Capítulo 32

Al día siguiente, JaneAnne —una mujercilla de metro cincuenta de estatura— voló a Londres con dos de sus altos y silenciosos hijos.

Ninguno de ellos había subido antes a un avión. De hecho, rara vez salían de los límites de Clare. Vestidos con la ropa «buena» anticuada y arrugada, en medio del reluciente y bullicioso aeropuerto parecían recién llegados de otro planeta.

Aunque Tara y Katherine no habían ido a trabajar hasta el mediodía, volvieron a marcharse a las cuatro para esperar el vuelo procedente de Shannon.

—Allí están. —Tara señaló a JaneAnn, Milo y Timothy, apiñados alrededor de sus maletas como si fueran refugiados de guerra.

JaneAnn se había puesto un viejo abrigo negro con cuello de astracán. Milo, el hermano mayor, llevaba una americana marrón prestada sobre un mono. Timothy lucía su único traje: el mismo traje azul marino, con grandes solapas y pantalones acampanados, que había usado en su boda, veinte años antes. Era tan viejo que casi estaba de moda otra vez. Había engordado desde la última vez que se lo había puesto. O quizá lo pareciera debido al grueso jersey que llevaba debajo.

A pesar de su aspecto de paletos, los O'Grady no estaban asustados del tumulto de Heathrow. Mientras caminaban con el mismo paso lento que usaban en Knockavoy, les hizo gracia que un joven ejecutivo les metiera prisa y se abriera paso entre ellos diciendo «¡Qué gentuza!».

—Debe de ser un asunto de vida o muerte —señaló JaneAnn.

—No —dijo Milo, sonriendo—. Por la pinta que tiene, ha de ser algo mucho más importante.

Fueron directamente al hospital, todos apretujados en el escarabajo de Tara. Milo y Timothy tuvieron que apiñarse con Katherine en el asiento trasero, porque a pesar de que ellos eran enormes y JaneAnn muy menuda, el protocolo irlandés exigía que la madre se sentara delante.

Estaban muy locuaces. Contaron cotilleos del pueblo e incluso rieron en un par de ocasiones. Más tarde Katherine se recordó a sí misma sentada entre los familiares de Fintan y se escandalizó de aquellas risas inoportunas.

Tara tampoco terminaba de ponerse en situación. Se comportaba como si los O'Grady hubieran ido a Londres de vacaciones.

—Ése es el palacio de Kensington —dijo mientras avanzaban a paso de hormiga por Kensington High Street.

—¿Yqué pasa allí? —preguntó Milo con cortesía.

—Es donde vivía la princesa Diana —respondió Tara.

—Caray, debía de pagar una barbaridad por la calefacción —comentó Milos con asombro, inclinándose para ver mejor.

Aunque el hospital parecía más un hotel que un sitio donde alojaban a enfermos y moribundos, ninguno de los O'Grady comentó nada al respecto. Tampoco perdieron tiempo en comprar dulces o revistas para Fintan. Su humor había cambiado y estaban asustados.

La tensión aumentó mientras subían en el ascensor y recorrían el ancho pasillo con suelo de linóleo rumbo a la habitación que Fintan compartía con otros cinco hombres. Al llegar a la puerta, JaneAnn agarró a Katherine del brazo.

—¿Quéaspecto tiene?

—Se le ve bien —respondió ella con un nudo en el estómago—. Está más delgado y tiene el cuello hinchado, pero aparte de eso tiene buen aspecto.

No había necesidad de mencionar que a la salida de la biopsia tenía una pinta horrible. Los músculos de las piernas y los pies de Katherine se tensaron cuando recordó a Fintan con la cara cenicienta y los ojos cerrados, murmurando:

—El dolor ha sido espantoso. He visto las estrellas, literalmente.

Tara y Katherine permanecieron unos pasos atrás mientras los O'Grady se aproximaban a la cortina que rodeaba la cama blanca y metálica de Fintan. Sandro estaba sentado a su lado, con cara de aflicción.

—Que Dios os bendiga a todos —dijo Milo, al frente del clan.

