CAPÍTULO 43

EL OUDISTA DE JERUSALÉN, 1905-1914

DAVID GRÜN SE CONVIERTE EN DAVID BEN GURION

El padre de David Grün ya era un dirigente local de los Amantes de Sión, grupo precursor del movimiento sionista, y un hebraísta entusiasta, así que el chico aprendió hebreo desde muy temprana edad. Sin embargo, a David, igual que a muchos otros sionistas, le horrorizó leer que Herzl había aceptado la oferta de Uganda. En el sexto congreso sionista, Herzl intentó vender lo que se había dado en llamar su ugandismo, pero lo único que logró fue dividir al movimiento. Su rival, el dramaturgo inglés Israel Zangwill, el acuñador del término «crisol» para describir la asimilación de los inmigrantes en Estados Unidos, abandonó el movimiento para fundar su propia organización, la Jewish Territorialist Organization e ir en busca de toda una serie de quijotescas Siones no palestinas. El plutócrata austríaco, el barón Maurice de Hirsch, estaba financiando colonias judías en Argentina, y el financiero de Nueva York, Jacob Schiff, promocionaba el plan Galveston, una Lone Star (estrella solitaria) Sion para judíos rusos en Texas. El Arish contaba con los mayores apoyos porque estaba cerca de Palestina, y el sionismo no era nada sin Sión, pero ninguno de estos planes[*1] tuvo demasiado éxito y Herzl, a quien a sus apenas cuarenta y cuatro años y sus peripatéticos viajes le habían dejado exhausto, falleció poco tiempo después. Había logrado instituir el sionismo como una de las soluciones a la grave situación de los judíos, en especial en Rusia.

El joven David Grün lamentó la muerte de su héroe Herzl, aun cuando «concluimos que el modo más eficaz de combatir el ugandismo consistía en establecernos en la Tierra de Israel». En 1905, el emperador Nicolás II se enfrentó a una revolución que casi le costó el trono. Muchos de los revolucionarios eran judíos, y León Trotsky el más sobresaliente de ellos, aunque en realidad eran internacionalistas que despreciaban tanto la raza como la religión. Nicolás, no obstante, sintió que el falso panfleto antisemita, Los protocolos de los ancianos de Sión, se estaba haciendo realidad. «¡Qué profético!», escribiría, «este año de 1905 lo han dominado realmente los ancianos judíos». Obligado a aceptar una Constitución, intentó recuperar su dañada autocracia alentando las masacres antisemitas llevadas a cabo por revanchistas nacionalistas apodados los Cientos Negros.

Los pogromos incitaron a David Grün, miembro del partido socialista Poalei Zion (los Trabajadores de Sión), a embarcarse en uno de los barcos de peregrinos que zarpaban desde Odessa y dirigirse a Tierra Santa. El chico de Płońsk era un caso típico de la segunda aliyá, una oleada de pioneros laicos, muchos de ellos socialistas, que opinaban que Jerusalén era un nido de supersticiones medievales. En 1909, estos colonizadores fundaron Tel Aviv en las arenosas dunas junto al antiguo puerto de Jaffa; en 1922, crearon una nueva granja colectiva, el primer kibutz, en el norte.

Grün no visitó Jerusalén hasta muchos meses después de su llegada, sino que trabajó en los campos de Galilea hasta que, a mediados de 1910, el joven de veinticuatro años se trasladó a Jerusalén para trabajar en un periódico sionista. Diminuto, flaco, de cabellos rizado y siempre vestido con un guardapolvo ruso, una rubashka, para subrayar sus credenciales socialistas, adoptó el nom de plume de «Ben Gurion», tomado de uno de los lugartenientes de Simón bar Kojba. El antiguo blusón y el nuevo nombre mostraban los dos aspectos del líder sionista emergente.

