Capítulo 55
Hacía tiempo que Tara había aprendido a compartimentar su vida, pues Thomas nunca había querido saber nada de sus amigos. De modo que el sábado por la mañana, cuando fue a casa de Katherine para ayudarla a prepararse para la cita con Joe Roth, le resultó fácil dejar atrás la humillación y el miedo ante su relación con Thomas. De hecho, le resultó facilísimo. Su vida se había convertido en un sitio incómodo, en el que no sabía qué pensar ni qué hacer. Fue un placer escapar temporalmente de él.
Cuando llegó a casa de su amiga, estaba rebosante de entusiasmo.
Katherine estaba en sujetador y téjanos. La cremallera delantera realzaba el vientre liso y los prominentes huesos de las caderas.
—Te los has puesto porque sabes cuánto me gustaría poder usarlos, ¿no? —dijo Tara con alegría—. Porque me quieres mucho.
—Más bien porque un vestido corto negro no pegaría en un estadio de fútbol —respondió Katherine.
—No es verdad, sólo pretendes ser amable con tu amiga gorda permitiéndome vivir indirectamente la experiencia de usar téjanos. Ah, cómo me gustaría ser como tú —dijo Tara con tristeza—. Sin culo y con piernas delgadas. Tienes suerte de ser mi amiga; de lo contrarío te mataría. —Echó un vistazo alrededor. Allí pasaba algo raro. El piso seguía hecho un caos a pesar de que hacía casi una semana que los O'Grady se habían marchado. A la alfombra del salón le habría ido muy bien un repaso con la aspiradora. Todo estaba polvoriento y desordenado y a través de la puerta entornada de la cocina se veía el fregadero lleno de platos sucios.
—Ah —dijo Katherine con un vago movimiento de la mano—. Sí, ya lo sé. Tenía previsto hacer una limpieza a fondo cuando se fueran, pero... eh... —Su voz se apagó—. No está tan mal. Desordenado, sí, pero limpio.
Tara no estaba muy segura de ello, pero tragó saliva y calló.
—¿Sabes? Los echo de menos —reconoció Katherine—. Me había acostumbrado a ellos.
—¡Pero si te estaban volviendo loca! —exclamó Tara—. ¿No te acuerdas de que Milo usó tu loción corporal de Chanel?
—No tenemos pruebas concluyentes de que fuera Milo —lo defendió Katherine—. Puede que fuera JaneAnn, o Timothy.
—Yo diría que fue Milo. Ya sabes, parece que le gustan las cosas buenas.
—Se ha adaptado al estilo de vida de Liv como pez en el agua —convino Katherine.
Tara empezó a olfatear el aire.
—¿Qué es esa peste? —Volvió a inhalar—. ¿Huele a pelo quemado?
—Puede que me haya pasado con la plancha del pelo —dijo Katherine, avergonzada.
—Vaya, parece que te has empleado a fondo en el proyecto Joe Roth. ¿Qué pasará si te trae a casa? ¿No te preocupa que tu piso esté un poco... eh... —titubeó— desordenado?
—Me he comprado ropa interior cara —confesó Katherine—. Ya he hecho lo suficiente para tentar al destino.
—¿Más ropa interior? —preguntó Tara, sorprendida—. ¡Si te pusieras una braga diferente entre ahora y el día de tu muerte, todavía te quedarían un par sin estrenar!
—Otra vez dando por sentado que viviremos eternamente —dijo Katherine con jovialidad.
Tara palideció en el acto.
—Cada vez que pienso en ello es tan terrible como la primera. Fintan se curará, ¿no?
—Quizá. Ojalá.
La idea de la muerte flotó en el aire hasta que Katherine dijo:
—Vamos, haz lo que has venido a hacer. Ayúdame a vestirme. —A pesar de todo, Tara se sintió eufórica— ¿Qué me pongo arriba? —Echó un vistazo a las inmaculadas perchas de Katherine—. Tú y tu limitado vestuario —murmuró con tono de marisabidilla—. Compra en colores neutros, asegúrate de que la prenda haga juego con las demás de tu armario, al comienzo de la estación escoge unas cuantas prendas básicas como un traje de pantalón gris, una falda azul marino, unos pantalones negros y una blusa blanca, y luego busca con qué complementarlas.
Había llegado a la última percha.
—Lo siento, Katherine, aquí no veo nada provocador, y no puedes ponerte una camisa de las que usas para el trabajo con los téjanos. —Desorientada, puso las manos en jarra—. Supongo que no querrás ir en sujetador, ¿no?
