Capítulo 50
El sábado por la tarde Tara y Sandro llevaron a Fintan a casa. Había pasado casi tres semanas en el hospital. Tenía un aspecto lamentable y estaba tan débil que tuvo que apoyarse en un enfermero y en Sandropara llegar al aparcamiento. De hecho, con su metro sesenta y cincode estatura Sandro era más un estorbo que una ayuda, pero insistióen sujetarlo. Y estaba demasiado sensible para negarle esegusto.
La visión de Fintan en el mundo exterior sobrecogió a Tara. Laimagen de un moribundo en la cama de un hospital parecía másaceptable; en cierto modo, encajaba en el escenario. Pero era muydistinto verlo fuera, donde la mayoría de la gente tenía un aspectosaludable.
Pero Tara reparó en un detalle positivo. Fintan llevaba el abrigo de piel de cordero color pistacho que había tomado «prestado» de la guardarropía del trabajo.
—Supongo que no lo devolverás —le dijo con un guiño.
—Forma parte del finiquito —respondió él con tristeza.
Tara y Sandro cambiaron una mirada divertida. Cuando llegaron al piso vacío de Notting Hill, descubrieron que JaneAnn había estado limpiando febrilmente en honor al regreso de Fintan. Podrían haber sorbido el té del suelo de linóleo de la cocina. JaneAnnprácticamente había agujereado las alfombras con su entusiastaaspiración del polvo y despegado el laminado protector del suelo decemento a fuerza de restregarlo. Era un milagro que los espejos conmarco de alabastro hubieran resistido tan enérgica limpieza.
De la puerta de acero inoxidable del salón colgaba un gran cartel de bienvenido a casaen letras rosas yondulantes. Pegados con celo a los cuadros originales, las lámparasjaponesas y la cómoda alta de estilo industrial, había serpentinasy globos de colores. Los estantes de Philippe Starck estabanllenos de tarjetas deseando una pronta recuperación a Fintan. Entodas las habitaciones había flores frescas.
Aturdido, Fintan se sentó en el sofá de piel color tostado que habían mandado hacer en Nueva York, mientrasSandro iba de aquí para allá, inspeccionándolo todo como una vieja.Arregló las flores, ahuecó los cojines de piel, enderezó la mesa decentro de los años setenta. Por fin se acercó con una mantaescocesa y la extendió sobre las rodillas de Fintan.
—Te la he comprado especialmente. Tu madre me dijo que las mantas escocesas son buenas para los enfermos.
—Quita. —Malhumorado, Fintan se quitó la manta de las piernas y la arrojó al suelo.
—Pero JaneAnn dijo que te gustaría.
—Tengo treinta y dos años, no ochenta y dos. Y nunca los tendré—añadió con amargura.
—Eh... voy a escuchar los recados del contestador —dijo Sandro saliendo de la habitación.
—¿Noes fantástico que ya estés en casa? —preguntó Tara connerviosismo.
—¿Deveras? ¿Cuál es la diferencia? ¿No podríamos deshacernos deesas putas flores? Esto parece un hospital.
—Mmm, Katherine tiene algo que contarte. —Era Katherine quien debía decidir cuándo contarle a Fintan lo ocurrido con Joe Roth, pero Tara estaba ansiosa por reducir la tensión del ambiente—.Ayer le pidió disculpas a Joe Roth.
Fintan respondió con una mueca desdeñosa.
Sandro regresó y anunció con orgullo:
—Te han llamado Ethan, Frederick, Claude, Didier, Neville, Julia y Stephanie. Todo el mundo quiere venir a visitarte, pero yo les he dicho que esperen. Que ya los llamarás cuando te encuentres mejor.
—¿Nohabía un recado de Carmela García diciendo que me devuelve miempleo? Esa es la única llamada que me interesa. ¿Sabes lo quequiero?
—¿Qué?—preguntó Sandro dispuesto a hacer cualquier cosa.