Ben Gurion creía, igual que muchos de sus correligionarios sionistas de la época, en la creación sin violencia de un estado socialista judío, sin dominar ni desplazar a los árabes palestinos, y que ese estado podía existir junto a ellos. Estaba convencido de la cooperación de las clases obreras judías y árabes. Al fin y al cabo, los vilayets otomanos de Sidón y Damasco, y el sanjak de Jerusalén, como se conocía a Palestina entonces, eran lugares dejados de la mano de Dios y asolados por la pobreza, escasamente poblados por seiscientos mil árabes. Había mucho espacio para desarrollar y los sionistas esperaban que los árabes compartirían los beneficios económicos de la inmigración judía. Sin embargo, árabes y judíos apenas se mezclaban, y a los sionistas no se les ocurrió que la mayor parte de estos árabes no deseaba los beneficios de la inmigración y del asentamiento de los judíos.

En Jerusalén, Ben Gurion alquiló un sótano sin ventanas, pero pasaba su tiempo en los cafés árabes de la Ciudad Vieja, escuchando las últimas canciones árabes que sonaban en los gramófonos.[1] Al mismo tiempo, un joven árabe cristiano, un jerosolimitano de nacimiento que ya era un conocedor de la belleza y del placer, escuchaba las mismas canciones en los mismos cafés y aprendía a tocarlas en su laúd.

EL OUDISTA: WASIF JAWHARIYYEH

Wasif Jawhariyyeh aprendió a tocar el laúd, oud, de niño, y en poco tiempo era el mejor intérprete de oud de una ciudad que vivía para la música; su habilidad le facilitó el acceso a todo el mundo, de alta y baja alcurnia. Nacido en 1897, hijo de un concejal ortodoxo griego de la ciudad próximo a las grandes familias, Wasif tenía un carácter artístico demasiado felino como para poder convertirse en un ilustre personaje local. Hizo un aprendizaje de barbero, pero no tardó en enfrentarse a sus padres a causa de su deseo de convertirse en músico. Wasif Jawhariyyeh lo vio todo, conoció a todo el mundo, desde los notables jerosolimitanos y pachás otomanos hasta las cantantes egipcias, músicos fumadores de hachís y judías promiscuas, todos ellos útiles para la élite aunque no formaran realmente parte de ella; Wasif empezó a escribir un diario a la edad de siete años, una de las obras maestras de la literatura jerosolimitana.[*2]

Cuando empezó su diario, su padre todavía iba a trabajar a lomos de un asno blanco, aunque pudo ver el primer vehículo sin caballos, un automóvil Ford conducido por un miembro de la colonia estadounidense en la carretera de Jaffa; después de toda una vida acostumbrado a vivir sin electricidad, no tardaría en aprender a disfrutar de las películas que pasaban en el nuevo cinematógrafo del complejo ruso («la entrada costaba un bishlik otomano que se pagaba en la puerta»).

A Wasif le gustaba la mezcolanza cultural. Cristiano educado en la escuela británica de St George, estudió el Corán y disfrutaba con los picnics en la Explanada de las Mezquitas. Consideraba a los sefardíes «Yahud, awlad Arab» (judíos, hijos de árabes), se arreglaba para el Purim judío y asistía al picnic judío anual en la tumba de Simón el Justo, donde cantaba canciones andalusíes acompañado de su oud y de una pandereta. En una de sus actuaciones habituales, tocó una versión judía de una canción árabe muy conocida acompañando a un coro asquenazí en casa de un sastre judío en el barrio Montefiore.

En 1908, Jerusalén se sumó a las celebraciones por la revolución de los Jóvenes Turcos que derrocó al tiránico Abdul-Hamid y a su policía secreta. El Comité de Unión y Progreso, los «Jóvenes Turcos», implantó de nuevo la Constitución de 1876 y convocó elecciones parlamentarias. En un alarde de entusiasmo, Albert Antebi, un empresario local conocido por sus admiradores como «el Pachá judío», y por sus detractores como «el Pequeño Herodes», lanzó trescientas barras de pan a la complacida multitud congregada en la Puerta de Jaffa. Los niños representaron en las calles el golpe de estado de los Jóvenes Turcos.

