¿Cuál será el próximo paso en la campaña contra el ala derecha rusa[75]?
Publicado en noviembre de 1930
Cuando este número (del Biulleten Opozitsi) llegue al lector, la campaña contra los derechistas habrá culminado con una serie de medidas de organización decisivas: la destitución de Rikov, Tomski y Bujarin del Comité Central (posiblemente la de Rikov sólo del Buró Político). Que se llegue a expulsar a los líderes derechistas del partido y a aplicarles castigos administrativos en la etapa siguiente, dependerá en parte de la conducta de los dirigentes de la derecha[76], pero principalmente del grado del viraje que el stalinismo se verá obligado a realizar hacia la derecha. Porque así están las cosas en la cumbre. Así como inmediatamente después del aplastamiento de la Oposición de Izquierda, en el Decimoquinto Congreso de diciembre de 1927, sobrevino el viraje a la izquierda, iniciado oficialmente el 15 de febrero de 1928, el inevitable viraje hacia la derecha estará precedido por la destrucción organizativa de la Oposición de Derecha. ¿Por qué? Porque si este viraje se efectuara con la derecha en el Comité Central, ésta se declararía solidaria con el mismo, lo que no sólo dificultaría su expulsión del partido; además, estropearía la perfección de la línea general. Pero éste es sólo un aspecto del problema. Hay otro, y no menos importante.
Mucho antes de que se perpetrara la destrucción organizativa decisiva de la Oposición de Izquierda, ya se estaba gestando una nueva ruptura en el núcleo de la mayoría dominante en ese momento, sin la cual el viraje hacia la izquierda ni siquiera resultaba concebible, por no mencionar el hecho de que no habría a quién culpar de la línea derechista aplicada hasta ayer. Y ahora que aparece en el horizonte el inevitable giro a la derecha de la línea general, hay que suponer, a priori, que en el círculo dominante se está gestando una nueva ruptura, la cual sólo se revelará después del viraje a la derecha. No puede ser de otra manera. Por un lado, no sólo en el partido —demás está decirlo— sino también en el seno del propio aparato, existen elementos que realmente consideran el viraje ultraizquierdista como una política izquierdista sistemática; estos elementos resistirán el nuevo giro. Por otra parte, alguien tiene que cargar con las culpas de la embriaguez y los zigzags a escala estatal. Hasta se puede predecir de antemano, empleando el método de la eliminación, en qué sentido se producirá «teóricamente» o, mejor dicho, ya se produjo, la ruptura. Es imposible atribuir a Voroshilov y Kalinin los excesos cometidos en la industrialización y la colectivización; todos conocen perfectamente bien las inclinaciones de estos dos prisioneros del viraje hacia la izquierda. Es imposible atribuir la responsabilidad de la embriaguez política a Kuibishev, Rudzutak o Mikoian[77]; nadie lo creería, porque para caer en la embriaguez política hay que poseer algo que se asemeje a un cerebro político. Por lo tanto, queda uno solo: Molotov.
Varias fuentes moscovitas han corroborado esta conclusión a la que arribamos por eliminación. Se nos dice que desde hace algún tiempo Stalin viene difundiendo rumores a través de diversos canales: que Molotov se ha vuelto engreído, que no es siempre obediente, que al tironearle del faldón izquierdo le impide a él, Stalin, aplicar una «línea general» totalmente infalible. De manera que la mecánica de la nueva oscilación resulta clara de antemano, porque repite un pasado que ya conocemos. Pero existe también una diferencia: el conocimiento de esta mecánica y la aceleración del ritmo. Cada vez son más las personas que saben cómo se hace y qué fases atraviesa. Cada vez son más amplios los sectores del partido que comprenden que el origen principal de la duplicidad está en el Secretariado General, que engaña sistemáticamente al partido diciendo una cosa y haciendo otra. Cada vez son más las personas que llegan a la conclusión de que la dirección de Stalin le resulta demasiado costosa al partido. Así, en la mecánica de los virajes centristas y la represión del aparato, llegará un momento en que la cantidad tendrá que convertirse en cualidad.
