Capítulo 78
—No puedo creerlo —dijo Tara cuando Katherine apretó el botón para abrir la puerta de abajo.
¡Qué descaro! Y Katherine no estaba tan loca como ella creía.
Katherine abrió la puerta. Las rodillas le flaquearon en cuanto vio al corpulento, varonil Lorcan. La expresión de sus ojos oscuros mientras la estudiaban la devolvió al pasado. Seguía sacudiendo la melena leonina con la misma altanería.
—Entra.
Trató de acorralar su deseo de venganza antes de que la cautivadora belleza de Lorcan le permitiera escapar. Volvía a tener diecinueve años y se sentía arrobada, incapaz de creer que él estuviera allí.
Lorcan entró resueltamente en el salón, donde Tara aguardaba con expresión hostil.
—Hola —dijo Tara con frialdad—. No te esperábamos.
—Creo que Katherine sí. —La sonrisa cómplice y contrita de Lorcan le transmitió a Tara que si no hubiera estado reservándose para su compañera de piso, la habría cortejado a ella.
—¿De dónde has sacado nuestro número de teléfono? —preguntó Tara sin dejarse impresionar. ¿Acaso Lorcan no sabía que ella no volvería a aguantar las tonterías de ningún hombre?
—No he llamado —explicó, transmitiéndole con otra sonrisa que parecía decir «Dios-qué-buena-estás».
—Ya veo.
—Tara, ¿te importaría...? —Katherine trataba de ser amable.
Tara salió de la habitación pisando fuerte, sorprendida de su propia furia. Lorcan era un cabrón, estaba más claro que el agua. Por un instante comprendió lo frustrante que debía de haber sido para sus amigos ver que se empeñaba en salir con los hombres menos adecuados.
Cerró la puerta del salón de un portazo y Katherine y Lorcan se sentaron frente a frente, él en el sofá, ella en una silla.
—Bien —dijo él.
—Sí—convino ella con labios temblorosos. Debajo de su cráneo, su cerebro era más ligero que el aire, desagradablemente insustancial. No podía creer que él estuviera sentado ante sus ojos—. ¿A qué has venido? —preguntó con una aspereza que le costó lo suyo.
En la Versión Primera de sus fantasías, la que la había consolado en todos esos años, Lorcan prorrumpía en declaraciones apasionadas del estilo de nunca te he olvidado, dejarte fue el peor error de mi vida, olvidemos los últimos doce años, hemos perdido tanto tiempo... Lo que le daba a ella una maravillosa oportunidad de decirle de todas las maneras posibles que se fuera a tomar por el culo.
Sin embargo, él se limitó a decir con tranquilidad:
—Es estupendo volver a verte. Deberíamos ponernos al día. —Se sorprendió a sí mismo al añadir—: Y me gustaría saber... —Titubeó y fijó sus luminosos ojos color jerez en los de Katherine—. Supongo que quiero saber qué ocurrió con el niño.
La ira se escapaba de las manos de Katherine como una anguila resbaladiza. Sabía que debía estar indignada porque Lorcan había tardado doce años en preguntar por su hijo, pero se sintió relativamente aliviada.
—Dime —insistió él—. ¿Lo tuviste? ¿Puedo conocerlo? —Ella negó con la cabeza—. ¿Abortaste?
Katherine titubeó antes de responder:
—No.
—¿No?
—Fue un aborto natural.
—Pero ¿pensaste en abortar?
Ella asintió, avergonzada.
Así que no había ningún niño. Lorcan se sintió aliviado. No sabía por qué había preguntado. Se había dejado llevar por la fantasía de que quizá hubiera un precioso hijo suyo correteando por ahí. Pero ¿quién necesitaba esa responsabilidad?
—Bueno, aquí estamos. —Lorcan estaba ansioso por pasar al asunto que lo había llevado allí.
