6 LA FORMACIÓN DE UN REY

El examen de la correspondencia entre Carlos V y Felipe II, a partir de 1543, prueba sin lugar a dudas que el Emperador quería meter al Príncipe de lleno en las cuestiones de Estado. Y no porque esa correspondencia fuera dirigida al hijo, en su mayor parte, pues los despachos pasados a limpio por el secretario de turno, llevando la mera firma del Emperador, no son prueba suficiente; bien podían pasar directamente a la Secretaría del Príncipe y a los correspondientes consejeros. Pero la voluntad de Carlos V era otra: que Felipe convocara a los Consejos, en particular el de Estado, y que en su presencia se discutiesen los principales problemas pendientes.

Y no sólo eso. En apremiantes posdatas, Carlos insta a su hijo a que se tomen las decisiones pertinentes, en particular el envío de dinero y de soldados. Son posdatas autógrafas, tras las que se adivinan los agobios del César y la presión que debieron ejercer sobre el príncipe Felipe. Pero eso muy pronto, desde el mismo año 1543, en que Carlos V sale de España. Veamos seguidamente algunas muestras.

El 27 de octubre de 1543, tras su victoria sobre el duque de Clèves, pero todavía con las armas en la mano para combatir a Francisco I en la frontera norte de Francia, Carlos V se ve bloqueado por la falta de dinero con que hacer frente a aquella campaña, y después de larga carta a su hijo, le añade en posdata autógrafa:

Hijo: vos veréis lo que en ésta os escribo y estoy muy cierto que viendo cuanto me va en ello, que haréis todo lo que podréis como [él] buen hijo es obligado, para no dexar [a] vuestro padre en necesidad en tal coyuntura…

Sigue apremiándole en un largo párrafo, para terminar aludiendo a que no se podía perder la oportunidad de redondear su triunfo, tras la brillante campaña de aquel verano contra las fortalezas del duque de Clèves:

Pues Dios lo ha hecho tan bien, es necesario ayudarle para que lo acabe mejor y que con la honra que agora me ha dado me dé en lo de por venir el fruto y provecho que de tal Señor se puede esperar. Para esto, esforzaos por hallar de ayudarnos y no os descuidéis ni dexéis de enviar el dinero y soldados que os he escrito[993]

Un mes más tarde, el 15 de noviembre, nueva carta de Carlos V a Felipe II con otra apremiante posdata autógrafa del Emperador:

Hijo: Por lo de arriba veréis la honra y merced que Nuestro Señor me ha hecho… En fin, como quiera que las cosas vayan y Dios las ordenare, sea por seguir la victoria o por resistir a los ímpetus de los enemigos, lo que os tengo escrito no se puede ni debe excusar ni creo que en tal tiempo y necesidad no me faltarán aquellos Reinos, pues creo que los otros harán lo que deben y todos lo han hecho hasta aquí. Y así, hijo, os torno a encargar que mostréis en esto cuanto buen hijo me sois[994]

El 14 de febrero de 1544, una vez más Carlos V escribe a su hijo otra posdata autógrafa, apremiándole en términos similares y siempre con aquel apelar a sus sentimientos filiales para que le socorriese[995]. En cambio, las cartas en que Carlos V resuelve los asuntos que se le plantean desde España no llevan posdata alguna. En suma, confía ya en su hijo para ese gobierno de España, en su capacidad como alter ego, y Felipe II lo acusa satisfactoriamente; aunque no deje de hacer presente a su padre lo difícil que era mandarle siempre más y más dinero.

Uno de los primeros asuntos espinosos que Felipe II hubo de tratar fue el conflicto desatado entre el duque de Alba y el marqués de Aguilar, en torno a los lances de la guerra con Francia y la defensa de la frontera catalana. Carlos V había nombrado al duque de Alba su capitán general en España. Por su parte, el marqués de Aguilar era virrey de Cataluña y sus despachos contenían una cláusula en que se le reconocía como capitán general en el Principado. Sobre esa base, el Marqués se negaba a admitir órdenes del Duque, celoso de sus prerrogativas virreinales, aunque ya Carlos V le había advertido de sus limitaciones; posiblemente, suponiendo que con el inexperto Príncipe podía hacerse fuerte. Y el Príncipe no pudo menos de acusar el golpe: «Hanos puesto en gran confusión…»[996]

Por suerte, también hubo de atender Felipe otras cosas de más enjundia, como la entrevista entre Carlos V y Paulo III, con la negociación de una estrecha alianza con la casa Farnesio, a cambio de la venta del ducado de Milán. Ante tal noticia, el Príncipe, a sus dieciséis años, convoca al Consejo de Estado:

Yo hice luego juntar los del dicho Consejo de Estado como V.M. me lo envió a mandar, y en mi presencia se leyeron las razones que V.M. mandó escribir allá[997]

Precisamente es en esa carta cuando Felipe alude a las pláticas mantenidas con su padre, antes de la partida de Carlos V de España[998].