Los árabes creían que quedarían por fin liberados del despotismo otomano. Los primeros nacionalistas árabes no estaban seguros de si querían un reino centrado en Arabia o en Magna Siria, pero ya el escritor libanés Najib Azouri había observado la evolución simultánea de las aspiraciones judías y árabes, y también que estaban destinadas a chocar. Jerusalén eligió a los notables Uthman al-Husseini y al sobrino de Yusuf Khalidi, Ruhi, un escritor, político y hombre de mundo para representarles en el Parlamento. En Estambul, Ruhi Khalidi se convirtió en el vicepresidente del Parlamento, y utilizó su posición para hacer campaña contra el sionismo y las compras de tierras por parte de los judíos.

Las grandes familias, cada vez más ricas, prosperaban y sus hijos se educaron, junto a Wasif, en la escuela St George, mientras que las chicas lo hicieron en la escuela femenina Husseini. Las mujeres se vestían indistintamente con ropas árabes y occidentales. La escuela británica llevó el fútbol a Jerusalén: cada sábado por la tarde se jugaba un partido en un campo en el exterior de Bab al-Sahra: los chicos Husseini eran jugadores particularmente entusiastas y algunos de ellos jugaban con el fez en la cabeza. Antes de la Gran Guerra, aunque Wasif todavía era un escolar, ya vivía una doble vida bohemia. Tocaba el oud y se podía confiar en él para organizar fiestas y todo tipo de chanchullos, tal vez incluso ejerciera de discreto proxeneta para las grandes familias que ahora residían en el exterior de las murallas, en las nuevas mansiones de Sheikh Jarrah. Los aristócratas tenían por costumbre alquilar un odah o garçonnière, un pequeño apartamento en el que jugar a cartas o mantener a sus concubinas, y le solían confiar un juego de llaves. El protector de Wasif, el hijo del alcalde Hussein Effendi al-Husseini, mantenía a la más grácil de sus concubinas, Perséfone, una costurera grecoalbanesa en su odah cerca de la carretera de Jaffa, desde donde esta seductora emprendedora comerciaba con ganado y vendía su propia marca de aceite de tomillo medicinal. A Perséfone le gustaba cantar y el joven Wasif la acompañaba con su oud. Tras su ascenso a la alcaldía en el año 1909, Husseini se casó con Perséfone.

Las amantes de los aristócratas habían sido tradicionalmente judías, armenias o griegas, pero, ahora, los miles de peregrinos rusos se convirtieron en la fuente más rica para los hedonistas de Jerusalén. Wasif anotó que, en compañía del futuro alcalde Ragheb al-Nashashibi y de Ismail al-Husseini, había organizado fiestas secretas «para las damas rusas». Y en aquel momento, un peregrino ruso muy poco habitual llegado a Jerusalén se lamentó de la asombrosa decadencia y prostitución en la ciudad de sus conciudadanos rusos.[2] Llegado en marzo del 1911, este monje sibarita era el consejero espiritual y el consuelo del emperador y de la emperatriz rusos, a cuyo hemofílico hijo Alexei sólo él podía curar.

RASPUTÍN: ADVERTENCIA A LAS MONJAS RUSAS

«No puedo describir la impresión de alegría, la tinta es inútil cuando tu alma canta “deja que Dios se levante de entre los muertos”», escribía Grigory Rasputin, un campesino siberiano reconvertido en hombre santo itinerante. Había llegado por primera vez a Jerusalén en 1903 como un peregrino desconocido y todavía recordaba la miseria de la travesía desde Odessa, «apiñados en la bodega como ganado, al menos setecientas personas a la vez». No obstante, desde entonces Rasputín había ascendido en el mundo. Nicolas II, que llamaba a Rasputín «nuestro amigo», había patrocinado esta peregrinación para apartarlo de San Petersburgo y desviar las crecientes críticas hacia este santo pecador, que festejaba con prostitutas, se exhibía en público y orinaba en los restaurantes. En esta ocasión, Rasputín se alojó a lo grande en la residencia palaciega del patriarca ortodoxo de Jerusalén, aunque se las daba de campeón del peregrino ordinario, expresando «el inexplicable gozo» de la Pascua: «Todo es como era: ves a la gente vestida igual que en [los tiempos] bíblicos, llevando los mismos abrigos y extrañas ropas del Antiguo Testamento, y eso me provoca el llanto». Después, sexo y bebida, actividades en las que Rasputín era un experto.

