Capítulo 42

Fintan se había vuelto loco. No había otra explicación para su conducta.

Había mandado llamar a Tara y a Katherine porque tenía que pedirles algo, y cuando las chicas oyeron de qué se trataba, llegaron a la conclusión de que el cáncer se había extendido al cerebro.

Hacía cinco días del diagnóstico y habían decidido darle un respiro de la quimioterapia porque los efectos secundarios eran devastadores. El cóctel de fármacos le producía vómitos y horribles úlceras en la boca y ya había empezado a caérsele el pelo.

—Dios mío —había dicho cuando por fin había conseguido hablar—. Prefiero enfrentarme al cáncer.

Su reacción ante la medicina convencional hizo que todo el mundo empezara a leer frenéticamente todos los libros de terapias alternativas que habían comprado.

—En circunstancias normales, me reiría de estas cosas —admitió Katherine alzando la vista de un libro según el cual Fintan podía curarse si se imaginaba bañado en luz amarilla—. Pero igual vale la pena probar.

Fintan respondió a la sugerencia de que se imaginara respirando una luz pura y plateada, o atacando las células cancerosas como si jugara a los marcianitos, mascullando:

—¿Por qué no os vais a la mierda? Estoy demasiado enfermo.

Pero hoy, mientras una solución salina goteaba hacia su cuerpo, a pesar de estar débil como un gato recién nacido, flaco como una radiografía y totalmente amarillo, tenía mejor aspecto que en los días anteriores.

—¡Congregaos a mi alrededor! —gritó en una versión espuria de su antigua extravagancia—. Muy bien, me habéis preguntado infinidad de veces si podéis hacer algo por mí, ¿verdad?

Tara y Katherine asintieron con entusiasmo.

—Estupendo. Ahora, ¿me prometéis que haréis lo que os pida?

—Lo prometemos.

—¿Palabra de honor?

Ellas pusieron los ojos en blanco. ¡Como si no fueran a hacer exactamente lo que les pidiera!

—Palabra de honor.

—Bien, empezaré contigo, Tara. —La susodicha lo miró con atención—. Tienes que dejar a Thomas.

La sonrisa de Tara permaneció en su boca, pero perdió luminosidad y sus ojos se llenaron de asombro.

—¿Cómo has dicho? —consiguió articular.

Esperaba que Fintan le pidiera un pijama nuevo o —Dios no lo quisiera— que le llevara folletos de sepulturas, o incluso que le arrancara la promesa de que cuidaría de Sandro si ocurría lo peor. Pero no eso.

—Quiero que dejes a Thomas —repitió.

Tara dio un codazo a Katherine.

—A continuación me pedirá que escale el Everest. —Rió sin convicción—. Y ya puesta, que enderece la torre de Pisa y...

—No tiene gracia, Tara —interrumpió Fintan—. No es un chiste.

Sorprendida por su vehemencia, Tara buscó una explicación en la cara esquelética de Fintan. El corazón le dio un vuelco al ver que hablaba en serio.

—Pero ¿por qué? —balbuceó.

—Porque quiero que seas feliz.

—Ya soy feliz. —La errática, inexplicable insatisfacción que había estado sintiendo en los últimos tiempos se evaporó en un instante—. Sin él sería muy desdichada. ¿Verdad? —Se volvió hacia Katherine, buscando su apoyo.

—No se lo preguntes a ella —dijo Fintan con voz grave—. Está de acuerdo conmigo.

—¿Qué tiene que ver contigo mi relación con Thomas? —preguntó Tara, desafiándolo.

Fintan respiró para hablar, pero hizo una pausa. Miró las mantas de la cama como si buscara inspiración y dijo:

—Si yo muero, no quiero que tú eches a perder tu vida.

Tara estaba horrorizada, avergonzada y... furiosa. ¿Cómo se atrevía a jugar a ser Dios sólo porque cabía la posibilidad de que muriera?

Pero ¿cómo discutir con una persona que tiene una enfermedad mortal?