Katherine la sorprendió diciendo con timidez:
—De hecho, fui de compras... —Sacó una bolsa de debajo de la cama— y compré esto. Pero no va conmigo —se apresuró a disculparse—. Es un bumerán.
Tara la miró con perplejidad.
—Quiero decir que volverá al sitio de donde ha venido —explicó Katherine.
—Veamos. —Tara sacó de la bolsa un pequeño jersey de color rosa oscuro—. ¡Póntelo! ¡Ahora mismo! —ordenó.
—Pero...
—¡Póntelo!
Incómoda, Katherine posó con el jersey ante Tara. Estaba preciosa. El color rosa hacía que su cara brillara como si tuviera una luz en el interior. El tejido sedoso se ceñía a los brazos y el pecho y la prenda era lo bastante corta para permitir una sugerente vista del vientre cóncavo. Ojalá se nos hubiera ocurrido ponerle un pendiente en la barriga, pensó Tara. Siempre había deseado hacérselo ella, aunque temía que para agujerear la grasa tuvieran que usar las mismas máquinas que para cavar el túnel del canal de La Mancha. Además, el pendiente habría tenido que ser del tamaño de un plato.
—¡Tienes que ponértelo! —exclamó con vehemencia.
—No puedo —protestó Katherine—. Parezco una buscona. Además, es demasiado juvenil para mí.
—Por favor —suplicó Tara—. Se te ve atractiva y adolescente. Joe está tan acostumbrado a verte con un traje solemne abotonado hasta el cuello que se quedará de piedra.
—Pero estamos en noviembre. Me resfriaré.
—Los resfriados son causados por virus. Además, llevarás un abrigo. ¿Cuál pensabas ponerte?
Hubo una inesperada pausa durante la cual la cara de Katherine se convirtió en la viva imagen de la culpa.
—Bueno, cuando fui de compras vi esto —confesó sacando otra bolsa de debajo de la cama—. Pero no debería haberlo comprado. Lo devolveré el lunes. Sólo está pasando unas breves vacaciones en Gospel Oak. No sé en qué estaba pensando...
Tara le arrebató la bolsa y sacó una chaqueta de suave piel de color azul petróleo, todavía envuelta en papel de seda.
—¡Joder! ¿Qué más hay ahí abajo? —Tara zapateó en el suelo como un rehén en un asalto a un banco.
—Nada —se apresuró a responder Katherine—. Sólo un par de botas. Y algunas joyas y maquillaje. Ah, y algo de ropa interior. Pero no va conmigo; no sé lo demás, pero la ropa interior fue un gran error...
—¡Bobaas Baadaa! —Tara estaba debajo de la cama y su voz se oía amortiguada pero eufórica. Tara interpretó que había encontrado las botas Prada.
—Por favor, sal de ahí.
Tara salió.
—Así que por eso no llegaste a casa de Fintan hasta las nueve. ¡Estabas de compras!
Tara empezó a desdoblar la chaqueta con reverencia.
—¡Dios santo! No lo puedo creer —exclamó al ver la etiqueta—. Doce y Gab...
—No hablaremos de ello —interrumpió Katherine con firmeza—. Ya me entiendes, los remordimientos son insoportables.
Tara sintió alivio. Katherine había actuado de manera muy impropia de ella al despilfarrar en ropa cara y poco práctica, pero al menos tenía la decencia de sentirse muy culpable.
Finalmente Katherine estuvo lista: jersey nuevo, chaqueta, botas, pendientes, tangas, sujetador de encaje, barra de labios, delineador y un chorrito de Boudoir en el cuello, las muñecas y el modesto escote. Hasta permitió que Tara le hiciera coletas.
—Aparentas catorce años —dijo Tara con envidia—. Ahora ve y peca, hija mía.
—No dudes que lo haré.
—No hablarás en serio. ¿En la primera cita?
—Hay que vivir la vida —bromeó Katherine—. Mañana podríamos estar muertas.
Parecía convencida de lo que decía y Tara volvió a ponerse nerviosa. Lo último que necesitaba era que Katherine se pusiera en ese plan.
Cuando salieron de la casa, Tara miró furtivamente a un lado y otro de la calle.
—¿A quién buscas?
—A Ravi. No me sorprendería que te pegara un golpe en la cabeza, te robara la ropa y se hiciera pasar por ti para ir al partido.
Fintan había sido invitado a casa de Katherine para los preparativos, pero había declinado groseramente la invitación. Por lo tanto, con la esperanza de animarlo, las chicas decidieron ir a enseñarle los frutos de sus esfuerzos antes de que Katherine fuera a encontrarse con Joe.
