18

—Pájaro Cantor —dijo Riktors Ashen—, parece que alguien te ha enseñado nuevas canciones.

Ansset permanecía de pie entre los guardias que le apuntaban con sus lásers. El Control impedía que mostrara emoción alguna aunque ansiaba gritar por la agonía que le desgarraba por dentro. Mis paredes son profundas, ¿pero pueden contener esto?, se preguntó, y en el interior de su cabeza oyó, débilmente, una voz que le cantaba. Era la voz de Esste, y cantaba la canción del amor, y eso era lo que le permitía contener la culpa, la pena y el miedo y conservar el Control.

—Tienes que haber sido instruido por un maestro —dijo Riktors.

—Nunca… —empezó a decir Ansset, y entonces se dio cuenta de que no podía seguir hablando y conservar el Control.

—No tortures al niño, Capitán —dijo Mikal desde el lugar que ocupaba en una esquina de la sala de consejos.

El Chambelán intervino, aparentemente resignado.

—Debí de haber examinado la estructura molecular del niño y advertir las nuevas habilidades que había conseguido. Presento mi dimisión. Os ruego que toméis mi vida.

El Chambelán tenía que estar más preocupado que de costumbre, advirtió Ansset, porque se había postrado delante del emperador.

—Cierra el pico y levántate —dijo Mikal. El Chambelán se levantó con la cara gris. Mikal no había seguido el ritual. Su vida estaba aún en juego.

—Aparentemente, nos hemos abierto paso en algunas de las barreras colocadas en la mente de mi Pájaro Cantor —dijo Mikal—. Veamos cuántas.

Ansset se quedó de pie, mirando cómo Riktors tomaba un paquete de la mesa y le tendía unas fotos para que las viera. Ansset miró la primera y se sintió enfermo. No sabía por qué le obligaban a mirarlas hasta que vio la tercera y jadeó, a pesar del Control.

—Conoces esta —dijo Riktors.

Ansset asintió, mudo.

—Señala las que conoces.

Ansset señaló casi la mitad de ellas, y Riktors las comprobó con una lista que tenía en la mano, y cuando Ansset acabó y se dio la vuelta (despacio, despacio, porque los guardias con los lásers estaban nerviosos), Riktors sonrió torvamente a Mikal.

—Ha escogido todas aquellas de los que fueron secuestrados y asesinados después de que él mismo fuera secuestrado. Había una conexión, después de todo.

—Yo los maté —dijo Ansset, y su voz no era calmada. Temblaba como nadie en el palacio la había oído temblar antes. Mikal le miró, pero no dijo nada, ni hizo ningún gesto de simpatía—. Me hicieron practicar con ellos —terminó Ansset.

—¿Quién te hizo practicar? —preguntó Riktors.

—¡Ellos! Las voces… de la caja.

Ansset se esforzó por agarrarse al recuerdo que ocultaba el bloqueo. Ahora sabía porqué éste había sido tan fuerte: No hubiera soportado lo que estaba escondido en su mente.

Sin embargo, ahora estaba descubierto, y tenía que soportarlo, al menos lo suficiente para decirlo. Tenía que decirlo, aunque ansiaba que el bloqueo regresara para esconder aquellos recuerdos para siempre.

—¿Qué caja? —Riktors no estaba dispuesto a rendirse.

—La caja. Una caja de madera. Tal vez un receptor. Tal vez un grabador. No lo sé.

—¿Conoces la voz?

—Eran muchas voces. Nunca era la misma. Ni siquiera para la misma frase. Las voces cambiaban para cada palabra. Nunca podría encontrar canciones en ellas.

Ansset seguía viendo las caras de los hombres atados a los que tenía que mutilar y luego matar. Recordaba que aunque lloraba por eso, no podía resistirse, ni detenerse.

—¿Cómo te obligaban a hacerlo? —preguntó Riktors, y aunque su voz era suave, las preguntas eran insistentes y tenían que ser respondidas.

—No lo sé. No lo sé. Había palabras, y entonces yo tenía que hacerlo.

—¿Qué palabras?

—¡No lo sé! ¡Nunca lo supe!

Y Ansset empezó a llorar.

—¿Quién te enseñó a matar así? —preguntó Mikal en voz baja.

—Un hombre. Nunca supe su nombre. El último día estaba atado donde habían estado los otros. Las voces me obligaron a matarlo.

Ansset se debatía con las palabras, y la pugna se hacía más difícil porque comprendió que esta vez, cuando mató a su maestro, no había tenido que ser forzado. Le había matado porque le odiaba.

—Le asesiné.

—Tonterías —dijo el Chambelán, intentando parecer comprensivo—. Eras una herramienta.

—Te dije que te callaras —cortó Mikal—. ¿No puedes recordar nada más, hijo mío?

Ansset asintió, tomó aliento, sabiendo que aunque había perdido la ilusión del Control, eran aún las paredes del Control lo que le impedían gritar, atacar a un guardia y morir agradecido bajo la llama de un láser.