—Me encanta tu americana, Milo —repuso Fintan con voz débil, tendido en la cama con su nuevo pijama de seda azul subido.

—Claro, estoy monísimo —dijo Milo con una risita sarcástica.

—Hola, mamá —saludó Fintan.

—Eres incorregible —protestó afectuosamente JaneAnn con lágrimas en los ojos—. Mira que darnos estos sustos.

—Aunque hay que reconocer que has escogido un buen momento —añadió Timothy.

—Esperaste a que termináramos de recoger el heno —concluyó Milo— y te adelantaste al nacimiento de los corderos. Eres muy considerado.

Sandro permaneció inusualmente callado mientras se celebraba la reunión familiar. Estaba muy nervioso. Esa mañana había esperado junto a la cama a que Fin-tan regresara de la biopsia y luego, tras asegurarse de que tenía todo lo que necesitaba, había preguntado con ansiedad:

—¿Y sino les caigo bien?

—¿Aquién? —había preguntado Fintan con la mente obnubilada por eldolor.

—A tu familia. ¿Cómo debería comportarme? —Sandro había apoyado una mano temblorosa en la cadera donde acababan de hacer la biopsia.

—¡Ay!¡Dios santísimo! —Fintan se retorció en la cama—. ¿Te importa? ¡Mipobre cadera!

—¡Losiento, lo siento! Discúlpame, por favor. ¿Crees que debería llevareste traje o algo más informal?

Una visión de Sandro con una chaqueta atada a la cintura flotó ante los ojos cansados de Fintan.

—¿Aquién le importa? —protestó con voz débil—. ¿No te parece quetenemos motivos de preocupación más importantes?

—Sí, sacar brillo a los ceniceros del Titanic —respondió Sandro.

Ahora Fintan lo hizo salir de la sombra.

—Sandro —dijo formalmente desde la cama—. Éstos son mi madre, JaneAnn, mi hermano Milo y mi hermano Timothy.

Sandro les tendió la mano con nerviosismo.

— Ciao, hola, encantado de conocerlos,eh...

—Sandro es mi... —Fintan hizo una pausa significativa—... mi amigo.

—¿Estás enganchado con Fintan? —preguntóJaneAnn.

Sandro se quedó de piedra.

—No tomamos drogas —mintió con aire digno.

—No, no —explicó Fintan—. Quiere decir si eres mi pareja.

—¡Ah! Ahora entiendo. Sí, señora O'Grady. Soy su pareja.

—¿Y de dónde eres? —preguntó JaneAnn con cortesía.

—De Italia. Roma.

—¡Roma! ¿Conoces al Papa?

—Mamá —dijo Fintan sacudiendo una mano.

—Sí que conozco al Papa —respondió Sandro, sorprendiéndolo—. Bueno, había mucha gente más, pero fui a verlo con mi madre a la plaza de San Pedro.

—Qué suerte. —JaneAnn lo miró fijamente—. ¿Fue maravilloso?

—Maravilloso —confirmó Sandro.

Se preguntó si debía contarle que Su Santidad lucía una preciosa túnica púrpura, pero decidió no hacerlo. Las cosas iban mucho mejor de lo previsto y no quería correr riesgos. Entretanto, Milo arrinconó al médico de guardia en su despacho. Hablaba en voz tan baja que el doctor Singh casi no le oía.

—Soy el hermano mayor de Fintan —explicó Milo con la vista fija en su regazo—. Prácticamente he sido un padre para él. Lo sé todo sobre el sida. No crea que porque vivimos en un pueblo dejado de la mano de Dios somos unos ignorantes. Y sabremos encajar la noticia.

El doctor Singh era un hombre ocupado que llevaba treinta y dos horas de guardia. No tenía ganas de ser paciente. De modo que cuando Milo regresó a la habitación, estaba convencido de que Fintan no tenía el sida.

A eso de las siete y media, cuando los seis se preparaban para marcharse y dejar dormir a Fintan, oyeron unos pasos presurosos en el pasillo. Era Liv, con el largo cabello alborotado, la piel sonrosada y los ojos azules brillantes. Al ver la pequeña multitud congregada alrededor de la cama de Fintan, se detuvo en seco.