En 1911, más de diez mil rusos, sobre todo campesinos rebeldes, llegaron para celebrar la Pascua; se alojaron en los dormitorios en continua expansión del complejo ruso, rezaron en la iglesia de María Magdalena del gran duque, y en la nueva de Alexandr Nevsky, cerca de la iglesia del Santo Sepulcro.[*3] Estos visitantes desprestigiaban cada vez más a su patria: ya desde los primeros días, su cónsul había descrito al obispo Cyril Naumov como «un alcohólico y un payaso que se rodea de comediantes árabes y de mujeres». En cuanto a los peregrinos, «muchos de ellos viven en Jerusalén de un modo que no se corresponde ni con la santidad del lugar ni con el objeto de su peregrinación, y caen presa de tentaciones muy variadas».

A medida que aumentaba el número de peregrinos, éstos se dejaban llevar por la violencia y la bebida, y se hacían cada vez más difíciles de controlar: Rasputín dejó traslucir lo mucho que odiaba a católicos y armenios, y más aún a los musulmanes. En 1893, el guardaespaldas ruso de un rico peregrino había disparado contra un sacristán latino causándole la muerte, y a tres más cuando un católico le pidió que cediera el paso en la iglesia del Santo Sepulcro. «El alcohol está en todas partes, y beben porque es barato, elaborado sobre todo por las monjas armenias», explicaba Rasputín. Mucho peor era la promiscuidad: como ya hemos visto, los aristócratas podían procurarse con facilidad peregrinas rusas para sus fiestas, y algunas se quedaban junto a ellos como concubinas. Rasputín sabía de lo que hablaba cuando advertía:

¡Las religiosas no deben viajar aquí! La mayoría de ellas se ganan la vida alejadas de la Ciudad Santa. Para no entrar en detalles, ¡cualquiera que haya estado aquí entenderá cuántos errores cometen los jóvenes hermanos y hermanas! Es muy duro para ellas, están obligadas a permanecer más tiempo, la tentación es grande, el enemigo [¿católicos?, ¿musulmanes?] es tremendamente envidioso. Muchas de ellas se convierten en concubinas y en mujeres del mercado. Y te dicen que «tenemos nuestro propio rico y viejo amante», y entonces, ¡te añaden a su lista![*4]

El tráfico de placer circulaba en ambos sentidos. Stephen Graham, el periodista inglés que viajó con los campesinos peregrinos aproximadamente en la misma época de la visita de Rasputín, describía que «las mujeres árabes, a pesar de las normas, encontraban el camino del hostal y les vendían a los campesinos botellas de ginebra o de coñac. En Jerusalén abundaban ya los peregrinos y turistas, y también los saltimbanquis, cómicos y vendedores ambulantes, policías montenegrinos, gendarmes montados turcos, peregrinos a lomos de asnos, peregrinos en carretas», ingleses y estadounidenses, pero «la Ciudad Santa ha caído en manos de los rusos, armenios, búlgaros y árabes cristianos».

Los agresivos vendedores callejeros rusos pervertían a los visitantes. Phillip, «un campesino alto, de anchas espaldas, gordo, con un rostro amplio, sucio y cubierto de vello negro sin afeitar, que lucía un espeso bigote que colgaba de modo sensual sobre rojos y flojos labios», era un caso típico de «proxeneta de los monjes, revendedor de los tenderos eclesiásticos, contrabandista, inmoral y mercader de artículos religiosos» manufacturados en lo que se había dado en llamar «la factoría judía». Los sacerdotes caídos en desgracia terminaban sus días en Jerusalén en medio de «borracheras, histeria religiosa y lavando cadáveres», puesto que muchos rusos morían (felices) en Jerusalén. Mientras tanto, y sumándose a esta incendiaria mezcla, los propagandistas marxistas predicaban la revolución y el ateísmo entre los campesino rusos.

