TIRANIA se palpó en silencio el talle, grácil y esbelto como un junco (aunque el traje de noche amarillo azufre le quedaba ahora muy ancho), y Sarcasmo se pasó la mano por la cabeza y exclamó:

—¡Diablos! ¿Qué ha brotado en mi cabecita? ¡Hip! ¡Ole! ¡Qué maravillosa cabellera! Que alguien me traiga un pejo y un espeine…, digo, un jope y un esneipe…, esto, un espejo y un peine para domar estas melenas.

Y efectivamente, una abundante cabellera negra cubría sorprendentemente su cabeza, antes calva. A la tía, en cambio, le caía por los hombros un cabello rubio y ondulado como a la sirena Lorelei. Y mientras se tocaba con los dedos la cara, antes llena de arrugas, exclamó:

—¡Tengo la piel, ¡hip!, tersa como el pompis de un bebé!

Y de pronto se detuvieron los dos y se dirigieron una sonrisa cariñosa como si se vieran por primera vez (cosa que de algún modo era cierta, pues nunca se habían visto con aquella figura).

El ponche de los deseos había transformado por completo a los dos, aunque no como ellos querían; pero algo seguía igual o incluso había aumentado: su borrachera. Porque ningún hechizo puede contrahechizar su propia acción. Eso es absolutamente imposible.

—Belbucecito —balbució la tía—, eres realmente un bebé encantador. Pero, ¡hip!, de repente te veo doble.

—Calla, preciosa —farfulló el sobrino—. Tú eres para mí un sueño: ahora tienes una aureola, o tal vez dos. En cualquier caso, te adoro, queridísima titatía. Me siento transformado en el fondo del alma. Tengo unos sentimientos tan puros, ¿sabes? Una inmensa ternura y dulzura.

—A mí me ocurre lo mismo —respondió ella—. De repente, me siento tan bien en el fondo de mi corazón que podría abrazar al mundo entero.

—Tatía —logró decir Sarcasmo—, eres una tía enzancadora. Me gustaría reconciliarme contigo para siempre. En adelante podemos tucearnos, ¿de acuerdo?

—Pero, querido niño —replicó ella—, nosotros siempre nos hemos tuceado.

Sarcasmo asintió, dejando caer la cabeza sobre el pecho.

—Cierto, cierto. Una vez más tienes muchísima razón. Entonces, a partir de ahora nos llamaremos por el nombre. Yo, por ejemplo, me llamo…, ¡Hip!… ¿Cómo me llamo yo?

—N… n… no tiene ninguna importancia —dijo Tirania—. Vamos a empezar una nueva vida, ¿no es cierto? Porque los dos hemos sido, ¡hip!, personas malas y perversas.

El mago comenzó a sollozar.

—Sí, eso es lo que hemos sido. Monstruos repugnantes y abominables, eso es lo que hemos sido. ¡Hup! Yo me avergüenzo muchísimo, tía.