En ocasiones, en la prosa cancilleresca se desliza un sentimiento familiar:

No podrá V.M. creer la pena con que estoy de haber tantos días que no tengo cartas de V.M…

Tal se lamentaba Felipe II en carta a Carlos V el 26 de agosto de 1543[999].

Pero no por ello abandonaba los asuntos de Estado, en especial la defensa de los intereses de España —y concretamente de Castilla—, tan empobrecida por los continuos socorros enviados a Carlos V. De forma que en la misma carta en que le da cuenta de sus desposorios, también señala Felipe II a su padre que había convocado al Consejo de Estado para platicar sobre las peticiones imperiales:

… se platicó en Consejo de Estado en mi presencia y todos fueron de parescer que no hacían lo que debían a V.M. si, como fieles vasallos y súbditos no le avisaban de todo lo que acá pasa y de las grandes y extremas necesidades que se ofrescen y del poco o ningún remedio que hay para ellos…

En suma, que era urgente que Carlos V cerrara la paz con Francia:

… mayormente pudiéndola hacer con tanta ventaja y reputación, estando —Carlos V— poderoso y con las armas en la mano…

Felipe II y el Consejo de Estado pedían al Emperador que se ciñera en sus ambiciones a sus posibilidades. Y se lo dicen con lenguaje llano:

Y así yo —señala valientemente el Príncipe—, conosciendo lo mismo que ellos y el afectión y celo con que se mueven, de su parte y de la mía, lo suplico a V.M. cuan encarecidamente puedo, y que tome esto que aquí digo con la intención y sinceridad de ánimo que se escribe…

Después de tan prudente preparación, aquel príncipe de dieciséis años lanza su andanada, a buen seguro compuesta por su secretario, posiblemente por Vázquez de Molina, pero leída, meditada y firmada por él:

Lo cual no se hace por poner estorbo a V.M. en sus grandes pensamientos, los cuales son de su imperial valor, sino por traerle a la memoria la cualidad de los tiempos, la miseria en que está la república cristiana, las necesidades de sus Reinos, los daños que de tan grandes guerras se siguen, por más justas que sean, y el peligro en que están por estar las armadas enemigas tan cerca[1000], y la poca forma que hay para resistir y proveer en tantas partes, para que, mirándolo todo, con su grandísimo juicio, tome en ello la resolución que viere más convenir [1001].

Y como Carlos V parecía sordo a esos argumentos, Felipe II los reiterará en septiembre del mismo año de 1544, y aun con más apretados términos: era tan urgente hacer la paz, por estar Castilla tan necesitada y exhausta

… que no sé con qué manera de palabras se lo pueda encarescer…

Nuevamente, Felipe II indica a su padre que debía limitar sus ambiciones:

… acá no paresce que se puede dexar de acordárselo para que, desengañado de lo de adelante, pueda medir las cosas según lo que se podrá y no según sus grandes pensamientos[1002]

Cierto: cuando Carlos V abre al fin las negociaciones de la paz de Crépy y pide el parecer de su hijo en cuanto a la alternativa de ceder al francés Milán o los Países Bajos —como dote a su hija María, para su matrimonio con un hijo de Francisco I—, Felipe II acusa conmovido esa valoración que el padre hace de su juicio:

… beso las manos a V.M. cuan humildemente puedo por querer entender mi parecer y voluntad en cosa tan importante, en lo cual V.M. ha mostrado el amor y respeto que me tiene, y yo lo estimo en lo que es razón[1003]

Pero no por ello deja de insistir en el mismo tema: Castilla estaba al borde de la mayor de las penurias. Eran los famélicos años cuarenta, tan bien reflejados en el Lazarillo de Tormes: «… por ser los años contrarios…»[1004]

