EN cualquier tipo de magia es importante conocer las fórmulas adecuadas, disponer de los accesorios adecuados y llevar a cabo la acción adecuada en el momento adecuado; pero también es importante que uno se halle en la actitud interior adecuada. El estado de ánimo en que se encuentra uno ha de estar en consonancia con la obra que se propone. Además, esto rige tanto para la magia mala como para la buena (que también se da, aunque quizá con menos frecuencia en nuestros días). Para obtener algo bueno por procedimientos mágicos se precisa una disposición de ánimo entrañable y armónica, mientras que para hacer algo malo se requiere una actitud de odio y confusión.
Y precisamente de eso se habían ocupado entretanto el mago y la bruja.
El laboratorio brillaba con el frío resplandor de innumerables proyectores eléctricos, lámparas y tubos fluorescentes, que relampagueaban y centelleaban desde todos los rincones. El recinto estaba lleno de vapores, pues de varias palanganas humeantes surgían nubes densas de distintos colores que se arrastraban por el suelo y luego ascendían junto a las paredes, formando figuras grotescas y rostros de todos los tipos, grandes y pequeños, que luego se deshacían para adoptar inmediatamente una forma nueva.
Sarcasmo estaba sentado junto a su armonio y pulsaba las teclas con gestos ampulosos. Los tubos del instrumento estaban hechos con huesos de animales torturados hasta la muerte. Los más pequeños eran de patas de gallinas; los mayores, de patas de focas, perros y monos; los más grandes, de patas de elefantes y ballenas.
La tía Tirania se hallaba junto a él y pasaba las páginas. Cuando cantaron juntos la coral CO2 del Cancionero de Satanás el efecto fue bastante escalofriante:
La octava campanada
desata el nudo del mal.
¡Verdad, razón, sentido,
hacia el abismo marchad!
Caóticas mis palabras
mendaces fluyen ya:
Mentira es el futuro y falso lo real.
Espíritu y Natura
desorden conocerán.
Capricho es el sentido;
capricho la libertad.
Quien mate su conciencia
tendrá el poder total.
¡Gran enseñanza es ésta
del arte de hechizar!
Rompamos las cadenas.
Juremos conjurar.
¡Arriba la locura!
¡Viva lo irracional!
Y a cada estrofa seguía el estribillo:
¡Ponche embrujado, bulle, bulle!
¡Mágico hechizo, fluye, fluye!
Ése era el coro. No es extraño que el mago y la bruja no quisieran permitir que los animales fueran testigos del acto. En todo caso, ellos se hallaban en la disposición adecuada para su obra.
—En primer lugar —declaró Sarcasmo—, tenemos que hacer un recipiente idóneo para el ponche.
—¿Hacer? —preguntó Tirania—. ¿No tienes una mala ponchera en tu vajilla de soltero?
—Querida tía —dijo despectivamente Sarcasmo—, no tienes ni idea de bebidas alcoholorosatánicas. Ninguna ponchera del mundo, aunque estuviera tallada de un solo diamante, podría resistir el proceso necesario para nuestra obra. Saltaría en pedazos, o se fundiría, o se evaporaría sin más.
—¿Qué hacemos entonces?
El mago sonrió con aire de superioridad.
—¿Has oído alguna vez hablar del fuego frío?
Tirania negó con un movimiento de cabeza.
—Entonces, presta atención. Ahora puedes aprender algo, Titi.
Fue a una alacena y sacó una especie de gigantesco tubo de spray y se acercó con él a la chimenea, en la que en ese momento ardía el fuego en grandes llamaradas.
Mientras hacía que algo invisible siseara en las llamas, dijo:
Aire, brasas, llamas
en el tiempo danzan.
Su salvaje titilar
resplandece en el hogar.
¡Pieles de salamandra!
Por la fuerza del pasado,
aire, brasas, llamas,
¡quedaos rígidos, helados!
Al instante, el fuego dejó de llamear, se quedó parado, absolutamente inmóvil, y adquirió el aspecto de una extraña planta con muchas hojas dentadas que emitían fulgores verdes.
Sarcasmo metió las manos sin protección alguna y fue cogiendo una hoja tras otra hasta que reunió un brazado. Apenas había acabado de realizar esta operación cuando se encendió en la chimenea un fuego nuevo y comenzó a danzar como antes.
El mago se dirigió a la mesa que había en el centro del laboratorio y colocó allí las rígidas hojas cristalinoverdes como las piezas de un puzzle. Donde los bordes dentados encajaban perfectamente, las hojas se fundieron al instante en un solo bloque. (En cualquier fuego, las diferentes formas de las llamas, si se ensamblaran, constituirían siempre un todo, sólo que cambian constantemente y con tanta rapidez que es imposible observarlo a simple vista.)
Bajo las expertas manos de Sarcasmo surgió rápidamente una bandeja plana, a la que luego le puso paredes laterales, hasta que por fin apareció un recipiente redondo y dorado que podía tener un metro de altura y de diámetro. El recipiente brillaba con una luz verdosa y, de algún modo, parecía irreal.
—Bueno —dijo el mago, y se limpió los dedos en la bata—. Esto ya está. Tiene buena pinta. ¿No te parece?
—¿Y crees que no se romperá? —preguntó la bruja.
—De eso puedes estar segura.
—Belcebú Sarcasmo —dijo la vieja con una mezcla de envidia y admiración—, ¿cómo lo has hecho?
—Es difícil que comprendas estos procesos científicos, querida tía —respondió él—. El calor y el movimiento no se dan sólo en el tiempo que discurre positivamente. Si se esparcen sobre ellos momentos negativos o partículas antitiempo, se anulan recíprocamente, y el fuego pasa a ser rígido y frío, como has visto.
—¿Y es posible cogerlo?
—Naturalmente.
La bruja pasó cautelosamente la mano por la superficie del enorme recipiente y preguntó:
—¿Podrías enseñarme a mí todo eso?
Sarcasmo sacudió la cabeza.
—¡Secreto empresarial!