2001
53”
Silvia me espera sentada en el piso, apoyando un brazo sobre la cama y la cabeza sobre el brazo. Entro en la imagen y me siento a su lado. Nos miramos de frente. Estoy desnudo de la cintura hacia arriba. Ella tiene un corpiño blanco del que se le está por salir una teta. El pelo le cae a los lados de la cara. Cabecea dos veces para sacárselo de encima. Acercamos las bocas. Cerramos los ojos, abrimos los ojos. Las bocas se rozan en movimientos horizontales. Se ve la lengua de ella, cubierta de una película de saliva blanca, ir tres veces desde mi pera hasta mis labios. Hago lo mismo que ella. Luego nos lamemos al mismo tiempo: seis veces. Mientras nos pasamos la lengua nos miramos (cinco segundos). Ella se echa hacia atrás y sonríe. Pasa la lengua por el labio inferior y luego por los dientes. Se le sale la teta del corpiño. Se ve la punta parada. Sonrío, se la miró, la miro a los ojos. Guarda la teta. Se seca la boca con el revés de la mano. Se levanta y se va de la imagen. En su lugar queda una pared blanca de fondo. Alzo los ojos y miro más allá de la imagen. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete segundos. Vuelve. Se sienta nuevamente en el piso y acerca su boca a la mía. Me desplazo hacia un costado para hacerle lugar. En primer plano se ve su pierna recogida (la pantorrilla se pega al muslo y ambos se deforman). Nos besamos otra vez dándonos una lamida lenta, dos rápidas, una lenta. Me chupa la lengua tres veces. La lengua de ella no se ve. Se oyen las respiraciones. De las bocas caen babas. Ella se va del cuadro y yo la sigo con la mirada. Después salgo. En nuestro lugar queda la pared blanca de fondo.
4’ 6”
Está acostada en su cama boca arriba. Se ve la ventana de hierro por donde entra la luz diurna. Las cortinas de varillas de madera están enrolladas en su máxima altura, aseguradas por un piolín blanco atado a un tornillo con ojal (que brilla). A través de los vidrios rectangulares se asoman las ramas de un sauce que se mece por el viento. Mi dedo entra desde un costado del cuadro y se apoya entre sus labios. Abre la boca, le meto medio dedo y lo saco. Vuelvo a meterle tres cuartos de dedo seco y lo saco mojado. Lo meto y lo saco, lo meto y lo saco. Luego meto dos dedos y los dejo en la boca: uno, dos, tres, cuatro segundos. Cuando los saco se produce un sonido. Los vuelvo a apoyar en sus labios y los dejo allí uno, dos, tres segundos más. Los besa mientras me mira (yo estoy detrás de la cámara).
—Hacete la paja.
—¿Sí?
—...
—¿Me das permiso?
Se ven su boca, una parte del cuello, las clavículas, las tetas que bailan dentro del corpiño blanco ante cada movimiento, las ondulaciones del abdomen sin músculos marcados, el agujero oscuro del ombligo. Sus manos bajan por allí, paralelas. Mientras bajan, los brazos juntan y engordan las tetas. Los diez dedos en punta entran en la bombacha blanca y se cruzan bajo la tela. La cámara recorre su perfil acostado. Por la imagen pasan el hombro derecho, el codo, el antebrazo cruzado en diagonal hasta la entrepierna, la carne de las nalgas aplastadas contra la cama, la pierna, la rodilla apenas girada hacia fuera, la pantorrilla y el pie levantado a noventa grados en relación al plano de la cama. Corte. Ahora se ve de frente: los dedos se mueven. Se oye un ruido a agua que surge de esos movimientos. El frente de la bombacha se alza por efecto de las manos. Mientras se toca, su cara se sonroja. Al mismo tiempo, el labio inferior cae hacia abajo. Se ven dos dedos a cada lado de la tela calzada en la entrepierna (los restantes no se ven).
—Mostrame la concha.
—¿Así?
—Sí.
