CIEN HISTORIAS
En forma ejemplar, Jorge Ibargüengoitia escribió en el Excélsior dirigido por Julio Scherer García de temas tan personales como su teoría del claxon o las vacaciones de su sirvienta Eudoxia. Aunque dos veces por semana demostraba que los misterios de la vida diaria pueden ser tema periodístico, se mantuvo en nuestra tradición como un caso excepcional.
Me gusta pensar que este libro sigue su estela. No he querido construir cuentos sino buscarlos en la vida que pasa como un rumor de fondo, un sobrante de la experiencia que no siempre se advierte.
¿Hay vida en la Tierra? es resultado de un largo proceso. Empecé a mezclar realidades con la mirada del fabulador en la columna «Autopista» de La Jornada Semanal, de 1995 a 1998. Luego vinieron «Domingo breve», columna publicada en ese mismo suplemento, de marzo de 1998 a diciembre de 1999; «Días robados», publicada en Letras Libres, de 2001 a 2004, y mis colaboraciones para el periódico Reforma, de octubre de 2004 a la fecha. Ese trabajo sirvió de borrador a las historias de este libro.
Cuando escribí mi segundo editorial para Reforma, bajo el título, poco noticioso, de «La nariz expresiva», Carlos Monsiváis me dijo con su habitual afecto admonitorio: «No puedes seguir así.» Me explicó que si me desmarcaba demasiado de lo Importante, no tendría oportunidad de ejercer lo Caprichoso. Seguí su consejo y de cuando en cuando me ocupé de alguna noticia.
El costumbrismo ha caído en desuso en la literatura. Para contemplar hábitos hay que encender Discovery Channel. La etología informa de la reiterada conducta animal. En cambio, la narración requiere del suceso único, irrepetible, que sin embargo define a una persona, un grupo o incluso una sociedad. ¿Hay vida en la Tierra? retrata cambios de conducta, los momentos —a veces críticos, a veces inadvertidos— en los que algo se comienza a hacer de otra manera; las rarezas que al generalizarse definen una época.
El libro reúne artículos, o articuentos, como Juan José Millás llama a los aguafuertes periodísticos donde explora la fantasía de los hechos que aspiran a la condición de relatos accidentales. Fueron escritos entre otros que de manera más convencional justificaron mi papel de editorialista. En ocasiones, las fechas de escritura pueden reconocerse por algún suceso noticioso o por las cambiantes edades de mi hija Inés, nacida en el canónico año 2000. La mayoría de las veces, los relatos se mueven en una zona utópica: un presente suspendido.
En Traiciones de la memoria, Héctor Abad Faciolince describe a un verdulero de Mendoza, Argentina, afecto a las frases sugerentes. Hombre sabio y muy dedicado a los tomates, explica así su negativa a hacer ventas a domicilio: «Yo vivo de sus tentaciones, no de sus necesidades.»
La frase se puede aplicar a la prensa, donde unos viven de la tentación y otros de la necesidad. Los diarios necesitan información (la agenda del presidente, la catástrofe de turno, los goles del domingo, el estado del clima), pero también ofrecen textos de antojo que son lo contrario a una exclusiva: encandilan con algo que podríamos ignorar. No se basan en la información sino en su manejo hedonista.
Julio Camba, Roberto Arlt, Álvaro Cunqueiro, Ramón Gómez de la Serna, Josep Pla, Eça de Queiroz y Jorge Ibargüengoitia perfeccionaron el difícil arte de vender lechugas por su aspecto. Sus artículos son casos de tentación artística.
En tiempos de comida congelada y activos mensajeros en motocicleta, las necesidades se satisfacen más y mejor que los caprichos. Los periodistas de tentación no siempre encuentran espacio para ofrecer los duraznos que frotan con esmero en sus solapas. Y, pese a todo, no han dejado de demostrar una paradoja: también la tentación es necesaria. A fin de cuentas nada es tan humano como sucumbir a una debilidad. En El abanico de Lady Windermere, Oscar Wilde resume el tema: «Puedo resistirlo todo, salvo la tentación.»
Ciertas debilidades degradan, otras enaltecen, otras más son tan comunes que ni se notan. El gran desafío del periodismo de tentación consiste en mejorar las debilidades de los lectores.
¿Hay vida en la Tierra? reúne cien relatos de lo real. He cambiado algunos nombres y situaciones, pero en esencia todo proviene del entorno. La veracidad de los textos no importa en un sentido social o político, sino como el retrato íntimo de lo que ocurre. En una época de simulacros, marcada por la televisión, el universo digital y otros filtros, de pronto algo es misteriosamente real.
Cien historias de costumbres, un tiempo detenido: la forma en que vivimos por ahora.
Ciudad de México, a 31 de julio de 2011