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Le he suplicado y ella no me ha respondido. Los monstruos se mueven en mi interior y ella no me ayuda. Necesito ayuda. Todos los monstruos del mundo están en mi interior y no en el exterior, me han engañado y me han atrapado y están dentro de mis murallas, no fuera, dentro de mí y ella no quiere ayudarme. Cuando dejo de pensar en un músculo, el músculo tiembla. Cuando dejo de pensar en un miedo, el miedo se apodera de mí. Me estoy ahogando, pero el lago sigue haciéndose más y más profundo y no sé cómo salir, las paredes se alzan eternamente y no puedo escalarlas y no puedo salir y ella no quiere hablarme.

Ansset apretó la cara contra la madera de la puerta hasta que le hizo daño, y el dolor le sirvió de ayuda.

Recordó. Recordó estar cantando. Pudo oír todas las voces. Oía la voz de Esste criticando sus canciones. Oía a los otros niños de la Cámara, las voces en su clase de Brisas, en su clase de Campanas y en su clase de Gruñidos. Voces en las comidas. Voces en el lavabo. Las voces de los extranjeros en Encrucijada y Ciénaga. La voz de Rruk mientras le ayudaba a aprender cómo se hacían las cosas en la Casa del Canto. Todas las voces le cantaban a la vez, pero sólo había una a la que no podía reconocer, que no podía oír claramente, una voz oscura y distante que no comprendía.

Sin embargo, no era una voz de la Casa del Canto. Era ronca y cruda y la canción carecía de sentido y estaba vacía. Pero no estaba vacía, estaba llena. No carecía de significado, porque sabía que si podía oír la canción una vez, oírla realmente a través del estrépito de las otras voces, aquello podría ayudarle, la canción podría significar algo para él. Y en cuanto a su rudeza y su naturaleza ronca, la canción que intentaba oír no le irritaba. Le hacía sentir cómodo como cuando dormía, cuando comía, como la satisfacción de todos los deseos miserables. Se esforzó por oír, apretó la cara contra la madera, pero la voz no llegaba a sus oídos con claridad.

No lo hizo durante horas, y Ansset restregó la cara contra la madera, y se arrojó al suelo de piedra, para que el dolor pudiera librarle de las otras voces que había en su mente y le permitiera oír la única voz que buscaba, porque aquélla era la voz que le salvaría del terror que nadaba cada vez más cerca de la superficie donde él observaba y esperaba indefenso.