Cruza la mano izquierda hacia la derecha por debajo de la bombacha, engancha la tela, la levanta y la corre hacia un costado. Se asoma la concha mojada. Con la mano izquierda sostiene la tela para que yo pueda verla, y con el dedo índice de la derecha baja desde el pubis hasta la parte alta de la concha. Corre hacia los costados las paredes de carne ondulada y amasa el botón de carne. Respira fuerte. El dedo sube y baja tres veces, y tres veces gira sobre el perímetro del botón que aumenta, mojado, su tamaño. El dedo mayor, recogido, baja poco a poco y acompaña la tarea del índice. Gira dos veces y dos veces baja y sube. Luego, las puntas de los dedos suben y bajan cuatro veces en forma de una pinza cerrada y, al pasar por las tangentes del botón se cierran y lo aprietan (el botoncito desaparece).
—Ay... ay...
—...
—Mmh... mmhh... aia... mmmmhh....
—...
—Mmmhhhh, shhhh... ¡aia!
Con dos dedos de una mano se abre la concha y mete, despacio, punteando la carne, un dedo de la otra que saca, más despacio todavía, mojado de una baba blanca. El dedo gotea sobre su Monte de Venus, y las gotas se pierden entre las raíces de los pelos. Tiene la concha roja en el fondo y rosa oscuro en la entrada. Está perdiendo líquido. Brilla. Sigue metiéndose el dedo después de hacerlo girar en ochos, o infinitos, entre el agujero de la concha y el culo. Su cara se deforma. La bombacha blanca, apartada por una de las manos y trabada por dos dedos para que no tape lo que se ve, se ha mojado en un borde.
—¿Por qué no me ayudás?
—...
—Dale.
—¿Te ayudo?
—Dale.
—...
—¿Podés?
—¿Y qué hago con la cámara?
—Tenela con una sola mano.
—...
—Dale, ayudame...
Mi mano izquierda entra en escena. Tengo un reloj pulsera con malla de cuero que da las dos y media de la tarde. Mi mano va directo a la concha apuntándola con el dedo índice y se apoya en el grano de carne que ella mantiene abierto. La punta del dedo estaciona sobre el grano (el grano desaparece bajo el dedo), luego le doy una rosca lenta hacia la izquierda y levanto el dedo apenas.
—Ay, sí... seguí...
Vuelvo a apoyar el dedo y lo giro hacia la derecha tres veces. Se lo meto en la concha hasta el fondo y lo empujo, con la palma hacia arriba, siete veces: las primeras cinco, lo hago lentamente; y lo hago con rapidez las últimas dos. Se ve la hebilla plateada del reloj, y las perforaciones de ajuste. Saco el dedo y se lo clavo un poco en el culo, deslizándolo por el charco de jugo que cae de la concha. Lo saco muy lentamente y lo paso, también lentamente, por los dos agujeros abiertos. Durante quince segundos se estaciona una nube negra sobre el cielo del patio y, de golpe, llueve contra los vidrios de la ventana. En diez segundos más se oscurece la habitación. Los cuerpos se ven borrosos. Se oyen ladridos.
—Se largó, ¿vos podés creer? No se puede creer, con lo lindo que está esto...
—Y el pelotudo de Pituco quedó afuera.
Ella gira y queda boca abajo. Tiene la cabeza apoyada de costado sobre la almohada y con su cuerpo aplasta las manos a la altura de la concha.
—Ay, tengo ropa colgada.
Levanta el culo. La lluvia se detiene y una luz va cayendo sobre su cuerpo, aclarándolo.
—Paró, me parece.
—Esta se paró.
Varios dedos de las dos manos tocan la concha a lo alto, pero el dedo mayor de la mano izquierda va más arriba que el resto y detiene la yema en el agujero del culo. En segundo plano se asoma su rostro buscando la cámara.
—A verla... mostrámela...
—...
—Hhummmm... Se te va a reventar el pantalón, ¿o te pusiste algo adentro?
El dedo gira cuatro veces alrededor del culo y entra húmedo tras su paso por la concha. Allí queda clavado, mientras los otros dedos continúan sus movimientos verticales en la entrada de la argolla, en la que se mete el otro dedo mayor bien adentro (se ven ocho dedos y medio, pero hay uno dentro de la concha y medio clavado en el culo).
—Subilo.
—...
—...
—...
—Levantá el culo que así no se ve nada.