—Liv —la llamó cariñosamente Fintan desde la cama—. Ven, acércate. Esta es mi madre; éste, mi hermano Timothy, y éste mi hermano Milo.

—Hola. —Liv saludó con el laconismo característico de los suecos—. ¿Cómo están? —Estrechó la mano a los tres y cuando llegó a Milo se quedó mirándolo fijamente—. Estoy sorprendida... Te pareces tanto a Fintan.

—Caray, no, Fintan es el guapo de la familia. —Milo se encogió de hombros y sonrió—. Yo sólo soy una mala imitación. Yo soy... ¿Cómo le llaman? Una versión pirata.

—En absoluto —protestó Fintan con galantería—. Fuiste mi modelo.

En efecto, se parecían. Los dos tenían los ojos de color azul oscuro y el cabello negro. Aunque el pelo de Milo parecía cortado con una segadora.

—¿Hahabido suerte? —preguntó Fintan a Liv.

—Los tengo. —Le pasó una bolsa a Fintan, que sacó dos bonitas copas de color verde lima y turquesa.

—¿Quéson? —preguntó Tara.

—Cuando vine a verlo, hace dos horas, Fintan sequejó de que los vasos delhospital eran horribles —explicó Liv.

—Yo había visto estas copas en ElleDecoration —prosiguió Fintan—. Así que Liv, que es una mujer cabal,fue a comprarlas a Conran Shop.

—¿Hastenido que ir muy lejos? —preguntó Milo.

—No las tenían en el edificio Michelin, así que fui en taxi hasta la sucursal de Marylebone High Street, pero allí tampoco las tenían. Pero por suerte... ¡lo has adivinado!... las tenían en Heals.

Milo, que antes de ese día sólo se había aventurado hasta el este de Shanon, asintió como si entendiera algo. Sí, parecía decir. Desde luego, Heals era el lugar más indicado. Has hecho lo que debías.

—Será mejor que nos marchemos —dijo Tara poniéndose en pie.

—¿Quéprisa tienes? —bromeó Milo y permaneció sentado.

—Pero estábamos a punto de marcharnos... —Entonces Tara entendió. Los O'Grady consideraban de mala educación marcharse cuando acababan de conocer a una persona. Volvió a sentarse y miró a Fintan—. ¿A qué hora te darán el alta mañana?

—No me la darán —dijo Fintan con brusquedad.

—¿Qué?¿Qué pasa ahora?

—Nada importante —respondió Fintan—. Parece que he cogido una infección en el cuello, donde extirparon el ganglio. Quieren tenerme cerca hasta que se cure. Y me enfadaré mucho si no se cura —protestó—, porque tendrían que amputarme el cuello. Sin cuello pareceré un jugador de rugby.

—¿Cuánto tiempo tendrás que quedarte? —preguntó Katherine.Aquello no le parecía un buen augurio. Las camas de la seguridadsocial eran especimenes escasos y esquivos. Sólo te permitíanocupar una si el equipo médico estaba muy preocupado.

—Cinco o seis días. —Fintan se encogió de hombros, aparentemente tranquilo—. Ya veremos.

Treinta minutos después dieron las buenas noches a Fintan y enfilaron hacia la puerta.

—Katherine, Tara —llamó Fintan—. Vigilad a Sandro, ¿de acuerdo? —murmuró—. Aunque no es lo mismo, después de lo que le pasó a su última pareja... Estoy preocupado por él, y encerrado aquí no puedo hacer nada.

En el aparcamiento, Sandro hizo un aparte con Tara y Katherine.

—Tenemos que hacer todo lo posible para que el ánimo de Fintan no decaiga —dijo—. Debemos entretenerlo y evitar que se preocupe.

 

 

Los O'Grady se alojarían en casa de Katherine. Era lo más indicado: Katherine tenía una pequeña habitación de huéspedes, donde podrían apretujarse los dos hermanos; una habitación principal impoluta, digna de una madre irlandesa, y un decente sofá cama en el salón para cubrir sus propias y humildes necesidades.

