19

Era el cuarto día que Ansset atormentaba a Esste. Estaba casi oscuro afuera, y la Sala Alta se enfriaba. Ansset había dejado de cantar hacía una hora, pero no pudo moverse. Permanecía sentado en medio de la sala, miraba a Esste y tenía miedo.

Ella estaba sentada, inmóvil, con los ojos abiertos, mirando al frente pero sin ver nada. Sus manos descansaban sobre la mesa que tenía delante. No se había movido de aquella posición desde que Ansset empezó a cantar por la mañana.

Y ahora el niño estaba lleno de dudas. No comprendía qué le estaba sucediendo a la mujer. La primera vez se excitó porque la había visto cambiar. Aunque el Control la mantenía y aún permanecía en silencio, había dejado de trabajar y había perdido su capacidad de concentrarse en el ordenador de la mesa. Ansset pensaba que el fin tendría lugar al día siguiente. Pero al día siguiente ella aguantó, y al otro, y ahora el niño se daba cuenta de que Esste no iba a ceder. Sabía que aquéllas eran las canciones que la harían sentir miedo. Pero él no tenía ni idea de cuáles eran los miedos que había convocado.

Cada noche, cuando se iba a dormir, la dejaba petrificada ante la mesa; cada mañana, cuando se despertaba, ella seguía dormida entre sus mantas; luego se despertaba sin decir nada, sin apenas mirarle, se levantaba, comía, se dirigía a la mesa y empezaba a trabajar. Cada día, él empezaba a cantar y, poco después, Esste dejaba de trabajar y adoptaba su pose diaria de estudiada falta de atención.

¿Qué le estoy produciendo que no puedo ver en su cara?

Ansset se sentía intranquilo, sabía que tenía que actuar. Se detuvo (Control), y cuando se levantó lo hizo lentamente (Control) y no se puso a caminar de un lado a otro, sino que se dirigió directamente hacia un postigo y trató de abrirlo. Al hacerlo, comprendió que aquello era un signo de que su propio Control estaba flaqueando. Ante esta idea, se percató instantáneamente de las paredes de roca que había en su interior, el lago profundo y plácido que crecía dentro de ellas. Sin embargo, algo se agitaba en el fondo del lago.

Tocó la fría pared de piedra entre las ventanas y oyó el gemido del viento en el exterior. Tal vez se acercaba la primera tormenta del otoño. ¿Por qué le había traído Esste aquí?

¿Qué era lo que intentaba conseguir?

¿Qué le he hecho?

Examinó el lago, muy profundamente, y empezó a comprender qué era lo que le sucedía. Después de once días en la Sala Alta, comenzaba a tener miedo. Las cosas estaban fuera de su control. No podía marcharse. No podía obligar a Esste a que hablara, ni siquiera a llorar ni a mostrar indicio alguno de lo que sentía. (¿Por qué es tan importante que muestre signos de sentimientos?). Y ahora, sentía cosas dentro de las paredes de su Control que no pertenecían a aquel lugar. El miedo se sacudió en el fondo de su alma. Miedo no sólo a lo que pudiera sucederle a él en la Sala Alta, sino de lo que pudiera haberle hecho a Esste. No podía expresarlo con palabras, pero se daba cuenta de que si algo le sucedía a ella, también le sucedería algo a él. Había una conexión. De alguna manera, estaban ligados, eso creía él. Y al despertar los miedos de Esste habían despertado también los suyos propios. Estaban al acecho. Estaban dentro de sus paredes y no sabía cómo controlarlas.

Háblame, Esste, dijo en silencio. ¡Háblame y enfádate conmigo, exígeme que cambie, pégame, alábame o canta cosas sin sentido sobre las ciudades de Tew, pero deja de esconderte de mí!

Ella no parecía viva, ni humana. Su rostro continuaba inexpresivo, su cuerpo, inmóvil. Los seres humanos se movían. Sus caras expresaban cosas.

No romperé el Control.

—No romperé el Control —cantó en voz baja.

Pero en el momento de cantarlo supo que no era cierto, y el miedo se agitó en su interior.