la chica del cumpleaños

Huelga decir que Penelope no llegó a ir al Eisteddfod, no llegó a ensayar ni a recorrer esa ciudad de tejados aguamarina. Se quedó en la Westbahnhof, en el andén, sentada en su maleta y con los codos en las rodillas. Sus dedos limpios y livianos tocaban los botones de su vestido azul de lana, y cambió su billete de vuelta por uno para regresar antes a casa.

Horas después, cuando el tren estaba a punto de salir, se puso en pie. Un revisor, sin afeitar, con sobrepeso, se asomó desde la puerta del vagón.

Kommst einer?

Penelope solo lo miró, afligida de indecisión y retorciéndose uno de esos botones, el del centro del pecho. Su maleta estaba ante ella. Un ancla a sus pies.

Nah, kommst du jetzt, oder net?! —El desaliño del hombre tenía algo de encantador—. ¿Vienes o no? —Incluso sus dientes estaban estibados con holgura. Se inclinó como un colegial y no hizo sonar un silbato, sino que exclamó hacia la cabeza del tren—: Geht schon! —Y sonrió.

Sonrió con su amplia boca de dientes tintineantes, y Penelope sostuvo entonces el botón ante sí, en la palma de su mano derecha.


Tal como había previsto su padre, sin embargo, lo consiguió.

No era más que maleta y vulnerabilidad y, exactamente como había predicho Waldek, salió adelante.

Había un campamento en una plaza llamada Traiskirchen, que era un ejército de literas y lavabos con oscuros suelos color vino. El primer problema fue encontrar el final de la cola. Suerte que tenía muchísima práctica; la Europa del Este le había enseñado a esperar su turno. El segundo problema, una vez dentro, fue vadear la charca de rechazo en la que se metió con los pies hasta los tobillos. Aquello sí que eran aguas agrestes; resultó ser una prueba de coraje y resistencia.

Las personas de la cola estaban cansadas e inexpresivas, y cada una temía muchas posibilidades, pero una por encima de todas las demás. Bajo ningún concepto podían devolverlas a casa.

Cuando Penelope llegó, la interrogaron.

Le tomaron las huellas, la interpretaron.

Austria era básicamente un lugar de asentamiento temporal y, en la mayoría de los casos, tardaban veinticuatro horas en hacerte los trámites y enviarte a un hostal. Allí esperabas la aprobación de otra embajada.

Su padre había considerado muchas cosas, pero no que el viernes sería un mal día para llegar. Conllevaba tener que aguantar el fin de semana en ese campamento, que no era una fiesta que dijéramos. Pero Penelope aguantó. Al fin y al cabo, como explicaba ella misma, tampoco fue un infierno, sobre todo comparado con lo que soportaba otra gente. Lo peor era no saber.


La semana siguiente tomó otro tren, esta vez hacia las montañas, hacia otra serie de literas, y Penelope empezó la espera.

Estoy seguro de que podríamos haber escarbado más en los nueve meses que pasó allí, pero ¿qué sé yo, en realidad, de todo ese tiempo? ¿Qué sabía Clay? Resulta que la vida en las montañas era uno de los pocos períodos de los que Penelope no contaba mucho… Cuando lo hacía, sin embargo, hablaba con sencillez y belleza, y supongo que también lo que podría considerarse tristeza. Tal como se lo expuso una vez a Clay:

Hubo una breve llamada telefónica y una vieja canción.

Apenas unos retazos para explicarlo todo.


Durante los primeros días había visto a otras personas llamar desde una vieja cabina telefónica que había en la carretera. Se alzaba como un objeto extraño junto a la vastedad del bosque y el cielo.

Era evidente que la gente llamaba a casa; tenían lágrimas en los ojos y, a menudo, después de colgar les costaba salir de allí.

Penelope, como muchos, dudaba.

Se preguntaba si sería seguro.

Había oído bastantes rumores de que el gobierno pinchaba los teléfonos para que cualquiera se lo pensara dos veces. Como ya he dicho antes, eran los que se quedaban atrás quienes recibían el castigo.

Lo que la mayoría de ellos tenían de su parte era que supuestamente se habían marchado para una temporada más larga. ¿Por qué no iban a llamar a casa durante las semanas que estaban fuera? Para Penelope no era tan sencillo; ella ya debería haber regresado. ¿Pondría a su padre en peligro con una llamada? Por suerte estuvo merodeando por allí el tiempo suficiente para que un hombre llamado Tadek se fijara en ella. Tenía una voz, y un cuerpo, como los árboles.

