No obstante, aun en una traducción adecuada, este informe original, inspirado en gran parte en Pedro Fernández de Quirós, el piloto principal, es de difícil lectura. Su comprensión exige un conocimiento bastante cabal de la situación española e hispanoamericana de aquellos tiempos, de la navegación de fines del siglo XVI y de las costumbres de los nativos polinesios, melanesios y micronesios. Además, el autor, renuente a entrar en detalles acerca de algunos de los episodios más desdorosos, a menudo recurre a este tipo de información:
Se enviaron nueve hombres a tierra para que adquirieran alimentos. La situación llegó a un punto tal que don Diego ordenó que se disparara un arcabuz contra un marinero que había trepado al palo de mesana. El piloto principal aconsejó a doña Ysabel que se beneficiaría grandemente si el viaje terminara en paz. Todo el episodio resultó muy tonto y ya no seguiré hablando de él.
O bien:
Este no fue el único falso testimonio levantado por los descontentos; porque de otra persona se dijo otra mentira. Un amigo le dijo a uno de ellos...
De qué mentira se trataba, quién la dijo o cuál era ese amigo, sólo, podemos conjeturarlo a partir de sugerencias dadas aquí y allí.
Hice lo que estuvo de mi parte para recomponer la verdadera historia e inventé sólo en la medida en que la continuidad lo exigía; y aunque no piso terreno seguro respecto de las tensas relaciones mantenidas entre doña Ysabel y el piloto principal, algo muy semejante a la versión que doy de los acontecimientos debió de haber ocurrido. Las anécdotas religiosas del vicario son auténticas, aunque condensadas; y no tuve que inventar ni siquiera el nombre de las doncellas de doña Ysabel ni el de los hijos del colonizador Miguel Gerónimo, pues el doctor Otto Kübler encontró recientemente los verdaderos en los archivos de Sevilla.
Debo expresar aquí mi agradecimiento al doctor Kübler, que fue el que por primera vez me puso en contacto con la historia y tuvo la bondad de revisar los primeros capítulos de mi obra; a don Julio Caro, que me prestó un ejemplar del libro de Zaragoza, muy difícil de hallar actualmente, Historia del descubrimiento de las regiones australes, que escapó a la destrucción de su biblioteca durante la Guerra Civil española; a Robert Pring-Mill, por las investigaciones que llevó a cabo en Oxford; a mi vecino don Gaspar Sabater, por poner a mi disposición su enciclopedia española; a Gregory Robinson, destacada autoridad en navegación isabelina, que corrigió mis errores náuticos y a Kenneth Gay por la constante ayuda que me dispensó durante todas las etapas de la composición de la novela.