JACOBO Osadías asintió y comenzó inmediatamente a inspeccionar el laboratorio. Maurizio lo siguió.
—¿Estás buscando ya el clavo?
—No —respondió el cuervo—. Busco un escondite adecuado para nosotros.
—¿Por qué?
—Porque tenemos que escuchar a los señores sin que se den cuenta.
El gato se detuvo y dijo indignado:
—No. Yo no hago una cosa así. No es propio de mi categoría.
—¿De qué?
—Quiero decir que eso es poco caballeroso. Eso no se hace. A fin de cuentas, yo no soy un cualquiera.
—Yo sí —dijo el cuervo.
—Pero no se debe escuchar furtivamente —afirmó Mauricio—. No está bien.
—Entonces, ¿qué harías tú?
—¿Yo? —meditó Mauricio—. Yo le preguntaría directamente al maestro, cara a cara.
El cuervo miró al gato de soslayo y graznó:
—¡Bravo, señor conde! ¡Cara a cara! Sería una escena digna de verse.
Entretanto habían llegado a un rincón oscuro y se hallaban junto a un contenedor de hojalata que tenía la tapa abierta. Sobre él había esta inscripción: RESIDUOS ESPECIALES.
Los dos animales echaron una ojeada a la inscripción.
—¿Sabes leer? —preguntó Jacobo.
—¿Acaso tú no? —respondió Maurizio con aire de suficiencia.
—No me han enseñado —admitió el cuervo—. ¿Qué dice ahí?
Maurizio no pudo resistir la tentación de dárselas de sabio delante del cuervo.
—Dice RESTOS DE COMIDA, o, ¡ah, no!, dice PRODUCTOS INFLAMABLES, aunque en realidad comienza con una zeta…
En ese instante se oyó entre el fragor de la tempestad un ruido que resonaba como el zumbido de una sirena y se acercaba rápidamente a la casa.
—Es mi madam —susurró Jacobo—. Siempre hace ese ruido infernal porque piensa que es de buen tono. Vamos. En ningún sitio estaremos mejor que en el contenedor.
Dio un vuelo y se posó encima de la pared del contenedor. El gato seguía dudando.
Entonces se oyó una voz chillona que salía de la chimenea:
¡Tralará, tralarí!
La visita ya está aquí.
¿No sabes quién es?
Pues, ¡ven y lo ves!
Al mismo tiempo bajó ululando por el tubo de la chimenea una ráfaga de viento, de suerte que las llamas de fuego verde se inclinaron y el recinto se llenó de densas nubes de humo.
—¡Oh…! —tosió Jacobo Osadías—. Es ella. Rápido, gatito. ¡Apresúrate!
La voz de la chimenea se acercaba cada vez más. Sonaba como si alguien silbara por un tubo muy largo:
¡Al negocio, al negocio!
¡Sacadle provecho!
Ni descanso ni ocio:
¡al negocio derechos!
Luego se oyó de pronto un lamento procedente del tubo de la chimenea y una voz murmuró confusamente:
—Un momento…, me parece… que me he quedado enganchada… Bueno… sí… ahora… puedo seguir.
El cuervo comenzó a saltar encima del contenedor y graznó:
—¡Ven de una vez! ¡Vamos! ¡Arriba!
El gato saltó junto a él. El cuervo le dio un empujón con el pico para que se metiera y entró tras él. En el último instante lograron cerrar la tapa uniendo sus fuerzas.
La estridente voz salida de la chimenea estaba ahora muy cerca:
¿Qué cuesta el mundo entero?
¡Dinero! ¡Dinero!
Si la bolsa se vacía,
¿qué hacer con la mercancía?
Pero somos millonarios
y cobramos honorarios.
En ese momento cayó por el tubo de la chimenea una verdadera granizada de monedas. Luego se oyó un golpe seco, se volcó la marmita con la esencia número 92, su contenido hizo que las ascuas chisporrotearan (así pues, de momento no podía salir al mercado la «Dieta del hombre sano») y Tirania Vampir chilló, sentada sobre las llamaradas:
Vamos, vamos…
¡Aplausos, aplausos!