El Domingo de Ramos de la visita de Graham, mientras los soldados turcos rechazaban a los peregrinos, la multitud salía de la iglesia del Santo Sepulcro entre «un gran clamor y los estridentes chillidos de los árabes ortodoxos, que en su frenesí religioso no dejaban de gritar», hasta que de repente, «una banda de turcos con gorro rojo y de musulmanes con turbantes, lanzando un sonoro alarido, cargaron contra ellos, se abrieron paso a golpes, se arrojaron contra el portador de la rama de olivo, de la que tomaron posesión, y la rompieron en mil pedazos antes de echar a correr. Una joven estadounidense sacó unas fotografías con su Kodak. Los árabes cristianos juraron venganza». Más tarde, los rusos esperaron la Segunda Venida del «gran conquistador» en la Puerta Dorada, pero el clímax, como siempre, era el Fuego Sagrado: al emerger la llama, «los exaltados orientales se introdujeron haces de velas encendidas en el regazo, y dejaron escapar gritos de alegría y éxtasis. Cantaron como si estuvieran bajo la influencia de algún tipo de extraordinaria droga» con «un grito que guiaba: ¡Kyrie eleison: Cristo ha resucitado!». Sin embargo, «se produjo la estampida habitual» que tuvo que ser reprimida a golpe de látigo y de culatazos.

Aquella noche, Graham anotó cómo sus compañeros, «excitados, febriles y temblando como tantos otros niños», llenaban sus bolsas con tierra de Jerusalén, agua del Jordán, palmas, sudarios, estereoscopios, «¡y nos besamos los unos a los otros una y otra vez!».

Cuántos abrazos y besos esta noche; besos de cordiales labios y marañas de barbas y bigotes y patillas. Allí comenzó un día de ruidosas festividades. La cantidad de vino, coñac y arak [licor de anís] que se consumió horrorizaría a la mayoría de los ingleses. Y los bailes de los borrachos, ¡le resultarían bastante ajenos a Jesús!

Aquel año, la Pascua cristiana coincidió con la Pascua judía y con la festividad de Nabi Musa. Mientras Rasputín vigilaba la moral de la hermandad ortodoxa a cuya depravación contribuía el ajetreado Wasif, un aristócrata inglés provocaba disturbios en la ciudad y acaparaba los titulares de la prensa de todo el mundo.[3]

EL HONORABLE CAPITÁN MONTY PARKER Y EL ARCA DE LA ALIANZA

Monty Parker, un noble de veintinueve años con un plumaje de exuberantes mostachos, barba puntiaguda a lo Eduardo VII, gustos caros e ingresos mínimos, era un granuja oportunista y crédulo, siempre en busca de medios fáciles de hacer fortuna, o al menos de encontrar a alguien que le pagara sus lujos. En 1908, este antiguo alumno de Eton, hijo de un ministro del gabinete del último gobierno de Gladstone, hermano menor de lord Morley, antiguo oficial del cuerpo de guardas granaderos y excombatiente de la guerra de los Bóers, se tropezó con un adulador finlandés que le convenció de que los dos juntos podrían descubrir en Jerusalén el tesoro más valioso de la historia del mundo.

El finlandés era el doctor Valter Juvelius, maestro, poeta, y espiritista, al que le gustaba vestirse con túnicas bíblicas y descifrar códigos bíblicos. Tras trabajar durante años en el libro de Ezequiel, y alentado por unas sesiones con un vidente sueco, Juvelius creía que había descubierto lo que él llamó «el código de Ezequiel», que le había revelado que en el año 586 a. C., cuando Nabucodonosor estaba a punto de destruir Jerusalén, los judíos habían ocultado lo que él denominaba «el Archivo del Templo», el Arca de la Alianza, en un túnel al sur del monte del Templo. Ahora bien, necesitaba un hombre de acción que pudiera ayudarle asimismo a recaudar los fondos necesarios para encontrar el Arca. ¿Quién mejor que un enérgico aristócrata inglés de pocas luces pero con los mejores contactos en el Londres eduardiano?

Juvelius le enseñó su prospecto secreto a Parker, quien, entusiasmado, leyó esta revelación:

Creo que por fin he demostrado empíricamente la muy ingeniosa deducción de que la entrada al Archivo del Templo es el Aceldama, y que el Archivo del Templo permanece, sin que nadie lo haya tocado, en el lugar donde fue ocultado. Encontrar el Archivo del Templo y sacarlo del lugar en el que lleva oculto dos mil quinientos años debería ser tarea sencilla. La existencia del código demuestra que el Archivo del Templo permanece intacto.

