ENTRETANTO, en el laboratorio el trabajo estaba en plena marcha.

El primer paso que había que dar era reunir las diferentes sustancias necesarias para elaborar el ponche genialcoholorosatanarquiarqueologicavernoso. Las largas tiras de pergamino estaban desenrolladas sobre el pavimento y sujetas con libros para que no se enrollaran de nuevo.

Tras estudiar detenidamente, una vez más, el modo de empleo, Sarcasmo y Tirania comenzaron con la receta propiamente dicha. Los dos estaban inclinados sobre el texto y descifraban lo que allí había escrito. Para un no-mago, la empresa habría sido absolutamente imposible, pues se trataba de una escritura cifrada enormemente complicada, del llamado «código infernal». Pero los dos conocían de pe a pa el modo de descifrarlo. Además, las indicaciones sobre las sustancias básicas necesarias eran bastante inteligibles al principio.

Escrito en nuestro código, el comienzo de la receta decía así:

Cuatro dañinos elementos

manan de las fuentes del infierno:

el cocitus, el axerón,

el stix y el pirifligitón.

Hielo y fuego, veneno y cieno,

de cada uno cien gramos al menos.

Remuévase y agítese con rabia

y se obtendrá una mezcla extraordinaria.

Como cualquier mago de laboratorio bien equipado, Sarcasmo tenía provisiones suficientes de los cuatro elementos básicos. Mientras los reunía y, luego, los mezclaba cuidadosamente en una coctelera especial, Tirania leyó en voz alta el punto siguiente:

A continuación, dinero licuado:

más de diez mil táleros plateados,

que a los pobres se ha robado

en la tierra, de cabo a rabo.

Del capital líquido,

tres cuartos de litro.

Mézclese con ardor

y obsérvese el color.

Como es natural, la bruja conocía la forma de licuar el dinero. A los pocos instantes brillaban en la ponchera de fuego frío tres cuartos de litro. Un resplandor dorado se esparció por todo el recinto.

Luego, Sarcasmo vertió el líquido infernal de la coctelera, y se apagó el resplandor. La poción estaba ahora oscura como la noche; pero de vez en cuando la cruzaban relámpagos que parecían arterias palpitantes y volvían a desaparecer inmediatamente.

La tercera instrucción decía:

Cójanse lágrimas de cocodrilo

en cantidad más que suficiente,

y déjeselas fluir con mucho tino

mientras en la víctima se piense.

Tras remover con pasión,

añádase el brebaje lloroso

a la anterior poción,

hasta conseguir un caldo rojo.

Naturalmente esto ya era algo más difícil porque, como ya se ha dicho, los magos y las brujas malos no pueden derramar lágrimas, ni siquiera falsas. Pero también en este caso encontró Sarcasmo una solución.