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—El niño se está impacientando —dijo el Capitán.

—Me importa un bledo —contestó el Chambelán.

—Y Mikal también está impaciente.

El Chambelán no dijo nada. Simplemente miró al Capitán.

—Todo lo que estoy diciendo, Chambelán, es que tenemos que darnos prisa.

El Chambelán suspiró.

—Lo sé. Pero el niño es un monstruo. Estuve casado una vez, ya sabe.

El Capitán no lo sabía, pero tampoco le importaba. Se encogió de hombros.

—Tuve un hijo. Cuando tenía once años era un pequeño diablo, pero tan transparente que se podían ver claramente sus intenciones, no importaba cómo pretendiera engañarte. Incluso cuando intentaba ocultar sus sentimientos, uno podía decir exactamente qué estaba intentando ocultar. Pero este niño…

—En la Casa del Canto los entrenan para que no expresen sus emociones.

—Sí, la Casa del Canto. Me maravillo ante su capacidad de enseñanza. El niño puede ocultar las emociones que quiera. Incluso su impaciencia… Elige mostrarla, y luego no muestra nada más.

—Pero lo ha hipnotizado.

—Sólo con la ayuda de drogas. Y cuando empiezo a penetrar en su mente, ¿qué es lo que encuentro?

—Paredes.

—Paredes. Alguien ha construido bloqueos en su mente que no puedo atravesar.

El Capitán sonrió.

—E insiste en dirigir el interrogatorio usted mismo.

El Chambelán le miró.

—Para ser franco, Capitán, no me fío de sus hombres. Se supone que eran sus hombres los que tenían que vigilarle ese día.

Ahora le tocó al Capitán el turno de enfurecerse.

—¡Y usted sabe quién les ordenó mantenerse completamente fuera del alcance de la vista! Lo contemplaron todo a través de pantallas y no pudieron llegar a tiempo antes de que lo metieran bajo el agua. ¡Toda la búsqueda se desarrolló un segundo demasiado tarde!

—Ése es el problema —dijo el Chambelán—. Un segundo demasiado tarde.

—¡Ha fracasado en su investigación! ¡Mikal quiere de vuelta a su Pájaro Cantor! ¡Yo interrogaré al muchacho!

El Chambelán bajó la mirada un instante, luego se dio la vuelta.

—De acuerdo. Por mucho que me duela decirlo, espero sinceramente que tenga éxito.

El Capitán encontró a Ansset sentado en el borde de un sofá, que fluía a su alrededor. El niño alzó la mirada sin interés.

—Otra vez —dijo el Capitán.

—Lo sé —contestó Ansset. El Capitán había traído consigo una bandeja con jeringas y ampollas. Mientras preparaba la primera ampolla, le habló a Ansset. Intentaba, suponía, tranquilizar al niño, aunque era imposible saber si el niño estaba nervioso o no.

—Sabes que Mikal quiere verte.

—Y yo quiero verle a él.

—Pero has sido retenido durante cinco meses por alguien que probablemente no era amigo del emperador.

—Os he dicho todo lo que sé.

—Lo sé. Tenemos grabaciones. Creo que sabemos todo lo que hacías por las noches. Todas las palabras que te dijo la tripulación del barco. Eres un niño maravilloso. Nuestros expertos están estudiando ahora mismo el acento de la tripulación. Tu descripción acerca de sus rostros tienen ocupados a nuestros especialistas, tratando de reconstruirlos. No te has olvidado de ningún detalle. Eres un testigo ideal.

Ansset no mostró ninguna emoción, ni siquiera un solo suspiro.

—Sin embargo, tenemos que empezar de nuevo.

—El problema, Ansset, es lo que sucedió durante el día. Tienes bloqueos…

—El Chambelán me lo dijo. Ya lo sabía.

—Y tenemos que rebasarlos.

—Quiero que lo hagáis. Tienes que creerme —dijo Ansset—. Quiero saberlo. No quiero ser una amenaza para Mikal. Preferiría morir antes que hacerle daño. Pero también preferiría morir antes que marcharme.

Las palabras eran canción. La voz era llana y vacía. Ni siquiera una canción en ella.

—¿Es por causa de alguna orden de la Casa del Canto? Estoy seguro de que lo entenderán.

Ansset lo miró.

—Capitán, la Casa del Canto me aceptaría de regreso en cualquier momento.

—Ansset, una de las razones de por qué no podemos atravesar los bloqueos de tu mente es porque no nos ayudas.

—Lo estoy intentando.

—Ansset, no sé cómo decírtelo. La mayor parte del tiempo tu voz es natural y humana y reaccionas como lo haría cualquier persona. Pero luego, cuando necesitamos comunicarnos contigo más que nunca, permaneces petrificado. Eres completamente inalcanzable. No has mostrado ni una sola emoción desde que estoy aquí.

Ansset pareció sorprendido. El propio hecho de aquella leve reacción hizo que la respiración del Capitán se acelerara, excitada.

—Capitán, ¿no vas a usar drogas?

—Las drogas son el último recurso, Ansset, y aún así puedes resistirlas. Tal vez el que puso los bloqueos en tu mente te ayudó a resistirlas. Las drogas nos pueden conducir a ti sólo en parte. Y te resistes a cada paso del camino.

Ansset le miró detenidamente, como si estuviera asimilando la información. Entonces se dio la vuelta, y su voz sonó ronca cuando dijo:

—Lo que me estás pidiendo es que pierda el Control.

El Capitán no sabía nada del Control. Sólo oyó la palabra control, y no comprendió la dificultad de lo que estaba pidiendo.