—Maté a Jefe, y a toda la tripulación que estaba allí. Faltaban algunos. Los que reconocí de las fotos de Eire. Y Ronco. Pero maté al resto, todos estaban allí en la habitación de la mesa, y yo solo los maté a todos. Lucharon conmigo como pudieron, todos excepto Jefe, que se quedó perplejo como si no pudiera creer lo que yo estaba haciendo. Tal vez nunca llegaron a saber qué era lo que aprendía en la cubierta.

—¿Y luego?

—Luego, cuando todos estuvieron muertos, oí pasos por encima mío, en la cubierta.

—¿Quién?

—No lo sé. La caja me dijo que me tumbara boca abajo y que cerrara los ojos, y lo hice, y no pude abrirlos. Entonces unos pasos bajaron las escalera y sentí un pinchazo en el brazo y me desperté caminando por una calle.

Entonces todos guardaron silencio durante unos instantes. Fue el Chambelán quien por fin habló primero.

—Mi señor, debe haber sido el gran amor que el Pájaro Cantor siente hacia vos lo que rompió las barreras, a pesar del hecho de que el Capitán estuviera ya muerto y…

—¡Chambelán! —interrumpió Mikal—. ¡Perderás la vida si vuelves a hablar sin que te lo ordene! —se volvió hacia Riktors Ashen—. Capitán, quiero que sepas cómo consiguieron esos kinshasanos pasar tu guardia.

Riktors Ashen no hizo ningún intento de excusarse.

—Los guardias de la puerta eran mis hombres, e hicieron una comprobación de rutina, sin ningún esfuerzo para investigar la posibilidad de un arma inusitada en aquellos extraños turbantes. Han sido reemplazados por hombres más cuidadosos, y los que los dejaron están en prisión, esperando lo que tú quieras.

—Lo que yo quiera —dijo Mikal—, tardará mucho tiempo en venir.

Ansset estaba recuperando el Control. Escuchó las canciones en la voz de Riktors Ashen y se maravilló de la confianza del hombre. Era como si nada de todo este asunto pudiera alcanzarle. Sabía que no era falta suya, sabía que no sería castigado, sabía que todo saldría bien. Su confianza era contagiosa, y Ansset se sintió un poco mejor.

Mikal dio claras órdenes a su Capitán.

—Habrá una rigurosa investigación en Kinshasa. Descubre cualquier relación entre el intento de asesinato y la manipulación de Ansset. Todos los miembros de la conspiración serán deportados a un mundo de clima desagradable, todos los edificios de Kinshasa serán destruidos y todos los campos, plantaciones y animales serán arrasados. Quiero que todo sea grabado en holograma para que se distribuya por todo el imperio.

Riktors inclinó la cabeza.

Entonces Mikal se volvió hacia el Chambelán, que parecía petrificado de miedo, aunque se aferraba a su dignidad.

—Chambelán, ¿qué me recomiendas que haga con mi Pájaro Cantor?

El Chambelán volvió a comportarse con mucha cautela.

—Mi Señor, no es cuestión de lo que yo piense. La disposición de vuestro Pájaro Cantor no es un asunto sobre el que yo considere apropiado daros consejo.

—Muy sensato, mi querido Chambelán.

Ansset se esforzó en conservar el Control mientras escuchaba su discusión de lo que sucedería con él. Mikal alzó la mano con el gesto que, siguiendo el ritual, perdonaba la vida al Chambelán. El alivio de éste fue visible, y en otra ocasión Ansset se habría echado a reír, pero ahora no había risas en él, y sabía que su propio alivio no llegaría tan rápidamente como en el caso del Chambelán.

—Mi señor —dijo Ansset cuando la conversación se detuvo—. Te suplico que me condenes a muerte.

—Maldición, Ansset, estoy harto de rituales —dijo Mikal.

—Esto no es ningún ritual —contestó Ansset, con voz cansada y ronca por la falta de uso—. Ni tampoco una canción, Padre Mikal. Soy un peligro para ti.

—Ya me he dado cuenta —dijo Mikal secamente. Entonces se volvió hacia el Chambelán—. Recopila las pertenencias de Ansset y prepáralo para un viaje.

—No tengo ninguna pertenencia —dijo Ansset.

Mikal le miró con sorpresa.

—Nunca he poseído nada —dijo el niño.

—Mikal se encogió de hombros y le habló nuevamente al Chambelán, —informa a la Casa del Canto de que Ansset regresa. Diles que ha interpretado maravillosamente, y que le he hecho daño al traerle a mi corte. Diles que se les pagará cuatro veces lo que acordamos antes, y que eso no es todavía suficiente para compensarles por la belleza de su regalo o por el daño que le he hecho. Encárgate. Encárgate de todo.

Entonces Mikal se volvió para marcharse. Ansset no pudo soportar ver marcharse a Mikal de aquella manera, dándole la espalda y sin siquiera despedirse de él.

—Padre Mikal —llamó Ansset. O intentó hacerlo. Pero las palabras salieron en voz baja. Eran una canción, y Ansset se dio cuenta de que había cantado las primeras notas de la canción del amor. Era todo el adiós que podía dar.

Mikal se marchó sin dar ningún signo de que le hubiera oído.