—Quiero pillar un pedo de campeonato.
—¡Nopuedes! —Tara estaba atónita—. Estás enfermo. Necesitasrecuperarte.
—Nunca me recuperaré.
—Claro que sí. Tienes que pensar positivamente —ordenó Tara. Era el mensaje que repetían sin cesar las enfermeras. Las personascon una actitud positiva tenían mayores probabilidades derecuperarse.
—¿Pensar positivamente? —gritó Fintan con una risasombría—. No tengo fuerzas para eso.
—Te he comprado comida —dijo Sandro, tratando de tentarlo—. Todostus alimentos favoritos. ¿Quieres fresas? ¿Pastel de cerdo?¿Lionesas? ¿Bollos de azúcar? ¿Caramelos de leche?
—No quiero nada.
—Pero tienes que comer algo, bambino.
—¡Noquiero nada! —gritó Fintan—. Ya te he dicho mil veces que todo mesabe fatal. Además, ya sabes que sólo puedo comer alimentos crudos y sinprocesar.
Sandro dejó escapar un sollozo y corrió teatralmente hacia la cocina. Conmovida, Tara lo siguió y lo encontró inclinado sobre la encimera de lava islandesa, llorando a moco tendido junto a unaexprimidora Alessi de color verde claro.
—Todo lo que hago está mal.
—Fintan no se encuentra bien. No puede evitarlo. Aunque no hicieras nada, también se irritaría.
—Es otra persona. Siempre enfadado y desagradable. Ya no es mi Fintan.
—Lo está pasando muy mal —lo consoló Tara.
—Yo también.
—Vamos.
Tara lo llevó al salón, donde los tres permanecieron sentados en un incómodo silencio esperando que Katherine, JaneAnn y Timothy volvieran de hacer las compras.
—Voy a darme una ducha —anunció Fintan—. Hace semanas que no meducho.
—Pero si apenas puedes mantenerte en pie.
—Me las apañaré —respondió con una mirada furiosa.
Sandro y Tara siguieron sentados con un nudo en el estómago, preguntándose cómo se había esfumado la alegría del regreso de Fintan acasa. De repente oyeron un sonido extraño y agudo procedente delcuarto de baño. Cambiaron una brevísima mirada de confusión ycorrieron hacia allí.
Fitan estaba en cuclillas sobre las baldosas, fuera de la ducha, y el agua se deslizaba por su cuerpo desnudo y tan esqueléticocomo el de un prisionero de un campo de concentración. Balbuceabaalgo con un rictus de asco en la cara.
Tara notó algo diferente en él. No parecía Fintan.
Entonces se dio cuenta.
Estaba calvo.
Tenía varios mechones de pelo adheridos a los hombros y el pecho,pero en su cabeza no quedaba prácticamente ninguno.
Tara y Sandro miraron hacia donde señalaba Fintan con un dedo: el suelo de la ducha. Siguieron con la vista tres líneas espumosas y ondulantes de gel de ducha hasta el desagüe. Que estaba tapado.
Con pelos.
Un montón de pelos negros, gruesos y brillantes por el agua. Reflejaban un arco iris de champú que Fintan no había conseguido enjuagar antes de que el pelo cayera del cuero cabelludo.
—Mi pelo —articuló por fin.
Tara sintió ganas de llorar.
—Tu pelo —confirmó.
—Estoy calvo.
—Volverá a crecer en cuanto estés mejor —dijo Sandro con voz temblorosa.
—Te dijeron que esto podía pasar, ¿no? —preguntó Tara con delicadeza.
—Sí, pero yo no creí que fuera a pasarme a mí... Quiero decir, nocreía que fuera a caérseme... todo el pelo —balbuceó—. Míralo. Escomo una película de terror.
—Vamos. —Sandro cogió una toalla y empezó a secar a Fintan con ternura, como una madre secaría a su hijo. Las manos, los brazos, las axilas, el pecho—. Levanta el pie. —Searrodilló en el suelo y secó los dedos del pie de Fintan, que sesostenía cogiéndose de la pared—. Ahora el otro.