—Sí, soy un cabrón —dijo Fintan con alegría, expresando los sentimientos de Tara y avergonzándola—. Me estoy aprovechando descaradamente de mi estado. Más me vale sacar todo lo que pueda de él. Dios sabe que no tiene muchos alicientes.

—Lamento que no te guste Thomas...

—La única razón por la que no me gusta es porque es malo contigo. —Los ojos vidriosos de Fintan sostuvieron la mirada de Tara—. Hace dos semanas que estoy aquí y ni siquiera ha venido a verme. Hasta Ravi ha venido a visitarme.

Tara sospechaba que Ravi había ido al hospital por el mismo motivo que la gente afloja la marcha y aguza la vista cuando pasa juntoa un coche accidentado, pero lo único que dijo fue:

—En ese caso, Thomas ha sido malo contigo, no conmigo. Si tanto teinteresa verlo, haré que venga.

—No tengo el menor interés en verlo. Joder, su sola presencia me haría empeorar. Pero eso significa que no te está apoyando.

—Fintan, haré cualquier otra cosa por ti, cualquier cosa que me pidas —prometió con nerviosismo—. Pero no pienso dejar a Thomas.

—Me has hecho una promesa. —Frunció el agrietado labio inferior en un cómico gesto de malhumor—. Mira —sacó la lengua—, ¿quieres ver las llagas que me han salido en la boca? Son increíbles.

—Fintan...

—Mira las de la lengua. ¿No son enormes? Mira —ordenó—. ¡Mira!

—Son enormes —dijo Tara con voz inexpresiva—. Fintan, por favor, no me pidas que deje a Thomas. No me trata tan mal, es que...

—¡No! —Fintan trató de sentarse, pero no tenía suficiente fuerza—. Katherine y yo no queremos escuchar otra vez que los insultos de Thomas son por tu propio bien, una señal de que le importas. Tampoco queremos oír que no tiene la culpa de ser un cerdo repugnante. Si trataba a su madre como te trata a ti, ¿quién puede culpar a la pobre mujer por fugarse? Dijiste que harías cualquier cosa por mí, así que hazlo.

—Cualquier otra cosa.

—Es muy fácil —insistió Fintan con voz débil. El arrebato de rebeldía había pasado y volvió a dejarse caer sobre las almohadas—. Díselo, Katherine. Sólo tienes que meter tus bártulos en el coche y largarte.

Tara imaginó la escena por primera vez y se encogió de miedo. Era como si le dijeran que saltara de un precipicio.

Fintan giró la cabeza sobre la almohada y dejó pegado a ella un mechón de grueso pelo negro. No se dio cuenta, y eso hizo que el incidente pareciera más triste.

—Pero ¿qué será de mí sin Thomas? —preguntó Tara, impresionada por la caída del pelo—. Nunca conseguiré otra pareja y no puedo vivir sin un hombre. No es que me sienta orgullosa de ello —añadió rápidamente.

—Voy a vomitar —interrumpió Fintan con apremio—. Katherine, pásame esa palangana.

Hizo arcadas secas y después, sudoroso y exhausto, se dejó caer sobre las almohadas. Los tres guardaron silencio, y Tara y Katherine estaban buscando una excusa para marcharse cuando Fintan volvió a hablar:

—¿Cómo sabes que no puedes vivir sin un hombre, Tara? Apenas si has estado sola una semana desde que vinimos a Londres, hace doce años. En cuanto termina una relación, empiezas otra. Vamos —la animó débilmente—, ¡rompe la barrera del miedo!

Tara trataba de zafarse, como un pez que ha mordido el anzuelo.

—No, Fintan. Tengo treinta y un años. Loro viejo no aprende a hablar. Estoy en la mesa de saldos...

—Tú y tu bendita mesa de saldos. —Fintan rió con amargura—. Si alguien está en la mesa de saldos soy yo.

Tara no pudo responder. Se debatía entre la furia, la culpa y el miedo. ¡Aquello era un chantaje!