Las cosas no sucedían como en ninguno de los millares de guiones que Katherine había imaginado. Lorcan no demostraba suficiente arrepentimiento ni suficiente arrogancia. Ella se había imaginado arrojándole las disculpas a la cara, como un puñado de grava. O, por si trataba de propasarse, había ensayado innumerables respuestas capciosas para avergonzarlo y mortificarlo. (Desde «¿Quién te ha dado permiso para tocarme?» hasta su antigua favorita «El acoso sexual es un delito».)
Pero ahora se sentía incapaz de dar cualquier clase de respuesta. Su presencia le robaba fuerzas y no conseguía librarse de la sensación de irrealidad que experimentaba ante cada palabra y cada mirada de Lorcan.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para recuperar la compostura.
—Solía verte en Briar's Waypor la tele cuando iba devacaciones a Irlanda. —Se obligó a sonreír con malicia—. Tupersonaje era exactamente igual que tú.
—Ja, ja. —El personaje de Lorcan en Briar'sWay era un individuoartero y libertino—. Se hace lo que se puede.
—Pero ya no trabajas en la serie, ¿no?
—No. Dejé esa etapa atrás. —Lorcan se preguntó con nerviosismo si Katherine sabría que su carrera se había ido a pique.
—Dejaste atrás muchas cosas —dijo con sarcasmo—. ¿Qué pasó con tu mujer?
—Tomamos caminos separados. —En cuanto él había empezado a ganar dinero, pero no había necesidad de mencionarlo.
—¿Porqué?
—Bueno, así es la vida. A veces se gana y a veces se pierde.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué tomasteis caminos separados?
Lorcan se removió en el sofá. ¿Por qué no cerraba el pico de una vez? A pesar del tiempo transcurrido, recordó que Katherine podía ser muy porfiada. Cuando se empecinaba en algo, era difícil detenerla.
—Nos distanciamos —dijo, probando suerte.
—Qué pena que no os distanciarais cuando me dejaste embarazada —se burló Katherine.
—Así es. Pero escucha —se apresuró a decir—, ¿me permites que te diga que has florecido? Siempre has sido atractiva, pero ahora estás espectacular.
Katherine iba a preguntarle por su novia cuando Lorcan se inclinó y le tocó la cara. El contacto con sus dedos fue como una descarga eléctrica. Todas las terminales nerviosas de su cuerpo empezaron a vibrar y a cantar y la razón se le nubló en el acto.
—Te has convertido en una mujer preciosa —prosiguió Lorcan con voz grave.
Su mano ascendió por la mejilla de Katherine hasta el nacimiento del pelo mientras ella permanecía sentada como una estatua, con los ojos cerrados. Sabía que estaba desaprovechando la oportunidad perfecta para hacer realidad la Versión Segunda de sus fantasías, en la que castigaba el atrevimiento de Lorcan con un violento codazo en las costillas. Pero abrumada por el vértigo de su viaje atrás en el tiempo, era incapaz de moverse.
—Siéntate a mi lado. —Lorcan dio una palmada en el sofá. Katherine negó con la cabeza—. Vamos —añadió con una sonrisa rapaz.
Le dolía la espalda de estar inclinado hacia ella. De hecho, últimamente la espalda le daba bastante la lata. Tendría que ir al médico...
No sabía cuánta resistencia presentaría Katherine. Sospechaba que el sábado por la noche se habría largado con él sin pensárselo dos veces. Sin embargo, era obvio que luego había tenido tiempo de recordar su furia, de modo que había llegado el momento de sacar la artillería pesada.
—¿Sabes una cosa, Katherine con K? —dijo con una mirada que pretendía llegarle al alma—. Nunca te he olvidado.
—No te creo.
—Es la verdad. —Ella negó con la cabeza—. Juro por Dios que es verdad —repitió Lorcan—. Fuiste muy especial para mí, y si no hubiera estado casado... —La sinceridad de su mirada comenzó a iluminar y curar el corazón de Katherine—. ¿Cuándo te sentarás a mi lado? —insistió con ternura.
Y Katherine no pudo contenerse. Como una autómata, se levantó bruscamente y se sentó junto a él. No sabía por qué lo hacía. Su mente era un caos en el que el deseo de venganza estaba estrechamente ligado a otras emociones: la atracción sexual que había sentido a los diecinueve años y la necesidad de cambiar el curso de su historia personal.