Ella mira otra vez hacia atrás, despega la cara de la almohada y levanta un poco más la concha. Queda en posición de mesa, apoyando los codos y las rodillas en la cama. Tiene las piernas abiertas. Con una mano sostiene la carne de una pierna para estar más abierta, y sube y baja un solo dedo, el mayor de la mano izquierda, toca toda la línea que va desde más arriba del agujero del culo hasta más abajo de la concha. El dedo baja hasta la zona de pelos y llega al ombligo; y desde allí sube, pasando por el agujero del culo, hasta que se aplana el hueco que divide las nalgas.
—¡Qué hija de puta! Siento el olor desde acá.
—¿Olor a qué?
—A concha.
Ella sube el dedo, lo baja, lo mete en la concha; lo saca, lo sube, lo baja, lo mete en el culo, lo saca. Repite el movimiento cinco veces: tres veces más lo mete en la concha; y dos, en el culo. Retira las manos de donde las tiene, gira hacia su posición inicial, se tapa los agujeros con la bombacha. Se apoya las manos por arriba de la tela y se aprieta la zona con fuerza. Las venas de las manos están hinchadas. Las tetas suben todavía más, elevadas por la presión de los brazos. Tiene los ojos entornados y de un costado de la boca le cae un hilo transparente de saliva.
—Estoy recaliente...
1’ 50”
Estoy sentado en una silla situada al lado de la cama. Con una mano me toco la verga por arriba del slip blanco de algodón. La tengo dura, acostada, con la cabeza apuntando hacia mi izquierda. Sobre el algodón hay una aureola de humedad. Me paso la mano por toda la poronga: desde los huevos, colocados por el manoseo uno arriba de otro, hasta la punta. Luego llevo los cinco dedos de la mano hacia abajo y los subo peinando la zona hasta la línea del ombligo. Me la agarro con la mano, siempre por encima de la tela, y la empuño con fuerza, y la levanto de su reposo horizontal para dejarla parada. Miro hacia el bulto y veo la carpa blanca hecha con mi pistola y el calzoncillo. La miro dos segundos y le sonrío. Ella está fuera de la imagen.
—La quiero ver.
Meto la mano por dentro del slip y saco la verga.
—Hmm... Sacá la mano. Quiero ver pija, no mano.
—Chupamelá.
—Hmmmmmmm... Qué apurado.
—Dale, chupamelá, ¿qué te cuesta?
—Tocate.
Me pajeo. Subo y bajo la mano, la subo y la bajo, la subo y la bajo, la subo y la bajo y la dejo abajo: aprieto la verga, la miro dos o tres segundos: engorda. Las venas se inflan de la mano hacia arriba y cambia de color. Ahora es más morada, y más cabezona. Me mojo la otra mano con la lengua y la paso por toda la pija, con varios movimientos que van de arriba hacia abajo, donde hago un plano inclinado con la mano para que caiga la baba. La baba cae hacia los huevos: los huevos se mueven, la cabeza brilla.
—Dale, chupala. ¿Qué te cuesta?, ¿tanto te cuesta?
—Jmhhhh... Qué linda que la tenés...
—Chupamelá, dale...
—Shhhh...
—Dale...
Con una mano me agarro los dos huevos, los junto con suavidad y, con la otra mano, empuñó la verga. Me pajeo once veces. Las primeras ocho a una misma velocidad de sube y baja rápido y las últimas tres apretando más fuerte que antes y realizando el recorrido un poco más lento. Detengo el anillo que hago con el índice y el pulgar de la mano pajera y lo dejo allí unos segundos (cinco), calzados entre la base de la cabeza y el aro enrojecido del prepucio.
—¡Jmmmhhh...! ¿Cómo podés ser tan pajero?
—¿Por qué no me la chupás?
—¡Qué pesado!: “¿Por qué no me la chupás?, ¿por qué no me la chupás?”. Cortala, denso.
Su mano derecha entra en el cuadro por la base de la imagen (la cámara vibra un poco, se inclina hacia un costado y se estabiliza). Toca primero mi rodilla y se desliza camino a la poronga. Va con todos sus dedos hacia delante, sube por los huevos y resbala por la pija mojada, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo: tres veces. Después la empuña, la sacude nueve veces, baja otra vez hasta los huevos y desaparece de la imagen. Me sigo pajeando con dos sacudidas cortas y, en medio de la tercera, se corta la imagen.
