11
Vino te quita la mente,
bahía te roba la vida,
ciénaga te arrebata el dinero,
madera se lleva a tu esposa.
Escarcha es fría,
agua calurosa.
Altura te quiere,
Norumm no.
—¿Qué canción es ésa? —preguntó Ansset.
—Considérala una guía. Solían enseñarla a los niños de Encrucijada para burlarse de otras grandes ciudades de Tew. Ahora Encrucijada ya no es una gran ciudad. Pero las otras de las que se burlaban aún lo son.
—¿Dónde iremos?
—Tienes ocho años, Ansset —respondió Esste—. ¿Recuerdas haber vivido fuera de la Casa del Canto? ¿Recuerdas a otra gente?
—No.
—Después de esto, lo recordarás.
—¿Qué significa la canción? —preguntó Ansset.
El deslizador se detuvo entonces en el punto de transbordo, donde los vehículos de la Casa del Canto siempre se detenían y daban paso a los transportes comerciales. Esste tomó a Ansset de la mano, ignorando su pregunta por el momento. Había cosas que hacer en la taquilla, y su equipaje, por leve que fuera, tenía que ser examinado, clasificado e introducido en el ordenador para que no pudiera hacerse ninguna reclamación falsa a la compañía de seguros. Esste sabía, por los recuerdos de su primera salida de la Casa del Canto, que Ansset apenas entendía nada de lo que sucedía. Intentó explicarle unas cuantas cosas, y él pareció conformarse. El dinero, y la idea de lo que éste significaba, no le costaron mucho trabajo. La ropa le resultaba incómoda; se quitó los zapatos varias veces hasta que ella le insistió que eran imprescindibles. Esste no esperaba que se acostumbrara a la comida. Sufriría diarrea durante unos cuantos días, porque en la Casa del Canto nunca había llegado a apreciar ni a tolerar el azúcar.
Esste no se sorprendió ante la aceptación total del niño. El viaje indicaba que a Ansset le faltaba todavía un año para marcharse, y sin embargo no mostraba excitación ni interés por su destino final. Durante los dos últimos años había empezado a mostrar un poco de emoción humana en el rostro, pero Esste, que lo conocía mejor que nadie, no se dejó engañar. La emoción se manifestaba para evitar que hicieran comentarios excitados. No era real. No era más que lo que se esperaba en cada momento adecuado. Y Esste se desesperaba. Había lugares y senderos ocultos que ella misma había colocado en la mente de Ansset, y sin embargo ahora no podía alcanzarle. No podía conseguir que el niño hablara de sí mismo; no podía conseguir que mostrara ni siquiera la menor emoción inadvertida, y en cuanto a la intimidad que habían compartido en la cima de la colina que daba al lago, Ansset jamás revelaba un recuerdo, ni le permitía a ella dar unos pocos pasos en la senda que podía seguir para ponerle en un ligero trance, lo que le habría permitido conseguir algo, o al menos descubrir algún indicio.
Cuando terminó el transbordo, se sentaron a esperar el transporte, un deslizador que podía alquilar cualquiera que tuviera dinero.
Fue entonces cuando Esste decidió matar el tiempo respondiendo a la pregunta de Ansset. Si el niño se sorprendió o mostró gratitud por el hecho de que ella recordara el tema, no manifestó señal alguna.
—Vino es una de las Ciudades del Mar: Hogar, Borbotón, Lágrimas y Vino…, todas son famosas por su vino y su cerveza. Son también famosas porque exportan muy pocos productos, ya que son unos bebedores prodigiosos. El vino y la cerveza contienen alcohol. Son enemigos del Control, y no se puede cantar cuando lo has bebido.
—¿Bahía te roba la vida? —preguntó Ansset, recordando la canción, como siempre.
—Bahía solía tener la desagradable costumbre de celebrar ejecuciones públicas todos los sábados, tanto si había condenados a muerte como si no. Para evitar utilizar demasiados ciudadanos propios, usaban extranjeros. La práctica ha cesado en los últimos años. Madera tenía una especie de mercado de esposas obligatorio. Cosas muy raras. Tew es un planeta muy extraño. Por eso la Casa del Canto logró existir aquí. Éramos más normales que la mayoría de las ciudades, y por eso nos dejaron en paz.
—¿Ciudades?
—La Casa del Canto empezó siendo una ciudad donde había gente a la que le encantaba cantar. Eso es todo. Las cosas crecieron a partir de ahí.