A Parker, la tesis bien argumentada de este chiflado le convenció, aun cuando no fuera mucho más racional que la trama de El código Da Vinci. En un momento en el que incluso el káiser asistía a sesiones de espiritismo y en el que muchos creían en la conspiración judía, Juvelius no tuvo ningún problema en encontrar conversos. Tal como uno de sus seguidores le escribiría, «los judíos son, en cierto modo, una raza secretista», así que, naturalmente, habían ocultado muy bien el Arca.

Parker hizo traducir el documento en finlandés de Juvelius y encuadernarlo en un elegante folleto. A continuación, les presentó a sus colegas, un grupo de dudosa reputación de aristócratas endeudados y saltimbanquis militares,[*5] esta increíble oportunidad de hacerse con una fortuna: sin duda, este tesoro valdría al menos doscientos millones de dólares. Parker era un vendedor con mucha labia que no tardó en atraer más inversores de los que él podía manejar. Los aristócratas británicos, rusos y suecos le dieron dinero, igual que hicieron algunos ricos estadounidenses, como Consuelo Vanderbilt, la duquesa de Marlbourough. La corporación de Parker necesitaba libre acceso a la Explanada de las Mezquitas y a la ciudad de David, y Parker estaba convencido de que podría solucionar este problema mediante «generosas gratificaciones». En la primavera de 1909, Parker, Juvelius, y su guardaespaldas y chanchullero sueco, el capitán Hoffenstahl, visitaron los lugares de Jerusalén antes de zarpar hacia Estambul donde Monty, ofreciéndoles de entrada a los ministros el 50 por 100 del tesoro y un adelanto en efectivo, logró corromper a una buena parte del régimen de los Jóvenes Turcos, del gran visir abajo, y firmar un contrato entre Djavid Bey, el ministro de Finanzas, y el «honorable señor M. Parker del Turf Club de Londres».

La Puerta Sublime aconsejó a Parker que contratara a un armenio llamado señor Macasadar como su organizador y chanchullero, y envió a dos comisionados a supervisar la excavación. En agosto de 1909, el capitán Hoffenstahl recogió el «código» que le entregó Juvelius y a continuación se dirigió a reunirse con Parker y sus amigos en Jerusalén, donde instalaron su cuartel general en la fortaleza Augusta Victoria construida por el káiser en el monte de los Olivos, y se alojaron en el hotel Fast (el mejor de la ciudad). Monty y sus amigos se comportaron como un grupo de adolescentes estudiantes en una fiesta sólo para chicos, celebrando «alegres» cenas y organizando competiciones de tiro en las que utilizaban naranjas para practicar. «Una mañana, oímos ruidos poco habituales», recordaba Bertha Spafford, «y vimos a los honorables arqueólogos jugando a ser muleros corriendo junto a las mulas e imitando los gritos que solían lanzar los chicos árabes, quienes, por su parte, montaban los animales en lugar de los ingleses». La banda de Parker sobornó a muchos de los potentados de Jerusalén, compró al gobernador Azmey Pasha, contrató un enorme séquito de obreros, guías, doncellas y guardias, y empezó a excavar en la colina Ophel, el lugar que era, y sigue siendo, la piedra angular de la búsqueda de la Jerusalén antigua: Charles Warren había excavado en este lugar en 1867. Más tarde, los arqueólogos estadounidenses Frederick Bliss y Archibald Dickie encontrarían más túneles, lo que sugería que éste era el lugar en el que se ubicaba la Jerusalén del rey David. A Parker lo guiaba espiritualmente desde la distancia Juvelius, y también otro miembro de la expedición, «Lee, el lector de la mente» irlandés. Ni siquiera después de no encontrar nada, Parker perdió la fe en Juvelius.

