Capítulo 62
El lunes por la mañana, cuando Katherine llegó al trabajo, Joe ya estaba allí, pero ni siquiera alzó la vista. Vaya, conque así están las cosas, pensó ella con indescriptible angustia. Me he equivocado otra vez.
Abatida, colgó el abrigo y se dirigió a su mesa, en el centro de la cual había un paquete. Dado que estaba envuelto en papel de regalo azul y dorado, era evidente que no se trataba de los últimos formularios de Hacienda.
—¿Quées eso? —le preguntó a Charmaine.
—No sé. Estaba aquí cuando llegué.
Katherine levantó el paquete y lo palpó. Dentro había algo blando y plegable.
—Ábrelo —dijo Charmaine.
—De acuerdo... —dijo lentamente, preguntándose si debía alegrarse. ¿Quién le iba a enviar un regalo, aparte de Joe?
Katherine trató de despegar el celo sin estropear el bonito papel.
—¡Rómpelo! —la animó Charmaine—. Vamos, tía. Vuélveteloca.
Lo hizo y un objeto blanco de plástico se desplegó al liberarse del papel.
—¿Quédemonios...? —preguntó Charmaine. Katherine miró el objeto y sonrióde oreja a oreja—. ¿Qué es? —Charmaine no entendía nada.
—Es una alfombrilla para el suelo de la ducha —respondió ella sin dejar de sonreír—. Para no resbalar.
Katherine lanzó una mirada furtiva a Joe, pero él estaba muy concentrado en lo que fuera que estuviera mirando en la pantalla del ordenador. Muy concentrado, desde luego: Katherine casi pudo ver cómo le temblaban los músculos del esfuerzo que hacía para no mirarla.
—¿Quién te la ha enviado? —preguntó Charmaine condesconfianza.
—Ni idea.
—¿Nohay ninguna nota?
—No.
—Hay gente muy rara.
Pero cuando Katherine encendió su ordenador, vio que había recibido un mensaje por correo electrónico. Decía: «Para que la próxima vez no resbalemos.»
Con la velocidad de un rayo, tecleó: «¿Cuándo quieres que no resbalemos?» Envió el mensaje y esperó. Luego se preguntó si no habría sido demasiado descarada.
Vamos, rogó mentalmente a Joe, responde.
Después de unos tres minutos lo vio usar el ratón. Estupendo. Estaba abriendo el mensaje y leyéndolo. Acto seguido, con gesto imperturbable, empezó a teclear algo a toda velocidad.
Katherine tamborileó sobre la mesa, impaciente por ver el icono de un mensaje nuevo. Cuando lo hizo, su corazón latía desbocado.
«Me gustaría resbalar lo antes posible. Dime cuándo te va bien», decía.
Katherine calculó a toda prisa y respondió: «¿El miércoles por la noche?» Le pareció una respuesta aceptable y al mismo tiempo despreocupada.
Segundos más tarde recibió otro mensaje: «Me preocupa resbalar. El miércoles por la noche parece muy lejano.»
«Comprendo tu preocupación. ¿Mañana por la noche?», respondió Katherine.
La respuesta de Joe llegó enseguida: «Me preocupa resbalar. Falta mucho para mañana por la noche.»
Con los dedos temblorosos por la emoción, Katherine tecleó: «Comprendo tu preocupación. Esta noche es la mejor opción.»
No habían establecido contacto visual ni una sola vez.
Durante el día fueron extremadamente corteses el uno con el otro. En cierto momento se cruzaron cuando Joe entraba en la oficina y Katherine salía. Él retrocedió para dejarla pasar y tuvieron mucho cuidado de no rozarse.
—Permiso —murmuró Katherine.
—Desde luego.
—Gracias.
—De nada.
Por momentos Katherine tenía la sensación de que sería incapaz de disimular su entusiasmo, como si su piel fuera a desgarrarse de la emoción. Se frotó una pierna contra la otra bajo la mesa para quemar el exceso de energía. A veces, cuando miraba a Joe, alto, trajeado y formal, sentía el loco impulso de ponerse en pie y gritar a voz en cuello: «He visto a Joe Roth desnudo. Podría describir cada milímetro de su cuerpo. ¡Y está de miedo!»
Por la tarde sonó el teléfono. Era Tara.
