—¡MIRA! —dijo—. Quizá esto te convenza de que, una vez más, yo no busco otra cosa que tu bien. Mil, dos mil, tres, cuatro, ¿cuánto quieres?
Sarcasmo sonrió como una calavera. La anciana tía acababa de cometer un error capital. El mago sabía que la bruja tenía el poder de producir tanto dinero como quisiera —especialidad nigromántica que él no dominaba porque era de otra rama—, pero también sabía que Tirania era la avaricia en persona y jamás daba un solo céntimo sin algún motivo. Si ahora le ofrecía una suma tan grande, debía de ser muy importante para ella aquel trozo de pergamino.
—Querida tía Titi —dijo, aparentemente tranquilo—, tengo la impresión de que me ocultas algo. Y no estaría bien.
—¡No tolero que me digas eso! —replicó la bruja, indignada—. Así no podemos hacer negocios en común.
Se levantó, se acercó a la chimenea e hizo como si contemplara ofendida las llamas.
—Eh, gatito —musitó Jacobo a su compañero de fatigas—, no te duermas precisamente ahora.
Maurizio se estremeció.
—¡Perdón! —dijo quedamente—. Es por los somníferos… ¿Podrías darme un pellizco fuerte?
Jacobo lo hizo.
—¡Otro más fuerte!
Jacobo lo pellizcó con tanta fuerza que Mauricio estuvo a punto de maullar, pero se contuvo heroicamente.
—Gracias —murmuró con lágrimas en los ojos—. Ahora estoy de nuevo en forma.