15
—Este trabajo no era para un buscador —dijo el buscador.
—Lo sé —respondió Esste, y le cantó una disculpa que informó de la necesidad de la tarea.
Apaciguado, el buscador dio su informe.
—Gasté los ingresos de una década de cantores para acceder a los archivos secretos del mercado de niños. Doblay-Me es un lugar sencillo para hacer negocios. Si tienes bastante dinero y sabes a quién dárselo, puedes conseguir cualquier cosa.
—¿Lo encontraste?
—Ansset fue secuestrado. Sus padres están vivos y pagarían lo que fuera por recuperarlo. Y cuando lo raptaron, tenía la edad suficiente para conocerlos, para saber que no querían perderlo. Lo secuestraron en un teatro. El secuestrador con el que hablé es ahora funcionario del gobierno. Se dedica a los impuestos o algo así. Tuve que contratar a algunos asesinos conocidos para asustarle y hacer que me hablara. Un asunto muy desagradable. No he podido cantar durante semanas.
—¿Y sus padres?
—Son muy ricos. La madre es una mujer encantadora. El padre… sus cantos son más ambiguos. No soy un gran juez de adultos, ya lo sabes. No he tenido necesidad de serlo. Pero me dio la impresión de que había culpas de las que tenía miedo. Tal vez podría haber hecho más por recuperar a Ansset. O tal vez la culpa se debe a otro tipo de cosas, a algo completamente distinto. Según la ley, ahora que ambos sabemos esto, es un delito capital no devolver al niño.
Esste le miró, cantó unas pocas notas y los dos se echaron a reír.
—Lo sé —dijo el buscador—. En cuanto se está dentro de la Casa del Canto no se tienen padres, no se tiene familia.
—¿Los padres no sospechan nada?
—Para ellos su hijo es Byrwyn. Les dije que el niño psicótico de nuestro hospital de Murrain tenía un tipo sanguíneo diferente del de su hijo.
Llamaron a la puerta.
—¿Quién?
—Ansset —fue la respuesta.
—¿Puedo verle? —preguntó el buscador.
—Puedes verle. Pero no le hables. Y cuando salgas, cierra la puerta desde fuera. Dile al Ciego que comeré de las máquinas. Nadie debe subir. Los mensajes, que lleguen a través del ordenador.
El buscador la miró sorprendido.
—¿Por qué ese aislamiento?
—Estoy preparando al Pájaro Cantor de Mikal.
Entonces se puso en pie, se acercó a la puerta y la abrió. Ansset entró con desenvoltura llevando su manta enrollada. Miró al buscador sin curiosidad. Éste le miró también a él, pero no tan fríamente. Dos años investigando el pasado del niño le habían proporcionado una importancia inusitada a sus ojos. Pero, al contemplarle, el buscador vio la falta de expresión en la cara de Ansset, y mostrando su pena le cantó a Esste, brevemente. Ella le había dicho que no hablara. Pero algunas cosas no podían ser. No podían no decirse.
El buscador se marchó. Colocó el travesaño en su sitio, al otro lado de la puerta. Ansset y Esste se quedaron solos.
Él se quedó de pie ante ella durante largo rato, esperando. Pero esta vez Esste no tenía nada que decir. Simplemente se le quedó mirando, con la cara tan inexpresiva como la suya, aunque a causa de la edad había cierta expresión permanentemente escrita en ella y no podía, por tanto, parecer tan vacía. La espera se le hizo a Esste interminable. La paciencia del niño era mayor que la de muchos adultos. Pero, eventualmente, se le acabó. Aún guardando silencio, Ansset se dirigió al banco de piedra que había junto a uno de los postigos cerrados y se sentó.
Primera victoria.
