Capítulo 37

El programa de visitas al hospital continuó más o menos igual, de modo que el jueves se pareció mucho al miércoles. Tara pasó la mañana con Fintan y Katherine hizo el turno de tarde.

Cuando Tara y los O'Grady llegaron a las nueve de la mañana, Sandro ya estaba allí, con la cabeza pegada a la de Fintan, manteniendo una conversación íntima con él. Parecían tan unidos y compenetrados, que todos se sintieron incómodos por molestarles.

—Lamento interrumpir —dijo JaneAnn, preguntándose por qué sentía celos de Sandro.

—No hay problema —respondió Sandro con una sonrisa—. Llevo horas aquí.

—No podía dormir —explicó Fintan.

—La cama es demasiado grande sin él —dijo Sandro y de inmediato su cara se llenó de horror. ¿Habría ofendido a JaneAnn?

Pero aunque ella se sintió ligeramente incómoda, no pudo enfadarse. Con ninguno de los dos. Por alguna razón ese asunto no le parecía importante, a pesar de que la posición de la Iglesia era...

La siguiente en llegar fue Liv, que se quedó poco tiempo porque tenía que ir a trabajar a Hampshire.

—Te perderás Supermarket sweep—bromeó Milo.

—Ya me contarás lo que pasa hoy —respondió con una sonrisa tímida.

Supermarket sweepya se había convertido enuna distracción fija por la mañana y a la una menos cuarto de latarde. Media hora, dos veces al día, en que la realidad quedabasuspendida. Una cosa más, amén del miedo, que los unía.

—Estamos tratando de normalizar lo anormal —explicó Liv, la especialista en conductas—. Es una técnica de supervivencia.

—Yo creía que lo veía porque me gusta Dale Winton —dijo Sandro.

—¡Noseas tonto! —le riñó Liv—. Simplemente es una reacción ante untrauma terrible.

A diferencia del día anterior, Fintan se encontraba en un estado de letargo y apatía. Los demás echaron más que nunca en falta su mordacidad. Sólo se movió cuando una enfermera entró en la habitación; entonces, automáticamente empezó a remangarse. Ya había pasado a formar parte del extraño mundo de los enfermos, pensó Tara sintiéndose excluida. Un abismo se abría entre ellos, que siempre habían estado tan unidos. Nunca podría compartir lo que estaba pasando ni participar en la relación que tenía con la enfermera. Ahora pertenecía a otras personas.

 

 

A la una y media Katherine estaba sentada a la mesa de la oficina tratando de decidirse entre un bocadillo de queso y uno de pollo, prácticamente paralizada por la indecisión, cuando el teléfono sonó y rompió el punto muerto. ¡Queso! Sería queso. Queso, sin duda. A menos, por supuesto, que fuera pollo...

Desmond, el portero, le anunció que había un «caballero» esperándola en recepción. Por la ironía con que pronunció la palabra «caballero» Katherine dedujo que su visitante no era nada bien parecido. Confundida, bajó en el ascensor y al llegar abajo encontró a Milo, con una sonrisa de oreja a oreja y una guía de Londres en el bolsillo de la chaqueta.

—¿Cómohas llegado aquí? —preguntó con asombro.

—Cogí la línea Picadilly hasta Picadilly Circus—respondió él, y las palabras sonaron incongruentes en su melodioso acento de Clare—. Luego la línea Bakerloo hasta Oxford Circus. Fintan está dormido y JaneAnn no para de rezar. Timothy se quedó leyendo, así que pensé en salir a la aventura.

—¿Conoce a este hombre? —preguntó Desmond mirando condesprecio el pelo alborotado de Milo, su mono gastado y sus grandesbotas.

—Sí, Desmond, gracias.

Mientras Desmond cabeceaba con incredulidad, en una exagerada versión de «las mosquitas muertas son las peores», Katherine se volvió hacia Milo.

—Y no te has perdido. Muy bien.

—Sí que me he perdido. En South Kensington cogí el metro en la dirección equivocada, pero me bajé en Earl's Court y pregunté a una mujer.

—¿Y teorientó? —Katherine suspiró aliviada.

—No. Me dijo... a ver si recuerdo sus palabras exactas. Sí, me dijo: «¿Tengo pinta de ser un puto mapa parlante?»

—Ay, Milo. —Katherine le tocó el brazo en un ademán protector y apenas si notó que Joe Roth y Bruce pasaban por el vestíbulo—. Lo siento mucho.

—No es nada —dijo Milo—. Me pareció graciosísimo. Empiezo a acostumbrarme a Londres. Aquí la gente no tiene pelos en la lengua. Es toda una novedad. «¿Tengo pinta de ser un puto mapa parlante?» —Rió para sí—. ¿Un mapa parlante? ¿Qué te parece? Nunca había oído nada parecido. Bueno, ahora me voy a Hammersmith a ver a Tara. Por la línea Picadilly o la District. Ah y eh..., también iría a ver a Liv si supiera dónde trabaja.

Katherine lo miró con una sonrisa afectuosa.

—Está en Hampshire.

—¿Enqué línea queda eso?

 

 

JaneAnn rezaba constantemente. Siempre tenía un rosario en las manos y hacía frecuentes visitas a la capilla del hospital, a menudo en compañía de Sandro. En un intento de granjearse su simpatía, Sandro le había contado un montón de mentiras sobre sus experiencias religiosas y sus excursiones a distintos santuarios católicos. Pero cuando insinuó que él mismo tenía visiones se dio cuenta de que se había pasado de la raya.