4’ 11”
Mantengo la verga, que ocupa todo el cuadro. Por el costado derecho aparece su rostro sonriente. Durante la aparición (dos segundos) hago un zoom out para darle lugar a su cabeza acomodándose en el cuadro junto a la punta de la pija que empuña con su mano derecha. Ella baja la cabeza y la inclina hacia la derecha, y con su mano izquierda retira hacia la nuca el pelo que le cae delante de los ojos. En esa posición, manteniendo la verga vertical dentro de su mano, retira de la punta unas pelusas de algodón con la mano libre. Con el dedo mayor corre hacia un costado la pelusa blanca estacionada en un pliegue del prepucio. Da un golpe de cabeza hacia la derecha para que el cabello no se le venga encima.
—¿Ves bien así?
Me está mirando a los ojos a través de la cámara.
—Qué linda que te queda.
—¿Me queda linda?, ¿qué es, un adorno?
Apoya un instante los labios cerrados sobre la cabeza de la pija.
—Sí, un adorno para putas es. ¿Por qué no te hacés un colgante... que te caiga entre las tetas?
Los mantiene así uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, en los que se advierte un movimiento interno a través de las mejillas. Sin dejar de mirarme abre la boca y deja caer un baño de saliva que baja sobre las paredes de la verga. Luego retira la boca a pocos centímetros de donde la tenía apoyada, cierra los ojos (se advierten otra vez los movimientos internos en la boca), abre los ojos, deja caer otra vez la saliva —esta vez más espumosa— y abre la boca, sin cerrar los ojos.
—Pero entonces te la tendría que cortar...
Los labios separados bajan apenas un instante después de que la saliva cae hasta la base de la verga. Con la boca llena y los labios mojados por su propia saliva, la abre un poco y la cierra otra vez y allí la mantiene inmóvil mientras me mira cuatro segundos. Luego de un pestañeo se saca la verga de la boca milímetro por milímetro, a una velocidad de un milímetro por segundo (dieciocho segundos y medio), hasta dejar la cabeza afuera, chorreante y parada.
—¿Te gusta?
Con la mano derecha me sacude la pija, lentamente, siete veces, hasta que la verga se seca. Recoge la mano, deja caer un hilo prolongado de baba hacia la palma que forma un cuenco y la acerca hasta la punta, sobre la que la vuelca, acompañando la caída del líquido con cinco pajeadas de arriba hacia abajo. La poronga vuelve a brillar. Sobre la sábana blanca caen algunas gotas que oscurecen la tela. Deja sus manos libres y me agarra la verga con la boca. Primero pasa los labios cerrados de costado a lo largo de toda la pija y luego me mete la nariz entre los huevos. Allí resopla dos veces y saca la lengua. La sube desde los huevos hasta la base de la cabeza. Son lamidas con la palma de la lengua que no dejan nunca de apoyarse en la piel antes de terminar su recorrido. Son diez lamidas; once, si se cuenta la última que es de arriba hacia abajo, tocando solo con la punta. Me mira. Tiene la cara cerca de la pija, los huevos, el bello mojado por su saliva. Hace un aro con los labios, me lo apoya en la punta de la verga y me pajea con la mano derecha, y luego con un segundo aro que forma con los dedos índice y pulgar. El aro de la boca se mantiene inmóvil, pero el secundario, el de la mano, sube y baja en un trayecto de no más de dos centímetros que recorre la parte superior del tronco. Los dos dedos golpean contra el borde de la cabeza de la verga y bajan esos dos centímetros en forma repetida: cincuenta y cuatro veces. En cada golpe se ve la cabeza bordeada por los labios fijos, unos centímetros de cabeza de poronga y los dedos que la ajustan hacia arriba. La imagen de la cámara se acerca y en el primer plano de la pantalla quedan bien visibles los tres tipos de carne.
3’ 22”
Ella está desnuda, tendida a lo largo de la cama, boca arriba, apoyada sobre los codos, con la cabeza echada hacia atrás y la rodilla derecha levantada. El pelo le cae recto. Mira más allá de la imagen, que incluye su cuerpo, la cama con las sábanas revueltas, una pared lateral de la habitación y la ventana por donde entra la luz de la tarde, las vibraciones del sauce plantado en el centro del patio, la hiedra pegada sobre la medianera pintada a la cal y, sobre un margen, un ejemplar de jazmín florecido de no más de un metro de altura. La cabeza gira siguiendo los movimientos más allá de la imagen. Entro en escena desde su lado derecho, apoyo una rodilla sobre el colchón y la beso. Ella acerca su boca a la mía estirando el cuello. Acomodo mi cuerpo entre sus piernas abiertas. De mi boca cuelga un hilo de saliva. Ella, ahora apoyada sobre un solo codo acomoda unos almohadones detrás de su cabeza con la mano que le queda libre. Apoya la cabeza (se hunde en los almohadones).
