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Se hicieron los juramentos, la abdicación y la coronación tuvieron lugar con gran pompa, y los abastecedores y hoteleros de Susquehanna consiguieron más beneficios de lo que jamás habían soñado. Todos los contendientes y pretendientes al trono fueron asesinados, y Riktors pasó un año yendo de sistema en sistema para sofocar todas las rebeliones con su peculiar mezcla de brutalidad y simpatía. Después de que los primeros planetas estuvieran en paz, el populacho feliz y los rebeldes masacrados, la mayoría de las otras rebeliones se sofocaron solas.

Fue sólo al día siguiente de que los periódicos anunciaran que Riktors Ashen venía de vuelta a casa cuando los soldados aparecieron ante la puerta de la casita en Brasil donde vivían Mikal y Ansset.

—¿Cómo se atreve? —gimió Ansset lleno de angustia cuando vio a los soldados fuera—. ¡Dio su palabra!

—Ábreles la puerta, hijo mío —dijo Mikal.

—¡Van a matarte!

—Un año es más de lo que esperaba. He tenido ese año. ¿De verdad esperabas que Riktors cumpliera su palabra? No hay espacio en la galaxia para dos cabezas que conocen la sensación de la corona imperial.

—Puedo matar a la mayoría antes de que se acerquen. Si te escondes, tal vez…

—No mates a nadie, Ansset. Ésa no es tu canción. La danza de tus manos es fea sin la canción de tu voz, Pájaro Cantor.

Los soldados empezaron a aporrear la puerta, que no se derrumbó fácilmente, puesto que era de acero.

—La abrirán en un minuto —dijo Mikal—. Prométeme que no matarás a nadie. No importa a quién. Por favor. No me vengues.

—Lo haré.

—No me vengues. Promételo. Por tu vida. Por el amor que profesas hacia mí.

Ansset prometió. La puerta se abrió de súbito. Los soldados mataron a Mikal con un destello de lásers que redujo su piel a cenizas. Siguieron disparando hasta que no quedaron más que cenizas. Entonces se congregaron. Ansset les observó, conservando su promesa pero deseando con todo su corazón que hubiera en su mente algún muro tras el que pudiera esconderse. Desgraciadamente, estaba demasiado cuerdo.