—Tengo que pedirte un favor.
—Lo que quieras —respondió Katherine con alegría. Nada le asustaba.
—¿Puedo mudarme a tu casa?
—Vaya. Dios.
—Lo siento, lo siento mucho —dijo Tara, mortificada—. Ya sé que soy muy oportuna. Tienes una pareja nueva y querrás tirártela en cualquier lugar de la casa. Has estado célibe dos años y yo, que hubiera podido dejar a Thomas en cualquier otro momento, elijo precisamente éste.
—¿Has... has dejado a Thomas?
—Todavía no. Pero lo haré en cuanto salga del trabajo. Me llevaré algunas cosas en el coche y Ravi alquilará una furgoneta para sacar el resto durante esta semana.
—Caray, no puedo creerlo. Estoy encantada —dijo Katherine. Y lo estaba, naturalmente, pero maldita la hora...
Una hora después Joe le envió un mensaje: «Con referencia al no resbalar de esta noche, ¿te gustaría ir a un restaurante, una discoteca, el cine, el teatro, una freiduría, un videoclub, una bolera, un jacuzzi o mi apartamento? Señala la opción elegida.»
Y Katherine se vio obligada a responder: «Me temo que ha habido un cambio de planes.Verás, mi amiga Tara está pasando por una crisis...»
Katherine insistió en que nadie de la oficina se enterara de lo que ocurría, de modo que Joe llegó a su casa media hora después que ella. Cuando le abrió la puerta, la sonrisa grande y tierna de él contrastó con la fría distancia que habían mantenido todo el día.
Envolviéndola en su abrigo, la besó con pasión y alivio.
—Espero que no te siguieran —dijo ella con seriedad.
—Me seguían, pero me metí en una lavandería china y escapé por la puerta trasera.
—¿Quedaba a un patio lleno de cajas de cartón?
—Y de gallinas. Luego subí por una escalera de incendios y trepé por una ventana.
—¿Yapareciste en una habitación donde había un hombre y una mujer enla cama?
—De hecho, creo que eran un hombre y un hombre. Así que me quité el sombrero con cortesía y dije: «Disculpen.»
—¿Yuno de ellos dijo «¿Has visto eso?», y el otro respondió «¿Si hevisto qué?»?
—¡Nopuedo saberlo! ¡Yo ya me había ido!
Rieron, satisfechos con su complicidad.
—Gracias por la alfombrilla de baño —dijo ella con timidez.
—¿Cuándo la probamos?
Katherine cabeceó.
—Esta noche tendremos que portarnos bien, porque Tara puede llegar en cualquier momento con sus bienes terrenales. Lo siento. Me temo que no será la velada que habías imaginado.
—Aún podemos ir a un videoclub y a una freiduría —dijo él con amabilidad—. No está todo perdido.
—Sí, pero... —Era demasiado pronto para las películas de vídeo y la comida para llevar. Debían llevar al menos tres semanas juntos para que ese planfuera aceptable.
—Podría cocinar algo yo —ofreció Katherine sin convicción.
—Preferiría que no lo hicieras.
—¡Vaya!
—Recuerda que hace siglos que me dijiste que no sabías cocinar.
—¿Tearriesgas a tomar un té hecho por mí?
—Se me ocurre una idea mejor. —Sacó una botella de vino del bolsillo de su abrigo—. ¡Tatán! ¡De la mejor cosecha!
—¿Ayerpasaste un buen día? —gritó ella desde la cocina mientras buscabael sacacorchos.
—Empezó bien. —Su voz sonaba pensativa—. Pero a partir de las once se estropeó. Lo único divertido que hice fue ir a comprar la alfombrilla de baño.
—Deberías haberte quedado conmigo —bromeó Katherine.
—¿Deveras? —Parecía sorprendido—. Me moría de ganas, pero no queríaabusar de tu hospitalidad.
Katherine volvió al salón deseando que el alivio que sentía no se reflejara en su cara.
Caminaron juntos hasta la freiduría más cercana. Había empezado a llover.
—De The Ivy a esto en sólo dos días —dijo ella con sarcasmo empujando la puerta.
—¿Quéte apetece? —preguntó Joe mirando los carteles de plástico—.¿Salchichas con salsa? ¿Alitas de pollo? ¿Hamburguesa dequeso?
