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Susquehanna no era la ciudad más grande de la Tierra; había un centenar de ciudades mayores. Tal vez más. Pero Susquehanna era ciertamente la ciudad más importante. Era la ciudad de Mikal, construida por él en la confluencia de los ríos Susquehanna y Susquehanna Occidental. Estaba formada por el palacio y sus terrenos, las casas de todas las personas que trabajaban en palacio y las instalaciones para albergar los millones de huéspedes que cada año acudían a la corte. No había más de unos cien mil residentes permanentes.

La mayoría de las oficinas del gobierno estaban localizadas por toda la Tierra, de forma que ninguna parte más que otra fuera el centro del planeta. Con comunicaciones instantáneas, nadie necesitaba estar más cerca. Y así Susquehanna parecía más bien una comunidad suburbana normal… un poco más rica que la mayoría, un poco mejor diseñada, pavimentada, iluminada, tal vez, sin ningún residuo industrial ni signos de pobreza, ni decaimiento.

Era sólo la tercera gran ciudad que Ansset había visto en su vida. Carecía de la violenta excitación de Ciénaga, pero tampoco era aburrida, como Encrucijada. Y la vegetación tenía un verde más profundo que el de Tew, de modo que allí donde los bosques no destacaban y las montañas eran suaves y bajas, la impresión era de exuberancia. Como si el mundo que había cobijado a la humanidad estuviera ansioso por demostrar que aún era fecundo, que la vida podía nacer en su interior sin malgastar nada, que la humanidad no era su única sorpresa, el único truco con que había sorprendido al universo.

—Es un lugar lleno de orgullo —dijo Ansset.

—¿Qué, la Tierra? —preguntó Riktors Ashen.

—¿Qué he visto de la Tierra?

—Todo el planeta es así. Mikal no diseñó esta ciudad, ¿sabes? Fue un regalo.

—¿El planeta entero es así de hermoso?

—No. Altivo. Con la nariz al aire. La gente de la Tierra está muy orgullosa de ser el «centro de la humanidad». El corazón, vaya tontería. En el margen, eso es lo que son, y un margen loco, si quieres saber mi opinión. Se aferran a sus insignificantes identidades nacionales como si fueran religiones. Es un lugar terrible para una capital… este planeta está más fragmentado que el resto de la galaxia. Hay incluso movimientos independentistas.

—¿Para independizarse de qué?

—De Mikal. De su planeta capital, y piensan que sólo una porción del planeta debería librarse de él —rió Riktors.

Ansset estaba completamente sorprendido.

—¿Pero cómo pueden dividirlo? ¿Pueden coger un trozo del planeta y llevarlo al espacio? ¿Cómo pueden ser independientes?

—Eso mismo pienso yo.

Viajaban en deslizador, desde luego, un vehículo completamente transparente a excepción del panorama que se abría bajo sus pies, pues de otro modo podrían haberse mareado. Tardarían una hora en llegar al aeropuerto de la ciudad, pero ya podían ver el palacio, una mezcla de algo que parecía ser piedra, con un estilo extraño e intrincado, de aspecto sutil y delicado y tan sólido como el planeta mismo.

—La mayor parte es subterránea, por supuesto —dijo Riktors.

Ansset contempló la aproximación al edificio sin decir nada. A Riktors se le ocurrió que tal vez el niño estaría nervioso, temeroso del inminente encuentro con el emperador.

—¿Quieres saber cómo es? —preguntó.

Ansset asintió.

—Viejo. En el oficio de Mikal, son pocos los hombres que llegan a viejos. Ha habido más de ocho mil atentados contra la vida del emperador. Desde que se estableció en la Tierra.

Ansset no manifestó emoción alguna hasta un instante más tarde, pero luego lo hizo con una canción, un breve canto sin palabras que expresaba su sorpresa. Entonces, para que Riktors pudiera comprenderle, dijo:

—Un hombre al que tanta gente quiere ver muerto… ¡Tiene que ser un monstruo!

—O un santo.

—Ocho mil…

—Cincuenta estuvieron cerca. Dos consiguieron herir al emperador. Como comprenderás, hay dispositivos de seguridad que siempre lo rodean. La gente llega a todos los extremos para matarle. Por tanto, tenemos que lograr la máxima protección para intentar protegerle.

—¿Cómo un hombre así consiguió ganar el derecho de tener un Pájaro Cantor? —quiso saber Ansset.

