Capítulo 31

Después de que Katherine hablara, se produjo un pavoroso silencio.

—¿De verdad? —preguntó Tara mirando a Katherine, luego a Fintan y finalmente a Sandro—. ¿Lo es?

—Katherine tiene razón —confirmó Fintan. Por un instante, Tara odió a Katherine. ¿No podría haberse equivocado aunque sólo fuera esa vez?

—¿Cómo pueden saberlo sin una biopsia? —dijo Tara con forzado desdén. No sabía a ciencia cierta qué era una biopsia, pero se agarraría a cualquier cosa que pudiera modificar el diagnóstico.

Fintan rió.

—Tara, ya me han hecho una biopsia. ¿Qué crees que he estado haciendo esta semana? ¿Por qué crees que llevo una venda en el cuello?

—Pensé que habías reincidido en tu intento de degollarte —dijo con una sonrisa—. ¿Quieres decir que la semana pasada te ingresaron en el hospital para hacerte una biopsia y que pasaste por ese trance solo? Es lo más triste que he oído en mi vida.

—Todo sucedió muy rápido —respondió Fintan encogiéndose de hombros—. Estaba hablando con el especialista del kiwi en mi cuello y un minuto después iba de camino al quirófano para la biopsia. Antes de que me enterara de nada estaba en la mesa de operaciones, totalmente consciente, y me sacaron un ganglio linfático. Después me cosieron y enviaron el ganglio al laboratorio. ¡Un auténtico torbellino, queridas! Creo que yo debía de estar en estado de shock —añadió—. Después me hicieron unos diez mil análisis de sangre y me pincharon por todas partes. ¡Y hoy me hicieron volver para decirme que tengo cáncer!

Katherine habló por primera vez después de su diagnóstico:

—¿Enqué estadio está? —preguntó con tono deliberadamente pragmático—.¿Se ha extendido?

—No lo sé. —Fintan levantó y dejó caer los brazos—. Hay distintas clases de EH.

—¿EH?—preguntó Tara.

—Enfermedad de Hodgkin.

Dios santo. Ya hablaba un lenguaje especial, el de un enfermo.

—...y saben que lo tengo en los ganglios del cuello, pero tienen que hacer más pruebas para saber si se ha extendido a otros sitios.

—¿Comocuáles? —preguntó Tara.

—El pecho. La médula ósea. Los órganos internos. Si sólo lo tengo en los ganglios linfáticos, todo irá bien. Un poco de quimioterapia y me recuperaré.

—¿Y silo tienes en otros sitios? —preguntó Tara, aunque no quería oír larespuesta.

—Puede tratarse —interrumpió Sandro—. Sea lo que fuere, tiene tratamiento.

—¿Asíque no vas a morir? —Tara fue al grano.

—Todos vamos a morir. —Fintan sonrió de oreja a oreja y Tara y Katherine rehuyeron su mirada de loco.

—El médico es muy optimista —señaló Sandro en voz baja.

Tara se conmovió. Nadie había olvidado que la última pareja de Sandro había muerto. Debía de estar viviendo un auténtico infierno.

Cuando se recuperaron de la conmoción inicial y se reinstauró una curiosa, absurda normalidad, las preguntas se sucedieron.

—¿Quées exactamente el sistema linfático? —preguntó Tara—. Lo único quesé al respecto es que el drenaje linfático es bueno para lacelulitis.

—Es un sistema circulatorio, ¿no? —Katherine miró a Fintan buscando confirmación—. Forma parte del sistema inmunitario.

Tara miró a Fintan.

—Veamos si lo he entendido bien: ¿si sólo lo tienes en los ganglios linfáticos no es tan malo? —Fintan asintió con un gesto—. ¿Y qué pasará si descubren que lo tienes en el pecho, la médula o...? ¿Cuál era el otro sitio?

—Los órganos internos —dijo Katherine, lacónica.

—No sería muy bueno que lo tuviera en el pecho y aún peor en la médula —dijo Fintan—. Y si se ha extendido a los riñones o el hígado, ya puedes empezar a rezar por mí.

—¿Teduele el bulto?

Fintan negó con la cabeza.

—¿Quépasa ahora? —preguntó Katherine.

—Mañana por la mañana volverán a ingresarme durante dos días. Para hacerme pruebas.

—¿Quéclase de pruebas?

—Ya sabes —respondió con tono burlón—. Una biopsia de médula ósea. Una tomografía computerizada. Radiografías a gogó. La vida de los que nos dedicamos a la moda está llena de glamour.