La burocracia soviética y partidaria elevó a Stalin sobre la ola de reacción contra la Revolución de Octubre, contra el comunismo de guerra[78], contra las convulsiones y peligros inherentes a la política de la revolución internacional. Este es el secreto de la victoria de Stalin. Para 1924 se estaba educando a las nuevas generaciones y reeducando a las viejas en un espíritu de reacción teórica y política de carácter nacional-reformista. Las reservas «izquierdistas» de Stalin —que son las reservas de un centrista cauteloso— no interesaban a nadie. Las conciencias se vieron imbuidas de esta concepción: con tranquilidad, poquito a poco, construiremos el socialismo sin que haya revoluciones en Occidente; no hay que saltar etapas; cuanto más despacio se avanza, más lejos se va. ¿Por qué no hacer un bloque con Chiang Kai-shek, Purcell, Radich[79]? ¿Por qué no firmar el Pacto Kellogg? (Hasta un trozo de piola puede resultar útil en un viaje). Y, sobre todas las cosas, abajo la «revolución permanente[80]»; no la teoría, que a la mayoría de los burócratas no les preocupa en lo más mínimo, sino la política revolucionaria internacional, con sus conmociones y riesgos, pues en la URSS ya tenemos algo real en la mano.
Esta es la filosofía en que se educó el aparato stalinista, que incluye a millones de personas. La mayor parte de la verdadera burocracia stalinista siente que su líder la viene traicionando desde 1928. No hubo, ni podía darse, un «devenir pacífico» del régimen de Octubre en capitalismo nacional de estado. Al llegar al borde del precipicio, Stalin —que no es amante de los saltos— pegó un salto mortal hacia la izquierda. Las contradicciones económicas, el descontento de las masas, la crítica infatigable de la Oposición de Izquierda obligaron a Stalin a efectuar este viraje a pesar de la resistencia, en gran parte pasiva, de la mayoría del aparato. A casi todos los burócratas les crujieron los dientes ante el viraje. Es principalmente por eso que la nueva etapa de «monolitismo» vino acompañada de la instauración descarada y cínica de un régimen personal plebiscitario. Sólo el resto de inercia que aún le queda le permitirá a Stalin llevar a cabo la destrucción de la derecha y el nuevo zigzag, e inevitablemente a un costo personal inconmensurablemente mayor que todos los anteriores.
Hace aproximadamente un año dijimos que se escuchaba un nuevo chirrido en el aparato[81]. Desde entonces, ese chirrido se ha vuelto un estruendo. ¿Qué importancia puede tener que Sirtsov, ubicado en un puesto alto para desplazar a Rikov, resultara ser el cabecilla de los llamados «jugadores a dos puntas», es decir, de gente que vota oficialmente a favor de Stalin pero que piensa y, si puede, actúa de otra manera? ¿Cuántos Sirtsovs hay en el aparato? Stalin, ¡ay!, no tiene acceso a tales estadísticas. Sólo se revelan en la acción. La prensa oficial caracteriza a Sirtsov como derechista. El hecho de que Sirtsov tratara de forma un bloque con los centristas de izquierda del tipo de Lominadze y Shatskin no sólo revela la gran confusión que reina en el aparato, sino también que Sirtsov es de esos miembros del aparato, derechistas y desorientados que se asustan ante el peligro del termidor.
Pero hay otros. Están los que votan contra Sirtsov y Lominadze, exigen la expulsión de Rikov y Bujarin, juran fidelidad al amado líder, a la vez que, en el fondo, están pensando: ¿qué tipo de traición me reportaría el mayor beneficio? Estos son los Agabekovs y Cía. Son los sicofantes de la revolución, sus adulones burocráticos, que han logrado labrarse una posición en países extranjeros: saltan el cerco y no tardan en venderse al nuevo amo. ¿Cuántos hay en el aparato dentro de la URSS? Son más difíciles de contar que los derechistas asustados y los centristas honestamente confundidos. Pero hay muchos. El fruto de los éxitos de Stalin, con todas sus oscilaciones, ha sido la creación de una fracción de adulones en el aparato, los que siguen fieles, inclusive «sin adulación», hasta cinco minutos antes de traicionar. Esta escoria humana es absolutamente incapaz de desempeñar un papel político —ni qué decir histórico— independiente. Pero bien puede ser la cáscara sobre la que patinará la perfección plebiscitaria de Stalin.