—No se alojarían conmigo porque vivo en pecado —había dicho Tara. Por no mencionar que Thomas se había negado a alojarlos.

JaneAnn no escatimó halagos al ver el piso de Katherine.

—¡Esuna preciosidad! ¡Parece la casa de una estrella decine!

—No —dijo Katherine encogiéndose de hombros—. Deberían ver el piso de Liv. Ese sí que es como la casa de una estrella de cine.

—Es una chica muy bonita —dijo JaneAnn—. Pensar que ha venido desde Suiza.

—De Suecia —corrigió Milo.

—Pues de Suecia —aceptó JaneAnn—. ¿No te parece una chica estupenda, Milo?

—Tiene buenos dientes y excelentes modales ¿Dónde pongo esto?

Katherine miró en su dirección y se llevó una sorpresa al ver que la mesa de la cocina estaba llena de comida. Un jamón cocido, una hogaza de pan integral envuelta en una servilleta, morcillas, mantequilla, té, bollos y algo que parecía un pollo asado envuelto en papel de aluminio.

—No deberíais haber traído comida —protestó Katherine.

Esa mañana había comprado toneladas de alimentos en honor a sus invitados. No alcanzarían a comérselo todo. Su frigorífico nunca había estado tan lleno.

—No podemos venir a importunarte y encima esperar que nos alimentes —dijo Milo.

—Tiene razón. No podemos. —Timothy había hablado. Todo un acontecimiento.

—¿Tepreparo un bocadillo? —ofreció JaneAnn.

—No, gracias —respondió Katherine.

—Pero tienes que comer algo. Tienes menos carne que un pollito, ¿verdad, Timothy?

—Verdad.

—¿Verdad, Milo?

—Dejad a la pobre Katherine en paz.

 

 

A pocos kilómetros de distancia, Tara acababa de llegar a casa.

—Pobrecilla —oyó que decía Thomas desde la cocina—. Ven aquí a que te abrace.

Tara se sintió súbitamente feliz y aliviada. Thomas estaba cariñoso. Gracias a Dios. Sólo ahora que la situación había mejorado se atrevía a admitir que la relación había sido tensa y extraña desde que... bueno, desde que habían tenido esa horrible conversación sobre un presunto embarazo. Qué lástima que fuera necesaria una crisis para arreglar las cosas.

Corrió a la cocina y entró en el preciso momento en que Thomas estrechaba a Beryl contra su pecho.

—¿Dónde estabas? —preguntó con brusquedad.

—En el hospital. —Estaba confusa. ¿Y su abrazo?

—Esta mañana te pedí que le dieras de comer a Beryl y loolvidaste.

—Lo siento —dijo con tono cansino—. Tenía otras cosas en la cabeza.

Thomas suspiró.

—¿Quépensamos de las mujeres que se preocupan más de sus amigos que dealimentar a Beryl? —le preguntó a la gata—. No nosgustan, ¿verdad? Claro que no. —Negó con la cabeza, y según lepareció a Tara, Beryltambién.

—Por el amor de Dios —estalló Tara. Sabía que la inseguridad era la razón oculta de la antipatía de Thomas por sus amigos, pero estaba yendo demasiado lejos—. ¡Fintan tiene cáncer!

—¿Deveras? —preguntó Thomas con desconfianza.

—Sí, de veras.

—Razona un poco, Tara. El sistema linfático forma parte del sistema inmunitario. Y tiene una deficiencia en el sistema inmunitario. Quizá una deficiencia adquirida del sistema inmunitario...

—Thomas, Fintan no tiene el sida. El análisis de VIH ha dado negativo. —Thomas resopló—. Tiene cáncer —repitió.

—Bueno, ¿qué esperaba? —preguntó Thomas—. Lo que hacen esos tipos es antinatural.

—Thomas, uno no contrae un cáncer por practicar sexo anal.

Thomas dio un respingo y cubrió las orejas de Beryl.

—¿Espreciso que seas tan grosera?

Tara lo miró fijamente, reflexionando.

—¿Espreciso que seas tan grosero? —se oyó responder por fin.