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—Cull, estás por encima de estas cosas —dijo Esste, con pena, comprensión y reproche—. Eres un buen maestro, y por eso se te confían los nuevos.
—Lo sé —contestó Cull—. Pero, Esste…
—Lloraste durante varios minutos antes de recuperar el Control. Cull, ¿has estado enfermo?
—No.
—¿Eres desgraciado?
—No, no hasta… después. No lloré de pena, madre Esste. Lloraba…
—¿Por qué?
—Lloraba de alegría.
Esste murmuró exasperación y pareció no entender.
—El niño, Esste, el niño.
—¿Ansset? ¿El rubio?
—Sí. Le canté confianza y me la repitió.
—Es prometedor, entonces. Y perdiste el Control delante de él.
—Eres impaciente.
Esste inclinó la cabeza.
—Lo soy.
Su postura reflejaba vergüenza. Su voz decía que aún estaba impaciente y sólo un poco avergonzada después de todo. No podía mentirle a un maestro.
—Escúchame —suplicó Cull.
Te estoy escuchando, dijo el suspiro tranquilizador de Esste.
—Ansset me cantó nota por nota mi confianza, perfectamente. Casi durante un minuto, y no era fácil. Y no cantó sólo la melodía, sino que interpretó el tono, el matiz. Cantó todas las emociones que le había dicho, excepto que más fuerte. Fue como cantar en una gran sala y escuchar que el sonido es devuelto con un tono más alto de lo que tú lo has cantado.
—¿No exageras?, preguntó el canturreo de Esste.
—Me quedé anonadado. Y al mismo tiempo deleitado, porque supe en ese mismo instante que teníamos a un auténtico prodigio. Alguien que podría convertirse en un Pájaro Cantor…
Cuidado, cuidado, dijo el siseo que brotó de la boca de Esste.
—Sé que no es decisión mía, pero no oíste su respuesta. Es su primer día, su primera lección… y eso no fue nada, nada en absoluto con lo que sucedió después. Esste, me cantó la canción del amor. Rruk sólo se la cantó una vez, ayer. Pero él me la cantó entera…
—¿Con palabras?
—Sólo tiene tres años. Cantó la melodía y el amor. Esste, Madre Esste, nadie me ha cantado nunca un amor así: incontrolado, completamente abierto, totalmente entregado, y no pude contenerme. No pude, Esste, y sabes que nunca había perdido el Control antes.
Esste oyó la canción de Cull y supo que el maestro instructor no estaba mintiendo para protegerse. El niño era notable. Era poderoso. Esste decidió que tenía que verlo.
Después de conocerlo, en el transcurso de un breve encuentro en la Cocina durante el desayuno, decidió ser la instructora del niño. En cuanto a Cull, la consecuencia de su pérdida del Control fue mucho menos grave que de costumbre, y mientras enseñaba a Ansset día a día, dio órdenes de que Cull promocionara paso a paso hasta que pocas semanas después volvió a ser maestro de los nuevos, y Esste hizo correr la voz de que nadie debería criticar a Cull.
—Con este niño, cualquier maestro habría perdido el Control.
Por la manera en que Esste andaba, como si bailase, y por el calor de su voz, todos los profesores y maestros, incluso el propio Maestro Cantor de la Sala Alta, advirtieron que ella por fin suponía, y quizás incluso creía, que el trabajo de su vida estaba a su alcance.
—¿El Pájaro Cantor de Mikal? —se atrevió a preguntarle un día otro Maestro Cantor, aunque su melodía anunciaba que no tenía por qué contestarle si no quería.
Ella sólo canturreó fuertemente en su cabeza y la apoyó contra la piedra, poniéndose la mano en la cara para que el Maestro Cantor se riera. Pero éste obtuvo su respuesta. Podía bromear y tratar de esconder sus esperanzas, pero sus juegos y payasadas eran un mensaje suficiente.
Esste era feliz, hasta tal punto que incluso asombró a los niños.