ENTRETANTO, Belcebú Sarcasmo y Tirania Vampir se habían metido ellos mismos en una situación sin salida. Cuando el mago propuso dar rienda suelta a los pensamientos, lo hizo siguiendo un plan astuto. Quería sorprender a la tía y cogerla desprevenida. Como el ponche de los deseos estaba preparado, ya no necesitaba su ayuda.
Había decidido excluirla para ser el único poseedor del increíble poder de la bebida mágica. Pero Tirania sólo había aceptado la pausa en apariencia y con idénticos propósitos. También ella pensaba que había llegado el momento de deshacerse de su sobrino.
Una vez más, los dos reunieron en el mismo momento todas sus fuerzas mágicas e intentaron paralizarse mutuamente con su mirada mágica. Estalló entre ellos una terrible lucha sorda. Pero pronto se comprobó que, en lo tocante a las fuerzas de la voluntad, eran los dos igual de fuertes. Y así siguieron sentados, sin intercambiar una palabra, sin moverse. Y sus esfuerzos eran tan grandes que les corría el sudor por la cara. Ninguno dejaba de mirar al otro, y los dos hipnotizaban sin cesar con todas sus energías.
Una rechoncha mosca, que había decidido invernar en algún rincón de la polvorienta alacena, se despertó súbitamente y rompió con su zumbido el silencio del laboratorio. Percibió algo que la atrajo como un rayo de luz intenso. Pero no era una luz, sino los rayos de energía paralizadora que emitían los ojos de la bruja y del mago y que zigzagueaban entre los dos en ambas direcciones como enormes descargas eléctricas. El moscardón se metió entre los rayos e inmediatamente cayó al suelo con un apagado «zas», incapaz de mover siquiera una pata. Y así permaneció el resto de su corta vida.
Pero ahora tampoco la tía y el sobrino podían moverse. Los dos habían sido hipnotizados por el otro mientras hipnotizaban a porfía. Y, precisamente por eso, no podían dejar de hipnotizarse mutuamente.
Poco a poco, los dos fueron vislumbrando que habían cometido un error fatal. Pero ahora era demasiado tarde.
Ninguno de los dos podía mover un solo dedo, y mucho menos girar la cabeza en otra dirección o cerrar los ojos para interrumpir la mirada mágica. Además, ninguno debía hacerlo antes de que lo hiciera el otro porque, de lo contrario, quedaría a merced del poder del otro sin posibilidad de resistencia. La bruja no podía dejar de hipnotizar antes que dejara el mago, y el mago no podía dejar antes que dejara la bruja. Por su propia culpa habían caído en lo que en medios mágicos se llama círculo vicioso, en un círculo fatídico.