—¿Quieres terminar como tu madre? —preguntó Fintan. Tara dio un respingo—. ¿Viviendo con un viejo cascarrabias? ¿Haciendo todo lo posible por él sin complacerlo nunca? Claro que sí. Si ya lo haces.

Tara se puso furiosa. Una cosa era que ella se quejara de su padre, pero le ofendía que otra persona, aunque fuera un amigo tan íntimo como Fintan, hablara mal de su familia. Además, ella no se parecía a su madre, que era un encanto de mujer pero siempre se dejaba pisotear. Aunque Thomas a veces se comportaba como un cerdo, Tara no se dejaba pisotear. Era una mujer moderna, independiente, con ideas propias y poder. ¿O no?

—No puedes negarme nada. Tengo cáncer. —A continuación Fintan puso la guinda al pastel—: Si no dejas a Thomas, me moriré sólo para fastidiarte.

Tara hubiera querido matarlo allí y entonces. Estaba tan enfadada como compungida. Por encima de los fuertes latidos de su cabeza oyó que Fintan añadía:

—De acuerdo. Estoy dispuesto a negociar. Pídele a Thomas que se case contigo, y si acepta, tendrás mi bendición. Pero si te contesta que no, mándalo a hacer puñetas. ¿Lo harás?

—Quizá —balbuceó Tara pensando: jamás, ni loca, ni en un millón de años.

—¡Estupendo! —A pesar de las náuseas y el cansancio, Fintan estaba contento. Hasta que se le ocurrió que había una pequeña probabilidad de que Thomas dijera que sí. ¡Ay, no!—. Ahora tú, Katherine —anunció—. Tú, señorita, tienes que salir de tu estado de barbecho. —Katherine puso cara de amable interés, como si no supiera de qué hablaba—. Búscate un hombre —explicó Fintan.

Tara se picó.

—¿Por qué le encargas a ella la misión divertida y a mí la desagradable?

—No creo que Katherine vea las cosas de esa manera. —Instantáneamente, Katherine forzó una sonrisa. Parecía grapada en sus labios—. ¿No has notado que la historia se repite? Yo sí, desde luego —murmuró Fintan—. Aproximadamente cada doce meses tú apareces del brazo de un hombre increíblemente guapo. Te ronda un par de semanas y luego ¡bum!... él desaparece y tú nos dices que no quieres hablar del tema. ¿No podrías escoger a alguien moderadamente guapo y dejar de sabotear todas tus relaciones? No creas que no sé por qué lo haces —dijo en voz tan baja que las dos tuvieron que inclinarse para oírlo—. Eres igual que tu madre. Una mala experiencia con un tipo y te acojonas. Eres una gallina. Cocococococo, cococococo. —Sin abrir los ojos, Fintan flexionó los codos y aleteó con los brazos—. Gallina —repitió con vehemencia y abrió los ojos para mirar a Katherine.

—No soy como mi madre —protestó Katherine.

—¡Eres igual que ella! Esquivas a los hombres como una miedica.

—Mi madre está loca.

—Y tú también lo estarás si sigues por este camino.

—Fintan —dijo Katherine con voz mesurada—, no todos los seres humanos necesitan una pareja para ser felices.

—Ay, la palangana, voy a vomitar otra vez.

Aunque hubieran querido marcharse, permanecieron en su sitio mientras Fintan trataba de vomitar, otra vez sin éxito.

—Si pudiera vomitar, me sentiría mejor —murmuró cuando se hubo dado por vencido.

Katherine y Tara se miraron los zapatos y desearon estar en los de otros.

—Muy bien, Katherine —dijo Fintan rompiendo el silencio—, admito que algunas personas necesitan estar solas. Pero tú no eres una de ellas. Tara me ha dicho que un compañero de trabajo te tira los tejos.

Katherine fulminó a Tara con la mirada, encauzando hacia ella toda la furia que no podía demostrarle a Fintan.

—Ya no —respondió sintiendo un placer perverso.

—¿Se ha marchado de la oficina?

—No; simplemente he dejado de interesarle.