—¿Me vas a coger?
—Un poquito.
Nos vemos de perfil. Está abierta de piernas, y dentro de sus piernas estoy yo, subiendo de a poco. Mientras nos besamos voy entrando. Entro: se sobresalta una décima de segundo. Me muevo sobre ella, apretando el costado visible de su cadera con mi mano derecha. Mis dedos se clavan en su carne, se aflojan, acarician la cadera y se clavan otra vez (las puntas de mis dedos clavados hacen pozos en su cuerpo). Me muevo sobre ella, entrando y saliendo. Entro a lo largo de tres o cuatro segundos y salgo, entro y salgo.
—Ay.
—Humm.
Entro y salgo.
—Ay.
—Humm.
Ella tiene las manos suspendidas sobre mi espalda, sin tocarme: las acerca y las aleja; luego estira los brazos a los costados de su cabeza y los mantiene un momento en esa posición. Estoy entrando y saliendo en tandas de entre cinco y ocho segundos por cada secuencia de pijazos. Los golpes de la carne hacen un ruido.
—¿La querés fuerte o despacio?
—Fuerte y despacio.
Me detengo. Me detengo cuando entro, y luego me detengo cuando salgo. Cuando se suspende la acción, ella baja los brazos, apoya sus manos en mi cadera y me empuja hacia adentro, y cuando vuelvo a entrar, me suelta para que empuje solo. Ahora la tengo envuelta con mis brazos. Los tengo cruzados por detrás de su cintura. Puede verse su carne desbordando las zonas en las que la aprieto mientras entro y salgo a una velocidad mayor que la de recién. La tengo apretada, pero la suelto, me incorporo un poco de la cintura hacia arriba, aunque sigo entrando, ahora lentamente. La tengo enganchada en la parte de abajo (ella reacciona con un gemido cada vez que me meto), apoyo las palmas de las manos que se hunden en el colchón hasta las muñecas, a cada lado de su cuerpo. Separo mi boca de la suya unos veinte o treinta centímetros, la miro, me mira, me sonríe: la escupo en la cara. La transparencia impacta en perdigones sobre la nariz, un costado de la boca, una oreja, la frente. Gira la cabeza apenas hacia un costado y las islas de transparencias son ahora brillos. Sonríe.
—Puta, conchuda hija de puta.
Con el dorso de una mano, suavemente, corre la saliva hacia uno y otro lado (el dorso de la mano brilla). Me mira sonriendo.
—Más.
Abre la boca, desaparece la sonrisa, saca la lengua en toda su longitud, hasta la punta de la pera, abre los ojos. La escupo otra vez —cierra los ojos— y la saliva entra de lleno en la boca. Ella traga la saliva, abre los ojos; vuelvo a inclinarme sobre ella, nos besamos. Las lenguas desaparecen en las bocas. Cerramos los ojos. Entro y salgo, entro y salgo, con ritmos cambiantes: de un segundo para entrar y salir, de seis o siete para entrar solamente.
—Ay, ay.
—Ay.
—Humm.
—Humm.
—Ay.
—Humm.
—Aaay...
—Humm.
—¡Aia! ¡La puta que te parió!
En treinta segundos entro y salgo una sola vez (diez para entrar y veinte para salir). Salgo completamente. Quedo arrodillado delante de ella, con la poronga apuntándole a la cara. Brilla a medio metro de sus ojos. Ella sonríe, se acerca un poco apoyada en sus codos y me escupe la punta dos veces, y se traga la saliva que le queda colgando de los labios.