—¡Muchacho! —exclamó JaneAnn cogiéndolo del cuello de lacamisa—. Tienes que hablar con el cura de tu parroquia. Es tudeber. No puedes callarte algo así.

Sandro empezó a retroceder con rapidez y consiguió hacer callar a JaneAnn diciéndole que las visiones podían deberse a un exceso de alcohol. Ella se decepcionó tanto que, para compensar, él aumentó el tiempo que pasaba con ella en la capilla del hospital.

—Con todo lo que estáis rezando los dos por Fintan, yo diría que tenemos muchas posibilidades de ganar —dijo Katherine.

—No lo creo —respondió JaneAnn con tristeza—. Creo que nuestras oraciones no surtirán efecto porque la capilla del hospital es no confesional.

—¿Perono es el mismo Dios? —cometió el error de preguntarTara.

JaneAnn la miró con disgusto y murmuró:

—Repasa tu catecismo, jovencita. Explícaselo, Sandro.

 

 

El viernes por la mañana, cuando salían de casa de Katherine, JaneAnn lanzó una bomba.

—Me muero porque llegue el domingo —dijo con vehemencia—. Una misa como Dios manda. Hasta puede que vaya dos veces.

Katherine y Tara cambiaron una mirada de horror. ¿Misa? Ninguna de las dos tenía la menor idea de dónde estaba la iglesia católica del barrio. Por primera vez en varios días se preocuparon por algo más que la biopsia de Fintan. En cuanto tuvieron la primera oportunidad, salieron juntas de la habitación de Fintan.

—¿Porqué no le digo sencillamente que no lo sé? —sugirióKatherine.

—No —respondió Tara—. La impresión podría matarla. En este momento necesita creer en los valores tradicionales. Descubrir que no eres una meapilas podría ser demasiado para ella.

Liv apareció corriendo por el pasillo, con la larga melena agitándose a su espalda. Las vio cuchicheando con ansiedad y se asustó.

—¿Yaestán los resultados de la biopsia?

—No, no es nada excepcionalmente grave. Aunque sí lo bastante grave. JaneAnn necesita una iglesia católica para ir a la misa del domingo.

Liv pareció intrigada.

—Pero ¿qué tiene de malo St Dominics, la que está en Malden Road, a la vuelta de tu casa?

Tara y Katherine se quedaron boquiabiertas. ¿Cómo lo sabía Liv?

—Eres un bicho raro —protestó Tara—. Ahora me dirás que de vez en cuando vas a la iglesia.

—Pues sí.

—Pero tú no eres católica.

—¿Yqué? En mi búsqueda de la felicidad, también frecuento sinagogas,mezquitas, centros cuáqueros, templos hindúes, el cuartel generalde los samaritanos, los divanes de los psiquiatras y la sección demoda de Harvey Nichols. Y siempre me han recibido con los brazosabiertos. Excepto en la sección de moda de Harvey Nichols—añadió.

—Por casualidad, ¿no conocerás el nombre de alguno de los curas? —se arriesgó a preguntar Katherine.

—Claro. El padre Gilligan. Dadle saludos de mi parte. Tengo que ir al lavabo. Os veré dentro de un minuto.

Cuando Liv volvió, todas las sillas que rodeaban la cama estaban ocupadas.

—Siéntate aquí —dijo Milo poniéndose en pie.

—No, de ninguna manera.

Mientras Milo protestaba, JaneAnn sugirió:

—Entonces siéntate en las rodillas de Milo.

Liv se puso como un tomate.

—Soy demasiado grande.

A Milo le hizo gracia la respuesta.

—Yo también. Aquí hay sitio de sobra —dijo dándose una palmada en las rodillas.

—No. No podría.

—Venga —le animó Fintan con voz débil.

—Hazlo —dijeron Tara y Katherine a dúo—. Hazlo, Liv.

Con la cara encendida, se sentó cuidadosamente en el regazo de Milo mientras los demás se daban codazos.

Más tarde, JaneAnn murmuró:

—Cuando Dios cierra una puerta, abre otra. Me ocuparé de que salga algo bueno de esta visita aunque sea lo último que haga en mi vida.

Incluso los más ateos del grupo —y la competencia era reñida— acabaron rezando el viernes por la tarde, a medida que se acercaba la hora señalada.

A Fintan le habían dicho que esperara los resultados a eso de las cuatro. Cada vez que alguien con bata blanca entraba en la habitación, todos daban un pequeño aunque perceptible respingo. Apenas si hablaban.

Finalmente, a las cuatro menos diez, cuando la tensión ya era irresistible, el doctor Singh se acercó a la cama. Pareció encogerse ligeramente al ver la multitud de caras pálidas.

—¿Podría hablar a solas con mi paciente?

—No, quiero que se queden —dijo Fintan con voz débil.

El doctor Singh asintió.

—Me temo que tengo malas noticias. —El corazón de Katherine dio un vuelco. Fue incapaz de mirar a los demás—. No tendremos los resultados hoy —prosiguió el doctor Singh—. Ha habido mucho trabajo en el laboratorio, así que tendrá que esperar hasta el lunes.