Capítulo 76

Tara insistió en registrar a Fintan como si fuera un miembro de la Brigada Antidroga. Palpó su cuerpo una y otra vez, maravillada ante la reducción de los bultos.

—¿Sabes qué siento? —preguntó mientras le tocaba el costado.

—¿Qué?

—¡Nada! —gritó con alegría—. ¡Absolutamente nada!

Tara retrocedió unos pasos y estudió a Fintan: calvo, esquelético, apoyado en un bastón. Pero el bulto del cuello era del tamaño de una uva.

—Tienes un aspecto estupendo —exclamó—. Estás espléndido. ¿Cómo te sientes?

—Muy bien. Tengo más energía y como bien. El futuro es prometedor. Pero ¿dónde están Katherine y mi querido Joe?

—Siéntate. Tengo que contaros una historia a los dos.

Relató a Fintan y Sandro los dramáticos acontecimientos del día anterior.

—Beaker del Show de losteleñecos —repetía Fintan cabeceando con incredulidad—.¡Después de tantos años tiene que aparecer precisamente Beaker!

Cuando Tara los puso en antecedentes de la situación con Joe, Sandro y Fintan se quedaron atónitos.

—No puede hacerle esto a Joe —gritaron cambiando una mirada de confirmación—. ¿Qué le pasa a esa chica?

—Estoy muy preocupada por ella —reconoció Tara—. No quería dejarla sola. Es como si hubiera sufrido una conmoción cerebral.

—¿No pensarás que le ha dado el pasaporte a Joe porque ha vuelto a encontrarse con Beaker? —sugirió Fintan.

—¡No! —Sandro estaba indignado—. ¿Cómo va a querer a un hombre que rompió su corazón de bambino?

—Puede que quiera vengarse de él. ¿Tú qué opinas, Tara? —preguntó Fintan—. Quizá esté planeando acostarse con él y en el último momento negarle sus favores y decirle que tiene una polla minúscula.

—No lo sé. —Tara estaba desesperada—. Es imposible saber lo que pasa en su cabeza.

—A quién no le gustaría hacerle algo así a un novio que nos plantó —dijo Fintan con aire soñador—. Pero no te preocupes, Sandro. Beaker tiene novia y eso lo deja fuera de juego.

Tara dudaba que Amy fuera un obstáculo para las aventuras sexuales de Lorcan.

—Y Joe la pondrá en su sitio.

Desde que Joe le había concertado una cita con Dale Winton, Fintan tenía una inmensa fe en su capacidad para solucionarlo todo.

La preocupación de Tara se desvaneció.

—Es verdad. Ha sido una conmoción, pero se recuperará pronto.

—¿Qué tal tu cita, Tara?

—Uf, horrorosa. El tipo que querían colocarme era bajo, medio calvo y gordo.

—Pero ¿simpático?

—No era desagradable, pero me reservo para algo mejor. Mi próxima pareja será extraordinaria. No pienso conformarme con cualquier idiota. Prefiero estar sola.

—¡Ostras! —exclamó Fintan—. Has cambiado mucho. ¿Qué ha pasado con la mesa de saldos, Tara?

—Sí —dijo Sandro con complicidad—. ¿Qué ha pasado con la cantinela de «detesto no tener pareja»?

—¿Y con aquella de «prefiero salir con un cabrón que me llame gorda a no salir con nadie» ? —preguntó Fintan.

—¿No era patética? —Tara se estremeció—. ¡La mesa de saldos! ¿Acaso no tengo toda la vida por delante?

—Y yo —dijo Fintan, rebosante de alegría.

—No sé qué es lo que ha cambiado —admitió Tara—. Lo único que sé es que cuando vivía con Thomas me sentía insegura. Me creía incapaz de sobrevivir sin él, pero ahora sospecho que él era la causa de mi inseguridad. Y es maravilloso vivir sin miedo.

—¿Miedo de qué?

—De estar sola. Pensaba que era lo peor que podía pasarme, pero ahora que ha pasado lo peor, no estoy mal. De hecho, es agradable estar sola.

—¿Agradable? —Fintan arqueó las cejas—. Ya no me queda nada por oír.

—Bueno, agradable a veces —admitió Tara—. No quiero decir que no me sienta sola. Me encantaría tener un hombre estupendo a mi lado. Pero viviendo con Thomas también me sentía sola. Al menos ahora tendré ocasión de conocer a alguien. Y creo que es posible. Mirad a Katherine; ha conocido a un tipo sensacional y es incluso mayor que yo.

—Seis semanas. Pero me gusta tu actitud. La vida es una aventura. ¿Y qué me dices de Ravi?

—Fintan, por favor. Ravi es mi amigo.

—Exactamente, pero creo que le gustaría ser algo más que tu amigo —dijo Sandro con un guiño.

