ENTRETANTO, la bruja había enrollado otra vez la serpiente de pergamino. Ahora, el mago sacó de la manga de su bata un rollo que parecía exactamente igual.

—Ante todo, Titi —declaró—, tenemos que comprobar a título de ejemplo si las dos partes estaban originariamente unidas. ¿Conoces la fórmula y sabes qué tienes que hacer?

—Está todo claro —respondió ella.

Luego, dijeron a dúo:

Por la fuerza de sesenta y seis

pentagramas del revés

se muestran falsas o reales

partes que del conjunto nacen.

¡Fórmula de la oscura noche,

enséñame tu poder sin límite!

Bajo el rayo y las llamas,

¡únete!

¡Preparados… Listos… Ya!

En el mismo instante lanzaron los dos al aire su rollo de pergamino. Un relámpago terrible y cegador cruzó el recinto, y el aire de la habitación centelleó con millares de estrellitas como si hubiera estallado una bengala. Pero esta vez no se oyó ningún ruido.

Como atraídos por una increíble fuerza magnética, los extremos de las dos partes chocaron el uno con el otro y se unieron tan perfectamente y sin rastros de adhesivos como si nunca hubieran estado separados.

Bajo el techo del laboratorio flotaba una serpiente de pergamino que medía unos cinco metros y descendía lentamente hacia el suelo con amplios y pausados movimientos ondulatorios.

El mago y la bruja asintieron, satisfechos.

—Y ahora —dijo Sarcasmo dirigiéndose a los animales— tenéis que dejarnos solos un momento. Vamos a preparar la fiesta de San Silvestre y no os necesitamos.

Con la secreta intención de impedir que el ponche de los deseos estuviera a punto antes de las doce, Jacobo pidió y suplicó que se le permitiera quedarse allí y prometió que no molestaría lo más mínimo. Maurizio se unió a su petición.

—Aquí no tenéis nada que hacer, bribonzuelos curiosos —dijo Tirania—. Nos estáis importunando constantemente con vuestras preguntas. Además, tiene que ser una sorpresa para vosotros.

Como las súplicas y los consejos no servían de nada, la bruja cogió al cuervo y el mago al gato. Los llevaron a la habitación de Maurizio y los dejaron allí.

—Podéis echar una siestecita —sugirió Sarcasmo— para que luego no os canséis durante la fiesta. Sobre todo tú, gatito.

—O podéis jugar un rato al ovillobol para matar el tiempo —añadió Tirania—. Lo importante es que os portéis bien y no volváis a reñir. Cuando esté todo listo, vendremos a llamaros.

—Y para que no miréis antes de tiempo y nos agüéis la fiesta a nosotros y a vosotros —prosiguió Sarcasmo—, os vamos a encerrar hasta que llegue la hora.

Cerró la puerta y dio la vuelta a la llave desde fuera.

Sus pasos se alejaron.