el pañuelo del mago
Por fin, el ruido de un motor.
La puerta del coche sonó como una grapadora.
Trató de ahogarlo, pero el pulso del Asesino se aceleró, sobre todo en el cuello. Era tal su desesperación que estuvo a punto de pedirle a Aquiles que le deseara suerte, aunque en última instancia el mulo también mostraba cierta vulnerabilidad. La bestia olfateó el aire y movió una pata.
Pasos en el porche.
Una llave entrando y girando en el ojo de la cerradura.
Olí el humo al instante.
En el umbral, una larga y muda retahíla de improperios abandonó mis labios. A la sorpresa y el horror que asomaron como el pañuelo de un mago le siguieron una indecisión infinita y un par de manos inertes. ¿Qué hago? ¿Qué narices hago?
¿Cuánto tiempo me quedé allí parado?
¿Cuántas veces me planteé dar media vuelta y desandar mis pasos?
En la cocina (según supe mucho más tarde), el Asesino se levantó en silencio. Respiró el aire sofocante y, agradecido, miró al mulo:
Ni se te ocurra dejarme ahora.