ILUSOS SIN FRONTERAS
Gracias al novelista chileno Rafael Gumucio advertí una de las mayores carencias de estar lejos de México. Como yo, Gumucio ha pasado temporadas en Barcelona con la mente puesta en otro sitio: «Lo que más extraño de Chile es tener proyectos», me dijo. La frase cayó entre dos cafés cortados como una epifanía, nítida y perfecta. La razón de un vacío. A lo largo de mis tres años barceloneses no participé en nada que se definiera por su entusiasmante condición de existir como futuro. Para bien o para mal, la realidad barcelonesa se imponía sin fisuras ni modificaciones en curso.
«Las cosas como son», dice la socorrida frase que en España no es reiterativa sino reveladora. En la patria de Galdós, el realismo ambiental goza de espléndida salud. Cada pueblo tiene sus formas de protegerse del delirio. Admiro la inalcanzable condición pragmática de quienes consideran que el inconsciente es una Patagonia para exploradores extremos o argentinos.
Desconfiados, tentativos, los latinoamericanos buscamos remedios imaginarios ante la adversa realidad y nos sometemos sin trabas a la terapia de participar en un proyecto. De repente, alguien te invita a la versión mexicana del Día D: un desayuno de trabajo. Nuestro entorno es tan sorpresivo y transitorio que más vale intervenir temprano. Alejandro Rossi dijo con lúcida resignación que el desayuno es la manera mexicana de tomar el té, lo cual significa que celebramos las cinco de la tarde a las ocho de la mañana. A esa hora adelantada, el día aún no ofrece motivos de escepticismo (o no estamos suficientemente despiertos para advertirlos), de modo que podemos hablar de promesas sin que nos estorben las realidades. El desayuno se alimenta de esperanza.
Aunque los huevos en salsa verde se prestan poco para el hombre que tendrá que hacer la digestión en dos horas de Volkswagen, le entramos con fe a lo que no nos conviene, como si la voracidad incluyera su propio alivio y facultara para las proezas de las que nuestro interlocutor nos considera muy capaces.
En esos desayunos he visto surgir estaciones de radio «como la BBC», revistas «tipo New Yorker», periódicos de fábula («haz de cuenta El País, pero editado en Coyoacán»), guiones para Scorsese, bibliotecas campesinas con el catálogo entero de Anagrama. En ese mundo rediseñado, nuestra participación no sólo parece posible sino decisiva.
Se diría que hasta entonces estábamos en la reserva de lo real. De pronto, ante el jugo de naranja, estalla nuestro homérico atributo oculto (la voz original, la mirada oblicua, nuestra tremenda garra). Así nos lo hace saber el anfitrión.
Nos despedimos de triple abrazo ante la mirada de Caronte del valet parking para diluirnos en la marea de la ciudad, contentos de disponer de la voz original, la mirada oblicua, la tremenda garra.
Más allá de las minucias gástricas, el desayuno de fichaje te lleva a un día excepcional. Mejorado por la promesa de un intangible porvenir, aceptas las deficiencias sin número que te rodean, enciendes un cigarro con la felicidad de saber que es único, acaricias con justicia al gato, lees con más calma el poema épico de tu amigo Sigfrido Sifón (sigue sin ganar sustancia, pero juzgas que «tiene lo suyo»). Imposible discernir todos los actos secundarios que derivan del proyecto en ebullición y la punzante certeza de estar a punto de cambiar.
Numerosas realidades dependen de proyectos incumplidos. Te casaste con Paty porque te iban a nombrar Coordinador General y por una vez tuviste lo que hay que tener para marcar su celular. Ella aceptó una cita contigo porque le habían ofrecido un trabajo en Tokio y todo, absolutamente todo, le parecía posible antes de salir de México. El anuncio de un futuro exagerado los hizo coincidir en la cama; la cancelación de ese futuro (no fuiste Coordinador, ella no despegó a Japón), los hizo reincidir.
Cada día, una franja de México amanece en estado de casting. Habría que rendir homenaje a quienes nos benefician llenándonos de expectativas y nos redimen de la escasa realidad, permitiendo que ingresemos al club de Ilusos Sin Fronteras.
Hasta la conversación con Gumucio, no había reparado en la articuladora fuerza de lo que no ocurre. Su observación me hizo recodar un grafiti en el DF que me parecía ingenioso y hoy me parece oracular: «Estamos cansados de soluciones: queremos promesas.»
Para renovar nuestras expectativas, resulta esencial que no se cumplan. Sólo así puede ocurrir un nuevo plan de rescate. Cuando creías que la arquitectura no era lo tuyo, te llevan a un desayuno y te piden que hagas para Coatzacoalcos lo que Frank Gehry hizo para Bilbao. Al salir, le prestas a tu dibujante el dinero que te había pedido para el aborto de su novia y por ningún motivo pensabas darle. El proyecto de Coatzacoalcos no se hace pero el dibujante, conmovido por tu gesto, recupera la fe en la especie, decide tener el hijo y le pone Francisco (en honor de Gehry).