—¿Tienes una barra de chocolate Mars en el bolsillo o es que te alegras de verme? —dijo Fintan con tono sugestivo.

—Yo preferiría que fuera un chocolate, gracias.

—Pero él está loco por ti, ¿no?

Tara se ruborizó.

—Quizá. Nunca ha dicho nada, pero, bueno... puede que sí. Aunque creo que me prefería gorda. Sin embargo, es posible que esté de suerte. Otra vez voy camino de la talla cuarenta y dos. Ese es el problema de no tener problemas. La satisfacción engorda.

—Sólo estás equilibrándote un poco —la consoló Fintan—. Antes estabas demasiado seca. Sí, sí, ya sé que no soy precisamente candidato para el Premio de Culturismo. Pero ahora estás estupenda, esbelta y con los músculos firmes. A propósito, ¿no crees que Tara y Ravi harían una estupenda pareja? —preguntó Fintan a Sandro.

—Ravi tiene un cuerpo espléndido —convino Sandro.

—Basta ya. Me cae muy bien, pero no estoy preparada. —No encontraba las palabras precisas—. Me gustaría salir con un montón de hombres —exclamó—. No tomarme nada en serio y divertirme. Hacía mucho tiempo que no era libre y ahora no quiero renunciar a mi libertad.

—Es probable que no te espere.

—¡No me importa, Fintan! ¡No me importa!

—Fantástico —dijo él—. Absolutamente fantástico.

 

 

A tres kilómetros y medio, en el otro extremo de Londres, tenía lugar una violenta discusión. Amy gritaba a Lorcan. Después de meses de humillaciones, el coqueteo de Lorcan con la compañera de piso de Tara era la gota que había colmado el vaso.

La discusión se había prolongado hasta altas horas de la noche, sólo para reiniciarse con la primera luz de la mañana.

—¿Cómo has podido humillarme de esa manera? —La bonita cara de Amy estaba crispada y bañada en lágrimas.

—¿Cómo? —preguntó él—. Muy sencillo. ¿No lo notaste? Coqueteé públicamente con otra chica.

—Pero ¿por qué? —gritó Amy—. ¿Por qué estás conmigo si lo único que quieres es hacerme daño?

—Porque es tan fácil.

La voz de ella fue subiendo de volumen hasta terminar en un chillido capaz de romper un cristal.

—¿Qué quieres de la vida? ¿Por qué haces las cosas que haces? ¿Qué quieres?

Le habían hecho esa pregunta un millón de veces. Lorcan fingió meditar seriamente la cuestión. Por fin abrió la boca y dijo con una sonrisa cruel:

—Una cura para el sida.

La última vez que había oído esa pregunta —unas dos semanas antes, de boca de una desolada farmacéutica llamada Colleen—, Lorcan había respondido: «¿Qué quiero de la vida? ¿Qué tal una mujer que folle como un conejo y se convierta en una pizza a eso de las dos de la mañana?»

Se le estaban terminando las respuestas ingeniosas. Claro que las mujeres no tendrían ocasión de compararlas, pero era una cuestión de orgullo personal no dar dos veces la misma respuesta.

Pero Amy fue incapaz de apreciar el ingenio de su respuesta.

—¡Largo! —Se levantó cuan larga era, y lo era mucho, y señaló la puerta con un dedo—. ¡Fuera de aquí!

Lorcan rió con indulgencia.

—Te pones preciosa cuando te enfadas.

Una mentira flagrante. En esos momentos, Amy daba asco.

—¡Fuera! —repitió.

—¿Tienes acciones de la compañía telefónica? —La cara de Amy reflejó una mezcla de furia y perplejidad—. Porque se pondrán por las nubes —explicó Lorcan riendo— cuando hagas las llamadas de rigor para suplicarme que vuelva.

—¡Fuera!

Lorcan fue hasta la puerta, pero antes de salir se volvió hacia Amy.

—Tardaré aproximadamente media hora en llegar a casa, así que no empieces a llamar hasta entonces.

Caminó hacia el metro, achispado por su propia y elocuente gracia. Pero enseguida experimentó una especie de resaca. Su ánimo cayó en picado, envenenado por una emoción menos placentera. En los últimos tiempos, esto le sucedía a menudo.

Nunca había podido resistir la tentación de jugar al chico malo. Siempre había sido muy divertido.

Sin embargo, mientras la euforia se desvanecía, se preguntó si no sería hora de comportarse decentemente y romper con Amy: dejar de atormentarla y devolverle su libertad.

Cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que era hora de buscar a otra mujer, esta vez para hacer las cosas bien.

Quizá hasta ya la conociera...

Había llegado el momento de pensar seriamente en la vida y el futuro de Lorcan Larkin.

—Eh —dijo para sí riendo—. Debo de estar madurando.

Entretanto, Amy levantó el auricular y marcó un número. Pero no era el de Lorcan.