—No sé. ¿Tú qué vas a pedir?
—Dos salchichas de cerdo con patatas fritas. Y si quieres, podemos compartir una ración de aros de cebolla.
—Si te doy un poco de mi bacalao ahumado, ¿me dejarás probar la salchicha?
—Es toda tuya —respondió Joe en voz baja.
De repente, la freiduría desapareció y en el mundo sólo quedaron ellos dos. Mirándose inmóviles, enmudecidos por una mágica unión.
Al otro lado del mostrador de fórmica y cristal, Erno dejó de aporrear platos y cubiertos y sintió ganas de llorar. Ah, el amor juvenil. No había nada igual.
Compraron dos latas de cerveza y Erno añadió gratuitamente al pedido cuatro bolsitas de ketchup y unos encurtidos. Era su manera de celebrar la felicidad de los jóvenes y desearles lo mejor.
Luego fueron al videoclub, donde Joe cogió Vacaciones en Roma.
—¿Recuerdas el día que comimos juntos? —Se detuvo,avergonzado—. Me refiero al día en que te obligué a comerconmigo.
Era el turno de avergonzarse de Katherine.
—No me obligaste.
—Bueno, hablamos de una noche lluviosa ante el televisor, viendo una película en blanco y negro, y los dos dijimosVacaciones en Roma. ¿Te acuerdas?
Claro que se acordaba, pero se limitó a decir:
—¿Deveras? Ah, estupendo.
A las nueve terminaron de ver la película. Tara todavía no había llegado y Katherine y Joe estaban haciendo esfuerzos sobrehumanos para controlar sus manos.
—No podemos. —Katherine interrumpió de mala gana un beso apasionado—. ¡Seguro que Tara llega en el mejor momento!
—De acuerdo —gimió Joe, agitado. Cuando su voz se normalizó, preguntó—: ¿Por qué va a dejar a su pareja?
Poco a poco, Katherine acabó contándole todo lo referente a Thomas y a su desconsideración. Luego Joe le habló de Lindsay, la chica con la que había salido durante tres años.
—¿Quién rompió la relación? —preguntó Katherine, comoquien no quiere la cosa.
—Saatchi and Saatchi —respondió Joe riendo—. Consiguió un empleo fantástico con ellos enNueva York —explicó—. Pero de todos modos la relación ya estabaterminada.
—¿Te...? —Katherine titubeó—. ¿Sufriste?
—Sí, pero ya sabes lo que dicen.
—¿Quédicen?
—Que el tiempo cura todas las heridas.
Después Katherine le habló de Fintan y de su cáncer.
—Un día en el trabajo te pusiste a llorar, ¿recuerdas? —preguntó Joe—. Estabas controlando mis gastos y dijiste que habías recibido una mala noticia. ¿Tenía que ver con Fintan?
—Supongo —respondió ella con vaguedad. No era preciso que se enterara de que recordaba perfectamente cada contacto con él.
A continuación Katherine le habló de Milo, JaneAnn y Timothy, de lo gracioso que era verlos paseando por Londres. Le contó que Milo y Liv se habían enamorado a pesar de que ella era una maniática de la moda y la única prenda que usaba Milo hasta hacía poco era un mono desgastado.
—¡Unmono! —exclamó Joe. Era probable que el tipo que había visto conKatherine fuera el hermano de Fintan.
—Sí, un mono. —Ella estaba intrigada—. No creí que se usara sólo en Irlanda. Es un pantalón con peto...
—Ya lo sé —dijo Joe con una sonrisa—. ¿Y a qué se dedica ese tal Milo?
—Es granjero. Qué pregunta más rara.
—¿Notoca en un grupo?
—¿Milo? ¿Bromeas?
A las once de la noche sonó el teléfono. Katherine se sorprendió al oír a Tara.
—¿Dónde estás?
—En casa. No he tenido valor —dijo Tara con angustia—. Lamento haber fastidiado tus planes.
—No lo has hecho, Tara. Me lo he pasado muy bien. No te preocupes.
—Puede que mañana me atreva a hacerlo.
—Cuando quieras.
Katherine colgó el auricular con decisión. No hay mal que por bien no venga, pensó.
—No va a venir, ¡así que nada nos impide probar la alfombrilla!