Existe un curioso enfrentamiento entre el Carlos V todopoderoso, tras las victorias sobre Clèves y después de haber forzado a Francisco I a la paz de Crépy, el Carlos V que consigue de Paulo III la apertura del Concilio de Trento y que se prepara para el asalto a la temible Alemania de la Liga de los príncipes protestantes (la Liga de Schmalkalden), y el Felipe II que a sus dieciocho años en 1545 ya gobierna con pulso firme los reinos de España. Una polémica, un enfrentamiento escrito poco conocido. Carlos V insiste una y otra vez en que se le envíen más y más dineros, sacándolos por los medios y arbitrios que sean; mientras que Felipe II se muestra cada vez más reacio y al mismo tiempo más consciente de los agobios del pechero castellano y, en general, de todo el país. Sobre todo cuando, pese a que ya se ha firmado la paz con Francisco I, aún persiste Carlos V en sus apremios. El Emperador llega a decirle a su hijo que Castilla debía tomar buena nueva de lo que se estaba haciendo en Francia y de los sacrificios a que estaba llegando aquel país, a pesar de que tenía parte de su reino invadido y que la guerra había asolado su tierra; mientras que España había tenido la guerra fuera de casa:

Hijo, vos veréis lo que arriba digo y creed que sy a esta vez no se haze de lo imposible pusible, que es impusible poder sostener los negocios que tengo en manos y que no puedo soltar ny escusar y no piense nadye que con faltarme en ello y en tal tiempo fuesse esso remedyable, antes serya dar conmigo y con la carga tan redonda en el suelo que nunca nos levantaryamos. Tomen todos exemplo en lo que haze un reyno comido de amigos y enemigos y que ha sostenydo tantos exércytos en él. Y pues los míos no son comidos ny passan estos trabajos, no me la den mayor que mis enemigos me lo han podydo dar. Esforçaos, hijo, y mandad a todos que se esfuerçen porque no cayamos todos en tan grande inconvenyente en el cual verdaderamente cayese sy no soy socorrido y bien presto y no lo haziendo no solamente me dan forma como buelua allá, mas hazerse ha de manera que será cerrarme el passo de poder bolver y el modo de poder estar ny acá ny en ninguna parte. Vos veréys lo que he mandado añadir sobre la venyda de Juanetín Dorya y la paga y entretenymiento de las galeras del príncipe Dorya. Esto es cosa tan necessarya que no se puede en ninguna manera del mondo[sic] escusar, y por esto hazed y mandad a todos que entiendan en ello de manera que no haya falta.

Yo el Rey.

[Rubricado[1005]]

Ante ese requerimiento, Felipe II tiene la réplica pronta: no era justo comparar una nación con otra, porque cada una tenía sus propias costumbres y sus propios privilegios, que había que respetar; aparte de que, mientras el campo francés era muy rico, otro era el caso de España. Sorprendentemente, en unos tiempos en que los cronistas solían continuar con las famosas Laudes Hispaniae, al modo como lo había hecho un milenio antes san Isidoro de Sevilla, los hombres del equipo del Príncipe (los que sin duda redactan aquella carta que ya hemos comentado) dicen al Emperador la cruda realidad: Castilla era pobre:

Y porque viene a propósito no quiero dexar de decir a V.M. que la comparación que hace del servicio quel reino de Francia ha hecho agora a su Rey, estando consumido de amigos y enemigos, no es igual para en todos los Reinos, porque demás que la fertilidad de aquel Reino es tan grande que lo puede sufrir y llevar, la esterilidad destos Reinos, es la que V.M. sabe, y de un año contrario queda la gente pobre de manera que no pueden alzar cabeza en otros muchos. Cada Reino tiene su uso, y en aquél es la costumbre servir de aquella manera, y en éstos no se sufriría usar de la misma, porque también se ha de tener respecto a las naciones, y según la cualidad de la gente, así ha de haber diferencia en el tractamiento, mayormente, que estos Reinos sirvieron el año pasado con cuatrocientos y cincuenta cuentos, que es una notable suma, y que con lo que pagan de otras cosas ordinarias y extraordinarias la gente común a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y miseria que muchos dellos andan desnudos sin tener con qué se cubrir. Y es tan universal el daño, que no sólo se extiende esta pobreza a los vasallos de V.M., pero aún es mayor en los de los señores que ni les pueden pagar sus rentas, ni tienen con qué. Y las cárceles están llenas y todos se van a perder.

