—¿QUÉ ha sido eso? —preguntó recelosa la bruja—. Aquí ha pasado algo. Lo noto.
—¿Qué puede haber pasado? —comentó él—. A mí lo único que me preocupa es saber dónde están los dos animales. Si se han largado, habrá sido inútil todo el trabajo que nos ha costado elaborar el ponche.
—¿Inútil? ¿Qué dices? —exclamó la bruja—. Al menos podemos cumplir todas nuestras obligaciones contractuales antes de la medianoche. ¿Te parece poco?
Sarcasmo le cerró la boca.
—¡Chisss! —silbó—. ¿Estás loca, Titi? A lo mejor se encuentran aquí y nos están oyendo.
Los dos escuchaban y, naturalmente, Félix tuvo que estornudar sonoramente en aquel momento.
—¡Anda! —exclamó Sarcasmo—. ¡Jesús, señor cantor de cámara!
Los animales salieron lentamente de detrás de la cómoda. Jacobo tenía una mancha de sangre en las plumas de la pechuga y caminó arrastrando las alas. Félix se acercó renqueando.
—¡Anda! —dijo pausadamente también Tirania—. ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?
—Ahora mismo, en este instante, hemos entrado, por la ventana —graznó Jacobo—. Allí me he cortado, como puede ver usted, madam.
—¿Y por qué no os habéis estado en la habitación del gato, como se os había ordenado?
—Así lo hemos hecho —mintió descaradamente el cuervo—. Hemos estado durmiendo todo el tiempo. Pero cuando han empezado los crujidos y el alboroto, nos hemos asustado tanto que hemos huido al jardín. ¿Qué ha ocurrido? Ha sido terrible. ¡Y qué aspecto tienen ustedes! ¿Qué les ha pasado?
Le dio un aletazo al gato, y éste repitió con voz débil:
—¿… les ha pasado?
Y en ese momento tuvo un fuerte acceso de tos. Quien ha visto una vez a un pequeño gato sufrir un violento ataque de tos, sabe hasta qué punto es desgarradora esa escena. El mago y la bruja fingieron preocuparse mucho.
—Esa tos no augura nada bueno, pequeño —comentó Sarcasmo.
—Me parece que estás bastante mal —añadió Tirania—. ¿No os ha ocurrido nada más?
—¿Nada más? —gritó Jacobo—. ¡Vaya, muchas gracias! Hemos estado media hora ahí fuera acurrucados en el árbol, y con un frío de perros. ¡Nada más! ¡Yo soy un cuervo, madam, y no un pingüino! Siento mi reumaticismo en todos los miembros, tanto que no puedo mover las alas. ¡Nada más! ¡Nos hemos librado de la muerte por los pelos! ¡Nada más! Ya lo decía yo, esto va a tener un mal endesenlace.
—¿Y aquí dentro? —preguntó Tirania con los ojos semicerrados—. ¿Habéis tocado algo?
—Absolutamente nada —graznó Jacobo—. Tenemos bastante con el susto que nos dio hace un rato la serpiente de pergamino.
—Déjalo estar, Titi —dijo el mago—. Estamos perdiendo el tiempo.
Pero ella negó con un movimiento de cabeza.
—He oído algo, estoy segura.
Echó a los animales una mirada penetrante. Jacobo abrió el pico para contestar algo, pero volvió a cerrarlo: no se le ocurría nada más.
—He sido yo —logró decir Félix con su voz catarrosa—. Perdonen, pero el hielo me había dejado la cola tan rígida como un bastón y completamente insensible. Así que, por descuido, le he dado con ella a la ponchera: pero ha sido un golpe muy débil, y no ha pasado nada, maestro.
El cuervo miró a su colega con un gesto de elogio. El mago y la bruja parecieron tranquilizarse.
—Os extrañará —dijo Sarcasmo— que esto parezca un campo de batalla. Y os preguntaréis, mis pequeños amigos, quién nos ha dejado así a mi anciana tía y a mí. ¿No es cierto?
—Sí, ¿quién? —dijo Jacobo.
—Bien, os lo voy a decir —prosiguió el mago en tono patético—. Mientras vosotros dormitabais en la acogedora habitación del gato, nosotros hemos tenido que librar un combate terrible, un combate contra poderes hostiles que querían aniquilarnos. ¿Y sabéis por qué?
—No, ¿por qué? —dijo Jacobo.
—Os hemos prometido una grande y maravillosa sorpresa, ¿no es cierto? Y nosotros cumplimos lo que prometemos. ¿Podéis adivinar en qué consiste?
—No, ¿en qué? —preguntó Jacobo, y Félix dijo lo mismo en voz baja.
—Entonces, escuchad y alegraos, mis pequeños amigos —anunció Sarcasmo—. Mi buena tía y yo hemos trabajado incansablemente por el bien del mundo entero con grandes sacrificios personales —al decir esto echó a Tirania una mirada penetrante—, con grandes sacrificios personales. El poder del dinero —aquí señaló a la bruja— y el poder del saber —en este momento se llevó la mano al pecho y bajó humildemente los ojos— se alían ahora para derramar felicidad y bendiciones sobre toda criatura doliente y sobre la humanidad entera.
Hizo una pequeña pausa y se llevó teatralmente la mano a la frente antes de proseguir:
—Pero los buenos propósitos ponen inmediatamente en pie de guerra a las fuerzas del mal. Y esas fuerzas se han lanzado contra nosotros y han arriesgado todo para impedir nuestro noble proyecto. El resultado lo tenéis a la vista. Pero como nosotros éramos un solo corazón y una sola alma, no han podido doblegarnos. Los hemos puesto en fuga. Y ahí veis nuestra obra común: esa maravillosa bebida que posee el poder mágico y divino de cumplir todos los deseos. Lógicamente, un poder tan grande sólo puede ponerse en manos de personalidades que estén muy por encima de hacer de él el menor uso egoísta, personalidades como tía Titi y yo…
Al parecer, esto era demasiado incluso para él mismo. Tuvo que llevarse la mano a la boca para ocultar que sus labios se contraían con una sonrisa cínica.
Tirania le hizo un gesto de asentimiento y tomó rápidamente la palabra:
—Te has expresado muy bien, muchacho. Estoy emocionada. Ha llegado el gran momento.
Luego se inclinó sobre los animales, los acarició y dijo en tono muy enfático:
—Y vosotros, mis queridos pequeños, habéis sido elegidos para ser testigos de este fabuloso acontecimiento. Eso es un gran honor para vosotros. Os sentís felices de ello, ¿no es cierto?
—¡No sabe usted cuánto! —graznó Jacobo, irritado—. Yo se lo agradezco muchísimo.
También Félix quiso decir algo, pero tuvo un nuevo acceso de tos.