Los judíos de Jerusalén, con el apoyo del barón Edmond de Rothschild (que financiaba su propia expedición en busca del Arca de la Alianza), afirmaron que Parker estaba profanando suelo sagrado judío. También los musulmanes estaban preocupados, pero los otomanos los mantuvieron a raya. A fin de mitigar sus sospechas, Parker contrató al arqueólogo padre Vincent, de la École Biblique, para supervisar la excavación, quien, de hecho, encontró más pruebas que demostraban que este lugar era la ubicación de un asentamiento muy primitivo. Vincent ignoraba el propósito real de la excavación.

A finales de 1909, las lluvias interrumpieron el trabajo de Parker, pero, en 1910, regresó a Jaffa a bordo del yate de Clarence Wilson, el Water Lily, y reanudó los trabajos de excavación. Los trabajadores árabes se declararon en huelga en varias ocasiones y cuando los tribunales amenazaron con darles la razón a los obreros, Monty y sus socios decidieron que sólo una deslumbrante exhibición de boato militar británico intimidaría a los nativos: decidieron enfrentarse al alcalde (el jefe del oudista Wasif) en «uniforme de gala». El capitán Duff, con casco, coraza y los guanteletes blancos de los Life Guards, el regimiento más antiguo del ejército británico, y Monty Parker vestido con una túnica escarlata y una piel de oso eran, recordaba el comandante Foley, «las atracciones estelares. ¡Causamos sensación!».

Tras despedir a los huelguistas, este desfile de sainete cruzó triunfalmente la Ciudad Vieja, encabezado, en palabras de Foley, por «una tropa de lanceros turcos, tras ellos, el alcalde y el comandante, algunos hombres santos, y a continuación Duff, Parker, yo, Wilson, Macasadar y unos gendarmes turcos en la retaguardia». De repente la mula de Duff se encabritó y se lanzó desbocada por los bazares con el capitán aferrado a ella hasta que la montura lo lanzó al interior de una tienda donde quedó enterrado bajo una montaña de cacahuetes, ante la enorme hilaridad de sus amigos. «Un viejo judío», dijo Foley, «creyó que había llegado el fin del mundo y empezó a lamentarse en yiddish».

Esta exhibición, o más probablemente estas «generosas gratificaciones», funcionaron por el momento. Parker enviaba meticulosos informes secretos a la corporación, nombrada de forma encubierta con las iniciales FJMPW, las de algunos de sus miembros, y también las cuentas de los sobornos pagados, que en su primera visita, costaron 1900 libras esterlinas. Se gastó 3400 libras esterlinas el primer año, y a su regreso en 1910, en sus cuentas pude leerse: «Pagos a los funcionarios de Jerusalén: 5667 libras esterlinas». El alcalde, Hussein Husseini, recibía 100 libras mensuales. Estos generosos sobornos debieron sin duda de resultar una bendición para los notables de Jerusalén, pero Parker cayó en la cuenta de que el gobierno de los Jóvenes Turcos era inestable y que Jerusalén era un lugar muy delicado. «Debemos ejercer la mayor cautela, puesto que el menor de los errores podría acarrearnos graves dificultades», informó. Con todo, ni siquiera él comprendió realmente que estaba jugando en la cumbre de un volcán. Cuando en la primavera de 1911 reanudó las excavaciones, Parker pagó aún más dinero, pero ahora estaba desesperado: decidió excavar en la Explanada de las Mezquitas, y sobornó al jeque Khalil al-Ansari, el custodio hereditario del Haram, y a su hermano.

Parker y su grupo, disfrazados con atuendos árabes de pantomima, se introdujeron furtivamente en la Explanada de las Mezquitas y, en el mismo recinto de la Cúpula, rompieron el suelo para excavar y llegar a los túneles secretos que había debajo. No obstante, en la noche del 17 de abril, un guardia nocturno musulmán que no podía dormir en su abarrotada casa decidió acampar en el Haram, donde sorprendió a los ingleses y echó a correr por las calles gritando que unos cristianos disfrazados estaban excavando bajo la Cúpula de la Roca.

