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Una máquina enseñando a otra máquina. Las palabras dejaron un amargo recuerdo que acompañó a Esste durante todos los preparativos del funeral. Una máquina. Bueno, en un sentido era completamente cierto, y absolutamente falso en otro. Las máquinas eran las personas que no tenían el Control, aquellos cuya voz revelaba todos sus secretos y ninguna de sus intenciones. Pero yo me controlo a mí misma, cosa que ninguna máquina puede hacer.

Sin embargo, entendía bien lo que Kya-Kya había querido decir. Claro que lo entendía, y por eso le asustaba lo perfectamente que Ansset había aprendido a dominar el Control siendo tan joven. Le observó mientras cantaba en el funeral de Nniv. No era el único cantor, pero sí el más joven, y el honor era inmenso, casi sin precedentes. Hubo un murmullo cuando se puso en pie para cantar. Pero cuando terminó, nadie tuvo la menor duda de que se merecía aquel honor. Sólo los nuevos, los Gemidos y unos pocos Campanas estaban llorando: No era correcto que en el funeral de un Maestro Cantor se perdiera el Control. Sin embargo, la canción reflejaba pena, amor y añoranza al mismo tiempo, el respeto de todos los presentes, no sólo hacia Nniv, que estaba muerto, sino hacia la Casa del Canto, que había ayudado a mantenerlo vivo. Oh, Ansset, eres un maestro, pensó Esste, pero también advirtió cosas que no había percibido con anterioridad: cómo su rostro se mostraba impasible antes y después de cantar: cómo su cuerpo permanecía rígido, concentrándose en conseguir el tono preciso. Nos manipula, pensó Esste. Nos manipula pero no lo hace ni con la mitad de perfección con que se manipula a sí mismo. Advirtió cómo el niño percibía la más mínima agitación, cada mirada del público, cómo se nutría de ella y la devolvía multiplicada por cien. Ansset es un espejo que amplifica, pensó Esste. Eres un espejo que amplía, tomando el amor que recibes y lo devuelves con más fuerza que antes, pero sin nada de dentro de ti. No eres completo.

Ansset se aproximó al lugar donde Esste estaba sentada y tomó asiento junto a ella. Tenía ese derecho, puesto que Esste era su maestra. Ella no dijo nada, pero suspiró de una manera que decía a los sensibles oídos del niño: Bien, pero con defectos. La crítica, inesperada e inmerecida, no cambió la expresión de Ansset. Sólo contestó con un gruñido que significaba: No hacía falta que me lo dijeras. Ya lo sabía.

Control, pensó Esste. Desde luego, has aprendido el Control.