Las elecciones en Gran Bretaña y los comunistas[267]
10 de noviembre de 1931
Estimado camarada Groves:
Recibí la carta que me escribió hace cuatro semanas. Discúlpeme por no responderle antes. En este momento estoy ocupado con un trabajo muy importante. Además, me resulta muy difícil escribir en inglés y me llevaría mucho tiempo hacerlo. Para colmo, no sabía si usted lee alemán o francés. Ahora hay aquí un camarada norteamericano que traducirá esta carta al inglés. Estas razones le permitirán comprender mi demora en responderle.
El trabajo que le mencioné, que me absorberá por lo menos durante un mes y medio, me impide dedicarle más atención al problema inglés, tan importante para nosotros. Incluso tengo poco tiempo para leer los periódicos ingleses. Espero que el segundo tomo de mi Historia de la Revolución Rusa, que ahora estoy completando, les será muy útil a los comunistas de todos los países, y especialmente de Inglaterra, en esta etapa que será testigo de grandes convulsiones en Europa y en el resto del mundo.
Lo dicho explica por qué me resulta difícil emitir una opinión precisa en este momento sobre los pasos prácticos que deben dar, en el futuro inmediato, los comunistas británicos y la Oposición de Izquierda. Dentro de uno o dos meses volcaré mi atención sobre este problema. Por ahora tengo que limitarme a consideraciones de carácter muy general.
Uno de mis amigos ingleses me escribió el 9 de octubre, antes de las elecciones parlamentarias, sobre el rápido crecimiento del Partido Comunista y de cierto acercamiento al comunismo de los militantes de base del ILP[268]. Mi corresponsal también se refirió a un resurgimiento del Movimiento Minoritario[269] en los sindicatos y al creciente papel dirigente que juega esta organización en las esporádicas luchas huelguísticas. Con el trasfondo de la crisis mundial y de la crisis nacional británica, estos incidentes aislados llevarían a suponer que en los últimos dos años se fortaleció el Partido Comunista. Pero las elecciones fueron un desengaño absoluto en este sentido. De los cientos de miles de votos que perdieron los laboristas, el partido a lo sumo ganó veinte mil, lo que, teniendo en cuenta el aumento del número de votantes, no es más que una fluctuación coyuntural transitoria, y de ninguna forma una victoria política seria. ¿Dónde está la influencia del partido entre los desocupados? ¿Entre los obreros de las minas de carbón? ¿Entre la joven generación de trabajadores que votó por primera vez? Realmente, el resultado de las elecciones es una condena terrible a la política del partido y de la Comintern.
No seguí de cerca la táctica del partido británico este último año y no quiero emitir juicios sobre qué fue lo que aprendió, si es que aprendió algo. No obstante, me resulta claro que, aparte de sus errores recientes, la impotencia del Partido Comunista es el precio de la vergonzosa y criminal política de la Comintern, primero en el Comité Anglo-Ruso y después con el «tercer período». Estos errores perjudicaron especialmente a Inglaterra.
Siempre sorprende el peso enorme que tienen sobre la conciencia de la clase obrera británica la humildad, el conservadurismo, el fanatismo, el espíritu conciliador, el respeto por los de arriba, por los títulos, la riqueza, la Corona. Sin embargo, esa clase obrera es capaz también de realizar grandes insurrecciones revolucionarias, como el cartismo, los movimientos de preguerra de 1911 y los de posguerra, las huelgas de 1926.
Es como si el proletariado británico, con su antiquísima y prolongada tradición, tuviera dos almas y enfrentara con dos rostros los acontecimientos históricos.
Los burócratas despreciables, mercenarios y serviles de los sindicatos y del Partido Laborista expresan todo lo que es humillante, servil y feudal en la clase obrera británica. Por el contrario, el objetivo del Partido Comunista es hacer surgir sus cualidades revolucionarias potenciales, que son muy amplias y capaces de desarrollar una fuerza explosiva inmensa. Pero precisamente en una coyuntura crítica de la historia británica, 1925 a 1927, la política del Partido Comunista británico y de la Internacional Comunista fue la adaptación servil a la burocracia sindical, idealizándola, ocultando sus traiciones, sometiendo a ella a la clase obrera. En consecuencia, el joven Partido Comunista británico quedó profundamente desmoralizado. Se utilizó el prestigio de la Revolución de Octubre, de la URSS, del bolchevismo para apoyar y consolidar las tendencias conservadoras y serviles de la clase obrera británica.
Después de que los laboristas terminaron de utilizar a los stalinistas y les dieron el puntapié final, se sustituyó mecánicamente el capítulo del sindicalismo, a través del giro a la ultraizquierda, por la nueva panacea del «tercer período». Se levantó la consigna de «clase contra clase», interpretándola como una consigna de lucha de un puñado de comunistas contra el proletariado «social-fascista[270]». Mientras ayer Purcell y Cook eran amigos y aliados de confianza de la Unión Soviética, al día siguiente los obreros que votaban por Purcell y Cook eran enemigos de clase. Esta es la órbita política del Partido Comunista británico o, mejor dicho, de la Internacional Comunista. ¿Existe una manera más eficaz de pisotear el prestigio del partido y socavar la confianza en el comunismo de los obreros que despiertan?