La pregunta sorprendió a Riktors. ¿Comprendía realmente Ansset su propio carácter único en el universo? ¿Era tan vanidoso por el hecho de ser un Pájaro Cantor que se maravillaba de que el emperador pudiera disponer de uno? No, decidió Riktors. El niño acababa de ser nombrado Pájaro Cantor poco antes de emprender el vuelo que le traería aquí. Aún pensaba en los Pájaros Cantores como algo ajeno a sí mismo. ¿O no?

—¿Ganar el derecho? —repitió Riktors, pensativo—. Fue hace muchos años a la Casa del Canto y lo pidió. Según la historia que he oído, pidió cualquier cosa, un Pájaro Cantor, un cantante, cualquier cosa. Porque había oído una vez a un Pájaro Cantor y no podía vivir sin la belleza de su música. Y habló con el viejo Maestro Cantor, Nniv. Y con la nueva, Esste. Y le prometieron un Pájaro Cantor.

—Me pregunto por qué.

—Ya había cometido numerosas matanzas. Su reputación le precedía. Dudo que se dejara engañar por eso. Tal vez vieron algo en su interior.

—Por supuesto que lo hicieron —dijo Ansset, y su voz increpó suavemente de modo que de repente Riktors se sintió joven y vagamente reprendido por el niño que tenía al lado—. Esste no habría cometido un error.

—¿No?

El abogado del diablo, pensó Riktors. ¿Por qué siempre juego el papel contrario?

—Se rumorean cosas por todo el imperio, ¿sabes? Dicen que la Casa del Canto se ha vendido al enviarte a Mikal.

—¿Vendido? ¿Por qué precio? —preguntó Ansset suavemente. Y Riktors notó la burla que había en la pregunta.

—Todo tiene un precio. Mikal está pagando por ti más de lo que hace por una docena de naves de la flota. Has salido caro.

—He venido a cantar. Y si Mikal hubiera sido pobre, pero la Casa del Canto hubiera decidido que merecía tener un Pájaro Cantor, entonces le habrían pagado para que me aceptara.

Riktors alzó una ceja.

—¿No eres un poco joven para saber de historia? —preguntó Riktors, divertido.

—¿Qué familia no sabe de su propio pasado?

Por primera vez, Riktors advirtió que el aislamiento de la Casa del Canto no era sólo una técnica o una fachada para mantener el respeto. Ansset, y por extensión todos los cantores, no sentían realmente igualdad en relación al resto de la humanidad. Al menos no una igualdad próxima.

—Son todo para ti, ¿no? —preguntó Riktors.

—¿Quiénes? —respondió Ansset, y entonces llegaron. Daba lo mismo. La palabra de Ansset fue helada y Riktors no habría conseguido la respuesta que quería. El niño era hermoso, especialmente ahora que las cicatrices y los arañazos habían sanado por completo. Pero no era normal. No podía ser tocado como los otros niños. Riktors se enorgullecía de hacerse fácilmente amigo de los niños. Pero Ansset, decidió, no era un niño. Llevaban días viajando juntos, y lo único que su relación había revelado a Riktors era el hecho de que no tenían relación ninguna. Riktors había visto a Ansset con Esste, y evidenció el amor tan fuerte como el rugido de los motores en la atmósfera. Pero aparentemente el amor tenía que ser ganado. Riktors no lo había conseguido.

Mucha gente le había odiado. Era un hecho que nunca le había molestado antes, pero que, más que ninguna otra cosa, quería que este niño le amara. Como había amado a Esste.

Imposible. ¿Qué es lo que estoy pidiendo?, se preguntó Riktors. Ansset le cogió entonces de la mano y salieron del deslizador juntos, dirigiéndose a la puerta y Riktors sintió que la poca intimidad que habían compartido se esfumaba. Lo mismo podría estar en Tew, pensó Riktors. Está a años luz de distancia, aunque vaya de mi mano. La Casa del Canto le tiene asido de una forma que nunca cederá.

¿Por qué demonios estoy celoso?

Y Riktors se sacudió por dentro y se maldijo por haber dejado que la Casa del Canto y este Pájaro Cantor le hubieran hechizado de aquella forma. El Pájaro Cantor está entrenado para conquistar el amor. Por tanto, no le amaré. Y, en cuanto tomó la decisión, se hizo casi real.