—¿Por qué? —Katherine no respondió—. Tienes que decírmelo —ordenó Fintan—. Tengo cáncer. Podría morir.

—Supongo que porque le acusé de acoso sexual cuando me invitaba a salir constantemente.

—¿Y por qué lo hiciste?

—Porque no quería salir con él.

—¿Por qué no? ¿Es mala persona?

—¡No! Es tan atento que te sacaría de las casillas.

—¡Aja! —Fintan se animó—. Así que si hubiera sido un cabrón, habrías salido con él, ¿no? Entonces te plantaría y volverías a sentirte segura... Sola y habiendo corroborado tu mala opinión de los hombres. Katherine, lo tienes todo previsto. —Ella se encogió de hombros, disgustada—. ¿Está casado?

—Que yo sepa, no.

—¿Es guapo?

—Mucho.

—¿Peligrosamente guapo? ¿Increíblemente guapo?

—No; sencillamente, muy guapo.

—¿Trabaja de modelo en sus ratos libres?

—No.

—Estupendo, ya me gusta. ¿Y a ti? —Después de una pausa, Katherine asintió débilmente—. ¿Cómo se llama?

—Joe Roth.

—Tu misión, Katherine Casey, si la aceptas, y créeme que será tu única oportunidad de volver a ver a Fintan O'Grady con vida, es atrapar a Joe Roth.

—Creo que sale con otra —protestó Katherine.

—¡A ti te encantan los desafíos! —Ella no respondió—. Prométemelo —pidió Fintan—. Prométeme que lo intentarás.

—Lo pensaré.

—Sé que las dos me odiáis —dijo Fintan con una sonrisa—. Pero si pudierais ver lo que yo veo, os horrorizaríais de la manera en que estáis desperdiciando vuestra vida. Vais tirando con resignación porque pensais que en algún momento del futuro las cosas mejorarán automáticamente. Y ahora largaos, que me habéis dejado exhausto. Y recordad: tú, Tara, empieza a hacer las maletas, y tú, Katherine, ponte tus mejores bragas para ir a trabajar el lunes. Y sobre todo —las animó como un entrenador de fútbol—: salid ahí fuera y ¡vivid, vivid, vivid!

Tara y Katherine se despidieron con sequedad. Cuando se levantaron, llegaron Neville y Geoff.

—Lo siento, chicas —gimió Fintan—. Me siento demasiado mal para recibir visitas.

Tara y Katherine bajaron en el ascensor y cruzaron la puerta del hospital sin decir una palabra, salvo para saludar a Harry, Didier y Will que se dirigían a la habitación de Fintan, cargados con flores, revistas y cerveza. Las flores y las revistas eran para Fintan; la cerveza, para ellos.

Mientras Tara sacaba su escarabajo del aparcamiento, entró otro coche. Katherine saludó con la mano a las personas que iban dentro: Javier y Butch.

—Me pregunto si Didier se largará con Butch —dijo Katherine con aire ausente.

—Yo también me lo pregunto.

Viajaron en silencio durante casi veinte minutos. Finalmente, Tara habló:

—Fintan es muy gracioso, ¿no? —Forzó una risita—. Está como una regadera.

Katherine contuvo el aliento. ¿Se había estado angustiando sin motivo?

—¿Crees que era una broma?

—Claro —respondió Tara torciendo el gesto—. ¿Qué otra cosa iba a ser? ¿Quién podría tomarse algo así en serio? Es muy ocurrente.

Katherine miró a Tara con nerviosismo. Ella no estaba segura de que Fintan les hubiera tomado el pelo. Pero qué alivio si hubiera sido así...

—Muy ocurrente —convino con vehemencia—. Está loco.

Sus risas adquirieron fuerza y convicción.

—La sola idea...

—Como si...

—Está majara.

—¡Él y sus planes disparatados!

—Y nosotras estamos tan locas como él. Yo hasta me lo tomé en serio —confesó Katherine.

—Ya lo había notado —dijo Tara—. Yo no, desde luego.

Entonces rieron otra vez de la simpática y disparatada ocurrencia de Fintan.