—¿Y el resto de las ciudades?
—Escarcha está muy al norte. Agua está muy al sur. Altura es un lugar cuyo único producto es la belleza de su escenario, y vive de la gente adinerada que acude allí a acabar sus días. Norumm tiene cuatro millones de habitantes. Antes tenía nueve. Aún se creen que están superpoblados y no dejan que los visiten más que unas pocas personas cada año.
—¿Vamos a ir allí?
—No.
—«Ciénaga te arrebata el dinero». ¿Qué significa?
—Lo descubrirás por ti mismo. Es ahí adonde vamos.
Llegó el autobús, lo abordaron y se pusieron en marcha. Por primera vez en su recuerdo, Ansset veía a la gente fuera del escenario de la Casa del Canto. No había muchas personas en el autobús. Aunque ésta era la autopista principal entre Miramar y Ciénaga, la gente solía tomar los expresos, que no paraban en el apeadero de la Casa del Canto, y a menudo ni siquiera en Encrucijada. El autobús no era un expreso: paraba en todas partes.
Justo delante de ellos había una pareja con su hijo, que debía tener al menos un año más que Ansset. El niño había estado viajando demasiado tiempo y no podía contenerse.
—Madre, tengo que ir al lavabo.
—Acabas de ir ahora mismo. Quédate en tu sitio.
Pero el niño dio media vuelta y se arrodilló sobre el asiento para mirar a Esste y Ansset. Ansset contempló al niño, sin apartar la mirada de él. El niño le observaba mientras movía el trasero con impaciencia. Extendió la mano para tocar la cara de Ansset. Tal vez se trataba de un gesto amistoso, pero Ansset murmuró una rápida y áspera canción que hizo que el niño se diera la vuelta en el asiento. Cuando la madre lo cogió para llevarlo al lavabo, situado al fondo del autobús, el niño miró a Ansset aterrorizado y se mantuvo lo más alejado posible de él.
Esste se sorprendió ante lo mucho que se había asustado el niño. Ciertamente, la música había sido un reproche. Pero la reacción del niño había sido desproporcionada con respecto a la canción de Ansset. En la Casa del Canto, cualquiera podría haber entendido el canto de Ansset, pero aquí el niño debería de haberlo hecho sólo vagamente: ésa era la finalidad del viaje, aprender a adaptarse a los extraños. De alguna manera, Ansset se había comunicado con el niño y lo había hecho mejor que con la propia Esste.
¿Podía dirigir Ansset su propia música hacia una persona en concreto?, se preguntó Esste. Eso estaba más allá del hablacanción. No, no. Seguro que el niño estaba prestando más atención a Ansset que ella, y por eso la canción le había golpeado con más fuerza.
Y en lugar de preocuparse, el incidente le dio más confianza. En su primer encuentro con un externo, Ansset lo había hecho mejor de lo que se esperaba. Era la elección idónea para convertirse en el Pájaro Cantor de Mikal. Ojalá.
A pesar de que el bosque no era tan espeso como los densos árboles del Valle de los Cánticos, donde antes habían llevado a Ansset en todas sus excursiones, los árboles seguían siendo lo suficientemente altos como para resultar impresionantes, y la falta de maleza configuraba una clase diferente de belleza, una especie de templo austero donde los troncos se extendían hasta el infinito y las hojas formaban un denso techo. Ansset observaba más a los árboles que a las personas. Esste intentó imaginar qué podía estar sucediendo en la mente impenetrable del niño. ¿Evitaba deliberadamente mirar a los otros? Tal vez necesitaba eludir su extrañeza hasta que pudiera asimilarla. ¿O se sentía realmente desinteresado, le atraía más el bosque que los otros seres humanos?
Tal vez me equivoqué, pensó Esste. Tal vez mi intuición fue un error. Quizá debí dejar que Ansset cantase. Durante dos años no ha tenido más público que yo. Si el tratamiento anterior, que él prefería, le había mantenido apartado de los otros niños, la prohibición le había convertido en un paria. Ninguno sabía dónde estaba su error, y hasta después de su triunfal canción en el funeral de Nniv, nadie había oído la voz de Ansset, y todo el mundo daba por hecho que la desgracia era el castigo por algo terrible. Algunos también habían cantado al respecto en la cámara. Un niño, Ller, tuvo incluso la osadía de protestar y había cantado furiosamente que era injusto prohibir cantar a Ansset durante tanto tiempo. Pero también Ller evitaba la compañía de Ansset, como si el sufrimiento del futuro Pájaro Cantor fuera contagioso.