Sandro abrió la puerta, pálido, preocupado y evidentemente agobiado. En silencio, con los labios apretados, señaló hacia el salón.
Fintan estaba tendido en el sofá con una peluca a lo Diane Ross. La primera visión de él, con su aspecto sombrío y consumido, siempre era una conmoción. Aunque podían atribuirlo a los efectos secundarios de la quimioterapia y al descenso de glóbulos blancos, les resultaba imposible eludir la sensación de que estaban mirando de frente a la muerte.
Pero la impresión pasó; ya les habían advertido que antes de mejorar, empeoraría.
—¿Cómo estás? —preguntó Tara.
—¡Como la mierda! —respondió él.
—Pero no estás peor, ¿no? —preguntó Katherine.
—No —reconoció de mala gana.
Un par de semanas antes habrían dedicado al menos media hora a hablar de su salud, pero ahora, una vez que confirmaban que no había nuevos tumores, ni bultos ni dolores inexplicables, todo parecía casi normal.
—¿Estás cómodamente sentado? —preguntó Tara para crear suspense.
—No. Mi culo ha desaparecido.
—No intentes darme envidia. ¿Estás lista, Katherine? —Al ver que su amiga asentía, Tara anunció—: ¡Tachan! Aquí está Katherine Casey, la joven tigresa del sexo y admiradora de Joe Roth. Esta chica promete, que nadie lo dude.
Katherine salió al centro de la estancia e hizo una pequeña danza para enseñar su ropa nueva, abriéndose la chaqueta y balanceando sus pequeñas y huesudas caderas.
—Siempre has bailado fatal —dijo Fintan, dejando paralizadas a Katherine y a Tara.
En ese momento Tara vio una lata de cerveza abierta en la mesa, delante de él, y el miedo la dejó fría. Sus ojos se encontraron con los de Katherine, que también lo había visto.
—Katherine va a salir con Joe Roth. —Tara no pudo evitar usar el tono lento y paternalista con que la gente se dirige a los locos o los deprimidos.
—Por mí, no lo hagas —dijo Fintan con malicia.
—Pero ¿no te alegras? —balbuceó Tara. Katherine permanecía inmóvil—. ¿No estás contento? Lo organizaste tú. Bueno, en cierto modo...
—Creo que me confundes con el paciente de cáncer al que le importa algo.
—Pero lo ha hecho por ti. —Tara sintió un deseo incontenible de fumar un cigarrillo.
—No es verdad —replicó Fintan—. Lo ha hecho por ella.
—Lo he hecho por ti —insistió Katherine con voz ronca.
—En tal caso, puedes parar.
—Es un poco tarde...
—En absoluto. Mejor tarde que nunca. Te relevo del trabajo. De hecho, no quiero que vayas a verlo. Te pido que no lo hagas —soltó Fintan como si le arrojara una daga.
—No puedes hacer eso —gimió Tara—. Se ha comprado una chaqueta de Doce y Gabbana. Y ropa interior de Agent Provocateur. Y botas de Prada. Vamos, enséñale las botas, Katherine, levántate los pantalones. Mira esos tacones, Fintan. Y aunque el jersey es de Frenen Connection...
Katherine se levantó los pantalones con cara de súplica y angustia. La idea de no presentarse a la cita con Joe Roth era insoportable.
—¿Lo ves? —dijo Fintan con la boca fruncida en una sonrisa maliciosa—. Es evidente que quieres salir con él. No tiene nada que ver conmigo. Sólo he actuado de catalizador.
Katherine sintió un torbellino de emociones. Ella no había querido salir con Joe. Bueno, sí, pero no habría hecho nada al respecto. Y había sentido auténtico pavor ante la idea de que Fintan empeorara si ella no hacía lo que le pedía. Sin embargo, debía admitir que una parte de ella se había alegrado de tener una excusa para tirarle los tejos a Joe. Y ahora no quería parar.Sabía que no tenía nada que ver con Fintan.
Quizá nunca había tenido nada que ver, aunque la enfermedad de su amigo había actuado como detonante.
Esta idea la hizo sentir muy incómoda y de repente entendió lo que debía de sentir Tara cuando le insistían en que dejara a Thomas.
—¿Por qué me lo pediste si luego ibas a cambiar de idea? —musitó.
—Tengo cáncer, cariño, puedo hacer lo que me venga en gana. —El tono de Fintan cambió, volviéndose cansino—. En su momento me pareció una buena idea, Katherine. Pensé que si tú y Tara vivías la vida a tope, yo me repondría. Liv me ha dicho que pasaba por la tercera fase de la reacción ante una mala noticia: la negociación.