El muftí hizo retroceder a toda la procesión del Nabi Musa y denunció esta perversa conspiración otomana y británica. Una turba, reforzada por los peregrinos llegados para Nabi Musa, corrió a defender el Noble Santuario. El capitán Parker y sus amigos salieron a galope tendido para salvar su vida y no se detuvieron hasta llegar a Jaffa. La multitud, formada por árabes y judíos mezclados, todos ellos igual de indignados, una ocasión única en la historia, intentó linchar al jeque Khalil y a Macasadar, a quienes lo único que les salvó la vida fue la intervención de la guarnición otomana que los detuvo y encarceló en Beirut, junto a los policías y los guardias de Parker. En Jaffa, Monty Parker logró llegar hasta el Water Lily, pero la policía local había sido alertada de que Parker podría llevar consigo el Arca de la Alianza. Lo registraron a él y su equipaje, pero no encontraron ningún arca. Parker sabía que no tenía escapatoria, así que confundió a los gendarmes otomanos representando el papel de gran caballero inglés: iluminó el Water Lily, anunció que iba «a ofrecer una recepción a bordo para los funcionarios de Jaffa» y, a continuación, soltó amarras y zarpó justo antes de que pudieran embarcar.

En Jerusalén, la multitud amenazaba con matar al gobernador y a cualquier británico mientras se extendían los rumores de que Parker había robado la corona de Salomón, el Arca de la Alianza y la espada de Mahoma. El gobernador, temiendo por su vida, se había ocultado. Al llegar la mañana del 19 de abril, el London Times informaba de que «en la ciudad reina un tremendo jaleo. Los comercios están cerrados, los campesinos se marchan precipitadamente de la ciudad y los rumores se extienden». Los cristianos estaban aterrados por la posibilidad de que los «peregrinos mahometanos de Nabi Musa» fueran a «asesinar a todos los cristianos», mientras que, por su parte, los musulmanes estaban petrificados porque «ocho mil peregrinos rusos estaban armados y preparados para masacrar a los mahometanos», y todos los bandos creían que «las insignias y atributos reales de Salomón» habían sido «transferidos al yate del capitán Parker».

Los europeos permanecieron en el interior de sus casas y atrancaron las puertas. «La furia del pueblo de Jerusalén era tan grande», recordaba Bertha Spafford, «que se habían apostado patrullas en cada calle». Entonces, en el último día de Nabi Musa, con diez mil jerosolimitanos en la Explanada de las Mezquitas, se desencadenó una estampida. En el aterrador pánico subsiguiente, campesinas y peregrinos salieron en masa por las murallas y corrieron hacia las puertas de la ciudad gritando «¡Masacre!». Las familias se armaron y se hicieron fuertes en sus casas. El «fiasco Parker», escribiría Bertha Spafford, «estuvo mucho más cerca de provocar una masacre de cristianos que cualquier otra cosa que hubiera ocurrido en los muchos años que llevábamos viviendo en Jerusalén». El New York Times informaba al mundo: «Desaparecido con el tesoro de Salomón. Un grupo de ingleses desaparece a bordo de un yate después de excavar bajo la mezquita de Omar: se dice que encontraron la corona del rey. El gobierno turco envía funcionarios a Jerusalén para investigar».

Monty Parker, que nunca comprendió la gravedad de todo lo sucedido, regresó en barco a Jaffa aquel otoño, pero le aconsejaron que no desembarcara «porque si lo hacía, se provocarían más disturbios». Le explicó a la corporación que se «dirigiría a Beirut» a visitar a los prisioneros. Su plan era continuar entonces «hasta Jerusalén para tranquilizar a la prensa y entrevistarme con los notables para hacerles entrar un poquito en razón y, una vez que todo se haya calmado, ¡conseguir que el gobernador le escriba al gran visir explicándole que la situación es segura y que podemos regresar!». Jerusalén nunca «entró un poquito en razón», pero Parker lo siguió intentando hasta el año 1914.[*6]

Estambul y Londres se intercambiaron quejas diplomáticas, el gobernador de Jerusalén fue destituido, los cómplices de Parker fueron juzgados y absueltos (porque no se había robado nada), el dinero había desaparecido, el tesoro era una quimera, y el «fiasco Parker» fue el telón que se cerró poniendo fin a cincuenta años de arqueología e imperialismo europeos.[4]

Jerusalén: la biografía
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