TEMPORADA DE PONCHE

En ningún sitio en el que pueda elegir he pronunciado estas palabras: «¿Me da un ponche?» Sin embargo, en Navidad mi vida se rige por la ponchera que me regaló el tío Emiliano. El objeto del que no he podido desprenderme es una especie de cazuela con asas y un agujero del que cuelga un cucharón ideal para pescar tejocotes. Sólo en virtud del cubierto colgante sabemos que se trata de una ponchera y no de una refacción automotriz.

Cuando recibí este singular obsequio sentí enormes deseos de regalarlo. La ponchera es un artículo que bien envuelto (base de terciopelo, cubierta de celofán, moño blanco o rojo) puede circular de boda en boda o de Navidad en Navidad sin que nadie sienta la tentación de abrirlo. Sólo un detalle impidió que se convirtiera en un roperazo eterno. Aunque me sea difícil admitirlo, esa cuenca metálica tiene valor sentimental. El tío Emiliano fue inventor de artefactos de la más absurda simplicidad. En su único viaje a Francia vio una escultura de Picasso en la que un cochecito formaba las facciones de un mandril y decidió dedicarse a reciclar objetos. Para entonces, ya se había retirado de los laboratorios en los que tuvo tareas vagamente administrativas (en sus manos, los trámites se convertían en experimentos químicos). Lo extraño en su furor de transfiguración fue que no usó cacharros para hacer esculturas sino para hacer otros cacharros. Si Picasso se servía de dos tenedores para simular las patas de una grulla, el tío Emiliano tomaba el radiador de un coche y lo transformaba en una bandeja de uso indefinido que recibía el nombre genérico de «portaobjetos». En su momento de mayor originalidad, convirtió la base de una licuadora en la pantalla de una lámpara que echaba chispas.

La ponchera reafirma una curiosa tradición familiar que en una ocasión nos llevó a servir el pavo navideño en el volante de un Chevrolet forrado de papel estaño. Todo empezó cuando el tío Emiliano encontró el soporte de un foco submarino (algo que supongo bastante difícil de conseguir) y con su capacidad inventiva decidió que podía usarse como ponchera en Navidad. Lo malo es que no diseñó más usos para el ponche.

Cada vez que se acercan las posadas nos acordamos de brindar por el desaparecido tío Emiliano. Pero sacar la ponchera es una proeza digna de mejores causas. La guardamos dentro de una olla de un metro de diámetro que sólo usamos para hacer treinta litros de ponche y que requiere de dos personas para ser colocada en la estufa. La olla ocupa la parte inferior de una alacena en la que siempre queremos meter otras cosas y de la que nos aleja este argumento racional: «Ahí está la olla.»

Después de sacar estos enseres, y de gastar tres estropajos en quitarles la mugre del año, el mundo se convierte en un sitio donde hay que beber ponche. Del día de la Virgen a los Santos Reyes, la estufa emite fragantes borboteos. El objetivo central de esta actividad es mantener llena la ponchera; sin embargo, como resulta muy dañino abrevar ahí tres veces al día, le regalamos «termos navideños» a personas que apenas conocemos (los amigos de verdad, están hartos del ponche).

Cada familia tiene su apocalíptico de cabecera. Uno de nuestros momentos rituales de diciembre consiste en oír a mi primo Nando criticar el ponche «de este año». Que yo recuerde, todos han sido igual de malos. Lo único que debe tranquilizarnos es que ningún otro sabe mejor. Nunca he oído a un gourmet de temporada decir: «Ni te imaginas qué ponchezazo preparan los Martínez» o «Vamos a echarnos unos tacos, pero donde haya buen ponche». Por más rica que sea la canela, siempre bebemos el mismo líquido que nos despelleja el paladar, nos empalaga hasta el choque insulínico y nos recuerda que sobró ponche en Nochebuena.

¿Por qué subsiste este bebestible lleno de cáscaras y huesos que obligan a escupir entre trago y trago? Como los toques eléctricos o las momias de charamusca, el ponche permite fingir que las molestias nos dan placer. Por un extraño estoicismo, nos servimos una patria ardiente y dificultosa; la mordemos con la esperanza de no rompernos ningún diente y la tragamos confiando en que el bagazo de caña no nos bloquee la tráquea.

Si además de ser mexicano uno tiene un tío inventor de poncheras, el destino está sellado. Es increíble que un objeto con tantas posibilidades de ser inútil se haya vuelto tan determinante para mí. Ahí engordó mi tía la Flaca, ahí descubrió mi prima su diabetes, ahí bendijo mi tío jesuita un montón de tejocotes, ahí sacrificó mi padre un ron cubano que embotellaba sus recuerdos de los años sesenta, ahí se perdió el primer diente de leche de mi sobrina (tuvimos que colar los treinta litros para dárselo al Ratón Pérez). Después de todo, ¿qué importa que nuestro ponche sepa a rayos? Sólo los impíos se quejan de que el vino de consagrar tenga un regusto a anticongelante. Si alguna vez tengo que pasar Navidad en el extranjero, viajaré con mi ponchera.

¿Hay vida en la Tierra?
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Prologo.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
autor.xhtml