4’ 12”
En línea paralela a la cama, llevo la pija en la mano hasta su concha. Está en posición de perra, con las piernas abiertas en un radio de medio metro. Suelto la pija, que cabecea, dos veces, y apoyo esa mano en el interior de su pierna derecha para abrirla un poco más. Ahora hay ochenta o noventa centímetros entre los puntos de la cama donde apoya las rodillas. Me agarro otra vez la pija con la mano. La acerco a la concha mojada y apoyo un segundo la cabeza en la entrada. El agujerito del culo se cierra y vuelve a abrirse.
—Dale, guardámela...
Con el dedo índice presionando hacia abajo mantengo la verga en la misma línea y le meto la cabeza. Me quedo quieto tres segundos.
—Un poquito, no. Toda guardámela.
No me muevo. Ella se tira hacia atrás y la pija desaparece en la concha. Se mueve hacia los costados sin que se vea un centímetro de pija, se echa hacia delante —se ve toda la verga, menos la cabeza— y otra vez hacia atrás. Lo hace, ida y vuelta, diez veces y en la onceava vez, la verga se sale y queda apuntando al techo.
—No, no, no me la saques; metémela otra vez.
—Yo no te la saqué. Se salió sola.
La imagen se cierra sobre la concha mojada y la cabeza del choto, también mojada, situada un poco más abajo. Va mostrando, de a poco, las montañas carnosas que rodean el culo, la cintura, la espalda, el cuello y el rostro, que mira a la cámara.
—Metemelá, putito.
Se ve solo su cuerpo, desde la cintura hasta la cabeza. Da vuelta el rostro hacia la cámara y cierra los ojos. Le cae una baba de la boca.
—Ay, sí; así la quiero. Gorda la quiero. ¿Ya me la metiste toda? ¡Qué poquito!
Solo se ve su rostro, y la cabeza que lo lleva hacia atrás y hacia delante unas veinte o veinticinco veces. El cabello se mueve a ese ritmo, pero no le tapa la cara (le cae hacia a la derecha en una sola onda). Gira la cabeza hacia abajo, y vuelve a girarla hacia la cámara. Sonríe.
—¿Para qué me filmás?, ¿para que vean lo que me estás haciendo?
—¿Y qué te estoy haciendo?
—Me estás cogiendo.
—No te escucho.
—¡Me estás cogiendo!
—¿Qué te estoy cogiendo?
—La conchita.
—¿Y con qué te la cojo?
—Con la verga.
—¿Con la verga de quién?
—Con la tuya..., ¡basta pelotudo!, que me hacés acabar.
La cámara baja con un movimiento de tres segundos hasta la zona de la cadera y allí se cierra sobre un punto. La verga entra y sale chorreando un líquido viscoso. Se ven más o menos treinta entradas y salidas una vez que la cámara se detiene allí. Cada vez que la pija se retira no sale completa sino hasta la base de la cabeza, y desde esa línea vuelve a entrar abriendo la concha y cerrando el agujero del culo en cada entrada.
—Meteme el dedo gordo en el culo.
—¿Dónde?
—¿En el culo?
—En el culo no, ¿dónde?
—En el orto.
—¿Y cómo es tu orto?
—Gordo.
—Decilo.
—Mi orto es gordo. Dale hijo de puta, metémelo.
—No. Tenés que decir: mi orto es gordo y yo soy puta.
—Mi orto es gordo y soy puta; ¡dale tarado!
—¡¿Cómo?! Ojito, ¿eh?, que te la saco y no te la meto más.
—No seas hijo de puta, metémelo.
—Primero decime: soy una puta, y quiero que me claves el dedo en el ojete muy gordo y tragarme la leche con la concha.
—...
—Decilo.
—Quiero tragarme la leche y que me metas el dedo gordo en el culo...
—¿Por qué?
—Porque soy una puta.
—¿Y de quién es tu concha?
—Mía.
—¿De quién?
—Tuya, tuya, qué sé yo, metémelo.
Mi dedo pulgar de la mano izquierda entra por la línea inferior de la imagen, y sube hasta la cintura. Lo bajo de punta desde la espalda hasta el agujero del culo, pero no llego a tocarlo. Cambio de mano (la cámara queda dos o tres segundos apuntando a las sábanas y a mi rodilla izquierda clavada en la cama) y apoyo directamente el pulgar derecho en el agujero. El agujero desaparece. Hundo despacio el dedo y ahora desaparecen la primera falange y la segunda, mientras reaparece el borde redondo del culo. Se lo meto y se lo saco varias veces. Le meto el dedo mientras le saco la pija y le meto la pija cuando retiro el dedo (unas diez veces, multiplicadas por dos). Le saco todo; la pija y el dedo.