—¿Cuáles son la primera y la segunda? —preguntó Tara.
—Negación y depresión.
—¿Y ahora en cuál estás?
—Anclado en la cuarta.
—¿Que es...?
—La autocompasión. ¿No es evidente?
—En realidad, no es la autocompasión —dijo Katherine, que también había sido ilustrada por Liv—. Es la ira.
—Lo que sea.
—¿Hay una quinta fase? —preguntó Tara con desaliento. ¿Qué debían esperar a continuación?
—Sí. Aceptación, por lo visto. Pero para entonces ya estaré muerto.
Tara abrió la boca para protestar, pero Fintan la atajó.
—Por favor, no digas nada. Es muy irritante que te traten como a un niño. Mírame. Todavía con el kiwi en el cuello a pesar de haber soportado dosis sobrehumunas de quimioterapia que me dejaron sin un puto pelo. Soy un tumor andante, así que ¿qué voy a pensar?
Se volvió hacia Katherine y dijo en tono indulgente:
—Vamos, vete. Sal con él, diviértete.
Katherine titubeó, reacia a admitir abiertamente que iba a ver a Joe Roth porque quería. Desesperada por involucrar de nuevo a Fintan, dijo:
—Si todo sale bien con Joe, lo traeré a verte.
—No te molestes.
—Bueno... Será mejor que me vaya —dijo Katherine—. Si no llegaré tarde.
Caminó hasta la estación del metro, tratando de mantener el equilibrio sobre los tacones de ocho centímetros y al mismo tiempo de ir lo bastante deprisa para desfogar la ira y la confusión.
Tara se quedó con Fintan. Se sentía muy incómoda a solas con él, y era evidente que a Sandro le pasaba lo mismo, pues evitaba entrar en el salón. En un tiempo Fintan había sido una fuente inagotable de alegría. Ahora se había convertido en un pequeño pozo de amargura.
Tara temía que le hablara de Thomas. Era cierto que había absuelto a Katherine —aunque de una manera tan desagradable que no había parecido una absolución—, pero Tara no sabía si ella también quedaba exonerada de su compromiso. Cabía la posibilidad de que ahora todo quedara en sus manos, así que no se atrevía a preguntar.
—¿Te conviene beber eso? —Señaló la lata de cerveza que había en la mesa.
—¿Por qué? ¿La quieres? ¿No es muy temprano para ti?
—Yo podría preguntar lo mismo.
—Pero yo tengo cáncer.
—Con más razón —dijo Tara con un suspiro. Luego se armó de valor y preguntó—: ¿Quieres que hagamos una visualización juntos?
—¿Una qué?
—Una visualización. Como dice el libro. Ya sabes, para visualizarte lleno de... —titubeó al ver la expresión divertida de Fintan— lleno de bondad, pureza, luz y todo eso.
—¿Cómo está Thomas? —le soltó. La pregunta que ella estaba temiendo.
—Mmm, he tenido una charla con él y sospecho que no habrá boda. No he olvidado que me dijiste que lo dejara, eh... lo tengo presente, he estado pensando en ello, ¿sabes?, pero…
Para su sorpresa, Fintan la interrumpió diciendo lo mismo que le había dicho a Katherine:
—Por mí no te molestes.
—¿Qué quieres decir?
—Me importa una puta mierda lo que hagas. Si quieres, pasa el resto de tu vida con él.
—¿No quieres que lo deje?
—No, Tara. Me resbala. Cásate o no te cases con él. Quédate a su lado y déjate pisotear como hasta ahora. Es tu vida, no la mía, así que haz lo que quieras con ella. Desperdíciala... es lo que hace todo el mundo.
—Ah, de acuerdo.
—Los vivos desaprovechan la vida —dijo Fintan con solemnidad.
—¿Así que quedo relevada de mi promesa? —preguntó Tara con inseguridad.
—Libre para hacer lo que te venga en gana.
—Vaya, eso está muy bien. —Forzó una sonrisa—. No sabía si sólo habías cambiado de opinión con respecto a Katherine. Pero, bueno... gracias.
Esperó que la inundara el alivio; esperó sentirse libre, eufórica, redimida. Todo estaba bien. Podía seguir con Thomas. Fintan le había dado su bendición y podía seguir junto a Thomas todo el tiempo que quisiera.
Aleluya, dijo para sí. ¡Podía quedarse con Thomas para siempre! ¡Se quedaría con Thomas para siempre!
¿Por qué de súbito eso sonaba más como una amenaza que como un sueño hecho realidad?