2002
Fundé en Junín el Grupo Cines y Paseos Lumière SRL. Lo hice sin pensarlo, es decir que no lo pensé dos veces. Fue la mejor manera, si no la única, de volver al pueblo sin volver. Aporté la idea, conseguí la inversión de mis amigos Juan Amondarain (55%) y Marcelo Miró (25%), colaboré con el diseño de la imagen —también definí el slogan de inauguración: “Hay otros mundos, y están en este”— y me quedé con el porcentaje restante del negocio y el título de socio gerente. Pero nada puede compararse con haber gestionado la construcción de las salas. Fue mi única experiencia de obra personal, ese tipo de sueño que interviene directamente sobre el orden material de las cosas. Salvando las distancias de escala, pero no las del deseo que mueve el mundo, emperadores, presidentes y magnates de la industria o el narcotráfico han de haber sentido el mismo placer megalómano que yo al poder introducir en el mundo una memoria pública, como quien señala con el dedo un desierto y dice: “Acá”.
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No me llama para nada la atención ver que no cumplí con lo que me juré —no citar escritores en esta novela— cuando hoy, 24 de septiembre de 2012, releo este párrafo. Está bien que el verso “Hay otros mundos, y están en este” aparece deformado, pero ni así se salva de pertenecerle a su autor: Paul Éluard. ¡Paul Éluard!