¿El plan quinquenal en cuatro años[177]?
Publicado en marzo de 1931
El trimestre adicional (octubre a diciembre de 1930) reveló una tasa elevada de desarrollo industrial. Sin embargo, al mismo tiempo, demostró que la conversión del plan quinquenal en cuatrienal es una aventura irresponsable que constituye una grave amenaza para el plan básico.
El año económico ruso, a diferencia del año calendario, no empieza el 1.º de enero sino el 1.º de octubre. Ello es fruto de la necesidad de sincronizar los cálculos y operaciones económicas con el ciclo agrario. ¿Por qué se quebranta una disposición que como hemos visto, se introdujo por razones de peso? Porque es menester exaltar el prestigio burocrático. Cuando el cuarto trimestre del segundo año del plan quinquenal demostró que era imposible cumplir el plan en cuatro años, se resolvió agregar un trimestre adicional, es decir, agregar tres meses a los cuatro años. Se suponía que, redoblando la presión ejercida sobre los músculos y nervios de los obreros en este periodo, el fetiche de la dirección infalible alentaría el éxito.
Pero como el trimestre adicional no poseía poderes mágicos (es sabido que no hay calor cuando el termómetro marca cero), a fines del trimestre resulto —tal como era de esperar y tal como lo previmos desde el comienzo— que, a pesar de que los miembros del partido, de los soviets y de los sindicatos azotaran a los obreros era imposible alcanzar los superritmos.
La industria de metales ferrosos del sur y el centro cumplió el plan del trimestre adicional en un ochenta por ciento. La industria metalúrgica en su conjunto cumplió aproximadamente un veinte por ciento de lo previsto (Pravda, 16 de enero). El Dombas rindió diez millones de toneladas de carbón en lugar de los dieciséis millones previstos, o sea no más de un sesenta y dos por ciento. Las fábricas de superfosfatos cumplieron sus tareas industriales en un sesenta y dos por ciento. En otras ramas de la industria las deficiencias no son tan grandes (no tenemos todavía todos los informes) pero, en general, la llamada «falla» del plan es muy significativa, en especial y en particular en la construcción de capitales.
Sin embargo, la situación es peor en el terreno de los índices cualitativos. El diario Za Industrializatsia dice, en referencia a la producción carbonífera: «La falla en los índices cualitativos es mayor que la de los índices cuantitativos» (8 de enero). Respecto de la producción de mineral de hierro en Krivoi Rog el diario dice: «los índices cualitativos han bajado» (7 de enero). ¡Han bajado! Pero sabemos que su nivel anterior era extremadamente bajo. Con respecto a los metales no ferrosos y el oro el mismo diario dice: «Los precios suben en lugar de bajar». Se podría traer a colación toda una serie de datos similares. En cuanto a la importancia de, por ejemplo, el deterioro de la calidad del carbón en relación con el transporte, nuestro corresponsal dice, refiriéndose al transporte (véase la Carta de un sindicalista en el mismo número): disminución del número de viajes, locomotoras averiadas, mayor cantidad de daños; en general, disloque de los transportes como resultado automático del deterioro de la calidad del combustible. Por su parte, la desorganización del transporte ferroviario que —no tardamos en comprobarlo— fue sumamente grave en el período del trimestre adicional, redundó muy negativamente en las restantes ramas de la economía. Este método deportivo de la dirección, que reemplaza a la planificación prudente, seria y flexible, significa una acumulación creciente de atrasos (muchas veces ocultos y, por consiguiente, sumamente peligrosos) que conllevan el peligro de explosiones graves, críticas.
Los ritmos del trimestre adicional son de por sí muy elevados y constituyen un nuevo y magnifico ejemplo de las inmensas conquistas inherentes a la economía planificada. Bajo una conducción correcta —que tenga en cuenta los procesos económicos reales e introduzca los cambios que sean necesarios a medida que se desarrolla el plan—, los obreros podrían sentir un legítimo orgullo por los éxitos alcanzados. Pero los resultados que saltan a la vista son opuestos: los economistas y los obreros observan con bastante frecuencia que el plan resulta imposible de realizar, pero no se atreven a decirlo en voz alta; trabajan bajo presión, ocultando su resentimiento; los administradores honrados y eficientes no se atreven a mirar a los obreros a los ojos. Todo el mundo está descontento. La contabilidad se ajusta a las instrucciones; la calidad del artículo se ajusta a la contabilidad; todos los procesos económicos están envueltos en el humo de la mentira. Así se allana el terreno para una crisis.
¿Cuál es el motivo de todo esto? El prestigio de la burocracia, que finalmente remplazó la confianza consciente y crítica del partido en su dirección. Debe decirse, que este dios —el prestigio— no sólo es endemoniadamente exigente y cínico sino también bastante estúpido; por ejemplo, no tiene el menor empacho en reconocer que los destructores realizan sus planes, lo que equivale a decir que ni Krshishanovski, ni Kuibishev, ni Molotov, ni Stalin, fueron capaces de descubrir por sí mismos en los síntomas económicos la actividad de los destructores. Por otra parte, este gran dios tampoco está dispuesto a reconocer que la implantación del periodo de cuatro años, fruto de la destrucción y del aventurerismo ignorante, ya ha demostrado ser un error.
Recordemos una vez más que cuando lanzamos la voz de alerta contra las medidas irresponsables, inmotivadas, improvisadas, Iaroslavski[178] —el trovador del prestigio— proclamó en todos los idiomas que nuestra advertencia constituía un nuevo ejemplo del carácter contrarrevolucionario del «trotskismo».