fascismo cuando éste le eche la soga al cuello —y lo hará—, queda totalmente excluida la posibilidad de que la socialdemocracia de algún país luche contra su burguesía una vez declarada la guerra, aun cuando ésta estuviera dirigida contra la Unión Soviética, la campaña revolucionaria contra la guerra tiene como objetivo particular y específico la denuncia de la mentira y la decadencia del pacifismo socialdemócrata.

¿Y qué hace la Comintern? Prohíbe utilizar a escala nacional el antagonismo absolutamente real y profundo entre la socialdemocracia y el fascismo, mientras intenta aferrarse a escala internacional al antagonismo ilusorio e hipócrita entre la socialdemocracia y sus amos imperialistas.

Mientras en Alemania se prohíbe absolutamente el frente único, en el terreno internacional se le da desde el comienzo un carácter deliberadamente engañoso y putrefacto. Explotando la ingenuidad idealista de Romain Rolland, que es totalmente sincero, todos los falsarios y sucios arribistas, los ministros socialdemócratas retirados y los candidatos a los ministerios declararán «¡presente!». Para estos caballeros el congreso será como una clínica donde acudirán a restaurar sus reputaciones un poco deterioradas para luego poder cotizarse a un precio más alto. Así actuaron los que participaron en la Liga Antiimperialista[454], Tenemos ante nosotros la repetición del Kuomintang y un Comité Anglo-Ruso a escala mundial.

Hay pedantes que dudan que tengamos razón en definir como centrista a la fracción stalinista internacional. Los que se han envenenado con textos mal digeridos son incapaces de aprender de la realidad viva. Aquí tenemos el centrismo ideal, clásico, universal, en pleno florecimiento, con el hocico vuelto hacia la derecha y el rabo todavía fuertemente inclinado hacia la izquierda. Si trazamos una línea que una el hocico con el rabo descubriremos la órbita del centrismo.

La historia llegó a un punto decisivo. Lo mismo ocurre con el mundo entero. Y también con el centrismo. En la URSS los stalinistas siguen balbuceando acerca de la abolición de las clases en cinco años y simultáneamente restauran el mercado libre. El rabo ultraizquierdista todavía no sabe qué decidió la sabia cabeza oportunista. En el terreno de la política cultural se dio un profundo giro a la derecha. Por cierto fue un giro silencioso, sin comentarios, pero por esa misma razón mucho más amenazante. La política de la Comintern está siguiendo el mismo proceso. Mientras los infortunados Piatnitskis[455] todavía están rumiando los restos del ultraizquierdismo, se les ordenó a los Manuilskis que vuelvan la cabeza hacia la derecha, sin ninguna consideración para con sus espinazos. En sus nueve años de actividad, la escuela de los epígonos nunca había revelado hasta tal punto su falta de principios, su pobreza ideológica y su práctica tramposa.

¡Bolcheviques leninistas! En la escena mundial se acumulan los síntomas de un gran salto histórico, que afectará los destinos de nuestra fracción. Tenemos que asumir ya tareas de una significación histórica realmente colosal. La lucha contra la guerra significa sobre todo la lucha contra las mascaradas pacifistas y el fraude centrista burocrático. Tenemos que lanzar una implacable campaña de denuncia de las contradicciones del aparato stalinista, cuya derrota será inevitable ante los grandes acontecimientos que se aproximan.

La defensa de la URSS no es una frase de salón que repiten los amigos no siempre desinteresados de la burocracia stalinista. La defensa internacional de la URSS depende cada vez más de la lucha revolucionaria internacional del proletariado. Cuando están en juego la vida y la muerte de millones de personas, hace falta una gran claridad. Hoy nadie le rinde mejores servicios al enemigo de clase que el aparato stalinista que, en la lucha por conservar los restos de su prestigio, siembra por todas partes la confusión y el caos.

¡Bolcheviques leninistas! Tendréis que asumir una enorme tarea. Se acercan semanas y meses en que todos los revolucionarios tendrán que demostrar lo que valen. Llevad a las filas de los obreros avanzados las ideas del marxismo y el leninismo. Ayudad a la vanguardia proletaria internacional a sacarse de encima el chaleco de fuerza de la burocracia stalinista, que perdió la cabeza. Lo que está en juego no es nada insignificante: es el destino de la URSS y de la revolución proletaria mundial.

L. Trotsky

Escritos , Tomo II
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