—Eso es.

—¿Y es la única manera de descubrir lo que han ocultado en mi mente?

—Sí —dijo el Capitán.

Ansset guardó silencio una vez más.

—¿Soy de verdad un peligro para Mikal?

—No lo sé. Tal vez quien te secuestró te encontró tan difícil de tratar como nosotros. Tal vez no hay nada oculto en tu mente, excepto un recuerdo de quienes fueron los secuestradores. Tal vez tenían la intención de retenerte para pedir rescate y luego se dieron cuenta de que nunca escaparían con vida, y pasaron el resto del tiempo intentando ocultar quiénes eran. No sé. Pero tal vez tras esos bloqueos te hayan dado instrucciones para que mates a Mikal. Si quisieran escoger a un asesino perfecto, no podrían haber encontrado a nadie mejor. Nadie más que tú ve a Mikal en circunstancias íntimas. Nadie tiene su confianza. El propio hecho de que nos pidas que te llevemos a él, de que aceleremos el interrogatorio y le dejemos verte… Ya ves el peligro que puedes ser para él.

—Por el bien de Mikal, entonces —dijo Ansset. Y el Capitán se sorprendió al ver lo rápidamente que se quebraba el Control del Pájaro Cantor.

—Dile a Mikal —dijo Ansset, mientras su cara se retorcía de emoción y las lágrimas empezaban a aflorar— que haré cualquier cosa por él. Incluso esto.

Y Ansset lloró, grandes sollozos sacudieron su cuerpo. Lloró por los meses de miedo, culpa y soledad. Lloró por el conocimiento de que tal vez nunca pudiera volver a ver a Mikal. El Capitán contempló, incrédulo, cómo durante una hora Ansset no pudo comunicarse para nada, sólo yacer en el sofá como un niño pequeño, sollozando y frotándose los ojos. Sabía que desde las estaciones de observación los otros interrogadores estarían contemplando con asombro lo rápidamente que el Capitán había roto las barreras que ni siquiera las drogas habían podido alcanzar. El Capitán deseó que el Chambelán también estuviera mirando.

Y entonces Ansset recobró relativamente la calma, y el Capitán inició el interrogatorio, usando todos los trucos que se le ocurrían para sobrepasar las barreras. Utilizó todos los recursos posibles de los que jamás hubiera oído. Intentó todas las sutilezas que hubieran sacudido las paredes del niño con anterioridad. Pero incluso ahora, con Ansset cooperando enteramente, no podía hacerse nada. Ni siquiera en el trance más profundo podía hablar Ansset de lo que había oculto en su mente. El Capitán sólo aprendió una cosa. Preguntó, mientras interrogaba dando vueltas en torno a uno de los bloqueos:

—¿Quién colocó aquí esta barrera?

Y Ansset, tan profundamente imbuido en el trance que apenas podía hablar, dijo:

—Esste.

El nombre no significaba nada para el Capitán en ese momento. Pero aquel nombre fue lo único que consiguió. Una hora más tarde, el Chambelán y él se presentaron ante Mikal.

—Esste —dijo Mikal.

—Eso es lo que dijo.

—Esste —repitió Mikal—, es el nombre de la Maestra Cantora de la Sala Alta. Su profesora en la Casa del Canto.

—¡Oh!

—¡Esos bloqueos que tan amorosamente habéis intentado romper durante cuatro días fueron colocados hace años por sus maestros! ¡No por secuestradores en los últimos pocos meses!

—Teníamos que asegurarnos.

—Sí —dijo Mikal—. Teníais que aseguraros. Y ahora estamos seguros, naturalmente. Si las barreras fueron colocadas en su mente por su maestra, ¿por qué no puede recordar cómo pasó los días durante su cautiverio? Sólo podemos concluir que algunos de esos bloqueos fueron puestos en la Casa del Canto, y otros por sus secuestradores. ¿Pero qué podemos hacer al respecto?

—Enviar al niño de vuelta a la Casa del Canto —dijo el Chambelán.

La cara de Mikal adquirió una expresión terrible. Fue como si quisiera gritar, pero no se atreviera a decir lo que diría si se rindiera a la pasión. Así que no gritó, pero tras un momento de lucha interna, dijo:

—Chambelán, ésa es una sugerencia que no volveré a oír. Sé que puede ser necesario. Pero por ahora tendré a mi Pájaro Cantor conmigo.

—Mi señor —dijo el Capitán—, has conservado la vida durante todos estos años al no aceptar tales riesgos.

—Hasta que llegó Ansset —respondió Mikal dolorosamente— no sabía para qué estaba vivo.

El Capitán inclinó la cabeza. El Chambelán buscó un nuevo argumento, casi dijo algo, y luego lo pensó mejor.

—Traédmelo —dijo Mikal—, en corte abierta, para que todos puedan ver que acepto de nuevo a mi Pájaro Cantor. No le tendré miedo. Dentro de dos horas.

Se marcharon, y Mikal se quedó sentado, solo, delante de su chimenea, apoyando la barbilla sobre sus manos. Se estaba haciendo viejo, le dolía la espalda, e intentó cantar una tonada que el Pájaro Cantor cantaba a menudo. Su voz era vieja y cascada, y no pudo hacerlo. El fuego le escupió, y se preguntó qué pasaría si el hermoso Ansset empuñara un láser y le disparara al corazón. No sabría lo que estaría haciendo, pensó Mikal. En su corazón, servía inocente.

Pero yo seguiré estando muerto cuando haya acabado.