—¿Quiere llamar a casa, joven?

Al ver que era reacia a hablar, fue a tocar la cabina, como para demostrarle que no le haría ningún daño.

—¿Hay alguien de su familia en el movimiento? —Y luego, aún con más exactitud—: ¿Solidarność?

Nie.

—¿Alguna vez ha molestado a quien no debía, si sabe lo que quiero decir?

Entonces ella negó con la cabeza.

—Ya me parecía a mí que no. —Sonrió mucho, como si le hubiera tomado prestados los dientes al revisor de tren austríaco—. Muy bien, pues déjeme preguntar. ¿Son sus padres?

—Mi padre.

—¿Y está segura? ¿De verdad no ha causado ningún problema?

—Estoy segura.

—¿Y él?

—Es un viejo conductor de tranvía —contestó— que apenas habla.

—Ah, bueno, entonces me parece que todo irá bien. Ahora mismo, el Partido se encuentra en un estado tan lamentable que no creo que tengan tiempo para preocuparse de un viejo trabajador del tramwaj. Es difícil tener certeza sobre nada en la actualidad, pero de eso sí que estoy totalmente seguro.

Fue entonces, contaba, cuando Tadek miró por entre los pinos y sus corredores de luz.

—¿Ha sido un buen padre para usted?

Tak.

—¿Y se alegrará de tener noticias suyas?

Tak.

—Bueno, pues tome. —Se volvió y le lanzó unas monedas sueltas—. Salúdelo de mi parte. —Y se alejó.


De la conversación telefónica teníamos once pequeñas palabras, traducidas:

—¿Diga?

Nada. Solo los crujidos de la línea.

Él repitió su pregunta.

Esa voz, como cemento, como piedra.

—¿Diga?

Ella estaba perdida entre los pinos y las montañas, sus nudillos eran de un blanco huesudo.

—¿Cometedora de errores? —preguntó—. Cometedora de errores, ¿eres tú?

Y ella lo imaginó en la cocina, imaginó la estantería con sus treinta y nueve libros. Su cabeza ya estaba apoyada en el cristal cuando, de algún modo, dijo:

—Sí.

Después colgó con suavidad.

Las montañas todas de lado.


Ahora, a por la canción, unos cuantos meses después, una noche, en la pensión.

La luna contra el cristal.

La fecha era el cumpleaños de su padre.

En el Este, por aquel entonces se le daba más importancia al día del santo, pero fuera del país todo se sentía con más intensidad. Penelope le había confesado a una de las mujeres lo señalado de la fecha.

No tenían wódka, pero en aquel lugar había aguardiente de sobra, y de pronto llegó una bandeja llena de vasos. Cuando los repartieron, el propietario levantó su propio vaso y miró a Penelope, que estaba en el salón. Había allí una decena larga de personas, más o menos, y cuando ella oyó las palabras «Por tu padre» en su propio idioma, alzó la mirada, sonrió y ya fue solo cuestión de no venirse abajo.

En ese momento, otro hombre se puso de pie.

Era Tadek, por supuesto, que con gran tristeza —y belleza también— empezó a cantar:

Sto lat, sto lat,

Niech żyje, żyje nam.

Sto lat, sto lat,

Niech żyje, żyje nam.

Eso ya fue demasiado.

Llevaba acumulándolo desde los primeros días de su llamada telefónica, y ya no fue capaz de contenerlo más. Penelope se irguió y cantó, pero algo en su interior se derrumbó. Entonó la canción de bienaventuranza y compañerismo de su país y se preguntó cómo había podido abandonar a su padre. La letra le llegaba en enormes oleadas de amor y odio hacia sí misma, y cuando terminaron, muchas de aquellas personas estaban llorando. Se preguntaban si volverían a ver a sus familias; ¿debían sentirse agradecidas o condenadas? Lo único que sabían con certeza era que eso ya no estaba en sus manos. Había empezado y debía terminar.

Como nota al pie, la letra que abre la canción dice:

«Cien años, cien años,

que vivas cien años».

Y, mientras la cantaba, Penelope sabía que él no los viviría.

Que nunca volvería a verlo.

A Penelope le resultó difícil no revivir esa sensación y acabar convirtiéndose en ella durante el tiempo que le quedaba allí, en especial viviendo con tanta calma.

Todo el mundo la trataba muy bien.