—¡¿Qué hacés?! ¡Te voy a matar!
Se ven los guiños de los agujeros y, adentro, se observa una oscuridad. Le voy metiendo despacio la pija por la concha y el dedo por el culo, al mismo tiempo, milímetro a milímetro. Hasta que le meto todo bien a fondo pasan quince segundos. La imagen se cierra un poco más sobre los agujeros. Se ven claramente las dos incrustaciones. Quedamos así, inmóviles ocho, nueve segundos, y luego la empujo con la verga levemente (ella recupera su posición empujando levemente hacia atrás con la concha).
—No sabes, no sabés...
—¿Qué no sé, enferma de la pija?
—No, no sabés, no sabés; quedate así, no te muevas..., la siento acá, en las tetas.
—¿Te gustaría otra verga, ahora, no?
—Sí, claro.
—¿Grande o chica?
—Grande.
—¿Como la mía?
—No, más grande que la tuya.
Le saco un poco la pija y se la vuelvo a meter despacio, y luego le doy unos veinte pijazos rápidos.
—¿Tenés leche?
—Sí, pero no te la voy a dar.
Se la saco, le saco el dedo del culo. La cámara sube hacia su cara. Está apoyada de costado en la almohada, enrojecida, mojada, el pelo se le pega al cuello. Abre los ojos y mira a la cámara.
—Ay, te quiero, mi amor. ¿Vos me querés?
—Claro que te quiero.
3’ 11”
Le meto la lengua en la concha.
—Me la estás comiendo.
—Hgggmmm...
—¿Me la estás comiendo o no me la estás comiendo?
—Hmmgmg...
—¿Sí o no?
Salgo de allí diez segundos.
—¡Sí, te la estoy comiendo! ¿Querés que hable o que te chupe la concha?
—Que me chupes.
—Entonces callate la boca. Te parecés a tu vieja.
—Cómo se enoja el putito; me encanta que te calientes: te cogería por el culo.
Mi lengua se mete otra vez, de punta; muevo la cabeza para que entre dura.
—Ay, sí: comémela.
La saco y, con las manos sobre el culo la llevo un poco más hacia mí. Le abro más las piernas y trato de pasar la cabeza hacia el otro lado de su cuerpo: se me traba. Vuelvo a intentarlo. Ella me ayuda levantándose un poco, paso mi cabeza, ella se inclina bajando su torso hacia un costado de la cama y apoya las manos en el piso. Quedo de perfil sobre la concha y el culo. Le meto dos dedos en la concha y los muevo en círculos y hacia delante y atrás, mientras le paso la lengua por el culo que se le abre. Salgo de la imagen. Ella queda tirada en diagonal sobre la cama (ya no se le ven la cabeza ni los brazos) y presiona cuatro veces su cuerpo contra el colchón con las piernas abiertas. La cuarta vez sostiene la presión varios segundos sin aflojar el cuerpo.
3’ 43”
Estoy otra vez en la cama, de frente a la cámara, agarrándome la pija (se ve rosada) con las dos manos. Ella entra por el lado contrario al respaldo, se acerca a mí avanzando de rodillas sobre el colchón, pasa por encima de mi pija, se acomoda, la agarra con la mano derecha situada detrás de su cuerpo, la mantiene recta y baja su cuerpo de golpe hasta hacerla desaparecer. Se ven su nuca, su espalda, su cadera y el culo. En esa posición se mueve hacia delante (se me ven los huevos recortados sobre los cachetes de su culo) y hacia atrás (los huevos se aplastan y luego desaparecen bajo el movimiento de su carne). Va y viene varias veces. Se detiene: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis segundos. Vuelve a moverse, pero esta vez de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Cuando sube se ve mi pija con la excepción de la cabeza, que queda adentro; cuando baja, vuelve a desaparecer. La carne de la verga está húmeda: se nota en el brillo que da. Ella sube y la pija sale de su cuerpo. Con la palma de la mano derecha la acaricia desde la cabeza hasta los huevos, incluso lleva los dedos de punta hasta mi culo. Me lo rasca. Pero no me mete los dedos. Deja caer su cuerpo hacia delante. Levanta un poco la cadera. Empuja la pija con su mano hacia la línea que va de la concha al culo. Allí la apoya y se mueve como si la tuviera adentro (pero la tiene afuera). Se pajea así veinticuatro veces. A la vez número veinticinco se le mete otra vez y la deja adentro unos segundos sin moverse.
