PARA llegar a su sótano secreto, fortificado por procedimientos mágicos absolutamente seguros, Sarcasmo tenía que recorrer un verdadero laberinto de pasadizos subterráneos, cada uno de los cuales estaba cerrado con varias puertas mágicas que sólo podían abrirse y cerrarse de forma muy complicada. Era un proceso que exigía mucho tiempo.

Jacobo se acercó a Maurizio y le susurró con voz misteriosa:

—Escúchame atentamente, gatito. Mi madam no sólo es la tía de tu maestro, sino que también le paga. Él le proporciona lo que ella le pide, y ella hace grandes negocios con los brebajes venenosos que él prepara. Mi madam es una bruja multiplicadineros, ¿entiendes?

—No —respondió Mauricio—. ¿Qué es una bruja multiplicadineros?

—Tampoco yo lo sé muy bien —admitió Jacobo—. Ella sabe hechizar con dinero. Logra de algún modo que el dinero aumente por sí mismo. Cada uno de los dos es perverso por sí solo. Pero cuando se unen una bruja multiplicadineros y un mago de laboratorio, ¡adiós!, se ciernen las tinieblas sobre el mundo.

De pronto, Maurizio se sintió terriblemente cansado.

Aquello era demasiado para él, y comenzó a añorar su camita con dosel.

—Si estás tan enterado de todo —preguntó con voz lastimera—, ¿por qué no te has dirigido a nuestro Consejo Supremo y se lo has comunicado?

—Yo contaba contigo —respondió Jacobo con cierta aspereza—, porque hasta ahora no tengo ninguna prueba de que están confabulados los dos. Entre los hombres, te lo aseguro, el dinero es el punto capital, especialmente en el caso de tu maestro y mi madam. Hacen todo por dinero, y con dinero pueden hacer todo. Es el peor instrumento mágico que existe. Pero eso no lo hemos descubierto hasta ahora los animales, porque entre nosotros no hay nada semejante. Yo sólo me enteré de que también en casa de Sarcasmo había uno de nuestros agentes, pero no sabía quién. Bueno, pensé, con la ayuda del colega lograré reunir pruebas. Particularmente, esta noche.

—¿Por qué particularmente esta noche? —quiso saber Maurizio.

Inesperadamente, el cuervo emitió un prolongado graznido, cargado de presagios, que resonó por todas las habitaciones y conmovió hasta los tuétanos al gato.

—¡Perdona! —prosiguió el cuervo en voz baja—. Es nuestra forma de reaccionar cuando se avecina una tormenta. Porque nosotros presentimos esas cosas. Todavía no sé qué se proponen ésos, pero me apuesto mis últimas plumas a que se trata de una inaudita humanada.

—Una… ¿qué?

—Bueno, no se puede decir cerdada, porque los cerdos no hacen nada malo. Por eso he venido volando de noche y en plena tempestad. Mi madam no sabe nada de esto. Yo contaba contigo. Pero ahora has puesto a tu maestro al corriente, y hemos perdido la ocasión. ¡Ojalá me hubiera quedado en el nido con mi Amalia!

—Creí que tu esposa se llamaba Clara.

—Ésta es otra —graznó involuntariamente Jacobo—. Pero ahora no sé trata de cómo se llama mi esposa, sino de que tú lo has estropeado todo.

Maurizio miró desconcertado al cuervo.

—Me parece que lo ves todo demasiado negro. Eres un pesimista.

—Es cierto —asintió secamente Jacobo Osadías—. Por eso tengo razón casi siempre. ¿Nos apostamos algo?

El gato le dirigió una mirada altiva.

—Está bien. ¿Y cuál será la apuesta?

—Si tienes tú la razón, yo me trago un clavo oxidado; si la tengo yo, te lo tragas tú. ¿De acuerdo?

Maurizio procuró mostrarse tranquilo, pero le temblaba un poco la voz cuando contestó:

—¡De acuerdo! Acepto la apuesta.