En cuanto la tuvo a su lado, Lorcan cogió la cara pequeña de Katherine entre sus manos fuertes y firmes, como si fuera a besarla. Ella sabía que debía darle un codazo en los riñones o abofetearle, pero todos los guiones que había creado estaban esparcidos por el suelo de la sala de montaje. La rabia y el deseo de venganza se habían atemperado. En cambio, la idea de que Lorcan todavía la deseaba era como un bálsamo para su herida de doce años.
Sin embargo, quería saber algo... ¿qué era?
Entonces lo recordó.
—¿Qué pasa con tu novia?
—No te preocupes por ella. —Lorcan rió y le dedicó su mirada de «eres-la-mujer-más-extraordinaria-del-mundo»—. He roto con ella.
Luego se preparó para administrar el gran especial Lorcan Larkin. La clase de beso que destruye a las mujeres: suave pero seguro, dulce pero varonil, firme pero provocador, erótico pero tranquilizador.
Paralizada y fascinada, Katherine lo observó hasta que se acercó tanto que su cara se desdibujó. Segundos antes de prepararse para el descenso final, Lorcan añadió como si tal cosa:
—No significó nada para mí.
No significó nada para mí.
No significó nada para mí.
Las palabras retumbaron en la cabeza de Katherine. Con súbita, involuntaria lucidez, Katherine supo que eso era exactamente lo que Lorcan habría dicho de ella en el pasado si su mujer lo hubiera descubierto.
De repente pensó en Joe. Él no le haría algo así. Joe no le haría algo así a nadie.
Lorcan se acercó aún más y finalmente sus labios rozaron los de Katherine. Como si le faltara el aire, Katherine se escabulló de entre sus brazos.
—Tengo que ir al lavabo —murmuró.
Para su sorpresa, Lorcan no protestó. Katherine vio su expresión indulgente y comprendió que pensaba que ella quería cepillarse los dientes antes de que la besara.
Con las rodillas temblorosas, se dirigió a la puerta. En cuanto la hubo cerrado tras de sí, Tara salió corriendo de la habitación y la empujó al cuarto de baño.
—¿Qué hacíais ahí? —preguntó con un murmullo histérico.
La cara de Katherine reflejó pánico.
—No lo sé.
—Permite que te recuerde que el sábado por la noche ni siquiera recordaba tu nombre. Y todavía no recuerda tu apellido; de lo contrario habría conseguido tu número de teléfono a través del servicio de información. ¿Y por qué se presenta a estas horas? ¿Dónde ha estado antes? No me digas que ha estado trabajando, porque Amy me contó que está en el paro. —Tara había pasado los últimos veinte minutos en vilo y ahora daba rienda suelta a sus preocupaciones—. Y hablando de Amy...
—Han roto —murmuró Katherine—. Me lo ha dicho Lorcan.
—¿Y tú le has creído? Vaya, debe de haberse esmerado mucho al preparar sus disculpas. —Katherine vaciló un segundo, pero fue suficiente—. Ay, no —musitó Tara—. No me digas que no se ha disculpado. ¡Joder!
Katherine estaba blanca como la nieve.
—Quiero decir... Yo pensé...
No podía justificarlo de ninguna manera. Tara tenía razón.
Lorcan no se había disculpado, había estado a punto de besarla y ella no había protestado. ¿Cómo demonios había ocurrido? Se suponía que ella, y no él, controlaría la situación. Pero se sentía tan impotente y humillada como doce años antes, cuando Lorcan la había dejado en el bar. Con su belleza y sus palabras dulces, la había confundido tanto que era incapaz de pensar con claridad. Como en los viejos tiempos.
—Lamento ser tan cruel, Katherine, pero tú harías lo mismo por mí. De hecho, hiciste lo mismo por mí todas las noches que me impediste ir a ver a Thomas.