Y esto crea V.M. que si no fuese así, que no se lo osaría escribir[1006].

De igual manera Felipe se atreve a dar al Emperador este consejo, cuando conoce que quiere hacer la guerra a la Liga de Schmalkalden: cuidado con ello, máxime si Carlos V se fiaba del apoyo que le había prometido el Papa:

Beso las manos a V.Mt. por lo que manda auisar del estado de los negoçios públicos y de los que se ha tractado con el Papa, y de la buena voluntad y conformydad que en él se halla para seguyr y ayudar a V.Mt., specialmente en la buena reduçión y remedyo de los desuiados de la fe, que tanto conuyene a la Christiandad, en lo qual V.Mt. haurá tenydo y terná delante las consideraçiones y buen paresçer quitan grande y arduo negoçio requiere. Y de acá no podemos dezir más de suplicar a Nuestro Señor que dé a Su Santidad y a V.Mt. tal camyno, medios y fuerças como son menester para tan grand remedio, y acordar a V.Mt. que myre mucho, como se cree que lo haze, lo que en esto emprenderá, para que sea con la seguridad y fuerças que para su buena salida son menester, que aunque sea bien usar, como V.Mt. dize, de la voluntad y ayuda que agora offresçe Su Santidad, estas cosas a las vezes suelen faltar, y después el peso y trauajo de todo podría quedar sólo a V.Mt[1007].

En esa paulatina maduración de Felipe como futuro rey, hay que anotar también la progresiva desaparición de los consejeros que el Emperador había dejado a su lado; unos consejeros que, tras la meditada lectura de las advertencias paternas, pondría ya en entredicho. Cabría preguntarse por qué el Emperador los mantuvo en el poder, con el recelo que le inspiraban; quizá porque no tenía posibilidad de sustituirlos por otros mejores y porque algunos de ellos, aun con sus defectos, eran verdaderamente imprescindibles: Tavera, como cardenal e inquisidor general, al frente de un aparato represivo que se tenía como totalmente necesario; Cobos, por su habilidad en el manejo de las cosas de Hacienda; el duque de Alba, por su pericia como soldado.

De esos altos personajes, seis de los más destacados fueron desapareciendo del entorno del Príncipe. En 1545 muere Tavera, provocando en Felipe II un gran sentimiento:

El día que se acabaron las honras de la Princesa le sobreuino al Cardenal de Toledo una calentura tan liuiana que no se pensó que fuera nada, después le fue cresçiendo de manera que le acabó en siete días, y al primero deste [mes] por la mañana fue Nuestro Señor servido de llevársele para sy, de que me desplugo, aunque acabó muy bien, porque V.Magd, perdió en él un muy gran serydor y yo le quería mucho por esto y su autoridad y experiençia ayudaua mucho en los negocios[1008].

En 1546 les toca la suerte a Loaysa, Zúñiga y Osorno. La muerte de Zúñiga fue una gran pérdida para el Príncipe, reflejada por el mismo Cobos:

Ha sido una gran pérdida —escribe a Carlos V—, así para el servicio de V.M. como del Príncipe. Yo tenía con él tanta compañía y buena amistad, que he sentido mucho su falta, y más agora, por haber quedado solo en todo[1009].

Y al año siguiente es Cobos quien muere. En ese mismo año el duque de Alba deja el escenario español, donde ya no hace falta su presencia, dada la paz con Francia, para acudir al lado del Emperador y asistirle en la campaña del Elba, donde jugaría tan decisivo papel en la victoria de Mühlberg, precisamente recordada en los frescos de su torreón de la villa de Alba.

Por consiguiente, ya no quedan al lado del Príncipe más que figuras secundarias, como Silíceo o Fernando de Valdés, de quienes tan pobre concepto tenía el Emperador.

Puede decirse que, desde ese momento, a sus veinte años, Felipe es ya quien controla, de hecho y de derecho, todo el gobierno de España.

Sin embargo, su formación política aún tendría que pasar un nuevo grado: el grand tour, el gran viaje por la Europa entonces dominada por Carlos V desde Bruselas, adonde el César le llamaría en 1548.

Precisamente, cuando el Emperador estaba preparando un cambio espectacular en el orden sucesorio al Imperio.