CON prisa de locos, los dos llenaron sus copas una última vez. Sarcasmo llegó a volcar la ponchera para que saliera hasta la última gota. Luego se bebieron sus copas de un trago.

Intentaron una y otra vez versificar, pero ninguno de los dos logró formular un deseo infernalmente perverso.

—No me sale —lloriqueó Sarcasmo—. Ni siquiera a ti te puedo hechizar, Titi.

—A mí tampoco me sale, muchacho —suspiró ella—. ¿Y sabes p… p… por qué? Porque ahora somos demasiado buenos para eso.

—¡Es terrible! —se lamentó él—. Yo desearía…, yo desearía… ser como antes. Así no habría ningún problema.

—Yo también, yo también —suspiró ella.

Y aunque no era una estrofa rimada, la poción mágica les cumplió este deseo. De golpe volvieron a ser lo que habían sido siempre: tipos de aspecto horrible y de mal carácter.

Pero no les sirvió de nada, porque ya no quedaba ni una gota del ponche genialcoholorosatanarquiarqueologicavernoso. Y la última copa les dio el golpe de gracia. Se cayeron de las sillas y se tumbaron sobre el pavimento. En aquel instante resonó un imponente toque de campana dentro del vaso de fuego frío, que saltó en pedazos. Fuera comenzaron a tocar las campanas de Año Nuevo.