EL mago y la bruja se habían dejado caer en sus sillas e intentaban recobrar el aliento. De cuando en cuando se le escapaba a uno de los dos una sonrisa maligna. Sarcasmo limpió las gafas, que tenían los cristales empañados, con la manga de la bata. Tirania se secó el sudor del labio superior con un pañuelito, procurando conservar intacto el maquillaje.
—¡Ah, muchachito! —dijo como de pasada—. Tú has hablado varias veces de «nos» y de «nosotros». Pero entendámonos bien: yo necesito tu parte del pergamino y tu ayuda de experto; pero ya te las he pagado bien, ¿no es cierto? Naturalmente, sólo yo beberé y formularé deseos. Llegado ese momento, tú te mantendrás al margen.
—Te equivocas, querida tía —respondió Sarcasmo—. Tú no conseguirías otra cosa que achisparte e incluso ponerte enferma. Ten en cuenta que ya no eres una jovencita. Déjame tranquilamente eso a mí. Tú puedes decirme los deseos que debo formular para ti. Sin esta condición, no colaboro.
Tirania se enfureció.
—¿He oído bien? —gritó—. ¡Has jurado por el Tenebroso Banco-Palacio de Plutón venderme tu parte!
Sarcasmo se frotó las manos.
—¿Sí? No lo recuerdo.
—¡Por amor del diablo, muchachito! —jadeó ella—. ¡No pensarás violar un juramento como ése!
—Yo no he jurado nada —respondió él sonriendo sarcásticamente—. Habrás oído mal.
—¿Adonde ha ido a parar nuestro antiguo sentido de la familia? —dijo, y se tapó la cara con las manos cubiertas de anillos—. ¡Ni siquiera una tía anciana y candorosa se puede fiar de su sobrino preferido!
—Por favor, Titi —dijo él—, no comiences otra vez con esas bobadas.
Durante un rato se miraron los dos con ojos hostiles.
—Si no cambias de actitud —dijo al fin la bruja—, estaremos sentados aquí hasta el próximo año.