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Ansset estaba tendido en el regazo de Esste, asiéndole el pelo frenéticamente, cuando por fin dejó de tiritar, y abrió lentamente la boca, y sus ojos por fin se aclararon y la vio.
—Mamá —lloró, y no había canción en su voz, sólo infancia.
Esste abrió la boca, y las lágrimas bañaron sus ojos y al parpadear cayeron sobre las mejillas del niño.
—Ansset, mi único hijo —cantó desde lo más profundo de su corazón.
El niño lloró y se aferró a ella, y Esste balbuceó palabras sin significado, le cantó sus canciones más tranquilizadoras y le abrazó con fuerza. Yacían en las mantas de la Sala Alta mientras la tormenta estallaba en el exterior. Y mientras sostenía contra su hombro su cara magullada y cortada, también Esste lloró. Porque dos lugares ocultos habían sido sondeados, y ella no sabía ni le importaba cuál había sido el logro más importante. Había encerrado a Ansset en el silencio de la Sala Alta para curarle. Él le había devuelto el favor y ahora ella también estaba curada.