Epílogo
En medio de la opulencia de cromo y cristal de un restaurante de Camden, la esquelética recepcionista siguió con una uña turquesa la lista de reservas murmurando:
—Casey, Casey, ¿dónde está? Ah, sí. Es...
—¿La primera en llegar? —terminó Katherine.
—No. Iba a decir que es la mesa de la ventana. Sus amigos ya están ahí.
Joe y Katherine cruzaron el comedor en dirección a la mesa donde aguardaban Tara, Liv y Milo.
—Siento llegar tarde —se disculpó Katherine.
—Ha sido culpa mía. No podía meterme en mi vestido de cuero —bromeó Joe.
—No, ha sido culpa mía —reconoció Katherine—. Una crisis capilar. ¡Feliz cumpleaños, Tara!
—¿Qué tiene de feliz? —preguntó Tara con una sonrisa—. ¿Acaso tú estabas como unas pascuas cuando cumpliste treinta y dos?
—La verdad es que sí. —Katherine y Joe cambiaron una sonrisa picara.
—Yo también —terció Liv.
—Yo no me acuerdo —dijo Milo—. Ya hace mucho tiempo. Pero dicen que estaba contento.
—¿Qué tal está la futura mamá? —preguntó Katherine.
—Bien —respondió Milo con orgullo—. Casi todas las mañanas vomita como la chica de El exorcista,pero a mediodía ya estáestupendamente.
Liv esbozó una bondadosa sonrisa de madraza y cruzó los brazos sobre su vientre, aunque sólo estaba embarazada de nueve semanas y seguía tan lisa como una tabla. Irradiaba felicidad y calma.
—¿Estás bien ahí? —preguntó Milo con ansiedad—. ¿Quieres que pidamos un cojín para ponértelo en la espalda? ¿Se te ha pasado el antojo de papel de periódico?
—¿Papel de periódico?
—Ayer me comí la página de la programación de la tele —reconoció Liv con timidez—. Milo se enfadó.
—No digas eso —la riñó Milo con suavidad—. No me enfadé. Lo único que dije fue que la próxima vez te comieras la página de economía... Eh, ahí vienen Fintan y Sandro.
La tensión hizo que todos se irguieran en sus sillas. Hacía tres meses que Fintan había terminado el último ciclo de quimioterapia y esa misma tarde había acudido a la primera visita de control con el oncólogo. Todos tenían la esperanza de que le hubieran dicho que estaba curado.
El personal del restaurante y la mayoría de los comensales lo miraron mientras cruzaba el comedor. Alto, demacrado, apoyado en un bastón y con la cabeza cubierta por una fina pelusilla dorada. Cabello de bebé. Según JaneAnn, Fintan había sido rubio al nacer.
—Sida —murmuró la clientela de la noche del viernes asintiendo con morbo—. No cabe la menor duda.
—Podría ser una simple alopecia.
—No. Mira lo delgado que está. Y ese que lo acompaña debe de ser su pareja. Te juego diez libras a que tiene sida.
Sandro cogía a Fintan del codo. Los dos estaban risueños. Con suerte, eso significaría que habían recibido buenas noticias.
—¡Feliz cumpleaños! —Se inclinaron para besar a Tara—. Aunque no los cumples hasta mañana, feliz cumpleaños de todos modos.
—Olvidaos de eso. Contadnos qué ha dicho el oncólogo —pidió Tara con impaciencia.
—Cree que viviré hasta el final de esta velada.
—Venga, en serio. ¿Cuál es el pronóstico?
—El pronóstico a largo plazo es que moriré. —Al ver el círculo de caras angustiadas, Fintan rió—. Todos vamos a morir.
Sin embargo, no reía con amargura, sino con auténtica alegría.
—Pero ¿el cáncer se ha... en fin, detenido? —preguntó Milo con nerviosismo.
—Parece que en estos momentos se está portando muy bien. Ha pasado a la clandestinidad. Intenta pasar inadvertido. Pero han dejado bien claro que puede reaparecer. No es seguro, pero sí posible.
—También es posible que no lo haga—señaló Sandro.
—No tendremos más remedio que esperar para averiguarlo —convino Fintan—. Supongo que sigo en la mesa de saldos, pero no está tan mal.
Tara se volvió hacia Fintan y se oyó a sí misma preguntar:
—¿No te angustia la incertidumbre?
Las palabras salieron involuntariamente de su boca. De inmediato hubiera querido pegarse un tiro por su falta de tacto. Pero Fintan sonrió con despreocupación, vivacidad y alegría.
—No. —De repente sorprendió a Tara preguntándole—: ¿Y a ti?
—¿A mí qué?
—¿Te angustia la incertidumbre?
Tara abrió la boca para decir que su esperanza de vida no estaba en entredicho, peroenseguida se mordió los labios. Era tan fácil olvidar lo que habíaaprendido en el último año.