Si me equivoqué, concluyó Esste, el daño ya está hecho. Dentro de un año, Ansset será entregado a Mikal, esté listo o no. Ansset se presentará como la voz más exquisita que ha salido de la Casa del Canto en toda su historia. Pero entregaremos una criatura inhumana, incapaz de comunicar a otras personas los sentimientos humanos normales. Una máquina cantora.
Tengo un año, pensó Esste. Me queda un año para romper sus barreras sin romper al mismo tiempo su corazón.
El bosque dio paso a una pradera boscosa, la tierra desolada donde aún rondaban animales salvajes. El aumento de la población de Tew nunca había sido lo suficientemente grande como para que los colonizadores vinieran a establecerse en este enclave, donde los inviernos resultaban imposiblemente fríos y los veranos insoportablemente calurosos. Les faltaba una hora para llegar al Borde, un gran despeñadero de un millar de kilómetros de largo y casi uno de alto. Aquí, sin embargo, la grieta se había partido en dos y las formaciones rocosas hacían el descenso más gradual. La ciudad de Encrucijada había crecido al pie del amasijo de rocas. Pocos granjeros podían permitirse el lujo de tener deslizadores. Incluso cuando Encrucijada dejó de ser una ciudad importante, siguió teniendo renombre local.
El autobús siguió la senda tortuosa abierta en la roca siglos atrás. Era un camino abrupto, pero el autobús no lo notaba, excepto en el momento en que los baches repentinos obligaban a perder un poco de altura. Ansset siguió contemplando el paisaje, y ahora incluso Esste observó las enormes extensiones de tierras de cultivo al pie de la pendiente. Lo que en la meseta era nieve caía en forma de lluvia por debajo del Borde, y los granjeros de aquí alimentaban al mundo, como a ellos mismos les gustaba decir.
Encrucijada era una ciudad aburrida. Todos los edificios eran antiguos y la decadencia era el mensaje que ofrecían a voces los letreros estropeados y las calles casi vacías. Sin embargo, había que sacar provecho de ello. Esste llevó a Ansset a un restaurante deprimente y pagó una cena.
—Aquí, incluso los precios están deprimidos —comentó. Ansset la ignoró.
En el restaurante no había más gente que en las calles. Fuera donde fuese la gente, no lo hacía a este lugar. La comida llegó rápidamente. No era mala, pero el sabor la había abandonado en alguna parte entre la granja y la mesa. Ansset comió un poco, aunque no mucho. Esste comió aún menos, se dedicó a observar a la gente. Al principio tuvo la impresión de que todas las personas eran viejas, pero como no se fiaba de las impresiones, las contó. Sólo seis eran canosos o calvos; la otra docena eran de mediana edad o incluso jóvenes. Algunos guardaban silencio, pero la mayoría conversaba. Sin embargo, el restaurante parecía viejo y las conversaciones aburridas, y Esste se sintió un poco deprimida. Las canciones del lugar habían desaparecido, suponiendo que las hubiera habido. Sólo los lamentos eran ahora apropiados.
Y, en cuanto Esste pensó en aquello, se dio cuenta de que Ansset estaba gimiendo. El sonido era suave, pero penetrante, casi como el ruido del fondo de las máquinas que procesaban la comida en la cocina. El Control permitió a Esste refrenar su deseo de mirar a Ansset. En cambio, se dedicó a escuchar la canción. Era un eco claro del ambiente del lugar, una comprensión perfecta, pero no de la miseria, sino del aburrimiento de la gente. Gradualmente Ansset construyó un tono ascendente en su melodía, un elemento extraño y sorprendente que la hacía interesante, o que al menos hacía que la persona que lo oyera quisiera interesarse por algo. Esste supo inmediatamente qué era lo que estaba haciendo Ansset. Estaba rompiendo la prohibición. Estaba actuando. Y, una vez más, la canción no le pertenecía…, era lo que cada persona del restaurante, incluida Esste, quería oír, ansiaba sentir.
El carácter rítmico de la canción se hizo más pronunciado. Los que no habían estado conversando empezaron a hablar, las conversaciones ya iniciadas se animaron. La gente sonrió. La mujer fea que estaba en la barra se puso a charlar con el camarero, incluso a bromear. Nadie parecía advertir la canción de Ansset.