Les gustaba —su carácter pacífico, su educada inseguridad—, y empezaron a referirse a ella como la Chica del Cumpleaños, casi siempre a sus espaldas pero también a su lado. De vez en cuando, sobre todo los hombres, se lo decían directamente y en distintos idiomas, cuando limpiaba o hacía la colada o le ataba los cordones a un niño.

Dzięki, Jubilatko.

Vielen Dank, Geburtstagskind.

Děkuji, Oslavenkyně…

Gracias, Chica del Cumpleaños.

Y una sonrisa se abría paso en su interior.


Entretanto, lo único que había era la espera, y el recuerdo de su padre. A veces tenía la sensación de que iba arreglándoselas a pesar de él, pero eso era en sus momentos más oscuros, cuando la lluvia atacaba desde las montañas.

Esos días, sobre todo, trabajaba más horas y trabajaba con más ahínco.

Cocinaba y limpiaba.

Lavaba los platos y cambiaba las sábanas.

Al final pasaron nueve meses de pesarosa esperanza y sin piano alguno antes de que por fin un país diera su consentimiento. Penelope se sentó junto a su litera con el sobre en la mano. Miró por la ventana, a nada en concreto; el cristal estaba blanco y ahumado.

Aún ahora, no puedo evitar verla todavía allí, en esos Alpes que imagino a menudo. La veo tal como era, o como Clay la describió una vez:

La futura Penny Dunbar, haciendo una cola más, para volar lejos y al sur, en línea semirrecta, hacia el sol.

El puente de Clay
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Notaautor.xhtml
Par00.xhtml
capitulo001.xhtml
Par01.xhtml
capitulo002.xhtml
capitulo003.xhtml
capitulo004.xhtml
capitulo005.xhtml
capitulo006.xhtml
capitulo007.xhtml
capitulo008.xhtml
capitulo009.xhtml
capitulo010.xhtml
capitulo011.xhtml
capitulo012.xhtml
capitulo013.xhtml
Par02.xhtml
capitulo014.xhtml
capitulo015.xhtml
capitulo016.xhtml
capitulo017.xhtml
capitulo018.xhtml
capitulo019.xhtml
capitulo020.xhtml
capitulo021.xhtml
capitulo022.xhtml
capitulo023.xhtml
capitulo024.xhtml
capitulo025.xhtml
capitulo026.xhtml
capitulo027.xhtml
Par03.xhtml
capitulo028.xhtml
capitulo029.xhtml
capitulo030.xhtml
capitulo031.xhtml
capitulo032.xhtml
capitulo033.xhtml
capitulo034.xhtml
capitulo035.xhtml
capitulo036.xhtml
capitulo037.xhtml
capitulo038.xhtml
capitulo039.xhtml
Par04.xhtml
capitulo040.xhtml
capitulo041.xhtml
capitulo042.xhtml
capitulo043.xhtml
capitulo044.xhtml
capitulo045.xhtml
capitulo046.xhtml
capitulo047.xhtml
capitulo048.xhtml
capitulo049.xhtml
capitulo050.xhtml
capitulo051.xhtml
Par05.xhtml
capitulo052.xhtml
capitulo053.xhtml
capitulo054.xhtml
capitulo055.xhtml
capitulo056.xhtml
capitulo057.xhtml
capitulo058.xhtml
capitulo059.xhtml
capitulo060.xhtml
capitulo061.xhtml
capitulo062.xhtml
capitulo063.xhtml
Par06.xhtml
capitulo064.xhtml
capitulo065.xhtml
capitulo066.xhtml
capitulo067.xhtml
capitulo068.xhtml
capitulo069.xhtml
capitulo070.xhtml
capitulo071.xhtml
capitulo072.xhtml
capitulo073.xhtml
capitulo074.xhtml
capitulo075.xhtml
Par07.xhtml
capitulo076.xhtml
capitulo077.xhtml
capitulo078.xhtml
capitulo079.xhtml
capitulo080.xhtml
capitulo081.xhtml
capitulo082.xhtml
capitulo083.xhtml
capitulo084.xhtml
capitulo085.xhtml
capitulo086.xhtml
capitulo087.xhtml
capitulo088.xhtml
capitulo089.xhtml
Par08.xhtml
capitulo090.xhtml
capitulo091.xhtml
capitulo092.xhtml
capitulo093.xhtml
capitulo094.xhtml
capitulo095.xhtml
capitulo096.xhtml
capitulo097.xhtml
capitulo098.xhtml
capitulo099.xhtml
capitulo100.xhtml
capitulo101.xhtml
Par09.xhtml
capitulo102.xhtml
Agradecimientos.xhtml
autor.xhtml