—Esto es diferente —dijo Katherine sin demasiada convicción. Fuera del influjo de la presencia de Lorcan, su mente continuaba aclarándose, haciendo que se sintiera degradada y ultrajada porque había estado a punto de capitular.
—Lorcan Larkin es un cabrón —insistió Tara—. Basta con ver cómo trata a su novia. Y por favor, Katherine, te lo suplico, recuerda lo que te hizo. Lo haría otra vez. Él ha sido el peor error de tu vida.
—Pero también mi favorito.
—Es un cerdo. Ni siquiera entiendo por qué lo has dejado entrar en tu casa. Reconozco que es guapo y entiendo que te guste, pero ¡después de lo que te hizo!
—Pensé que si volvía a verlo podría superar el pasado. —A Katherine le resultaba más difícil justificar sus acciones—. Mi vida es un desastre y la causa se remonta a mi relación con él. Supuse que si era agradable conmigo o yo era cruel con él, por fin me sentiría bien.
—¡Tu vida no es ningún desastre! —exclamó Tara con vehemencia—. El pasado ya está superado, aunque tú no lo veas. En tu cabeza, nada ha cambiado desde que Lorcan te abandonó, pero mira las cosas a través demis ojos: Tienes un buen trabajo, un coche precioso, excelentesamigos y, lo más importante, una relación sentimental que funciona.¡Joe y tú estáis bien! Hace cinco meses que salís. Él está loco porti. Tú estás loca por él. La relación funciona. Es unéxito.
—Tarde o temprano me dejará —dijo Katherine con tristeza—. Siempre lo hacen.
—No lo hará. Ya has superado esa etapa. Joe te conoce.
—¿Por qué esta vez iba a ser diferente?
Tara buscó desesperadamente una razón.
—Quizá gracias a Fintan —soltó sin pensar—. Has estado tan preocupada por él que no has tenido tiempo de comportarte como una neurótica.
Estaba dando palos de ciego, pero Katherine la sorprendió asintiendo despacio.
—Vaya; puede que tengas razón. —Se sentó en el borde de la bañera—. Sí, creo que tienes razón.
—Y si no recuperas la cordura rápidamente y te dejas de jueguecillos con Lorcan, perderás a Joe.
—Perderé a Joe —repitió Katherine, y la idea de vivir sin él la llenó de terror. No podría soportarlo.
Los recuerdos pasaron por su cabeza como si fueran los fotogramas de una película. La noche que ella y Joe habían tratado de cocinar algo y habían estado a punto de incendiar la cocina, todas las horas que Joe había dedicado sin protestar a Fintan, los pulsos que le había dejado ganar; el hecho de que grabara Ally McBeal sin que ella tuviera que pedírselo o que le comprara unpintalabios de casi el color exacto, su insistencia en arreglar elcoche de Katherine cuando se paraba por enésima vez, su aceptaciónincondicional cuando ella se había atrevido a hablarle de su padre.Su lealtad.
Y los sentimientos eran recíprocos. Pensó en la compasión con que había consolado a Joe después de que el Arsenal perdiera cinco a cero ante el Chelsea, enlos calcetines de Wallace y Gromit que le había comprado porque losviejos tenían agujeros, en la mantequilla de anacardos que guardabaen un armario de la cocina porque sabía que a él le gustaba, en eltiempo y el esfuerzo que había dedicado a aprender elfuncionamiento de la liga de fútbol con la única intención decomplacerlo, en lo poco que le importaba que Joe fuera incapaz dereparar el coche, aunque después Lionel, el mecánico, le dijera queJoe había complicado las cosas.
Antes de conocer a Joe su vida había sido una página en blanco, fría y estéril, pero ahora estaba llena de fascinantes colores. No podía volver atrás; se moriría. Asombrada de la claridad cristalina con que había visto el antes y el después de su vida, reconoció lo lejos que había llegado, cuánto había cambiado y lo pleno y maravilloso que era su presente.
Pensar que había estado dispuesta a renunciar a todo por un hombre que no tendría el menor escrúpulo en destruirla.