Y Ansset fue mitigando, suavizando el canto, lo dejó morir en mitad de una nota para que diera la impresión de que continuaba en el silencio. En realidad, Esste no estaba segura de si la canción había terminado o no, aunque era la única persona que la había estado escuchando con atención. Sin embargo, el efecto de la canción continuó. Esste esperó deliberadamente a ver cuánto tiempo permanecía la gente contenta. Y se marcharon del restaurante sonriendo.
—Te felicito por tu soberbia actuación —dijo Esste.
La cara de Ansset no respondió. Su voz, sí.
—Son más difíciles de cambiar que la gente de la Casa del Canto.
—Es como intentar avanzar en el agua, ¿no? —preguntó Esste.
—O en el barro. Pero puedo hacerlo.
Ni tan siquiera presunción. Sólo un reconocimiento del hecho. Pero te conozco, muchacho, pensó Esste. Estás disfrutando enormemente. Te lo estás pasando muy bien siendo más listo que yo y al mismo tiempo demostrando que puedes manejar cualquier situación. Siempre que esté fuera de ti.
El autobús les condujo a través de la noche de regreso al Borde, pero esta vez hacia el oeste, y todavía era de noche cuando llegaron a Ciénaga. Es decir, el cielo estaba oscuro. Las luces de la ciudad inundaban el terreno hasta la orilla del mar. En algunos puntos parecía que no había huecos entre las luces, como si la ciudad fuera una alfombra de luz pura, un fragmento del sol, y las nubes, por encima de ella, resplandecían brillantemente. Incluso el mar parecía relucir.
Las calles estaban tan abarrotadas, incluso antes del amanecer, que los autobuses, deslizadores e incluso scooters tenían que utilizar rampas elevadas que corrían entre los edificios. Era deslumbrante. La aglomeración de gente era frenética, desesperada, jubilosa, incluso desde el interior del autobús. Ansset siguió durmiendo después de que Esste le despertara un momento para hacer que mirara.
—Luces —dijo el niño con un tono de voz que quería decir: Prefiero dormir.
—Pueden ir arriba y dormir —dijo el encargado del hotel—. Aquí no pasa nada durante el día. Ni siquiera hay trabajo. No se puede conseguir una comida decente a menos que sea en uno de esos apestosos comedores que abren todo el día.
Pero después de sólo unas cuantas horas de sueño, Ansset insistió en que salieran.
—Quiero ver la ciudad ahora.
—Tiene mejor aspecto con luz eléctrica —le dijo Esste.
—Por eso. Por eso quiero verla ahora.
—¿Por eso? Yo preferiría descansar.
—Las camas que hay aquí son demasiado blandas —dijo Ansset—, y me duele la espalda. La comida de Encrucijada me ha hecho ir cuatro veces al lavabo, y entonces tenía mejor aspecto que en la mesa. Quiero ver la ciudad. Quiero verla cuando no está disfrazada para engañar a la gente.
Tienes ocho años, dijo Esste en silencio. Pero podrías ser también un desagradable viejo de ochenta.
—La ciudad está en el estuario del río Rutasal. La mayor parte del terreno está sólo a unos centímetros por encima del nivel del mar, y amenaza constantemente con hundirse.
Le mostró cómo la arquitectura se había adaptado a las condiciones. Todos los edificios tenían una entrada principal que se abría al aire libre en todas las plantas. A medida que el edificio se hundía, la entrada al siguiente piso entraba en uso. Había edificios cuyas azoteas estaban sólo a unos pocos centímetros del nivel de la calle… En la mayoría de los casos, otros edificios habían sido construidos ya encima de ellos.
Los letreros luminosos estaban apagados durante el día, y había muy pocas personas en la calle.
—Tan deprimente como Encrucijada —dijo Ansset.
—Excepto que Ciénaga cobra vida por la noche.
—¿Sí?
En algunas partes la basura se amontonaba en las calles. Los basureros mecánicos se abrían camino rugiendo mientras masticaban los desperdicios. Las pocas personas que había por la calle parecían haber pasado una mala noche… o se habían levantado, después de dormir muy poco. La noche anterior se había celebrado un carnaval; hoy, la ciudad era un cementerio.
Un parque. Se sentaron en un banco que se adaptó a sus cuerpos en unos instantes. Cerca, una anciana estaba sentada, con los pies metidos en un estanque. Sujetaba una cuerda que se introducía en el agua. A su lado, una fea anguila se retorcía de vez en cuando. La mujer silbaba.
