DIOS EN LA PUERTA

La tienda se llama Paraíso y su puerta tiene vida propia.

Según saben los atribulados lectores de Duns Escoto (conocido por su fineza retórica como Doctor Subtilis), la escolástica es algo que tiene partes. Vayamos, pues, al umbral del argumento: la invención de las puertas automáticas significó una entrada cristalina a la arquitectura inteligente. Ahí, el espacio acata al destino; el edificio «sabe» lo que queremos y elimina un obstáculo en nuestro beneficio. La puerta que entiende nuestros pasos acaso sea el primer anuncio de una arquitectura superior, que dejará de ser inteligente para volverse comprensiva y donde las almohadas decidirán nuestros sueños.

La evolución humana se debe —entre otras molestias— a las funciones especializadas de nuestro dedo pulgar; quizá por ello solemos representarnos el futuro como un sitio en el que ya no hay que usar las manos. En la era del confort espacial, llevaremos la personalidad en las suelas de los zapatos.

Estas consideraciones vienen a cuento porque a César Aira se le ocurrió algo parecido a pasar un camello por el ojo de una aguja: llevar a Dios a una puerta automática. De acuerdo con el escritor argentino, hay una forma contundente de refutar la omnipresencia del Creador: si estuviera en todas partes, todas las puertas automáticas del planeta estarían abiertas; por más leve que fuese el peso divino, su presencia debería ser captada por los sensores en el piso.

Es obvio que la teología de Aira adolece de antropomorfismo: su Dios tiene zapatos. Al igual que el hinduismo, la religión cristiana se ha dejado llevar por las tentaciones de la iconografía. Muchos de nosotros hemos coloreado a un Dios de barbas y túnica en las nubes de un cuaderno infantil.

Los doctores de la Iglesia han trabajado horas extra para enseñarnos a querer a un Hacedor que ni camina ni se baña ni se sienta ni habla ni calla. Por su parte, Maimónides dedicó los cincuenta primeros capítulos de su Guía de descarriados a estudiar los antropomorfismos bíblicos y demostrar que la esencia divina requiere de incorporeidad absoluta. El idólatra no es sólo quien rinde culto a un Dios figurativo, sino también quien deja de luchar contra sus representaciones alegóricas. Por más que anhelemos las facciones del Padre Eterno, debemos conformarnos con una presencia trascendente que ocupa el centro de todas las cosas (y que no tiene por qué abrir puertas automáticas).

Con todo, la broma de Aira plantea un asunto serio: ¿podemos tener una noción espacial de Dios o debemos conformarnos con conocerlo por sus actos? Job sufrió copiosos agravios sin abjurar de sus creencias y fue recompensado con riquezas y salud pero no con la dicha superior de la verdad. ¿Por qué tuvo que padecer tanto sin razón aparente? La respuesta de Dios no pudo ser más enigmática: «¿Pero en dónde estabas cuando creé los cielos y la tierra?» ¿El dolor y los prodigios del mundo son las únicas pruebas del quehacer divino? Hay situaciones —el despegue de un avión, la pelota en el área chica del Necaxa— en que nos urge que Dios exista; sin embargo, rara vez nos consta su presencia.

Sirva todo esto para decir que en uno de los muchos templos profanos de la ciudad de México (Perisur o Interlomas o Plaza Satélite) ocurrió algo cercano al milagro. Una amiga entrañable, que a su comercial manera ha logrado la omnipresencia (es conocida como «el ajonjolí de todos los malls»), se quedó de piedra ante una puerta automática. Pensaba comprar unas vitaminas japonesas y unas galletas de fibra superduras en la emblemática tienda Paraíso cuando la puerta «se negó» a abrirse. El negocio estaba en funciones y ella pensó en una avería mecánica. Golpeó el cristal, pero nadie le hizo caso. La vida de la tienda proseguía, indiferente al interrumpido shoppingspree de mi amiga. Con la clarividencia que da la desesperación, ella consideró que no había pisado el suelo con fuerza suficiente; improvisó una especie de danza apache y luego aporreó el suelo con las manos hasta que advirtió que su conducta era intensamente ridícula. Ya se iba rumbo a una boutique de mostazas, cuando vio que una persona entraba a la tienda sin problema alguno.

Aquella puerta le tenía mala voluntad, no había duda. Durante media hora pasó de un asombro a otro: la puerta seleccionaba a los clientes, sin que el aspecto de los rechazados ni el de los elegidos arrojara pista alguna sobre el criterio de preferencia. Con la fe que sólo puede tener una compradora compulsiva, mi amiga pensó que la puerta exigía méritos morales. Se plantó ante el cristal y rezó con tanto desorden como sinceridad. La puerta se abrió. Ella se santiguó, ratificando las ideas de Aristóteles y Plotino que visualizan a Dios como un principio físico: estaba ante el «Primer Motor». La Providencia es artista exclusiva de la Fe; sólo actúa para quien cree en ella.

La tienda se llama Paraíso y su puerta tiene vida propia.

¿Hay vida en la Tierra?
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Prologo.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
autor.xhtml