8
Ansset se despertó cuando caminaba por una calle.
—¡Quítate de en medio, chavalín! —gritó un rudo acento tras él, y Ansset se echó a la izquierda mientras un brazo rozaba su brazo derecho. Salchichas, clamaba un cartel en la cabina junto al conductor.
Ansset fue asaltado por un terrible vértigo cuando advirtió que no estaba en la celda de su cautiverio y que estaba completamente vestido, aunque no con las ropas de la Casa del Canto. Estaba vivo y libre de sus secuestradores, y la inmensa alegría que sintió al darse cuenta de ello quedó inmediatamente truncada por un destello de la vieja culpa. Las confundidas emociones en conflicto y lo repentino de su liberación fueron demasiado para él, y durante un momento excesivamente largo se olvidó de respirar, y el oscuro suelo se inclinó hacia los lados, corrió hacia él, le golpeó…
—Eh, chico, ¿estás bien?
—¿Te atropello ese malnacido, chaval?
—Tengo la matrícula del coche. ¡Podemos cogerle!
—Se está recuperando.
Ansset abrió los ojos.
—¿Qué lugar es éste? —preguntó en voz baja.
Vaya, esto es Northet, dijeron.
—¿A qué distancia está el palacio? —preguntó Ansset, recordando vagamente que había oído que Northet era un suburbio de Hisper.
—¿El palacio? ¿Qué palacio?
—El palacio de Mikal… Tengo que ir con Mikal…
Ansset intentó levantarse, pero la cabeza le dio vueltas y se tambaleó. Unas manos le sujetaron.
—El chaval está borracho, eso es lo que le pasa.
—El palacio de Mikal…
—Está sólo a sesenta kilómetros, chico. ¿Les digo que te preparen la cena?
El chiste hizo que los demás estallaran en risas, pero Ansset había recuperado el control y se zafó de las manos que le sujetaban, poniéndose de pie. La droga que le había mantenido inconsciente casi había dejado de hacerle efecto.
—Buscadme a un policía —dijo Ansset—. Mikal querrá verme de inmediato.
Algunos siguieron riéndose, pero otros miraron al muchacho atentamente, advirtiendo tal vez que hablaba con precisión, con acento extranjero, y que su aspecto no era el de un chico de la calle.
—¿Quién eres, muchacho? —preguntó uno.
—Soy Ansset. El Pájaro Cantor de Mikal.
Le miraron y se dieron cuenta de que la cara era la que aparecía en los periódicos; la mitad salió corriendo para alertar a las autoridades que pudieran encargarse de la situación, mientras que la otra mitad se quedó mirándole la cara, para captar lo hermosos que eran sus ojos, para conservar aquel momento y así poder contárselo a sus hijos y a sus nietos. Vi a Ansset en persona, al Pájaro Cantor de Mikal, dirían, y cuando sus hijos preguntaran cómo era el Pájaro Cantor de Mikal, contestarían: ah, era hermoso, pero era el más valioso de todos los tesoros de Mikal el Terrible, la cara más dulce que jamás hayáis visto, y cantaba canciones que podían arrancar lluvia del cielo o una flor de lo más profundo de la nieve.
Extendieron las manos, y Ansset las tocó, y les sonrió, y se preguntó cómo querían que actuara… ¿cohibido por su reverencia o acostumbrado a ella? Leyó las canciones de sus voces mientras murmuraban Pájaro Cantor, y gracias, y encantador. Y decidió que querían que representara su papel, que fuera hermoso y gracioso y distante para que su adoración no quedara interrumpida.
—Gracias —dijo Ansset—, gracias. Todos me han ayudado. Gracias.
Llegaron los policías, disculpándose por lo sucio que estaba su deslizador, que era el único que había en la comisaría, y rogándole que tomara asiento. No le llevaron a la central, le condujeron a un embarcadero, donde esperaba un volador de palacio. El Chambelán salió de su interior.
—Sí, es él —le dijo a la policía, y entonces alargó la mano hacia la cabeza de Ansset—. ¿Estás bien?
—Eso creo —contestó el Pájaro Cantor, repentinamente, consciente de que podía haber algo malo en él. Entró en el volador, las puertas se cerraron, el suelo pareció separarse de él y en un momento se encontró en el aire, de camino al palacio. De camino a Mikal.