—Movete vos.
Se la meto otra vez en la concha y le doy seis pijazos rápidos hasta el fondo. Cuando le quiero dar el séptimo, sube de golpe, se corre y le golpeo la pierna con la verga. La carne de la pierna vibra una décima de segundo luego del golpe.
—¿Qué hacés? Casi me la quiebro.
—Me doy vuelta para que me la veas.
Ella gira hacia el lado de la cámara, dándome la espalda. Se acomoda. Apoya las rodillas al lado de las mías, endereza la pija acostada sobre mi panza, con la otra mano se lleva la mano a la boca, deja caer saliva en la palma y me la moja. Baja lentamente y se la mete toda. Está de frente. Se le ven las tetas. Tiene las puntas paradas. Salta sobre mí y las tetas se mueven. En cada salto, primero rebota el cuerpo y luego las tetas. Toma mis rodillas con sus manos para darse impulso. Sube y baja unas diez veces. Luego se inclina hacia delante. Su cara ocupa casi toda la pantalla.
—¿Me la ves ahora?
—¿Qué te veo?
—La concha, ¿me la ves?, ¿no me la querías ver?
La cara retrocede unos veinte centímetros pero sigue ocupando casi toda la superficie de la pantalla. Cierra los ojos. Los abre. Los cierra. Los deja abiertos, mirando el objetivo.
—Decime qué ves.
—Te veo la concha.
—¿Y cómo es?
—Es una concha mojada y abierta que se está comiendo una poronga.
—¿Te gusta verla?
—Abrítela.
Ella apoya la cabeza sobre la cama. Se ve su coronilla ocupando todo el cuadro. Su concha no se ve.
—¿Así te gusta?
—Sí.
—¿Sí?
—Dejame moverte.
—Sí, cogémela toda.
Levanta la cabeza hacia la posición anterior. Apoya las manos en la cama. Su cuerpo avanza y retrocede. Su cara vuelve a verse en primer plano. Los ojos pasan de estar cerrados a estar abiertos del todo, y luego quedan entreabiertos, pestañeando. El cabello que cae a cada lado de su rostro acompaña el movimiento. Algunos mechones se le pegan en la piel húmeda de la mejilla izquierda. Con su mano derecha corre el pelo hacia atrás y su cara vuelve a verse descubierta. Ahora se cubre la cara con las dos manos, las mantiene allí dos segundos y avanzando con los dedos tocándose las puntas, formando una línea horizontal a lo largo de la frente, se pasa las manos por el pelo y lo aplana hacia atrás. Las manos pasan a la nuca. Una mano baja por detrás de su oreja derecha y se pierde de vista debajo del cuadro. Su cabeza gira hacia un costado y hacia abajo. Los ojos buscan la superficie de la cama. La mano vuelve a subir por la misma zona hacia la nuca. Rodeando los dedos índice y mayor, abiertos en v, lleva una pequeña banda elástica forrada en tela de color blanco. Mueve las manos por detrás de la cabeza (se ven algunos dedos apareciendo y desapareciendo en segundo plano). Arriba de su cabeza se ve una mano empuñando los cabellos y, de adentro de ella, surge el mechón que los reúne cayendo en una curva hacia atrás. Abre la mano, el cabello desaparece. Su cara está totalmente descubierta. Tiene el pelo estirado hacia la nuca. Las venas del cuello se le hinchan. Se le ven las tetas. Mis dedos hacen pinzas sobre las puntas.
—Mirame y sacá la lengua.
—No.
—Dale, sacala que me la ponés como un fierro.
—¿Aha ha?
—Más larga.
—¿Ahí a eréz?
—Sí, así.
Por un instante ella vuelve a mirar hacia delante y se ve su cara con los ojos cerrados y la lengua afuera, cuya punta llega casi a la pera.
—Basta, salí, salí, que te acabo.
Ella sale de golpe hacia delante. Ahora se ve media cara ampliada y sonriente, y una mano que va hacia el objetivo.