Con el corazón desgarrado, Tara levantó el pelo jabonoso. Aquello era lo peor que había pasado hasta el momento. De verdad, lopeor.
Fintan se envolvió la cabeza con una toalla, se fue a su habitación, se arrojó en la cama y rompió a llorar.
Durante media hora gimoteó como un niño, mientras Tara y Sandro lo observaban con impotencia.
—Es-toy ho-rri-ble —sollozó, jadeando entresílabas—. Es-toyho-rri-ble.
—No, no es verdad.
—Sí, sí que lo estoy. —Le embargó una nueva oleada de angustia—. Es-toy ho-rri-ble. Es-toy ho-rri-ble.
—Volverá a crecer en cuanto mejores.
—No mejoraré.
Después se levantó y fue hasta el espejo. Despacio, con esfuerzo, se quitó la toalla de la cabeza y seobligó a mirar su nuevo aspecto, en primer lugar sólo deperfil.
—Dios mío. —Dio un respingo al verse de frente—. Hasta yo me asusto de mí mismo. —Se pasó la mano por la suave calva con amarga, irremediable tristeza—. Mi bonito pelo. No queda nada. Sinél estoy repulsivo.
—¡Noes verdad, no es verdad!
—Santo cielo. —Fintan notó algo y se cubrió la cara con las manos—. Tengo una oreja más alta que la otra.
—No es cierto.
—Sí. Mira.
Era cierto.
—No sabía que mi cabeza estaba llena de bultos. ¡Joder, qué feo! Y esto es sólo el principio, ¿sabéis? A continuación se me caerán las pestañas. Y después las cejas. Y después el pelo de ya sabéis dónde.
—Puedes comprarte una peluca. —Tara estaba profundamente deprimida—. No paraya sabemos dónde, pero sí para la cabeza. Eh —añadió tratando desonar alegre—, eres homosexual. Es una vergüenza que no tengasninguna.
—Ahora que lo dices —dijo Fintan recuperándose—, tengo la de Pamela Anderson.
—Quizá no deberías haberte duchado —se lamentó Sandro—. Tal vezhabrías conservado el pelo.
—Seguía pegado por milagro —respondió Fintan—. Aunque parecía que todavía tenía pelo, ya se había caído. Sólo era cuestión de tiempo, aunque yo no quisiera afrontarlo.
¿Qué le recordaba esa frase a Tara?
Entretanto, Katherine también pasaba una mala tarde. Habían llegado a la conclusión unánime de que no convenía abrumar a Fintan en cuanto regresara a casa, de modo que ella había sido elegida para sacar temporalmente del medio a JaneAnn y aTimothy. A Milo le habría gustado ayudar, pero por desgracia estabaatado de pies y manos.
Literalmente.
Liv era una mujer terrible.
Dado que JaneAnn y Timothy se marcharían al pueblo al día siguiente y querían comprar regalos para Ambrose, Jerome y todos losvecinos que se habían ocupado de la granja mientras estaban fuera,Katherine los llevó de compras. Decidió ir a Harrods, porque era ellugar preferido de los turistas, pero fue un error.
JaneAnn no paraba de dar la lata sobre lo caro que estaba todo y Katherine no estaba de humor para animarlapues no dejaba de pensar en el suplicio que sería volver al trabajoel lunes y ver a Joe Roth. ¡Qué vergüenza!
Mientras JaneAnn se preguntaba a voz en cuello cómo se atrevían a cobrar veinticinco libras por un cuchillo para elpan cuando ella sabía que en la ferretería de Tully, en MainStreet, Knockavoy, se podía conseguir uno muy bueno por cuatrolibras con cincuenta, Katherine vivía una auténtica pesadillapreguntándose qué pasaría si, después de «pensárselo», Joe Rothdecidía que no quería ir a tomar una copa con ella.