Una vez que empiece a patinar, el aparato stalinista ya no podrá recuperar su equilibrio anterior. Carece de base de sustentación propia. ¿Encontrará apoyo a su derecha? No. Existen dos sectores: los oportunistas confundidos y aún desesperados, incapaces de tomar iniciativa alguna, y los adulones de la burocracia, que sólo son capaces de asumir la iniciativa en la traición. Los elementos centristas no podrán apoyarse en la derecha.
¿Y su izquierda? Solamente desde aquí, desde el ala izquierda, se puede rechazar el peligro termidoriano-bonapartista, acrecentado por la política de los centristas. ¿Significa esto que formaremos un bloque con Stalin? Los bolcheviques combatieron a Kornilov, que atacó abiertamente al Gobierno Provisional: ¿fue eso un bloque con Kerenski[82]? Ante la amenaza directa de la contrarrevolución, es por demás evidente que lucharemos junto al sector del aparato stalinista que no se pase al otro lado de la barricada.
Sin embargo, ésta no es la cuestión más importante. A partir del momento en que el aparato, carcomido por sus contradicciones y mentiras, comience a conmoverse, lo que salvará la situación no será el aparato mismo ni ninguno de sus sectores sino el partido, la vanguardia del proletariado. ¡Esta es la tarea! Pero el partido como entidad organizativa no existe. La acumulación de adulones en el aparato ha provocado la destrucción del bolchevismo y del partido. Este es el crimen histórico de Stalin. Sin embargo, los integrantes del Partido Bolchevique son muy numerosos, están vivos, son indestructibles. Por mucho que el aparato trate de desorientarlos, los obreros bolcheviques sacan sus propias conclusiones. Decenas de miles de bolcheviques de la Vieja Guardia[83] y centenares de miles de jóvenes bolcheviques en potencia se levantarán en el momento de peligro. La restauración burguesa que intente tomar el poder perderá las manos.
La Oposición de Izquierda es la vanguardia de la vanguardia. Se le exigen, en relación al partido oficial, las mismas cualidades y métodos que los tiempos normales le exigen al partido en relación con la clase: firmeza principista inconmovible y, a la vez, estar dispuesta a acompañar a las masas, aun en el paso más pequeño.
Dentro del partido habrá que dar muy pronto la voz de alarma. El partido debe comenzar a reafirmarse. Esto tiene que ocurrir; surge de toda la situación. ¿Por qué senda avanzará este proceso? Imposible predecirlo, pero habrá un profundo reagrupamiento interno, esto es, una selección y fusión del verdadero partido proletario, sin esa escoria humana pisoteada por el aparato.
De producirse graves convulsiones y cambios radicales en la situación, sería doctrinario atarse de antemano a cualquier tipo de consigna parcial, técnico-organizativa, no principista, consignas con las que se relaciona parcialmente la de Comité Central de coalición. Nos referimos a este tema hace algunas semanas, en vísperas de la última campaña contra la derecha. Desde entonces se han producido muchos cambios; pero seguimos creyendo que para amplios sectores del partido la consigna de Comité Central de coalición puede parecer la única capaz de brindar una salida del caos. Se entiende que el Comité Central de coalición no resolvería nada por sí solo, pero podría facilitarle al partido la solución de las tareas planteadas al darle la oportunidad de reorientarse con un mínimo de convulsiones. Sin una profunda lucha interna esto ya no es posible; pero debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para excluir de esta contienda interna cualquier elemento de guerra civil. Un acuerdo sobre esta base podría prestarle un gran servicio al partido en el momento más crítico. No son los bolcheviques leninistas quienes opondrán resistencia a semejante acuerdo. Pero al hacerlo, menos que nunca podrán renunciar a sus tradiciones y a su programa. Hay que decirlo directamente: ¡hoy no hay otra bandera!