INTERRUMPIÓ sus paseos y se rascó la calva, pensativo.
—Al menos el elixir 92 tendría que estar terminado hoy —murmuró—. Al menos eso. Siempre que no venga otra vez a interrumpirme el maldito gato.
Se acercó a la chimenea.
En las llamas verdes había sobre unas trébedes una marmita de vidrio en la que hervía una especie de sopa de aspecto bastante nauseabundo: negra como el alquitrán y viscosa como la baba de un caracol.
Mientras examinaba el mejunje removiéndolo con una varita de cristal de roca, escuchaba, sumido en sus pensamientos, el rugido de la tempestad, que sacudía las persianas. Por desgracia, la sopa tenía que burbujear un buen rato hasta estar perfectamente cocida y convenientemente transformada.
Cuando el elixir estuviera acabado, resultaría una poción totalmente insípida que podría echarse en cualquier comida o bebida. Las personas que lo tomaran creerían firmemente que todo lo que procedía de manos de Sarcasmo contribuía al progreso de la humanidad. El mago tenía el proyecto de ponerlo a la venta después de Año Nuevo. Lo venderían con la etiqueta «Dieta del hombre sano».
Pero todavía no estaba a punto. La cosa necesitaba su tiempo, y ahí estaba el problema. El Consejero Secreto guardó la pipa y dejó que su mirada se deslizara por la penumbra del laboratorio. El resplandor del fuego verde danzaba sobre la montaña de libros viejos y nuevos que contenían todas las recetas que Sarcasmo necesitaba para sus experimentos. Desde los oscuros ángulos del salón emitían misteriosos fulgores retortas, vasos, botellas y tubos en forma de alambique en los que subían y bajaban, goteaban y humeaban líquidos de todos los colores. Además había ordenadores y aparatos eléctricos en los que tremolaban constantemente lámparas minúsculas de las que surgían leves zumbidos y pitidos. En un rincón menos iluminado subían y bajaban, constante y silenciosamente, flotando en el aire, bolas con luces rojas y azules, y en un recipiente de cristal hacía remolinos un humo que, de tiempo en tiempo, se contraía para formar una fantasmagórica flor fosforescente.
Como ya se ha dicho, Sarcasmo estaba a la altura de los nuevos tiempos y, en ciertos aspectos, se hallaba por delante de su época.
Sólo en lo referente a sus plazos se encontraba irremediablemente atrasado.