—Y si se desafila, Curly Tully te lo afila otra vez sin cobrar nada —dijo JaneAnn volviendo a captar su atención—. No veo que aquí ofrezcan lo mismo, Katherine. Iré a decírselo. —Señaló a la cajera—.Puede que ella se lo sugiera a su padre.
—No, no lo haga —dijo Katherine con voz cansina—. Esa chica sólo es una empleada. No creo que sea un miembro de la familia Harrods.
Timothy quería comprar un regalo para Esther, su esposa.
—Entreten a JaneAnn —murmuró a Katherine— eindícame dónde está la sección de lencería.
Quince minutos después Timothy regresó, tratando de esconder una bolsa con ropa interior negra y roja que Esther usaría una sola vez, para complacerlo, antes de decirle que se la habían robado.
Cuando salieron de Harrods, JaneAnn se detuvo en un puesto callejero para comprar un par de camisetas con la inscripción «Mi madre fue a Londres y lo único que me trajo fue esta horrible camiseta», otras tres con la inscripción «Mi suegra fue a Londres y lo únicoque me trajo fue esta horrible camiseta» y siete con la inscripción«Mi vecino fue a Londres y lo único que me trajo fue esta horrorosacamiseta». Regateó con el vendedor y en lugar de pagar siete librascon cincuenta por cada una, pagó sesenta libras por las doce.Dejaron al pobre hombre aturdido, preguntándose si habría sacadoalgún beneficio de la venta, y cogieron un taxi para ir al piso deFintan.
Allí se encontraron con un extraño ser con la cara de Fintan y una melena rubia hasta la cintura.
El domingo por la tarde fueron en caravana hasta Heathrow para poner a JaneAnn y a Timothy en un vuelo de regreso a casa. JaneAnn había aceptado que Fintan se quedara debido a la excelente atención médica que estaba recibiendo.
En otros tiempos se habría burlado de los fármacos y confiadoúnicamente en el poder de la oración. Sobre todo si el enfermo erapariente de otro. En Main Street, Knockavoy, había comentadoinnumerables veces, como sentando cátedra moral:
—Lo que los médicos pueden hacer es muy limitado: lo que cura esel poder de la oración. ¡La oración obra milagros!
Ahora todas las precauciones le parecían pocas. Quería convencer a Sandro de que llevara a Fintan a Lourdes o a Knock, si los fondos no daban para llegar a Francia, pero también quería que Fintan tomara todos losfármacos disponibles.
JaneAnn agradeció efusivamente a Katherine que los hubiera alojado.
—Te he comprado una pequeñez. —Con discreción le pasó un paquete pequeño pero pesado—. Es una figura del Niño de Praga. No tepreocupes si se le cae la cabeza. Es buena suerte. —Pegó la mejillacontra la de Katherine—. Cuidarás de Fintan, ¿no? Me llamarás amenudo, ¿no? Y nos veremos todos en Navidad. —Se acercó aún más—. Yharás todo lo posible por salir con ese muchacho del trabajo,¿verdad? El amor hace girar al mundo, ¿sabes? Mira lo felices queson Milo y Liv.
—Ya estoy haciendo todo lo posible —murmuró Katherine.
A continuación, JaneAnn se aproximó a Tara y le arrancó la promesa de que daría su vida por la de Fintan.
—Y dile a tu novio que lamentamos no haberlo conocido.
Tara sintió una súbita y profunda punzada de rabia. Estaba muy avergonzada de la descortesía de Thomas.
—Está muy ocupado, ¿sabe?
—Claro, desde luego. Es maestro, y ésa es una profesión de mucha responsabilidad. Bueno, quizá viaje contigo en Navidad, ¿no? A menos...—añadió con delicadeza—, a menos que hagas lo que Fintan te hapedido. En tal caso, supongo que no lo conoceremos.
Tara se removió, incómoda. De cualquier modo, dudaba que JaneAnnfuera a conocerlo.