Ahora, Esste pudo dirigirse a su mesa y ponerse a trabajar. Los papeles salían por el ordenador, mientras ella escribía a mano notas para sí; escribió algunos mensajes en clave en el ordenador. Mientras trabajaba, Ansset permaneció sentado en silencio en el banco hasta que su cuerpo empezó a sentir cansancio y frío. Entonces se levantó y se puso a caminar. No intentó abrir la puerta ni los postigos. Era como si ya se hubiera dado cuenta de que aquello iba a ser un duelo de voluntades, una prueba de fuerza entre su Control y el de Esste. Las puertas y ventanas no serían ningún escape. El único escape sería la victoria.
En el exterior empezó a oscurecer, y la luz que se filtraba a través de las rendijas de los postigos desapareció. Sólo quedó la luz de la mesa, que casi nadie veía nunca encendida: la ilusión de lo primitivo se mantenía durante todo el tiempo posible y sólo el personal y los Maestros Cantores sabían que la Sala Alta no era realmente tan desnuda y sencilla como parecía. La finalidad de aquello, sin embargo, no era crear ilusión. El Maestro Cantor de la Sala Alta era invariablemente alguien que había crecido en los helados corredores de piedra y en las Salas Comunes, Celdas y Cámaras de la Casa del Canto. Un lujo repentino no significaría ninguna comodidad, sino distracción. Así, la Sala Alta parecía desnuda excepto cuando era necesario realizar alguna moderna mejora.
Ansset estaba sentado en la penumbra, en un rincón de la Sala Alta, cuando Esste abandonó finalmente la mesa y tendió sus propias mantas en el suelo. Sus movimientos le permitieron moverse. Desplegó sus mantas en la esquina más lejana, se envolvió en ellas y se quedó dormido antes que Esste.
El segundo día transcurrió en completo silencio, igual que el tercero: Esste trabajaba la mayor parte del tiempo con el ordenador, y Ansset se sentaba, paseaba o se quedaba de pie tal como le apetecía, sin que el Control le permitiera dejar escapar un solo sonido de sus labios. Comían en silencio la comida que producía la máquina, iban en silencio al lavabo situado en una esquina, donde sus desechos eran consumidos por un alterador increíblemente costoso situado en las paredes y el suelo.
A Esste, sin embargo, le costaba concentrarse en su trabajo. Nunca había pasado tanto tiempo en su vida sin música. Nunca había pasado tanto tiempo sin cantar. Y en los últimos años nunca había estado un solo día sin escuchar la voz de Ansset. Sabía que aquello se había convertido en un vicio, pues mientras a Ansset le estaba prohibido cantar para los demás en la Casa del Canto, su voz cantaba siempre en su celda, y habían conversado muchas veces durante horas. No obstante, el recuerdo de Esste de aquellas conversaciones confirmaba su resolución. Un intelecto superior a sus años, una gran percepción de lo que sucedía en la mente de la gente, pero ningún indicio de lo que sucedía en su propio corazón. Hay que hacerlo, se decía. Sólo esto puede romper sus barreras. Y debo ser suficientemente fuerte para necesitarle menos de lo que él me necesita a mí, para poder salvarle, se gritaba en silencio.
¿Salvarle?
Sólo para enviarle a la capital de la humanidad, a su gobernante. Si para entonces no he encontrado un modo de adentrarme en su profundo pozo, Ansset nunca escapará. Allí su propia cerrazón será aplaudida, honrada, adorada. Hará carrera, pero cuando vuelva a la Casa del Canto a los quince años no quedará nada. Nunca podría enseñar; sólo cantar. Y sería un Ciego. Aquello lo mataría.
La mataría también a ella.
Y así, Esste guardó silencio durante tres días, y a la cuarta noche fue despertada por la voz de Ansset. El niño no estaba despierto. Pero la voz tenía que surgir. Cantaba en sueños, cosas sin sentido, caprichosas, la mitad eran canciones infantiles que se enseñaban a los nuevos y los Gemidos. Pero en su sueño su Control se había quebrado. Sólo un poco.
El cuarto día comenzó otra vez en completo silencio, como si hubiera que repetir la pauta eternamente. Pero durante la jornada, en algún momento, Ansset pareció tomar una decisión y, cuando la Sala Alta estaba más cálida, por la tarde, habló.