La burocracia moscovita de la Internacional Comunista tropieza con obstáculos a cada paso, y entonces ordena un giro a la izquierda o a la derecha. No es difícil. Estos Kuusinens, Manuilskis, Lozovskis, etcétera, son gente del aparato, que no sólo carece de una educación marxista seria y de perspectivas revolucionarias, sino que también, y esto es lo decisivo, está libre de todo control de las masas. Su política consiste en promulgar decretos. Para ellos, un giro táctico no significa más que un cambio de postura. El Comité Central del Partido Comunista británico aplica lo mejor que puede las orientaciones que recibe. Pero todas estas volteretas, con sus políticas correspondientes, quedan registradas en la conciencia de los obreros. Estos burócratas en bancarrota creen que se puede mantener automáticamente la dirección de la clase obrera valiéndose del soborno y la represión por un lado y los saltos abruptos por el otro, ocultando el pasado tras la mentira y la calumnia; pero esto es totalmente falso.
Los obreros británicos piensan lentamente, ya que sus mentes están llenas de los residuos de muchos siglos; pero piensan. Los artículos aislados, los manifiestos, las consignas, generalmente pasan inadvertidos; pero una política continua (el Comité Anglo-Ruso, el «tercer período») produce su efecto, por lo menos en el sector más progresivo, militante, crítico y revolucionario de la clase obrera. Si comparamos el desarrollo de la conciencia revolucionaria con el tallado de los surcos de una tuerca, hay que decir que en cada giro la dirección de la Internacional Comunista no utiliza la herramienta, ni el calibrador, ni la dirección correctos, con lo que rompe y tritura las estrías. Sin exageración se puede decir que si a partir de 1923 —en Inglaterra desde 1925— la Internacional Comunista no hubiera existido, hoy tendríamos en ese país un partido revolucionario con una influencia incomparablemente mayor. Las recientes elecciones confirman plenamente esta tremenda conclusión.
Aquí comienza la tarea de la Oposición de Izquierda. Los comunistas británicos, entre los que hay seguramente muchos revolucionarios honestos, devotos, abnegados, no pueden menos que sentirse desalentados por los resultados de la última década de actividad, especialmente porque en su transcurso se presentaron oportunidades únicas. Los mejores revolucionarios también pueden caer presa del pesimismo y la indiferencia si no comprenden la causa de su debilidad ni encuentran una salida. La crítica, esa luz del marxismo que permite ver con claridad el camino del partido, sus zigzags, sus errores y las raíces teóricas de esos errores, es el requisito previo para la regeneración del partido. Es indispensable empezar a publicar los documentos más importantes de la Oposición de Izquierda Internacional referentes al Comité Anglo-Ruso, allí donde no se ha hecho todavía. Este es el punto de partida para la formación de una izquierda británica.
La Oposición de Izquierda, como el comunismo en general, tiene derecho a suponer que en Inglaterra le aguarda un promisorio futuro; el capitalismo británico está cayendo al abismo desde las grandes cimas históricas a las que se encumbró; esto es evidente para todos. Se puede decir con confianza que las últimas elecciones son la última chispa de la grandeur nacional de la burguesía británica; es la chispa de una lámpara que se apaga. La política oficial británica pagará muy caras estas elecciones en la próxima etapa.
La bancarrota de los grandes héroes nacionales de los tres partidos, como la del capitalismo británico, es absolutamente inevitable. A pesar de todos los obstáculos que pone la Internacional Comunista, el topo de la revolución británica está cavando un camino seguro. Tenemos todo el derecho a suponer que las elecciones representarán la última demostración de confianza de los millones de trabajadores en los capitalistas, los lores, los intelectuales, los educados y los ricos, y todos aquellos asociados con Macdonald y las cenas de los domingos. Estos caballeros no descubrirán una solución secreta. El verdadero secreto está en la revolución proletaria. Estas elecciones preparan el fin del conservadurismo y el servilismo del proletariado; luego sobrevendrá su pleno despertar revolucionario.
Pero en la etapa inmediata el triunfo de los conservadores significará duras pruebas para el proletariado británico e intensificará los peligros internacionales. El peligro amenaza especialmente a la URSS. Ahora vemos qué poco ayudó a la URSS esa política que siempre se justificó con la necesidad de su «defensa». Durante varios años se supuso que la defenderían Purcell, Hicks[271], Citrine; luego se asignó al Partido Comunista la misión de defenderla contra el proletariado «social-fascista». Ahora, lo único con que cuenta la URSS para defenderse son setenta mil votos. Stalin atacó la crítica de la Oposición de Izquierda, su exigencia de que se pusiera fin al vergonzoso bloque con Purcell, diciendo que implicaba negarse a defender a la URSS contra el imperialismo británico. Hoy podemos hacer el balance; nada le fue más útil al imperialismo británico que la escuela de Stalin. Por cierto, el jefe de esa escuela se merece que lo condecoren dos veces con la Orden de la Jarretera.
La Oposición de Izquierda británica tiene que comenzar un trabajo sistemático. Ustedes deben formar un núcleo central, aunque sea pequeño y sacar una publicación propia, aunque sea modesta. Es necesario que lleven adelante una actividad sostenida de análisis, crítica y propaganda. Tienen que educar a los cuadros, aunque al principio sean pocos. Los factores históricos fundamentales nos son favorables. Si en Inglaterra, más que en cualquier otra parte, el comunismo puede penetrar en un lapso breve la conciencia de las amplias masas, las ideas de la Oposición de Izquierda, que son las ideas de Marx y Lenin, predominarán dentro del movimiento comunista en un plazo igualmente breve.
Les deseo sinceramente mucho éxito a los amigos británicos.
Con mis mejores saludos comunistas,
León Trotsky