—¿Estás asustado? —preguntó Katherine condelicadeza.

—Estoy aterrorizado —respondió él con una carcajada histérica. De repente se detuvo y dijo—: Voy al lavabo.

En cuanto la puerta se hubo cerrado tras él, Sandro preguntó:

—¿Sabéis cómo se hace una biopsia de médula? —Tara yKatherine negaron con la cabeza—. La cogen de la cadera. Te ponenanestesia local para insensibilizar la piel y el músculo, pero esimposible insensibilizar el hueso —dijo con tono monocorde—. Cuandoentra la aguja, es como si te rompieras un hueso. Dicen que es unatortura.

—Supuse que lo dormirían —murmuró Tara.

Sandro cabeceó.

—Son muy reacios a usar anestesia general.

—Es horrible. —Katherine tenía la cara crispada. La idea de que Fintan tuviera que padecer un dolor insoportable era aún peor que la de que tuviera una enfermedad mortal—. ¿No podemos quejarnos? ¿Insistir en que le pongan anestesia general?

—Hicimos lo que pudimos —dijo Fintan entrando en la sala—. Gritamos. Hasta lloramos. Creíamos que podríamos convencer al médico poniéndolo en una situación violenta. Pero él dedujo que estaba haciendo una exhibición de mariconería. Y tenía razón, desde luego.

—Pero una exhibición de Chanel —dijo Katherine.

—De Schiparelli, si no te importa.

—¿Cuándo te darán los resultados? —preguntóTara.

—Con suerte, a finales de semana.

—¿Lehas contado algo de esto a tu madre? —preguntóKatherine.

—No.

—¿Cuándo lo harás?

—No tengo intención de hacerlo en un futuro inmediato.

—Fintan. —Katherine fue a sentarse a su lado—. Tienes que decírselo. Es lo mejor.

—Sí, Fintan —dijo Tara—. Tienes que hacerlo.

—No paro de repetírselo —terció Sandro con expresión de furia.

—No puedo —respondió Fintan—. La mataría.

—Será mucho peor si se entera cuando... —Tara tomó conciencia de su falta de tacto.

—Tu madre es más fuerte de lo que crees —interrumpió Katherine, socorriendo a Tara—. Tienes que decírselo.

—No puedo. —Fintan se cubrió la cara con las manos.

—¿Quéte parece si se lo decimos nosotras? Me refiero a Tara y amí.

Katherine supuso que Fintan se burlaría de su sugerencia. Por lo menos no esperaba que se quitara las manos de la cara y preguntara con gesto esperanzado:

—¿Loharíais?

—Desde luego. Lo haremos ahora mismo —respondió Katherine, aunque Tara puso cara de pavor.

—¿Osimporta si no escucho? —preguntó Fintan.

—Llamaremos desde tu habitación, así no oirás nada. Vamos, Tara.

Entraron en el dormitorio, y en cuanto hubieron cerrado la puerta, Katherine dijo:

—Vale, cobardica. Lo haré yo.

—Si quieres, lo hago yo.

—No, sólo cógeme la mano. Y recuérdame el número. ¿Qué me pasa? Ni siquiera me acuerdo del código de Irlanda.

Al oír el receloso «diga» de JaneAnn en la línea, Katherine se echó a temblar.

—Hola, señora O'Grady. Soy Katherine Casey.

Tara le apretó la mano con tanta fuerza que le crujieron los huesos.

—Katherine Casey —repitió JaneAnn con su voz mesurada y pueblerina—. ¿Eres tú? ¡Caray! ¿Cómo estás?

—Muy bien, gracias. Tengo que...

—¿Y tumadre? ¿Y el resto de tu familia?

—Todos están bien. JaneAnn, debo...

—La otra noche vi a tu abuela en el concierto en beneficio de Ruanda. Está estupenda.

—Señora O'Grady, lo siento pero tengo que darle una mala noticia. Fintan está enfermo —se apresuró a decir Katherine. Creía que las malas noticias había que darlas deprisa. Detestaba que la hicieran esperar para suavizar el golpe.

—¿Fintan está enfermo? ¿Enfermo? ¿Es grave?

—Me temo que sí, tiene...

—El sida —interrumpió JaneAnn—. Me lo esperaba. Leí un artículo en el periódico.

—No, señora O'Grady —Katherine hizo un esfuerzo para no perder los estribos—. No es el sida.