—No —respondió con una sonrisa—. De hecho, me gusta. Sobre todo cuando recuerdo que hace que la vida parezca más... no os riáis, ¿vale?... más preciosa.
—¿Quién se ríe?
—Bueno, esto hay que celebrarlo con champán —dijoJoe.
—Tara —dijo Fintan con curiosidad—, ahora cuenta cómo fue la comida con... ¿cómo se llamaba? ¿Gareth?
—Sí, Gareth. Para resumir, te diré que tendréis que esperar un tiempo para regalarme esas toallas con la inscripción «él» y «ella».
—¿Un desastre?
—No exactamente. Pero no tiene mucho sentido del humor.
—¿O sea?
Tara suspiró.
—Gareth es la clase de hombre que te llevaría de vacaciones a la selva sólo para señalar por la ventanilla del coche y decir: «Ahí está la selva.» ¿Entiendes?
—Hay de todo en la viña del Señor —la consoló Katherine.
—Desde luego, y en mi vida actual también.
—Mientras te diviertas.
—Claro que me divierto.
—Y cuando termines de divertirte, podrás sentar la cabeza con Ravi, tu gran admirador.
—¡Jesús, María y san José! ¡No empecéis! ¿Por qué no dejáis de darme la lata con Ravi?
Hubo un silencio contrito hasta que Milo murmuró:
—Barrunto que algo hay cuando protesta en demasía.
—Yo también lo barrunto —asintió Joe.
—Y yo —dijo Katherine.
—Hablad en cristiano —protestó Liv.
—Vale, vale, vale —dijo Tara, dándose por vencida—. Como queráis. Estoy loca por Ravi y vamos a casarnos.
—No me sorprende nada —declaró Fintan con calma.
—¿Vais a parar de una vez? Estoy preparada para recibir los regalos. Espero que todos hayáis tenido en cuenta que debo equipar un piso entero y que estoy harta de hervir el agua en una cacerola y de dormir en un sofá cama destartalado.
—Hace un mes que no oímos hablar de otra cosa.
—Estupendo. Entonces ¿cuál de vosotros me ha regalado la cama?
—¿No esperarás que sea yo? —preguntó Fintan con nerviosismo—. No cobraré mi primer sueldo hasta fin de mes, y puesto que trabajo media jornada, recibiré medio sueldo.
Tara pasó un paquete a Fintan.
—No, tú me has regalado esto. Algún día —añadió con mirada soñadora— Carmela García se arrodillará a tus pies y te suplicará que vuelvas a trabajar con ella.
—Seguro, pero ya no me importa —dijo Fintan mientras abría el paquete—. Que le vaya bien. ¿Qué es esto? ¿Un mantel de piel de tiburón?
—Es una cortina para la ducha.
—Muy bonito. Feliz cumpleaños, guapa. ¿Aceptas cupones de los que vienen en las tarrinas de mantequilla?
Tara admiró con «aaahs» y «ooohs» sus regalos —un hervidor eléctrico, un puf inflable, una estantería para discos compactos, un vale de regalo de Aero y una cortina de ducha— hasta que Fintan preguntó:
—Perdona la pregunta, pero ¿Ravi te ha regalado algo?
Tara se puso violenta, pero finalmente dijo:
—Sí.
—¿Puedo preguntar qué?
—La verdad es que es algo maravilloso. —La turbación de Tara dejó paso al entusiasmo—. Ya sabéis que llevo mucho tiempo buscando un pintalabios indeleble. —Todos asintieron con cara de hastío—. Pues Ravi ha encontrado un producto, llamado Licote, que se pone encima de la barra de labios normal. Es un líquido transparente. Lo dejas secar un minuto y no desaparece aunque estalle una guerra mundial. ¿Y sabéis una cosa? ¡Funciona! —Levantó el vaso de ginebra con tónica y añadió—: Observad mis labios en el cristal. Le daré un buen chupetón. Ahora mirad: ni rastro de carmín en el vaso; bueno, sólo un ligerísimo vestigio. ¿No es asombroso?
—Asombroso.
Llegó el champán. Joe lo descorchó y Sandro y Fintan rieron con entusiasmo mirando la espuma que caía por la boca de la botella.
—Lo siento, Liv, nada para ti —dijo Katherine mientras llenaba seis copas—. Ahora tenemos que brindar.
—Por Fintan, naturalmente —propuso Tara.
—No, no, por Tara. Es su cumpleaños —dijo Fintan magnánimamente.
—No, por favor, por algo más importante —protestó Tara.
—¿Como qué?
—Por la vida —dijo Liv levantando un vaso de leche.
—Eso —asintieron los demás con entusiasmo alzando las copas de cristal.
—Y por los hombres con la polla grande —propuso Fintan.
—¡Eso está mejor aún!
—¡Por la vida! —Siete vasos entrechocaron en el centro de la mesa, mientras siete voces coreaban—: ¡Y por los hombres con la polla grande!
* * *