Su melodía era áspera, sin tono, repetitiva. Ansset empezó a cantar la misma balada, con el mismo tono: alto, ondulante, inseguro. Se adaptó a la mujer, tono a tono, nota tras nota. Y entonces, con brusquedad, Ansset cantó una disonancia que chirrió penosamente. La anciana se dio la vuelta, al tiempo que separaba su enorme estómago del regazo. Se echó a reír, y sus pechos subieron y bajaron.
—¿Conoces la canción? —preguntó.
—¡La conozco! —chilló Ansset—. ¡Yo la escribí!
Ella volvió a reírse. Ansset se rió con ella, pero su risa fue una aguda imitación de la suya: grandes jadeos y un pequeño estallido de sonido. A la mujer le encantó oír que su risa fuera tan parecida a la suya… puesto que era la suya propia.
—¡Ven aquí! —le llamó.
Ansset se acercó a ella, y Esste le siguió, insegura de las intenciones que la mujer tenía hacia el niño. Insegura hasta que ella volvió a hablar.
—Eres nuevo aquí —dijo—. Yo sé quién es nuevo aquí. ¿Es tu madre? Un chico muy guapo. No le deje salir esta noche. Es demasiado guapo para ser un efebo. A menos que sea eso lo que tiene en mente, en cuyo caso espero que se convierta en una anguila… Por cierto, ¿quiere comprar ésta?
La anguila, como para exhibir sus encantos, se retorció obscenamente.
—Todavía no está muerta —comentó Ansset.
—Tardan horas en hacerlo. Cosa que me parece muy bien. Cuanto más se meneen, más se mean y mejor sabor tienen. El estanque está lleno de anguilas. Está conectado directamente con el sistema de cloacas. Viven en ellas. Con otras cosas peores. Ciénaga produce más mierda que nadie, la suficiente para permitir la vida a un millón de cosas como ésta. Y mientras las haya, yo no moriré de hambre.
Volvió a reírse, y Ansset se rió con ella. Entonces tomó su risa y la convirtió en una loca canción, provocando que la mujer riera con más fuerza. Esste tuvo que recurrir al Control para no echarse a reír con ella.
—El niño es un cantor.
—Tiene muchas cualidades.
—¿La Casa del Canto? —preguntó la mujer.
Era mejor mentir.
—No le aceptarían. Les dije que tenía talento, incluso genio, pero su malditos tests no encontrarían a un genio ni aunque cantara un aria.
—Muy bien. Por aquí hay un buen mercado para los cantores, y puede apostar que no de los del tipo de la Casa del Canto. Si está dispuesto a quitarse la ropa, hará una fortuna.
—Sólo estamos de visita.
—También hay un montón de sitios donde podría ganar mucho simplemente poniéndosela. Aquí hay de todo. Pero vienen ustedes de fuera de la ciudad. Todo el mundo sabe que no se entra en los parques durante el día. No hay suficientes policías para patrullarlos. Ni siquiera los monitores sirven…, sólo hay unos pocos hombres y mujeres para vigilarlos, y están muertos de sueño después de la noche pasada. La noche vive, pero el día es mortal. Es un dicho.
El sonsonete de su voz había sido igualmente expresivo. Pero Ansset aparentemente no pudo resistirlo. Captó las palabras y las repitió varias veces, cada vez con más comicidad.
—La noche vive, pero el día es mortal.
La mujer, se echó a reír. Pero sus ojos rápidamente mostraron seriedad.
—No se está mal aquí en el margen. Y nunca me molestan. Pero será mejor que tengan cuidado.
Ansset cogió la anguila y la examinó con cuidado. Los ojos del bicho parecían desesperados.
—¿A qué sabe?
—¿A qué puede saber? No come más que mierda. Sabe a mierda.
—¿Y tú la comes?
—Con especias, sal, azúcar… puedo hacer que la anguila sepa a cualquier cosa. Sigue siendo terrible, pero al menos ya no sabe a anguila. La carne de anguila es flexible. Puedes doblarla y retorcerla y hacer con ella lo que quieras.
—Ah —dijo Ansset.
Para la anciana, aquel Ah no significaba nada. Para Esste, quería decir: Soy una anguila para ti. Puedes doblarme, pero yo me resistiré.
—Vámonos —dijo Esste.
—Buena idea —contestó la mujer—. Éste no es un sitio seguro.
—Adiós —dijo Ansset—. Me alegro de conocerte.
Parecía tan contento de haberla conocido que la mujer se sorprendió y sonrió con más júbilo cuando se marcharon.