—Debes tener razones para tu silencio, pero yo no tengo razones para el mío, excepto que estás callada. Así que si sólo estabas intentando que dejara de ser testarudo y hablara, estoy hablando.
La voz estaba perfectamente controlada, los matices sugerían una rendición formal, pero ningún reconocimiento real de la derrota. Una victoria leve, sólo leve. Esste no mostró ninguna señal ante el hecho de que Ansset hubiera hablado. Sin embargo, se sentía agradecida, no tanto porque fuera otro paso hacia adelante, sino porque podía oír de nuevo la voz de Ansset. El hecho de que el niño hablara con perfecto Control estaba ligeramente más cerca de su objetivo que el que estuviera en silencio con un Control perfecto.
Al ver que ella no respondía, Ansset volvió a guardar silencio, hizo algunos ejercicios ocasionales como antes y no dijo nada durante varias horas. Pero al caer la noche, cuando Esste se tendió sobre su manta y Ansset hizo lo mismo en la suya, empezó a cantar. Esta vez no lo hacía en sueños. Las canciones habían sido elegidas deliberadamente, eran hermosas melodías que a Esste le gustaban mucho. La hacían confiar en que todo saldría bien, que las preocupaciones no tenían sentido, que Ansset no tendría problemas. Después de un rato, la hicieron creer que Ansset ya estaba bien, y que ella había estado exagerando sus miedos por su preocupación por él ante la responsabilidad aterradora a la que iba a enfrentarse.
Esste se asustó. Su Control no mostró ninguna señal externa, pero en su interior estaba furiosa consigo misma. Ansset utilizaba su voz contra ella, empleaba su don. Había sentido su preocupación y su deseo de paz y jugaba con aquello, intentando cogerla desprevenida.
Estoy fuera de mi clase, advirtió ella. Soy un Gemido que intenta cantar un dueto con un Pájaro Cantor. ¿Cómo puede compararse mi silencio con su canto como arma en esta batalla?
Ansset cantó aquella noche durante horas, y ella permaneció despierta, resistiéndose y concentrándose en los problemas y preocupaciones de la Casa del Canto: la presión que hacía Escarcha para que abriera la sección noroeste, que la Casa del Canto no utilizaba casi nunca, para buscar petróleo; las quejas que hacía Madera acerca de que los piratas usaban las islas desiertas del suroeste como bases para sus correrías en el golfo; la cuestión de dónde invertir la enorme suma que el emperador pagaría cada año por tener un Pájaro Cantor; el daño que se produciría cuando Mikal el Terrible recibiera un Pájaro Cantor y el resto de la humanidad, que siempre había creído que la Casa del Canto era la única institución inviolable que quedaba en la galaxia, perdiera su fe y pensara que a cambio de dinero, o bajo presión, hasta la Casa del Canto rebajaba sus criterios.
Todos estos pensamientos bastaban para ocupar días y semanas bajo circunstancias normales. Pero las canciones de Ansset jugaban con sus nervios y aunque no estaba completamente atrapada por ellas, tampoco podía escapar del todo. Incluso después de que Ansset se rindiera y se pusiera a dormir, Esste permaneció despierta, temiendo el día siguiente. Me preocupaba por cómo esto afectaría al niño, pensó irónicamente. Es mi Control el que está en peligro, no el suyo.
Ansset le cantó esporádicamente a lo largo del día siguiente, y Esste descubrió que, despierta, podía resistirlo mejor que con el cansancio de la noche. No obstante, la resistencia requería esfuerzos, y cuando llegó la noche estaba aún más cansada que antes, y la prueba fue aún más dura.
Sin embargo, su Control no se quebró, y aunque Ansset pudo sentir emociones que su Control escondía a otras personas, aparentemente no se dio cuenta de lo cerca que había estado del éxito. Al sexto día volvió a guardar silencio. Y mostró indicios de la tensión que experimentaba. Se ejercitó más a menudo. La miraba con más frecuencia. Y tocó dos veces la puerta.