—Lo sé todo al respecto —dijo la mujer con voz digna—. No creas que porque vivo en un pueblo soy una ignorante.

—Señora O'Grady, Fintan tiene cáncer.

—Soy su madre. Dime la verdad, por amarga que sea. No me engañes diciendo que tiene cáncer. Ni neumonía. Ya sé que mucha gente pone esa excusa.

—Señora O'Grady, le juro que Fintan tiene cáncer.

—¿No me lo dices para que no me escandalice? —preguntó JaneAnn con suspicacia—. ¿Para no herir mis sentimientos?

—De ninguna manera —respondió Katherine, al borde de las lágrimas.

Esa noche Fintan se emborrachó.

—Tengo que aprovechar —dijo riendo—. Podría ser mi última oportunidad de coger una trompa.

No dejaba de hacer chistes de humor negro. Tara, Katherine y Sandro también bebieron mucho, tratando de evadirse, pero no consiguieron olvidar lo que ocurría.

—Joder, animaos, ¿vale? —protestó Fintan mirando las tres caras tensas, angustiadas y pálidas—. Al fin y al cabo, el que va a morir soy yo.

De vez en cuando la velada parecía casi normal. Casi, porque las cosas se habían torcido y tenían un aire a pesadilla.

Sólo pudieron pensar en el tema durante un tiempo limitado, hasta que fueron incapaces de seguir procesándolo. Como las luces de los pasillos de los edificios de apartamentos, funcionaron durante un rato y luego el mecanismo se apagó.

A medianoche, Fintan anunció que se iba a la cama.

—¡Mañana tengo un gran día!

—Pasaré a verte en algún momento —prometió Tara.

—Con un bonito pijama —le recordó Fintan—. De Calvin Klein, por ejemplo.

—Considéralo hecho.

—Si no encuentras ninguno de Calvin Klein, cómprame uno de Joseph. Llévame algo bonito, porque tengo que pensar en mi reputación. Si me descubren con una de esas horrorosas batas de hospital, podría quedarme sin empleo.

—Nos ocuparemos de todo —le aseguró Katherine.

—¿Os importa? —Fintan se puso súbitamente ansioso—. ¿Tendréis problemas por salir del trabajo?

Las dos lo miraron con exasperación.

—A la mierda el trabajo —dijo Katherine por las dos.

—Joder —murmuró Fintan—. Debo de estar muy grave.

Tara y Katherine salieron de la casa en silencio y subieron al mugriento escarabajo.

—¿Teencuentras en condiciones para conducir? —preguntó Katherine connerviosismo cuando Tara arrancó haciendo rechinar losneumáticos.

—Siempre conduzco mejor después de haber bebido un par de tragos.

—No conduces mejor, sólo lo crees.

Las dos rieron, pero de repente pararon en seco.

—Es curioso —dijo Katherine, rebuscando en sus pensamientos—. Es curioso que podamos bromear en momentos como éste.

—Lo sé —suspiró Tara—. Esta noche nos hemos reído varias veces. Me avergüenza decirlo, pero por momentos todo me parecía casi normal. Aunque como si estuviéramos en un universo paralelo.

—Puede que sea la conmoción.

—Es posible. De hecho, es una noticia demasiado fuerte para asimilarla de golpe. Es una lástima que Liv no esté aquí. Ella nos explicaría lo que nos pasa.

—¡Diossanto!

Las dos se quedaron heladas al recordar a Liv.

—¿Quién se lo dirá? —preguntó Tara—. Se vendrá abajo. ¡Loquiere tanto! ¿Podrías decírselo tú? Se te da mejor. Eres menosemotiva.

Aunque Katherine no estaba del todo de acuerdo, respondió:

—La llamaré esta noche. Seguro que está despierta. La pobre siempre tiene insomnio.

Continuaron el viaje en silencio.

—No puedo dejar de pensar en la biopsia de médula -—dijo Katherine después de unos instantes—. Es una barbaridad. La mañana se nos hará interminable. Sobre todo a Fintan —se apresuró a añadir.

—Ojalá ya fuera la hora de comer de mañana —dijo Tara—. Entonces todo habrá terminado.

—No es verdad —replicó Katherine—. Sólo habrá empezado.

—No. —Tara cogió con fuerza el volante y su cara se iluminó con una esperanza—. No debemos pensar de esa manera. Es probable que todo salga bien.

Katherine reflexionó unos instantes.

—Sí, puede que sí —admitió—. ¡Levantemos el ánimo!