Fue como despertar de un sueño. Un sueño en el cual las cosas más absurdas parecían tener sentido. Pero ahora, en estado de vigilia, eran claramente ilógicas y ridículas.
—¿Sabes una cosa, Tara? —dijo con asombro—. Creo que tienes razón. La relación con Joe funciona. No son imaginaciones mías. Me quiere, ¿no? Tara, tengo que llamarlo.
—Ejem. —Tara señaló hacia el salón—. Antes deberías solucionar cierto asunto con un pelirrojo que espera tus favores.
—¿Qué voy a hacer con él? ¿No me harías el favor de quitármelo de encima?
—No me acercaría a él ni para usar su espalda de apoyo para saltar un seto. Simplemente dile que se largue.
—¿Sin más? ¿A pesar de que me dejó embarazada y me plantó? —Eufórica con su nueva sensación de libertad, Katherine preguntó—: ¿No crees que debería torturarlo, aunque sólo sea un poquito?
Tara reflexionó y respondió de mala gana:
—Vale, pero con cuidado. El contacto directo con ese individuo nubla la razón. Si no has salido dentro de cinco minutos, entraré a rescatarte.
Katherine ni siquiera necesitó pensar en lo que iba a decir. Ya había hecho nueve millones de ensayos generales. Entró en el salón contoneándose.
—Veamos, ¿dónde estábamos? —preguntó con voz mimosa.
—Exactamente aquí.
Lorcan deslizó su mano grande y cálida por el pelo de Katherine y atrajo su cabeza hacia él. Acercó los labios a los de ella, pero antes de que la besara, Katherine se zafó.
—No —dijo empujándolo.
—¿No? —preguntó él.
—Lo siento. —Suspiró con tristeza—. Ya no me gustas.
—¿Qué?
—Ya no eres el mismo. ¿Y sabes una cosa? —Lo miró y confirmó que era cierto—. Se te está cayendo el pelo.
Lorcan palideció.
—Esto tiene que ver con la tortillera de tu amiga, ¿no? —preguntó con furia—. Antes de irte al lavabo, te tenía en un puño.
—No es verdad y no tiene que ver con nada, excepto con tu falta de atractivo sexual. —Sonrió con coquetería—. Lo siento.
—Eres una puta asquerosa.
—No me hables así —respondió con frialdad—. ¿Cómo te atreves? —Le dirigió una mirada de grado tres y él retrocedió, súbitamente asustado. ¡Katherine estaba hecha una fiera!—. ¿Cómo te atreviste a tratarme de esa manera hace años? —Ahora le dirigió una mirada de grado cuatro y a Lorcan se le cortó la respiración. Ella parecía un animal enloquecido. Desquiciado. ¡Rabioso!—. ¿Y cómo te atreves a volver aquí y comportarte como si no hubieras hecho nada malo? ¡Cómo te atreves!
Ella respiró hondo. Esperaba poder conseguirlo... Hacía tiempo que no practicaba. Apretó los dientes y esmerándose al máximo le lanzó la mirada de Medusa. El gesto gratamente aterrorizado de él le indicó que lo había hecho bien.
Lorcan estaba paralizado de miedo. Aquella mujer era el demonio. El demonio en persona.
—Me voy —dijo por fin.
—Me parecía que algo olía mal.
—Puta —murmuró. Pasó junto a Tara, que estaba sentada en el pasillo como un perro guardián—. Puta —repitió.
—Capullo —respondió ella con jovialidad.
Roger, el vecino de abajo, estuvo a punto de sufrir un infarto al oír el portazo de Lorcan. Tara y Katherine cambiaron una mirada. La expresión de Katherine era indescifrable, hasta que Tara empezó a reír con ganas y ella la imitó.
—Me alegro tanto de haber podido usar mi mirada de Medusa —dijo entre risas—, sobre todo porque siempre la he practicado pensando en Lorcan.
—Muy bien. Ahora llamarás a Joe o irás a verlo.
—¿Crees que debería olvidar lo que pasó con Angie?
—¡Katherine!
—Vale, vale, ya está olvidado.